12/31/2008

La joven le tendió una fotografía a la mujer, anciana, y ésta la tomó entre sus manos y la compartió con el hombre a su derecha y dijo, parpadeante, mira, Melchor, es nuestro hijo. Y yo vi al hombre mirar la fotografía afinando los ojos, como el que intenta descifrar en una lápida la vida de a quien ésta hospeda.

Permanecí inmóvil y atento, sin saber cómo era posible que estuviese sonriendo si sentía la presión de fuertes chubascos en el puente de mi nariz. Luego pensé que ni siquiera sabía si lo estaba haciendo y me pregunté cómo sentiría Melchor, que es mi abuelo, el dolor de ver intacto, en esa foto, para siempre joven, oníricamente vivo pero real y mortalmente intangible, a quien la mujer anciana, Antonia, había nombrado con total acierto como el hijo de los dos.

Porque el hombre, el hombre a la derecha de Antonia apenas cambió el rostro, si acaso nubes en su mirada, y por eso ahora creo que compartimos, silenciosamente, la tormenta.

12/12/2008

- Hola... Me encanta verte así, así como ahora, desorientado, igual que un cachorro al que de repente lo invade la luz del sol y gime. Recién despertado, me encanta verte así, con tus ojos de niño y el rostro blanquecino de luna llena. Tengo que decirte algo, y debo hacerlo rápido. No fue una buena idea, ¿verdad? No fue algo brillante pasear por la ribera del río aquella noche. Me sentía tan aburrida, tan plomizas las horas y sentí que me asfixiaba mi propia alma enroscándose a mi cuello. Te pedí salir para que el frío me hiciese recuperar la senda. ¡Y vaya si hacía frío! Temblábamos los dos, igual que ahora la semiconsciencia en tus ojitos. Los echo de menos a cada rato, a cada instante, siempre que veo a una estrella partirse, en cada resplandor de fuego de alba, en la miel de las abejas. Tienes que saber que he venido para decirte que me acuerdo de todo, igual que lo recuerdas tú, y que pese a lo que puedas pensar, no he olvidado nada. Sigo sintiendo el calor de tu piel enrojecida cuando nos entrelazábamos en las sábanas como raíces a la tierra. Pero tengo algo que pedirte, y habrás de hacerme caso. Si te dijera que no te abandoné, que no lo he hecho, tal vez no me creyeras; si te dijese que nunca quise hacerlo, seguramente dejarías de escucharme y un doloroso amor recrecería en tus adentros con tintes de odio rencoroso. Y lo entiendo, créeme que lo entiendo. En cada una de las lágrimas que veo descender de tus párpados, que vienen a mi memoria como el velo de mis sueños, donde cobijamos un futuro al que nunca pudimos optar, el que cambiamos por la intensidad de un rabioso presente, mordiéndonos la vida a cada paso, comiéndonos el mundo... Pero tienes que venir, tienes que venir para que se apague por fin y del todo este frío, porque te anhelo y te añoro y no puedo seguir viendo cómo se hiela tu fuego, el pequeño y poderoso Vulcano de tu pecho. Amor mío, como así me llamas aún, cuando olvidas la realidad, cuando entras a aquel lugar que hiciste para los dos. Ven adonde la última parte de mí te aguarda.

Y ahí estaba, frente a la cama, escuchando la letanía cadenciosa que la mantenía. Vio en su rostro algo plácido, algo de calma y emoción contenida, y en sus labios el dibujo del que fue el más radiante despuntar del alba que pudo conocer, el lienzo de su sonrisa.

- Gracias, gracias mi pequeño amante, mi gran amor. Ya no podía con esas placas de hielo, por las que te vi deshacerte en el mundo que se diluía ondulante mientras la tierra profunda me arrastraba hasta ella. Gracias por darme esta libertad, sobre todo por perdonarme. Debería haberte hecho caso y no acercarme, pero ya me conoces, tuve que resbalar para darme cuenta.

Eso le dijo, eso escuchó con la sangre fundiéndole la carne y los ojos en tormenta, salpicando las mejillas, cuando cesó el sonido constante y de orden que decía, cruel y equivocado, que todo andaba bien.

Al acercarse a besarla vio su sonrisa completa, y vio que ella también lloraba.



12/05/2008

La diferencia entre ellos radicaba en que uno estaba enfundado en elegante ropa, bajo su levita de paño y su camisa blanca, su corbata y sobre sus zapatos lustrados, y el otro llevaba un atuendo ordinario, de labor y costumbre, y un gorro de colores que le protegía las orejas del frío.

Otra diferencia era que el primero, el elegante, estaba acompañado de una, cómo no, elegante y bien vestida mujer, de rasgos bien definidos y, digamos, moldeados con cierta habilidad, en otras palabras, de una mujer guapa. El segundo estaba solo.

Como estas habrá entre ellos infinitas diferencias, pero algo que los unía sobre todas las cosas. Los dos, tanto el elegante como el ordinario, me vieron mirarlos mientras dejaban escapar sin poder retener, los dos y cada uno en un momento y lugar distintos, la misma sonrisa de luz, idéntica mirada de agua clara al acercarse al fruto hecho, en parte, a su imagen y semejanza, a la sangre de su sangre.

Les unía eso, simplemente eso y seguramente nada más, la sonrisa y la mirada del padre.

11/26/2008

No soy el escritor genial que me prometí y que me prometo. Tampoco soy el guerrero que anhelo ser. Solo soy un cuerpo perdido en invierno, en contra del aire, que piensa en las hermosas palabras que nos trae el frío. Escarcha es una de ellas, escarcha de sangre en las venas que son témpanos, y fuego de alma joven para tratar de combatirlo.

Ahora mismo soy una mente apaciguada tras la rabia, alguien sin reloj que ve con cierta distancia la verdad de lo que creía y la certeza de lo que es. Un pozo de donde sacar la autenticidad de lo que tiene, lo que tengo. Lo tenemos todo.

Tenemos tanto que nuestro grito de guerra se alza en un Aleluya contra el hastío, nos hemos perdido en lo que crearon para darnos algo confortable, y no hay más sino desesperación y el humo de los coches, del tabaco. La lucha está por dentro, y eso quien opta por ella. Nos estamos perdiendo en una sentencia que viene de atrás, de las expectativas, del querer es poder y el dejarse llevar a la baba caída y la boca entreabierta.

Mi corazón está cansado, no hay vida sino existencia. En cualquier momento el suicidio se presenta, te muestra un plan, un contrato, y a cambio solo exige tu alma. Nuestra alma, el alma de esta época de corazones amoratados de gritar clemencia, de suplicarse piedad a ellos mismos y a la angustia floreciente que brota con las primeras heladas.

Hace frío y oscurece pronto, y todo son lucecitas artificiales, un ligero engaño, una breve sensación de seguridad que se acopla al aire caliente que mueve el radiador. Esta época de nuevo, el embrión del progreso que ha mutado en una gargantuesca y abominable criatura, el mundo mismo, de la cual tenemos mucho dentro y que es a quien debemos vencer para recuperar algo, la esencia humana tal vez.

Se equivocaron todos y ahora algunos desertan, desertan y culpan a los que erraron, dicen que el ser humano es lo que merece ser, una criatura ingrata y condenada. Creo que no merecíamos eso, que deberíamos haber disfrutado del derecho de no aguantar la presión de ser algo más de lo que nuestros padres fueron. Siempre existe, hay competitividad gratuita y descarnada. No es algo sano sino morboso, y resulta que al final todos están endeudados.

Pero mi deuda quiero que sea otra, elijo otra porque al menos elegir se puede, se puede si estás dispuesto a afrontar las consecuencias. Me debo algo, me debo paz y respeto, y sin embargo soy un reproche constante, un ser fragmentado que se cuestiona a sí mismo... y también cuanto lo rodea.

A lo mejor cambia en el éxtasis de la primavera, pero creo que no. No ha de cambiar, el camino está donde cada uno quiera encontrarlo, pero es indispensable buscar, y muchos están caminando campo a través o en círculos, seguramente sin saberlo. Es la duda, el miedo de los que nos han precedido, lo que les impulsa a guiarnos, a decirnos esto está bien así, de otro modo no pues estará mal.

El maniqueísmo latente, un parásito avaricioso: solo estará bien lo que ellos crean, y lo que ellos creen es que debemos ser mejores de lo que fueron. Mejores... Creo que eso está confrontado con la salvación, la posibilidad de redimirnos a nosotros mismos y bajo nuestra propia potestad, la voz de cada uno para decir me perdono, no soy nada ahora, no lo he sido, quiero ser algo.

Algo como nada, como una nada llena, plena, sin la angustia de sentir que la sociedad gira demasiado rápido, que todos tienen hijos porque deben dejar su código aquí y ahora, para que así su código quede más adelante, y el código de su código, y ya poca gente tiene hijos porque quiere. Se ha sistematizado la supervivencia, no hay nada de romántico y valiente en procrear, ni siquiera la miseria es un riesgo noblemente aceptado puesto que está el respaldo de la culpa hacia quien sea, da igual el objetivo, siempre hay alguien para ello.

La vorágine continúa y la bestia crece, cuanto más come más hambre tiene, su estómago es infinito, un hambre igual de insidiosa que las ganas de dormir nada más haber madrugado para ir a hacer lo de siempre, lo que estás obligado a hacer por ser el código del código del código... Sin pararte a ver si reconoces a quien está enfrente de ti cuando te lavas la cara.

Nos ha engullido lo que creyeron mejor, cuando lo tienes todo quieres más, pero no precisas de nada, y eso duele y atormenta hasta llevarte a la locura. Creo que solo hay un camino para salir del remolino que succiona... A mí me ha servido, por un breve período, haberme olvidado el reloj, no preocuparme de si llegaba tarde, ignorarlo todo.

Y el sol me ha dado de lleno en la cara, deliciosa y tibia luz, cuando he pensado la conclusión a todo esto... que resulta paradójico ser sincero y decir, obedeciendo a esa parte, que soy una mentira.

11/22/2008

Al volver en el bus, pasada la Puerta del Carmen, que antiguamente se cerraba a cierta hora de la tarde para que no entrase nadie más hasta el siguiente día y que marcaba el final de la ciudad, suelo dar con algo imponente.

Sucede de una manera rápida, casi resulta una aparición fantástica, algo así como la esencia de los sueños pero con la diferencia de que es algo muy real. Entre dos edificios hay una callecita anciana, vieja y muy transitada ya, convaleciente de ruido y humo y tiempo, y mucho viento también, además de gente que pasa y pasó.

La que pasa todos los días a la misma hora y se queda durante un ratito esperando su momento. Yo los veo desde el autobús, a través de la ventana, siempre elijo ventana, y el otro día me fijé un poco más. Había una cola enorme de personas, una cola bien hecha, solidaria con el orden, paciente. Resulta curioso pensar en esa calma, en esa distribución casi matemática de las personas que aguardaban, cuando reparas en que la puerta que ansían cruzar es la de un comedor social, para gente que pasa hambre, vive en la calle, y las pasa putas día sí, día también. Están llenas las horas de valientes de postín que hacen diana con los cuerpos arropados con cartones, ya se sabe, o cajeros, que para el caso es lo mismo.

Entonces yo me paré a pensar y me dije, vaya, tienen tiempo y lo saben. O mejor aún, ignoran el tiempo, lo desconocen tanto que ni lo matan ni lo culpan, ni les escasea ni les sobra, tal vez vivan en el límete de una angustia palpitante, o una desesperación afilada, yo qué sé. También en la boca de un cartón de vino y ahí se quedan, amorrados a la vida, o a la vida puta. Pero son solidarios, todos saben que tienen el mismo hambre, parecidas sentencias, similares faltas.

Puede que luego lloren, con el estómago lleno, cuando hayan comido ya. Desde el otro lado de la ventana del bus, que vuelvo de la universidad, pienso en meterme entre ellos, saber a qué huelen, si y a miedo y hambre, o tal vez a sueños y dolor; a lo mejor a alas fuertes y vuelos rotos, a sabiduría o a qué. Pero eso sí, siempre desde el otro lado de la ventana.

Y me da por decir que no tengo derecho a escribir sobre ellos, que en realidad sigo siendo la misma diferencia entre este lado y la cola para el comedor, que no soy nada sino un extraño, uno más que no tiene derecho a hablar sobre lo que cree que representan. Pero sí lo tengo a admirarlos.

A este lado de la ventana del autobús... A este mismo de los que usamos el periódico para algo distinto que no sea protegernos del frío. En esta orilla se ven cosas que de verdad acojonan, o dan risa. Como ver la que se monta porque una discoteca sortea una operación de tetas, una tontería sin más, una idea hasta original para llenarte el garito, ya se sabe, que no sería nada más si no fuera por el fanatismo folclórico y absurdo que se mantiene en algunas instituciones de este país, y que se representa en hipócritas acrónimos a los que les falta el tiempo, el mismo que ignoran aquellos a los que admiro aguardar para comer tan ordenadamente, en hacer el ridículo.

Un país en el que aquellos que deberían mover el culo para que las colas para los comedores sociales y gratuitos fueran menores, ya que decir nulas es exagerar y presumiblemente imposible, se dedican a denunciar a un promotor de discotecas por preparar una fiesta que, a su juicio, degrada a la mujer. Como si a las mujeres con tetas pequeñas, hoy en día, se les diese de comer aparte, enjauladas o colgadas boca abajo del palo mayor de la playa de cualquier pueblo.

Con eso me quedo, con eso y con lo que he escrito, con nada más. Bueno, sí, también con mirar el culo a las chicas que bajan del autobús, desde este lado de la ventana, muchos metros después de la cola para el comedor, de la jefatura de policía y de donde coño sea.

11/19/2008

Hoy la he visto. La he visto mover y la he observado desenvolverse completa, gesticulando, mirando, con los ojos pintados de negro en la raya; la he visto con las manos finas, el rostro pálido, la expresión triste. Trenzada en el sol de la mañana, el sol de noviembre, el embrión de los días cristalinos del próximo mes, con el cielo azul infinito y profundo y las nubes como el entorno antagónico de todas las pupilas.

La he visto, y me ha parecido un remolino de contradicciones, de hermosas y extremas contradicciones. Su pelo, por ejemplo, de brea al color y de espiga al aire cuando se movía. Y su boca, entreabierta y relajada con los labios tensos, como cuerdas de arpa al borde de arrancar un sonido doliente. Parecían sus sueños ancianos cisnes que ya entonasen.

Me he cruzado con ella hoy, con mi joven Alicia, mi joven y hermosa Alicia y después, al pensarlo así, con más calma y no tanta intuición he sentido las ganas, la ilusión quizás, de hacerla feliz, y no sé cómo porque soy incapaz de definir ese estado.

Por supuesto Óscar no es distinto a mí en ese aspecto pero... Pero puede que estén hechos el uno para el otro y sea así, solo así y entonces, cuando pueda saber cómo darle a Alicia todo lo que quiero.

Y es curioso, porque aunque me esté enamorando de ella, no puedo decir menos respecto a quien creo que es su mitad necesaria, su locura ansiada y esquiva. Su delicia ansiosa.

11/15/2008

Solo es inmortal lo único. De todo cuanto ocurre aquí, solo permanece de algún modo lo sentido, las emociones que nos rodean a cada instante, las dudas, las turbulencias, el miedo, la angustia; todos los titubeos obligatorios y necesarios que se tienen, se padecen, cuando se aproxima el cambio.

Solo es inmortal lo que se vive, porque siempre se recuerda. Es eterno, para mí, el encanto de un pueblecito, ya sea perdido en las montañas o levantando una inmensa llanura, en verano. Es indiferente el pueblo del que se trate, salvando los extremos.

Cuando miro una foto, o un vídeo, de uno de estos pueblos, sobre todo si es en una estación distinta, se me dispara la memoria, el engranaje inmisericorde que enciende, aunque sea por un instante, la maquinaria del recuerdo, que trae consigo al presente lo que ya se vivió una vez, con todas las emociones y, además, con un constraste para las mismas. Lo inmortal, de nuevo, lo único real, auténtico, es eso tan volátil, tan ignoto como la esencia del recuerdo, lo pasado o lo sentido.

Es una sensación de extraña fuerza, de fingido poder, que me invade. Y sigo teniendo miedo a ciertas cosas, pero no puedo hacer nada más que aguardar el momento exacto, que será el que el propio momento elija, para poder hacer lo que crea, en este caso yo, lo más apropiado.

Pero, pese a todo lo que pueda venir y que sea duro y doloroso, no puedo negar la vida eterna, porque es imposible, a que ayer me sintiera como el rey del mundo, el rey del bar, con mi copa de cerveza negra porque no había más vasos, abrazando a una amiga, mi artista amiga, y besando al amigo con el que compartí lo que creía que era nada cuando sucedía y que ahora resulta ser, cómo no, algo perteneciente a lo inmortal y que tampoco sé describir, explicar ni, aunque pudiera creer que sí, a veces comprender.

Anoche, en la desvinculación que todo elemento sufre cuando no está en su entorno, sin olvidar que el entorno son también las circunstancias y el resto de elementos que de manera regular suelen componer una escena, un hecho, descubrimos la mágica maleabilidad del tiempo en la memoria. Como un actor que se enamora de verdad alguna vez y se descubre representando uno de sus papeles, sin darse cuenta de que el escenario es él, está en él, y se muestra desconcertado.

Ayer volví, hoy aún estamos.

11/03/2008

Mientras me miraba me dije 'presta atención, no pierdas detalle pues este es el rostro del fracaso, el aspecto de la derrota y la mirada de la rabia'. Me vi pálido, claro y detallado, sintiéndome dolorido por un daño indolente. Me llamé a saborear esa imagen, me recordé que debía masticarla y extraer su jugo, del mismo modo que se hace con esos bombones rellenos de licor.

'Muerde con decisión, busca ese estallido, la explosión sorprendente que te lleve.' Temblaba, me supe enfermo, débil, y recapacité sobre la pelea perdida, el tiempo desparramado. Traje de nuevo al corazón a aquellos que reconocieron haber salido a la lucha con la derrota asimilada, sin fe, abusando de la esperanza de otros, despreciándola.

'Sí, -me dije, y me digo-, obsérvate bien en momentos como el de ahora para acabar por perder la vergüenza. Lámete mientras estés hundido, consigue amarte o, al menos, aprecia esta sensación de abandono que trepa tu espalda, que hinca sus garras serradas en tu carne y vomita, o escupe o se esparce líquidamente, como la luz del alba, sobre tu alma mal techada'.

'Haz un trabajo de mímesis, no sientas asco ni lo repudies. Encolerízate, odia lo que te provoca esto si quieres, pero no te odies a ti'. Me veía, y de alguna parte de mí llegaban esos consejos magistrales, esa voz que procedía a buen seguro del instinto de supervivencia. 'No retrocedas, no huyas de lo decadente y mezquino, de lo bajo y pobre de espíritu. Mírate cuando seas parte de ello, hazte inmune'.

Y me vi, y me miraba como ahora me encuentro, inmunizándome. Es cierto, ya no hay rostros felices, no se ven, puedes buscar pero no se hallan. Aunque sí hay atisbos de luz, repentinas manifestaciones, deflagraciones mágicas controladas en el tiempo pero no en la intensidad.

Es sencillo darse cuenta. Todos caminan sumidos en sí mismos, en lo que los angustia y preocupa. Caminan con la mirada en crepúsculo, y es invierno en sus gestos, en su gesto completo más bien, y no hacen nada sino seguir este río de aguas infinitas. Huyen, si acaso, de lo vejatorio, que es lo constante, del mismo tiempo.

No parecen recrearse en esa situación, no se deleitan como sentí hacer que hacía al verme en el espejo, elevándome a cada instante, comprendiendo la nulidad de lo que la existencia es y lo paradójico que resulta el inmenso y ansioso contenido que hospeda.

La negación, pues, parece el camino más seguro a la ruina, y la confrontación, el hecho de desnudarse y decirse en el espejo, cara a cara y sin que tiemble la voz ni titubee la mirada, 'sí, lo sé, he fracasado hoy', entraña un éxito evidente.

Significa la trascendencia de uno mismo, alejarse del miedo, desprenderse un nivel más del pudor, del ridículo y el hastío. Desmenuzarse a uno mismo en la soledad, examinarse con ahínco, con perseverancia furiosa de bárbaro, hasta dejarse solo las esencias, como las vísceras, temblando en las pupilas.

Quedando ya solo el magnífico manjar, beber con delectación de la libertad de ser, de ser sin presentarse la presión, la carga, de la posibilidad de no estar a la altura. Y el privilegio de que en tu gesto no sea siempre invierno.

10/23/2008

La ventana enorme se tragaba las prisas de la ciudad, las lenguas desgastadas de asfalto en contraposición con las calles nuevas, todo pasaba a ser tragado por el avance poderoso e impaciente del autobús urbano. El tiempo mismo, el tiempo mismo que de la ciudad hace su nombre, todos pendientes del reloj, y las esperas que se tornan eternas siempre para el que aguarda, era nada en el motor del mecanismo.

Se lo iba llevando todo, y en mí solo quedaba la música. La música increíblemente seductora y dulce que me aislaba de todo, dejándome en una posición extraña de calma, de confiada seguridad y de segura confianza en la que anclarme al mismo tiempo que desde la cual lanzarme al vacío.

Me sentía desparramar por el asiento, y no me preocupaba mucho darle una mala imagen a la chica que estaba a mi lado. No era guapa, no al menos de un modo convencional. Lo atrayente era el gesto sobrio, su seriedad natural que emanaba provocando la sonrisa divertida e incluso insultante, en cierto modo, que se me escapa en esas situaciones. La sonrisa de jugar a un juego que encanta y del cual no te importa perder o ganar... En parte porque siempre ganas. De reojo miraba yo un enorme sobre entre sus manos, un diagnóstico de raro nombre.

Y luego, siguiendo poseído por la música, observé a la pareja que se sentó enfrente de mi asiento, y sentí por un momento que eran mis asientos, y que ese era mi autobús y que la ventana que devoraba la ciudad aplacaba mi sed, y mi hambre misma.

Al principio no me fijé detenidamente, sino que devolví mi mirar constante a los edificios que aguardaban el destino que mis ojos y la ventana les auguraban. Luego sí, luego vi que el chico no era un chico normal, era distinto, y se apreciaba en sus gestos un tanto toscos, en su rostro dulcemente aniñado pero con un deje grotesco que, pese a todo, enternecía en cierto modo. Y también lo hacían los movimientos de ella, cómo se asía a su brazo, y cómo lo besaba en los labios, por supuesto cómo se devolvían los besos.

Me pareció una ironía brutal a la par que hermosa, sentirme yo tan pleno en esa soledad de ese momento, siendo en realidad propiedad de la música, ajeno al ruido de la urbe, tan propensa y decidida a corromperlo todo. A envolver con vómito de hidrocarburo todo cuanto encuentra, todo lo que algo tenga de sutil.

Después se separaron, y la chica morena siguió a mi lado, y el chico de enfrente siguió enfrente. Despidió a su chica, quedaron para después. Todo siguió bien, tranquilamente, dentro del bus. Había bastante gente, y yo veía sus rostros y les asignaba vidas. A algunos les daba un cuento, a otros un poema, a todos algo donde hacerlos parte activa de mi reino, de mis dominios.

Llegado un momento la chica se cambió de sitio, ahora creo que para estar en el contiguo al de su padre, y otro chico ocupó la recién nacida vacante. Con su periódico, atento a cada letra, sin pensar en que puede elegir descolgarse de esa realidad, que de hecho su cuerpo y su espíritu le piden un descanso, le suplican reposo. Aléjate de ahí, suelta esa cadena de tinta, olvida esa mentira de estar informado por un momento, por un momento como ahora en el que no necesites hablar con nadie, en el que de verdad no sea necesario lo normativo para aprehender lo humano. Es curioso, pero lo último generalmente entiende poco de normas. Se caracteriza por su mágica espontaneidad.

Lo verdaderamente importante de todo esto no es la bella pareja que estuvo frente a mí, ni la chica de curiosa belleza que compartió su espacio conmigo durante una parte del trayecto. Tampoco lo es lo irremediable del joven adherido a ese periódico, tampoco su afán por no volar.

En cierto modo, lo que me causó mayor impresión, fue la sensación de que daba igual mentir sobre ellos en mi mente, daba lo mismo inventarme sus vidas, o darles un nombre, un lugar, o construir sus sueños.

El núcleo está en que supe que era dueño de sus destinos porque, de algún modo, podía darles todo eso que he dicho antes, aunque ellos no lo supieran en ese momento ni lo sepan ahora... A pesar de que nunca sospechen que lo hice, que a todos les otorgué un final, y a cada cual uno distinto.

Y puedo hacerlo siempre, lo único que debo hacer es ponerme a pensar y regresar a casa, volver aquí.

10/20/2008

Sí de tus músculos retorcidos, del cuerpo fuerte, y de porte curtido. Sí de tus manos recias, de tu altura chata y robusta, del capricho nunca erguido. Sí del hambre de la tierra a tus pasos, sí del de la lluvia y sus nubes. También sí del fruto oscuro, y tu adorno pálido. Sí de tu corazón arenoso y tus grietas de tiempo, de carne endurecida y color ojeroso. Sí de tus jornadas de atención y de los meses de olvido.

¿Por qué no cautivo a la par? En tu indolencia recortado contra el cielo, apuntando tus ramos a algún dios. Sí de ti, poderío sentido, sí de mí que desde aquí, aquí arriba y un poco abajo, te miro.




De este modo cantaba su voz al viento la vid, la vid enamorada del olivo.

10/14/2008

Arde la llama de la aflicción con un movimiento sinuoso, suave y cómodo. Es ligera, realmente liviana, y transporta a un estado distinto el dolor del alma. Otra vez el fuego lame, el papel se cae en fragmentos grises de ceniza, el coraje recrece frente a la ilusión que mengua.

Pero de todos modos tampoco hay tanto material como para una escena, si esto fuera paja y el objetivo un espantapájaros, seguramente éste quedaría cojo, o manco; está claro que no es para tanto. Y no lo es porque siempre hay un pasaje en el que las líneas son todas tuyas, todos los diálogos para ti, por supuesto a tu encanto los silencios.

Es un caminito iluminado por esa misma llama de antes, hacia un lugar que es sagrado y propio, donde nadie te molesta con nada; podríamos decir que es incluso una cámara del egoísmo, donde reír con locura los romanticismos más descabellados, las ideas más amables. Aunque también sería válido llamarlo altar del individualismo.

En cualquier caso da igual, es tuyo y punto. Y, pese a todo, en él siempre sonríes, aquí nunca lloras, de ningún modo, porque es donde mejor se está, donde más bien te conoces. Es el lugar en el que todo es puro, y en el cual guías una monarquía de pureza en todos los sentidos. Se identifica como el punto exacto en el mapa del alma donde te puedes descubrir el rostro a ti mismo, y verte, sonreír entonces y saber que no eres nada: ni bueno, ni malo, ni un fraude, ni un iluso.

Sino un auténtico rey, un rey joven y anhelante en un mundo hermoso y sutil de fuegos fatuos... Que se mueven tranquilos, suaves, sinuosos y, sobre todo, cómodos.

10/05/2008

Se crea de la nada, a sí misma, en el toque milagroso y especial de esa canción, no una cualquiera sino esa particular que todo el mundo tiene, o en el momento increíble en el cual se revive el pasado, trayendo de nuevo al corazón, conduciendo los sentidos hacia algo viejo que resurge en el ahora.

Está en la sublimación del espíritu, en un momento de perfecta sincronía entre dos cuerpos, mecidos en el mismo impulso, en la misma corriente, en un único océano.

Se crea así, entonces, siempre a sí misma. Como la luz de lima en las luciérnagas, emerge radiante y suspendida, en la respiración, en cuanto de longevo tiene un jadeo, la maravilla.

9/27/2008

Sentados, cara a cara, sobre un cerro habilitado a tal efecto, observando desde la posición privilegiada de las aves el pueblo pequeño, las luces anaranjadas que como auras de hada marcaban el camino, y las calles, y los recodos lamidos de viento, por donde los jóvenes se hicieron viejos, y donde los niños crecían.

El color tenue, grisáceo azul, del invierno clamaba al calor artificial de las farolas. Los habitantes se movían de aquí para allá, riendo o adentrándose en los pantanos de sus almas, hablando o en silencio. Todos se movían para recogerse, para buscar el calor real. Mientras tanto, ellos hablaban.

- ¿Pero no te das cuenta de que no puedes decirme eso?

- Solo lo estoy avisando, para que lo sepas. Es como una forma de...

- No es una forma de nada. No puedes hacerlo, porque no puedes. De verdad - dijo, temblándole la voz en el labio inferior. -

- Si es que no hay otra forma. Ya estoy cansada. Entiéndelo, ya no hay sueños, no hay nada. - Ella estaba grave, y asentada, e incluso sonreía con un amor profundo, un amor hondo que toca lo más puro, como las ráices del viejo árbol se aferran a su tierra.

- ¡Pero vamos a ver! ¡Fíjate en toda esa gente! Mira bien a todas esas personas que están yendo de un lugar para otro. Todos tienen ilusiones, yo también aspiro a algo, y el noventa y nueve por ciento de ellos, casi la totalidad, no lo logrará nunca. Seguramente yo nunca llegue a ser escritor. ¿Ves que alguno de ellos se aparte, o se queje de algún modo, o haga lo que tú estás haciendo?

- No es lo mismo, hay más cosas.

- Vale, tú estás enferma, pero, ¿y qué? - replicó, llorando ya-, tal vez yo esté loco. ¿No es eso igual?

- Tú no estás loco, corazón, no digas tonterías. Tú tienes algo por lo que seguir adelante.

- Como tú... Exactamente igual que tú.

- Añoro. Añoro... ¿Añoras tú? - preguntó, casi ausente y musitando.

- Añoraré si no me haces caso y te marchas del modo que quieres hacerlo.

- Pero tú tienes por qué quedarte, ¿yo?

- Por lo mismo que yo... Ya te he dicho que tal vez, que seguramente, nunca llegue a ser escritor.

Llorando ella se levantó, lo dejó ahí, solo, y él grito que adónde iba, que no podía hacerlo, ni decir algo así, por mucho que le pesara el alma.

Salió corriendo, corriendo tras de ella, tratando de convencerla de que no tenía sentido lo que decía, que no era tampoco justo. Y no paró de hablar, ni de gritar su desesperación, sus versos de angustia con pausas de miedo, para persuadirla de que no se quitara la vida.

Abajo, en el pueblo, las luces como auras de hada brillaban con más fuerza, la noche caía, el pueblo adormecía, y el tiempo reposaba en las calles. Ajeno a todo, a la vida de cada cual, avanzando uno, permaneciendo otro.

Y él se quedó llorando, asustado y temblando, buscándola para abrazarla y no dejarla ir. Él, que en realidad era yo, y ella mi madre.

9/16/2008

Lo hago por sentirme diferente, ni mejor ni peor, solo distinto. Por intentar escapar y poder decir que, joder, no todo es lo mismo, hay un resquicio para cada cual que quiera encontrarlo. Y solo para aquel que de verdad lo busque.

Hago todo esto para sentirme, en cierto modo, el gran rey y dios de mi propio mundo, de los orbes de ansiedad, pasión, rabia, cólera... que gravitan en torno a mí, y que muevo con las manos.

No tiene nada más, nada que ver con la gloria de ser de muchos sino con el previlegio de ser de mí mismo y de algunos pocos, unos pocos que sepan comprender todos mis defectos, que no se sientan decepcionados con mis errores. Unos pocos que sepan no tenerme miedo cuando más silencioso y turbio me encuentro.

Tus ojos; por tu mirada sobre esas finas líneas de ónice, tal vez por ella y por ellos. Por acercarme un poco más a ti y atraerte un poquico a este ciclón.

Para ser solo yo en ti, y dejarme caer hacia un vacío ingrávido donde poder esperar o lanzarme a la carrera. Adonde sea, porque los sueños se siguen pero no tienen pista.

9/14/2008

Si tuviese que salvar algo de esta mierda de verano, sería, sin duda, la mirada de mar de aquella criatura que acababa de ser amamantada por su madre, curiosidad cromática que sus ojos fuesen de roble, en la que me atrapó dentro de sus corrientes. Salvaría eso, y también me quedaría con la voz de su madre al pronunciar en voz alta la ilusión que rondaba mi cabeza: ¿qué pasa, pequeña, quieres darle las gracias a este chico?

Eso es algo digno de salvar. Igual que el viejo que, varias horas después, me enseñó con su paciencia que lo que no se pierde se encuentra, y que lo se guarda nunca está perdido. Cuando extrajo de su grueso libro de gramática inglesa en, según las propias tapas, sucinta versión. Me levanto solo, dijo, que aunque me cueste algo de esfuerzo aún puedo, ya que el día que tengan que ayudarme yo deberé cortarme la coleta. Y hasta el último día, añadió, hay que seguir. También muy digno. Está clarísimo.

Así como las turbulencias de la emoción en los ojos de Paula al ver a ese viejo, y o a la señora de su derecha que de tan mayor no podía ponerse ni el abrigo. Me quedo con eso, y con el abrazo que le di para darle calor y fuerza, para que me lo diera ella también a mí porque lo necesitaba.

De toda esta puta vorágine de asco y estrés me quedo con todo eso, y con el puntito resplandenciente de mi imaginación que se disparó cuando nos vi desnudos, a ti y a mí, sobre mi cama, y pensé en lo hermoso y curioso que habría sido tener entre nuestros cuerpos el de un hijo.

Una chispa rápida y cálida, bañada en la luz de esa mañana en la que yo envejecí un poquito más y rejuvenecí toda una vida. Viéndote amamantar mi locura por lo indescriptible, viéndolo en el aire a él cogiendo tu pecho por el hambre y el instinto.

Me quedo con eso. Con todo eso y mi cerveza al lado, para contemplar la vitrina de momentos de paz en las batallas de mi alma.

9/11/2008

¿Cómo no iba a hacerlo? Debía enfrentarse a ese miedo irracional que aparecía de vez en cuando, en pulsos constantes de dolor, palpitaciones de la angustia. Podía pensar alguna mentira para dejarlo correr, para distraerse y creer que todo iba bien, que no había nada alterado en su entorno, en su mundo, y utilizar esa estrategia, otra mentira, para convertirse en un mártir.

No sabía muy bien qué hacer, no sabía si volvía a lo de siempre o si acaso esa vez era real, pero real de verdad, y si esa asfixia continua que lo amordazaba a la mediocridad con cuerdas de apatía sería la trampa en la que acabaría por callar para siempre.

Se odiaba a muerte por ello, se sentía culpable por no aprovechar lo que, teóricamente, era un privilegio, o un don, del que era responsable. Tanto trabajo... Tanto. Sin detenerse nunca, sin rendirse bajo ningún concepto. Sin más recompensa que la liberación inmediata y paulatina, como una inoculación de adrenalina por impulso intravenoso, el arroyo de la vida.

La paz temporal, la vorágine, el espejo en el que verse cara a cara. ¿Y si eso no volvía a ocurrir? Tenía miedo. No podría permitirse algo así, perderlo, perderse. En su extraña forma de sufrimiento, en su inevitable vía de vanidad perfectamente adivinable en sus sueños, pero al mismo tiempo la serenidad del aprendiz, del que se hace a uno mismo en algo, del que sabe que no regalan nada.

No tenía claro qué ocurría, pero sentía en una parte de sí, de algún modo, que el templo que erigió con sus manos, sus tripas, sus dolores y alivios, se tambaleaba. Y tampoco sabía reconocer si sus palabras eran una manifestación vital, o el silencio de donde no hay nada.

La mentira... Que ni la cerveza ahogaba el suspense, la crispante y venenosa intriga de si habría acabado ya, de si estaría consumido. La verdad era bien distinta: la cerveza lo cura todo, y nunca acaba la tormenta.

8/30/2008

Tú estabas desnuda en mi cama, y tu cadera levantaba olas con las sábanas azules. La espalda a mi merced, y mis dedos de bestia te dibujaban líneas de caos sobre los hombros. No había ansia, ni miedo, ni fuerza, ni ganas. Solo el instante fugaz por el cual, de algún modo, se pierde hasta la pasión por la pasión. Estaba tranquilo, sin tiempo para el futuro. Tranquilo.

Hasta sin sueños, pienso, porque ya estoy viviendo por palabras, letra a letra. Y te olía entera, y te tuve en mi boca, y ahora, aún, cuando duermo, te sigo encontrando en la almohada, o al menos los restos de la vida que creamos ahí, por un instante en el que estuve en calma.

En el que ya no había nada, salvo invisibles líneas de fina locura inscritas en tu piel, tu nuca erizada. Los dos dentro del océano de mi cama, que encontró su génesis en el centro de tu ser, al final de tus piernas.

8/26/2008

La abuela dijo que el abuelo estaba chiflado, que ya no sabía bien por dónde le daba el aire y cosas de ese estilo. Sé que tenía algo de razón, porque momentos antes el abuelo nos dijo, a mí y a mi hermana, algo sobre unas mujeres árabes, o no sé si musulmanas, que iban por el barrio, arriba y abajo. Lo importante no eran ellas, sino que iban tapadas del todo, con la cara cubierta.

Lo dijo sin más, de sopetón, y sentí una especie de piedad extraña, a lo mejor el miedo al tiempo y una forma de ganar puntos para cuando a mí me pase lo que a él, si es que llego. Después siguieron hablando, entre viaje y viaje de la cuchara a la boca.

A continuación ocurrió algo que no sabría cómo describir. Después de habernos escuchado a mi madre y a mí hablar sobre el colchón nuevo que necesito, mi abuelo insistió en regalarme uno que tenía en una habitación. La abuela lo reprendió, ligeramente, y entre risas, cuando el abuelo fue a la cocina, dijo que estaba deseando deshacerse de ese colchón, venderlo o lo que fuera, pero que nadie hacía caso al abuelo... Y que nadie se lo haría. Ella, por su parte, dijo que le hacía duelo.

Y tiene que hacerlo, tantos años ahí, tantas navidades dando sueño a sus nietos... ¿Qué te queda cuando eres viejo? Así que, sin más, mi abuelo me dio un metro y me dijo que fuera con él a medir el colchón. No sabía muy bien cómo decirle que necesitaba uno nuevo, así que no lo hice, me callé y medí, y las distancias, la geometría o lo que fuera, me dio la razón y el motivo.

Es pequeño este colchón, abuelo, no me lo puedo llevar porque sobraría somier. Y me contestó que ya lo sabía, que el colchón era de ochenta. Salimos y le devolví el metro, y yo volví al sofá. Me quedé adormilado, pensando en cómo se desliga la mente poco a poco con los años, en los ligeros derrapes que desencadenan ciertos resbalones, con el vehículo de la razón dando bandazos.

Sí, me daba la impresión de que la abuela estaba en lo cierto, de que el abuelo perdía el rumbo por momentos, y me preocupó sobremanera tenerlo tan claro cuando, minutos después, la abuela le dijo a mi madre, con alguna lágrima en el rostro, que estuvo a punto de quemarse los ojos hace unos días.

Le di el bote de colirio al abuelo, - dijo - para que me echase las gotas en los ojos... Lo que no sabíamos ninguno de los dos, porque no nos dimos cuenta, es que le di este otro bote. Son parecidos, solo que del que me eché me lo recetó el médico para secar los callos y las durezas de la piel. No, no fue al médico... Dijo que ya iría, en un par de días, y tan solo nos hizo saber que estaba un poco preocupada porque ahora veía la mitad de lo que veía antes.

Desde la cocina el abuelo acababa con la vajilla, secándola como hacía siempre desde a saber cuántos años atrás, y me dio la sensación de que hay cosas que no pueden cambiar, porque entonces sí estaríamos totalmente perdidos...

8/21/2008

Aquí no hay imágenes, tan solo las que sea capaz de dibujar con todas las líneas que acudan a mis dedos. Aquí solo hay un tapiz blanco y moldeable, lleno de tiempo y sueños, donde cada cual podrá dejarse caer entre las sílabas de cada renglón, e ilusionarse con aquello que pueda encontrar que le toque el corazón.

Aquí es mayor la sensación de vacío, pero me siento mucho más seguro. Es cierto, tengo menos inquilinos, pero la fuerza que me invade siempre que retorno a este lugar es cuando menos imparable. Hace tres años que nació este lugar, y yo he ido de la mano con él.

Por su parte él me ha visto renacer, teclear torrentes de sensaciones que bien podrían llamarse amor; me ha visto dar pulsaciones a cada lágrima; también sonreír al dar despedidas casi eternas, y me ha recibido compartiendo mi júbilo cuando quedaba demostrado que esas despedidas no lo eran. Aunque solo fuera en sueños.

He de reconocer que se ha perdido una gran parte de mí. Ella lo sabe, y yo lo sé, aunque algo queda. Queda en los que se dejaron caer, en los que pasaron por ahí, en los que algún día volverán a ese otro lugar y dirán que ellos también tuvieron su oportunidad en ese sitio, que lo vieron vivo, compartiendo mis alas.

Ahora mismo me queda mi cerveza, los secretos que dejo aquí, casi evidentes, y una ligera puntita de tristeza. No merece la pena retornar a quien te silencia, y yo sé que debo quedarme aquí. En esta extraña, agridulce, soledad.

Mientras pienso que nunca había sentido tanto poder al ponerme tu anillo en mi dedo meñique, y que he escuchado a mi pecho recibir con anhelo la estrella celta que me regalaste. Aquí estamos todos estos millones de palabras y yo. Todo yo, que soy una tormenta.

Así que a quien se pierda y llegue... Bienvenido.

8/15/2008

- Crees que nos conocimos porque sí, sin saber que ocurriría. Y no hay duda que asome en ese razonamiento... Ahora bien, ninguno de los dos tendría modo de saber si acaso alguno supo en cierto momento algo más, y se movió de tal modo que hizo posible que nos cruzásemos el uno con el otro. Quiero decir que a lo mejor somos el presente retrospectivo de lo que se consideró más valioso para alguno de los dos en un momento futuro, y que ahora no comprendemos. Por supuesto solo en este nosotros, claro... Pero hay un punto que no me queda claro, si alguno de los dos eligió, o elegirá, que lo más apropiado es que nos encontrásemos, ¿cómo podríamos saber que somos libres? O, al menos, que estamos actuando de una manera totalmente voluntaria y natural.

- Qué más da todo eso, ¿no? Pueden obligarte a ir a un restaurante y forzarte a pedir determinado plato pero...

- Sí, no podrán hacer que coma de él si no quiero.

- Entonces ya está.

- Sí, ya está. Oye...

- Dime...

- Yo también.

8/01/2008

Puedo llamarte Yggdrasil porque tu saliva es savia de vida para mi dura corteza y mi rara esencia. Puedo llamarte Yggdrasil y no sé por qué no lo hago... Tal vez porque quiero que por ahora, en este sueño, etílico estupor, seas solo mía.

7/21/2008

Seguramente me decepcionaría saber que no estoy loco, que mi cabeza no funciona como el resto. Seguramente me vendría bien no ser, en una parte de mí, gran parte según ahora creo, tan pretencioso.

No hay manera de saber cuándo se ha cruzado, ni de saber cuándo lo han hecho los demás. Solo puedo quedarme pensando, como ayer, atrapado en el calor del coche de un amigo, yo sentado donde el copiloto, escuchando música, mientras él iba a por el ordenador de una amiga para arreglarlo.

Vi dos gatos entonces, juntos, uno negro y otro gris rayado, y pensé lo duro que sería para cualquiera de ellos que lo separasen del otro. Y me fijé en las ramas de los árboles, y en que apenas se movían, salvo por el aire que llamaba a tormenta y, al final, no dio nada.

Tan solo yo, sentado, ahí, sudando... Inspirando el olor del coche tan distinto después de que la chica hubiese entrado. Tan distinto al de mi amigo y mío. Solitario uno, escuchante y orador de voces el otro.

No sé por qué cojones estoy tan empeñado en vislumbrar sombras, en tocarlas con los dedos, en averiguar su forma... En hacerles el amor y saber si tiemblan, se emocionan y lloran. Para saber si comparten algo de mí entre ellas, o algo de cada una de ellas conmigo.

Con las ventanillas bajadas, el acelerón en segunda y la música sonando, la cosa cambió un poco. Él siguió en un silencio más fresco y yo, yo nada. Gritaban un poco más.

7/18/2008

Soy esa sombra de la inquietud, la figura melancólica, la misma nostalgia. No he fumado en mi vida, pero he hablado con más rubias de las que puedas imaginarte. También sé de divagaciones, de tonterías, de mirar a través de la ventana del autobús buscando al amor de tu vida, la chica en la parada, o apoyada contra la espera del hombrecillo verde, o corriendo el riesgo innecesario pero firmemente alentado por la vista: puedo cruzar, no viene nadie.

Sí, he hecho muchas de esas cosas. He visto llorar a los maniquíes cuando toda la gente pasa por delante de ellos sin verlos, en su macabra desnudez, con el alma de cartonpiedra expuesta en una vitrina de color y luz, de exaltación colectiva. Y he llorado con ellos por dentro.

No es fácil ser inspector de policía, y mucho menos con un hijo de puta como el comisario Carmona pegado a mis zapatillas. No llevo zapatos, no me gusta. Por muy bajo que sea el tacón que llevan siempre hacen un ruidito extraño al caminar, sobre todo cuando lo haces por baldosas. Mira, Enríquez, eres el jodido novato. No me caes mal, ni mucho menos, pero como vuelvas a abrir la bocaza para decir alguna gilipollez, te juro por Dios que tendrás un problema.

Hay trabajo ahí adentro, ¿te enteras? Tenemos a un chaval de tu edad, más o menos, con la cabeza abierta, enfundado en no sé cuántas capas de ropa en un día de verano como hoy. La casa está limpia, sus amigos tranquilos... ¿Te lo explicas? Yo tampoco. Entiendo que hayas vomitado y que pienses que no lo has hecho lo suficiente... Pero, créeme, o te impones a ti mismo o acabarás dejándote el esófago como esas lonchas de pechuga de pavo que venden en las tiendas y que la tele dice que no engordan.

Dicen que muchos de los nuestros ven sus fantasmas en el humo de un cigarro, por eso te he dicho que yo no he fumado en la vida... Porque desde siempre he tenido fantasmas. No me atormentan apenas, e incluso a veces me aconsejan... Les he hecho tanto caso que por eso soy casi como ellos.

Una sombra con una placa colgada del cuello y un boli en el bolsillo; un bloc lleno de notas y un montón de observaciones en la cabeza. ¿Sabes lo curioso? Ni el boli, ni el bloc, ni mis observaciones giran entorno a los informes, odio hacer la puta mierda de los informes. Carmona me tiene hasta los huevos con el protocolo y todas esas historias... En fin, podría decirse que con esto ya me he abierto a ti, ¿no? Espero que a partir de ahora dejes de dar por el culo con la psicología laboral, la terapéutica y lo que coño sea.

No te olvides de los maniquís, Enríquez, no lo hagas... Ellos son tu salvación. Imagínate desnudo, a la vista de todos, sin poder decir qué o quién eres, o lo que quieres ser... Pero no es tu caso, ¿verdad? Quiero que hagas algo. Lo primero es que ni se te ocurra darle un solo chivatazo al comisario; lo segundo es que lo que pasa entre nosotros y la investigación queda entre nosotros y ésta.

¿Ha quedado claro? Perfecto, límpiate la babilla y coge esto, es un caramelo, te arreglará ese veneno que tienes por aliento.

...


7/15/2008

Hace unos meses que lo vi. Desde entonces a esta parte ha cambiado mucho, ni siquiera es el mismo cuerpo como para decir que sí la misma persona. Hay algo que marcha distinto, que a mis ojos salta y éstos dicen que no es propio de él. Sin embargo hay algo que nos une, algo que nos hace iguales en el fondo aunque no en las formas. Somos conscientes de lo que significa autodestruirse.

Si me paro a pensar sobre ello puedo decir que la suya es una forma directa, visceral y rápida cuyos efectos y consecuencias se aprecian a corto plazo, le cuesta responder a veces y existen momentos de miradas perdidas y manifiestas incoherencias. En seis meses ha alterado toda su línea de existencia hacia un pozo de algo que es lo mismo que lo mío solo que desde un planteamiento totalmente opuesto.

Le gusta drogarse, envenenarse el cuerpo para que su espíritu conciba las limitaciones de lo humano. Puedo ver algo en él que lo hace distinto, aunque a veces se contradiga: tiene algo de ritual, de ceremonioso, como si fuera para él un sacramento que se celebra cuando se puede y que se añora cuando las campanas no llaman a la eucaristía, su particular eucaristía.

¿Y de mí? En cierto modo admiro su falta de narcisismo, su comprensión de la levedad, de lo efímero, pero no lo comparto. Podría decir que mi manera de autodestrucción, de catarsis porque, en cierto modo, todo consiste en estar lo más limpio posible, en saber vivir de un modo aséptico espiritualmente aun estando de mierda hasta el puto cuello, es más... No sé, sádica es la única palabra que se me ocurre.

Mi comprensión de la levedad, de la banalidad, es la misma que la suya pero con matices que la hacen mía y que nos hacen maravillosamente únicos. Yo me ensaño conmigo mismo en la misma pregunta de siempre, en ese vacío desolador que deja y que se lleva todo por delante y te hace decir lo que ya sabes pero que, después de todo, alimentas con un ya se verá. Eso es, y después, ¿qué?

Su historia tal vez nunca se escriba, y las mías posiblemente nunca se lean, pero puedo decir que él es igual a mí en la esencia más trágica de nuestras vidas. Los dos tenemos muy claro que no vamos a ser felices nunca, no nos engañamos diciéndonos que lo somos, o que lo seremos, sino simplemente nos dedicamos a hacer lo que creemos justo y merecido para con nosotros. Las vías de escape son variadas.

De pequeño, más que ahora, pensaba que destruir tu cuerpo de manera radical era un insulto, una blasfemia inspiradora de la más terrible de las cóleras... Ahora me doy cuenta de que en cierto modo sigo pensando así pero que, en realidad, no importa el destino tanto como lo aprendido durante el viaje. Siempre, en el fondo del alma, sabes adónde quieres llegar, o intentarlo al menos... Lo totalmente imprevisible es lo que ocurrirá en el camino.

Entonces él y yo acabaremos en el mismo puerto, en el mismo lugar pero en distinto plano si acaso, sabiendo que hemos luchado por purificarnos lo más posible, siendo lo más justos posible, tratando, al menos yo, de adquirir la mayor cantidad de sabiduría a mi alcance, aprendiendo.

Aunque nos engañemos diciendo que hay algo importante todavía, como los amigos y la familia... Los hay, y lo son, pero de un modo distinto: no debemos, bajo ningún concepto, utilizarlos para disfrazar lo que hemos descubierto en un momento u otro de nuestras vidas, sino para liberarnos a través de lo que nos ofrecen, y de lo que les retribuimos.

Lo más importante de todo es saber hacerlo bien, sin tragedias, sin ruidosos desmayos en los tablones del escenario ni sobresaltos en el patio de butacas; no, ni mucho menos, hay que hacerlo discretamente, con dulzura, saboreando la certeza de que cada momento es único en el sentido de que somos volátiles consciencias buscando la, no sé sabe todavía, utopía de la primigeneidad.

Quién sabe, igual estoy tan brutalmente equivocado que tal vez esté ya encaminado hacia la más absoluta, pura, pasional, auténtica, clara, y cambiante de las felicidades, con las contradicciones que esto último implica.

Es, y lo digo en serio, increíblemente ilusionante saber que se dispone de toda una vida para conseguirlo.

7/07/2008

Uno, dos... A corta distancia y se desequilibró desde sus cuartos traseros. Frente a ellos yo, y al que le descerrajé los dos tiros cojeaba de una manera brutal, y algo le colgaba desde el vientre. Lo destrocé y sufría, gritaba, gemía.

La otra bestia, el otro animal, posiblemente su madre, me observó desde sus ojos abisales de incompresión y en sus pupilas vi la mirada más humana con la que he podido encontrarme. ¿Por qué?, me dijo desde su pureza primigenia. Escuché su voz en mi cabeza, y la respuesta la di al temblar desde los tuétanos.

Con movimientos de furia y rabia arrastró con sus fauces a su compañero, o hijo, o lo que dios quiera que fuera, mientras yo miraba lo que había creado tan solo por querer impresionar a mi padre. Un padre que solo me dejaba leer en los gestos que me dedicaba que yo no comprendía nada. Y así era...

¿Por qué lo hice? ¿Cuál era la necesidad? ¿El beneplácito del progenitor? ¿La gloria temporal por ser un camarada entre los hombres de la comunidad? Todavía lo ignoro. Todas las tardes salgo al lugar donde ocurrió aquello, y siempre que llego veo la sangre brotando como un manantial, dibujando en el suelo tulipanes sea la estación que sea.

La memoria no perdona... Y me parece justo que así sea. Aquí llevo, colgado de mi cuello, un pedazo del colmillo de aquel animal, que lavé de barro y sangre inmediatamente después de recogerlo del suelo. Se revolvió con tanta fuerza la bestia que se lo partió contra una piedra.

Lo único que deseo es poder pedirle perdón a la que dejé viva, a la que no me atreví a disparar, a la que no pude, a la que no quise porque no debía, porque desde el principio no debía haberlo hecho. Porque era evidente que sufriría al hacerlo. Que sufriríamos.

Me equivoqué, y ahora espero algún día ser redimido. Espero que sea suficiente poder ver a esa criatura y decirle que he comprendido que los bienes de la tierra no se nos ofrecen por el triunfo personal ni por el beneficio propio.

Todas las noches froto este colmillo con un paño en el que enjuago lágrimas, donde bailan las letras de una disculpa. Por eso brilla tanto... Por eso no olvido, por eso quiero encontrar a quien de veras le pertenece.

Nunca podréis imaginar el sonido de mi vida al impactar contra el suelo cuando vi cómo arrastraba con esa determinación el cuerpo de su compañero ya casi muerto...

7/04/2008

Resulta que tal vez no quiera ser el vestidor que adecue en presencia a los oportunistas que quieran hacer de las suyas las putas más codiciadas. Que a lo mejor no quiere ser la causante de mal amor y doloroso olvido en el escaparate que da a la calle y desde donde enseña sus discretos encantos, escondidos tesoros a los ojos, que desde el rincón oscuro ven la luz que alumbra a los advenedizos.

Igual no quiere ser la diosa aparente y hermosa, la ninfa amable y presumida que todos creen ver en los pedazos más sobados de su esencia.

Puede que yo tenga razón y que disfrute siendo el infierno con miradores de lujo hacia la gloria de las nubes, de las noches en calma o las mañanas de tormenta. Quizás no me equivoque y encuentre su razón de ser en que alguien se vuelva un crápula y reviente todo lo que manda, lo que está de moda, y se cargue las tendencias, para conseguir que los hombres encuentren sueños en lo diario.

Porque a lo mejor no está para ser un lujo de unos cuantos sino el patrimonio de muchos, para que gracias a la inmortalidad de su espíritu no se deteriore la memoria que crea a todo un pueblo, para que desde ahí se sepa encontrar la manera de dar con la magia de reconocer a ésta hasta en lo más adverso.

Y no para engañarnos, ni para decirnos tomad una tierra prometida que ha sido engendrada por otros cuando me violaron, sin que yo pudiese hacer nada porque, después de todo, fui creada por los hombres.

No quiero un Edén sin sacrificio, no quiero artificios, ni paja sino trigo. No me parece justo que sea así... Que no nos ayudemos de ella para ayudarnos.

Me duele sentir que ya no es ese vestidor para egos inflamados de vanidad, ni el maquillaje para los próximas concubinas de las listas de éxitos o los más vendidos sino que buscan convertirla en la reina del casposo burdel del intelectualismo... Me duele saber que le hayan roto por dentro.

Pero, por suerte, aún hay locos que ven en ella lo que yo. La llave para aprender a avanzar por muy empinado que sea el terreno, por muy duras que resulten las frases, las palabras, del mensaje que alguno de esos del inicio de este párrafo quiera transmitir.

No... No me parece justo que se le esté perdiendo el respeto a la diosa de los que se nutren de palabras, de sensaciones, del propio mundo y de cuanto los rodea hasta que se les entumecen las entrañas.

Los que lloran cuando reconocen en lo que leen lo que bien podría ser una epístola hacia ellos mismos desde el puerto de ninguna parte, los que sonríen cuando hacen suspirar, los que no pueden dormir sin llevarse al menos una página al espíritu antes de acostarse.

La literatura no vale nada sin la definición de ser humano y todo lo que ésta implica: la oscilación constante desde la vergüenza hasta la increíble maravilla.

6/23/2008

Hoy sus paredes de piedra vieja brillaban. Estaban distintas, y su olor también. Los pasillos silenciosos me han recordado al primer día que estuve ahí. Hoy me he marchado. Un momento notablemente distinto, esta vez ha habido gente amiga a mi alrededor.

El jardín brotado, la tarde tibia, algún nubarrón de fondo y un coche repleto de bártulos y el buche lleno de maletas.

Hoy me he ido hacia lo que quiero, hacia mi único modo de demostrar si valgo o no. Y, para bien o para mal, no hay marcha atrás. ¿Está mi devenir en el seno de las palabras? ¿Está mi camino junto a su madre Literatura?

Esperanzador y temible es a su vez el momento de la respuesta. Por ahora solo puedo decir que hoy la residencia parecía una amante nueva, llorosa y musitante, cuando la he visto desde mis ojos. No me ha temblado nada, ni los labios ni el alma. La he sonreído desde el patio, y desde dentro del coche solo he mirado hacia adelante.

La brisa tibia me lame el cuerpo, y hay sombras de nubes grises desde mi ventana. Huele de maravilla, y solo puedo pensar en una cosa. Nazco a partir de hoy.

6/21/2008

Desde su metro sesenta me pidió fuego. Me dijo, "disculpa, ¿tienes fuego?" con ese tono tan peculiar y cantarín. Le dije que no, que no fumo, y desde su piel aceitunada percibí un endurecimiento de su rostro. Un rostro curtido, con surcos de esfuerzo y experiencia que lo apoyaban desde la mirada. Me repitió, algo seco, que lo disculpase.

Ante la posibilidad de que hubiese creído que no quería ni que se acercase a mí, quise dejarlo claro, le hice ver que no quería ser descortés, sino que simplemente no fumaba, que no fumo, de hecho. Le dije que tal vez el hombre de la gorra torcida que había en el banco, como un general sacado de una foto de la segunda guerra mundial o algo por el estilo, tuviese fuego.

Siguió mis indicaciones con el cigarro rubio en la boca, el filtro humedecido por el ansia de la nicotina en sangre, y tuvo suerte. El hombre, sin amago de incomodidad, le tendió la mano con un mechero en ella. No le dio el mechero para que se lo encendiera él, qué va, le encendió el cigarro. Oí cómo el hombre se despedía con un "muchas gracias, muy amable", y volvía hacia mí.

Ocurrió lo que más temía, que se pusiese a hablar conmigo. No me gusta que eso ocurra, al principio me incomoda, me asusta, me da miedo que la gente crea que puede entrar cuando le dé la gana. Me gusta más abrir mi puerta, asomarme, y elegir si permito el paso o no... Esto último sobre todo con las chicas. De todos modos me habló, y me preguntó que adónde me dirigía.

Estábamos en la estación de autobuses, en Soria, y la bestia mecánica ya ronroneaba a dos palmos de nuestras caras. A Zaragoza, le dije. "¿No me diga?", sí señor, a Zaragoza. Yo viví ahí durante tres años y medio. "¿En qué barrio?", en San José, me dijo, tras soltar un ah algo cargado de nostalgia. Con las estrecheces de ese barrio, que contrastan con inmensas avenidas. ¿Se puede tener nostalgia de algo así?

Me contó que estaba de fiesta. Que trabajaba en una empresa de aerogeneradores. Se conocía el nombre de todas las empresas en las que trabajó, de todos los pueblos, como si eso fuese una prueba irrefutable de prestigio, de merecido respeto. No las conocía, solo la Opel, donde trabajó hace unos años.

"¿Y es duro trabajar en los molinos?" No, me contestó. El trabajo en sí no es duro, pero sí la constancia. Debo trabajar, continuó, veintiún días seguidos para conseguir siete de fiesta. Sin feriados, sin domingos ni festivos. Nada. Eso es lo duro.

Cuando me comentó lo de la Opel le dije que eso sí era fuerte, y reconoció que trabajar en cadena siempre es muy sufrido. Aunque había algo más, algo más allá que hacía las cosas un poco más difíciles al mismo tiempo que les daba un sentido por el cual todo era más llevadero.

"Solo me quedan unos papeles. Unos papelitos, no más. Estoy buscando la reunificación familiar." Entendí lo que era, pero aun así me explicó: "quiero traer a mi esposa y a mi hija." La pregunta fue inevitable. "¿Desde dónde?" Desde Perú, me dijo, y Lima se me antojó como un puntito remotísimo en una galaxia totalmente ajena al mundo que rodea Soria. "Joder, qué lejos." Sí, rió, está muy lejos.

Pero no parecía amilanado. Estaba convencido de que su viaje a Ágreda tendría sentido si así conseguía asegurar algo para su familia. Laboraba, como dijo, ahí. De repente me miró de manera extraña y me dijo algo que me dejó en el sitio. No por lo que dijo, sino por lo que vi que representaba el hecho de decirlo.

"Los españoles... Quiero decir, algunos de ustedes piensan que nosotros venimos aquí a robaros el trabajo..." Me quedé de piedra, pero enseguida sonreí. "No, en cualquier lugar cualquiera que quiere trabajar, trabaja."

El conductor llamó a subir a los pasajeros. Se despidió de mí llamándome colega, y nunca sabré su nombre. Ni él el mío. En un mundo anónimo, las vidas no tienen nombre... Y no hace falta que lo tengan.

6/16/2008

Una cuesta arriba que subir hasta llegar a la cumbre, donde te espera una habitación donde hacer escala. A sus pies una colilla de tabaco negro con marcas de carmín. Unas marcas de carmín que han quedado impresas por unos labios fruncidos, unos labios que alguna vez debieron ser amados.

Un trozo de canción, una hora para sentir miedo, el nombre de una librería y el escaparate de cristal transparente donde me busco todos los días cuando paso por delante. Me busco en el tiempo, y ahora no veo nada. Solo mi rostro, un rostro para estar triste un rato, para sonreír más tarde.

Una acera herida, con los adoquines partidos en el canto, y la carretera a su lado lamiendo la herida seca, porque los ladrillos no sangran. Pero el tiempo los hiere igual. Un tiempo para sentirse feliz, algún instante para padecer las angustias propias y las de otros.

Un camino viejo, con los árboles a los lados, un ruido lejano, una oportunidad para lanzarse a volar. Un hueco para sonreír, una estufa preparada, una ventana abierta al corazón del mundo de par en par. Una locura nueva, una vieja genialidad. ¿Un genio? Un hombre, un hombre que pasa por delante del escaparete de una librería, después de haber visto una colilla de tabaco negro con marcas de carmín, tras haber bajado esa cuesta.

Una cuesta que se ha vuelto hacia abajo. Un niño pequeño, una madre que lo agarra. Un punto para pensar en lo que fui, la ocasión para saber qué quiero ser. Las calles de siempre, las avenidas de nunca es suficiente, de vuelve una vez más, las paredes de ¿me quisiste alguna vez? O la farola de si aquello que me dijiste era de verdad.

Un secreto, aquel de si era cierto si me quieres. ¿Lo es? Una duda razonable, un abismo hacia el vacío, la fórmula para que me rescates tendiéndome tu sonrisa. Una salvación en el último momento, un milagro, las lágrimas de años atrás, los meses turbulentos, la espiral de remordimiento absurdo en el almacén del corazón. Me punzaba el estómago, un castigo autoasumido, al final la única vía para la recuperación fue plantar cara.

Una cuartilla de papel donde nací por segunda vez, un soporte digital donde muero siempre que vuelvo. Un retorno para jugar a lo de siempre, lo de siempre son las palabras. Las palabras de las mismas avenidas de nunca es suficiente, las mismas calles donde encontré un reino para llorar. Las baldosas alternas, cada dos azules no sé cuántas blancas, que me vieron abrazar y no abrazarte.

Un cuarto de vuelta de reloj desde que salgo a buscarte hasta que te encuentro, un cielo eternamente igual para unos ojos únicamente inquietos que siempre lo hallan diferente. Una montaña al final del recorrido más allá de mi ventana, mi frontera entre yo y el mundo.

Una imagen, la de cuando lo vi salir del portal por última vez, un portal que está al lado de esas baldosas alternas de colores, dos azules cada no sé cuántas blancas, que dan a algunos cantos partidos de la acera, donde no hay sangre pero el asfalto lame la herida.

Un tapiz, un inmenso rompecabezas, un sueño, un remiendo en las ropas de mi vida. Una noche sin ti, todas las que pueda contigo, en el colchón de ya no puedo con tanta ansia, y el suelo helado de es la primera vez que os veo tan de cerca, el que dice que nunca tuvo tanto calor.

Una ironía... Un viaje, un éxito, un traspiés, otro fracaso. El espejo de siempre dices que eres igual pero nunca resultas el mismo. Mi cuerpo desnudo, la madrugada adolescente, la ciudad suspendida bajo su propio progreso.

Un suspiro de alivio, un cajón de esperanza. Otra locura, otra más de nunca nos conocerás a todas, y esas todas que están enamoradas de que las piense. Pensar... Pensando en nada.

- ¿Entonces no las tienen motorizadas?

- No. Como ya le he dicho solo disponemos de sillas de propulsión manual. Se manejan muy bien y son realmente ligeras... - Me enseñó unas manos de alambre envuelto en pellejo, tan nudosas que eran de sarmiento viejo, y me miró preguntándome qué podía empujar o sostener con ellas -. Bueno, de todos modos es mejor que venga alguien para que la ayude, para que la empuje y no tenga que estar usted dándose impulso y haciendo fuerza...

Me contestó con los ojos nubosos, como si estuvieran en borrasca y se acercase la lluvia de la certidumbre.

- No... No tengo a nadie que me acompañe. No tengo a nadie que me empuje... Ya veré cómo lo hago.

Era cierto, ¿qué podía empujar o sostener con esas manos? Si la vida ya las había envuelto en pergamino hacía tiempo, y el hecho de alimentar un sueño habría acabado por quebrarlas.

6/12/2008

Voy a marcharme, antes o después. Tras este tiempo he descubierto hacia dónde me dirijo, hacia dónde quiero que me guíen mis pasos. Pienso que, pese a todo, no hay manera ni modo por el que no pueda hacer desde ya mismo lo que creo que me convertirá en alguien feliz. Nada, me parece a mí, podrá apartarme del recorrido que he escogido.

Porque lo he escogido yo y eso es lo más importante, y porque sin todas las equivocaciones que he ido acumulando durante todo este tiempo, un par de años atrás e incluso alguno más, no estaría ya tan próximo de protagonizar el acierto más contundente de toda mi vida. He tenido varios, pero este es el que me va a dejar embarcado en las aguas agresivas, virulentas e inciertas del porvenir y, además, me va a dar la oportunidad de remar hacia un mar impredecible.

Habrá de todo durante el periplo, y también al llegar veré cuanto quiera ver. Al final resulta que solo se encuentra lo que se busca, y que dependiendo de lo que quieras ver modificarás lo que tus ojos te regalen. No es idealista, es así.

Hay que fallar, y no una ni dos veces, sino varias. Las necesarias hasta saber dónde está el problema, cómo afrontarlo. No sé por qué pero si pienso en dónde me encuentro ahora, en vísperas de boda con mi futuro y en eterno noviazgo con mi presente, recibo una oleada de tranquilidad y seguridad que no sentía desde hacía mucho tiempo. De hecho puede que nunca haya sentido antes este aplomo, esta determinación, este saber lo que estoy haciendo.

He encontrado cosas importantes hasta que he dado con la senda que mis pies buscaban y que yo, sordo de alma, no supe escuchar de quién decían que recibían guía. De hecho, estoy seguro de que esto no ha sido un extravío sino un desvío necesario. He conocido paisajes de todo tipo en este largo paseo.

Uno, en concreto, que siempre será sinónimo de arte. Lo he visto derramar angustias desde sus ojos, y lo he visto reír. Temblar, temer por sí y seguir. Supongo que nunca podrá librarse de esa fuerza especial y particular que lo hace estar vinculado con su sensibilidad a lo más hermoso dentro de lo mundano, de lo que parece trivial. Su habilidad reside en encontrar maravillas hasta en los cardos de su propio camino, de saber atrapar los destellos de una mano mágica y fugaz que deja un rastro que ni sus ojos, ni los ojos de sus ojos, dejaban escapar. Y así es, y será, atrapándolo todo, la luz, los colores y las formas, las perspectivas que serán también las suyas. A ese paisaje solo lo podré llamar Paula.

Por extraño que parezca, al lado de Paula hay otro lugar. Es extraño, y a veces resulta incluso siniestro, cerrado e inescrutable. Digamos que es tímido, pero desde las capas de magma de su forma de ser, a veces aparecen relámpagos de luz blanca. Suele sonreír. Este rasgo, junto con su habitual quietud y calma, es el que lo define. Me recuerda a un volcán. Nunca sabes cuándo va a estallar de verdad, con la fuerza imparable de sus entrañas, de su visceralidad y su pasión. Digamos que incluso es hasta traicionero en ciertos aspectos, y que en sus gestos guarda secretos que solo él conoce. Igual que un volcán la lava de su corazón. Al volcán lo llamo María.

En la estrechez del camino he podido ver muchas cosas, además del volcán y el precioso y delicado paisaje. Con su curiosidad y su minúscula anatomía se ha ido recorriendo todos los lugares que ha podido alcanzar. Ha hecho reír al volcán y al paisaje. Ha compartido horas con ellos, conmigo también. Desde su pequeñez, en sus ojos se observan luces de pillería y arrojo. El pequeño hurón ve el mundo desde abajo, pero lo mira a la cara. También lo vi llorar, como al paisaje, y temblar de rabia o suspirar melancólico. El hurón, disciplinado y organizado, acumula un talento especial para el estudio. Siempre sabe qué tiene que hacer, adónde ha de ir, y en raras ocasiones lo he visto dudar. Lo cierto es que ha compartido más tiempo con el paisaje y el volcán, pero aun así no quedan lugares para la posibilidad de la incertidumbre. El huroncito podría bien ser, por su dedicación y la seriedad con la que se pone manos a la obra, una enorme criatura, pero eso le impediría corretear con su risa por donde le apetezca. Además, no le hace falta, ya es grande. El hurón se llama Laura y una vez, en el cine, durante una película horrible, se durmió sobre mi hombro izquierdo.

El hurón también se marcha, a seguir su camino de caminos, para llegar hasta horizontes lejanos pero tangibles. El volcán permanece, y el hermosísimo paisaje, lleno de sensibilidad, se queda con él, compartiendo distancias, que en este sendero se miden por tiempo, y a lo mejor un destino.

No obstante habrá, en la memoria de este niño raro y soñador, un hueco enorme para los increíbles lugares y criaturas que ha conocido. No siempre se puede besar en la mejilla a un volcán, ni abrazar a un paisaje con algo más que con los ojos. Ni robarle sonrisas a un hurón.

El niño se marcha, pero no abandona, y puede que algún día, mientras navega por las aguas embravecidas de este río que lo espera, deje mayor constancia de lo que ha descubierto en este año. Mayor constancia y, con suerte, más digna.

6/09/2008

Por ahora tengo lo que tengo, lo que he conseguido, y de algún modo u otro me servirá, me será útil. No voy a estar otro año aquí, pues he encontrado el destino a mi trayecto. Lo descubrí al tiempo de haber llegado, pero no puedo decir después de instalarme porque eso nunca ha terminado por suceder. He estado entre dos puntos que han sido los límites de una columna vertebral sobre la que se fundamenta mi tiempo.

A lo mejor no apruebo todas las asignaturas, pero tampoco será un drama. Conseguiré créditos que, de un modo u otro, tendrán una finalidad en el tiempo venidero. No importa lo que ocurra pues he decidido hasta dónde quiero llegar, y ahora solo me queda lo mejor de todo: trazar el camino.

Lo que se descubre, siempre, es el destino. Siempre sabes adónde quieres llegar cuando inicias un viaje, a no ser que se prefiera errar y deambular por el placer de sentir que el tiempo es un lujo que también puede ser empleado de ese modo, pero nunca conoces cómo va a ser dicha travesía, cómo va a desarrollarse. El mío empezó hace unos meses, pero como quien dice estoy aún con el equipaje a medias.

Siempre que viajo llevo una mochila a la espalda de la que no me desprendo nunca, ahora lleva ciertos pesos con nombres como miedo, porque puede que esté a punto de decepcionar a algunas personas, peligro, porque es posible que esté caminando al borde de un precipicio, angustia, porque cualquiera puede resbalar...

Sin embargo no solo están esas. También hay hueco a más palabras, sonrisa, por ejemplo. Porque si sabes qué es lo que quieres conseguir y tienes, más o menos, las ideas claras sobre el medio de transporte a utilizar puedes hacerte una aproximada ruta de evolución. Que, por supuesto, puede alterarse según las circunstancias. Veo otra que me gusta mucho y dice emoción, y es que me hace sentir un tanto loco eso de quererme dedicar a las letras por completo, a la escritura en particular. Aprender es un verbo que figura como protagonista en mi mochila, nunca podré desprenderme de él, y bendita mi suerte. Luego encuentro paradojas como por ejemplo tensión y calma. Tensión porque no sé cómo va a suceder, y calma porque sé qué es lo que quiero. Dependiendo de mi estado de ánimo hay días que la mochila pesa más o menos, aunque por lo general suele estar equilibrada.

Lo cierto es que si pienso que todo cuanto estoy haciendo, tanto mis inesperados aciertos como mis maestras equivocaciones, tiene un sentido, puedo relajarme y pensar que no importa que esté caminando sobre la cuerda floja. Si en realidad hay mucho más, y se sabe, que no todo es así o asá, que hay intervalos, puntos, que sobre todo no hay límites para el espíritu.

Todo se vuelve mucho más fácil así, si buscas encontrar una oportunidad para algo provechoso. Siempre la hay, hasta en la más roja de las tragedias. Y todo resulta mucho más estimulante cuando sabes que tienes un aliento para tu boca cuando el tuyo se seque en los labios, que hay un estómago redondo, blando y carnoso que no dejará de darte calor. O un alma ajena y propia, a la vez, que pasará hambre cuando a mí me duelan hasta las mandíbulas de llorar, o mis dientes rechinen poemas de rabia.

El mundo se vuelve distinto si te paras a pensar en el milagro de la lluvia, no en la lluvia en sí sino en el porqué de la lluvia. En que algo en algún momento se hizo de un modo que desencadenó toda una suerte de privilegios y de motivos por los que el hoy cobra sentido y fuerza. Seguramente si volviésemos en el tiempo a la primera vez que llovió, con los ajustes necesarios en nuestra mente, nos preguntaríamos "y esto, ¿para qué sirve?". Cada cosa tiene un lugar en el tiempo, y eso es algo cierto que todos hemos experimentado alguna vez, por eso calma.

Aunque a veces metas la mano en el zurrón y apenas puedas moverla porque sobre ella caen pesados bártulos de temibles palabras y peores pensamientos que se nos figuran como consecuencias. A pesar de eso, alivia.

Y no es necesario recurrir a ningún dios, es tan sencillo como dejarse llevar por la sabiduría común de la que se desprende que cada decisión y acto al que damos vida en el presente será el embrión de un resultado en un futuro y que, de hecho, esas decisiones presentes y sus actos son la criatura desarrollada de una pequeña célula en el pasado. Así podríamos seguir hasta el principio de los tiempos, aunque se me plantearía una duda... ¿Principio?

Estoy seguro de que entonces volvería al milagro de la lluvia, riñendo con el escozor de mis angustias, pasaría por el olor de mi lengua que sabe al aliento de quien a toda costa me apoya y cree en mí y, por último, acabaría retornando a lo de siempre. Mis pequeñas y mágicas criaturas, con las que trato de entenderme al máximo, para agradecerles que me comprendan de esta manera que solo ellas y yo sabemos, y que me ayudan en mis esfuerzos por levantar mundos de donde al principio no hay nada, o apenas nada, un soplo de aire, una tierra movida y húmeda esperando las raíces de una idea.

Esperando abono de palabras.

6/04/2008

No sabía si dormía o pensaba muy relajadamente. Nunca puedo saberlo en esa situación. Cuando me despierto, suponiendo que he dormido, me hago siempre la misma pregunta. ¿Había dormido o había estado pensando muy relajadamente?

Al abrir los ojos me he preguntado qué hacíamos ahí, y he pensado que tal vez estaba dejando hueco a los camiones. Pero solo ha pasado uno. ¿Entonces? No conocía el paisaje, no si lo relacionaba con una parada. Nunca antes se había detenido en ese punto.

Siempre que el autobús para salgo de ese estado de media consciencia. Y siempre suelo ver lo mismo, porque siempre, siempre, se detiene en los mismos lugares. Pero hoy no. ¿Qué pasa? Me he preguntado, ¿por qué se para aquí?

Mis ojos, antes de que pudiera formular otra hipótesis, han visto a una anciana que bajaba del autobús. Por su gesto en el rostro supongo que le ha dado las gracias al conductor, sin mucho alarde ni adorno, y sin más se ha echado al camino.

Una senda ancha, polvorienta y seca, con ese color mezcla de trigo y ladrillo se vestía de gala con los pasos de la mujer. Un caminante hacía tanto, ¿cuánto?, el suelo no podía recordar. El suelo no tiene memoria, siempre ama los pies que lo transitan. No distingue de odio o amor, de guerra o de paz. El suelo vibra, y vive solo en sus constancias.

Con su traje granate y un pequeño bolso en su brazo izquierdo, la mujer, ya vieja, le ha dado la espalda al autocar. Por un momento he visto a todos los relojes andar de espaldas, tanto y tan rápido que me he sentido como si fuera parte del futuro y no del presente. Y ella, con sus pasos expertos de consciencia y torpes de tiempo, se ha ido alejando.

Cada vez se tiraba más hacia la derecha, como si padeciese algún defecto en la cadera. Luego he pensado que podría ser la costumbre de cuando su madre, o su padre, o sus abuelos le recordaban que entrase siempre por un camino hacia la diestra, para evitar que los coches tirados por burros, mulos, o caballos en las familias más pudientes, la arroyaran. Cuando era niña.

La he visto deshacerse de todo lo que implican las miles de vueltas de un minutero, la he visto marchar. Escuhándola agradecer al chófer el ahorro de trayecto, y la he oído decir al cielo de junio, a los chopos y al agua que respira entre las yerbas, que estaba ahí, vieja y cansada, tal vez, pero que estaba ahí.

Y juro por dios que ahora me parece sentir al camino llorar. De emoción y gracias. Esforzándose en ser amable, ofreciendo una temperatura soportable a su paseante. ¿Adónde vas? No me importa. Adonde sea, pero respírame en cada metro, deja que me enamore de tu cuerpo a cada paso.

Ha vuelto a arrancar el autobús, he cerrado los ojos de nuevo y he vuelto a pensar muy relajadamente. El camino, noble en su eternidad, se ha convertido en una delicada cicatriz entre dos lomas verdes y la anciana, circunstancialmente elegante, en una mancha de vino tinto sobre un tapiz azul con nubes.


5/31/2008

Los relámpagos, silenciosos al principio, van reclamando al viento que traiga la voz grave y abrupta. Las nubes preparan su danza lacrimosa, y el salvajismo furibundo del elemento se acerca. Se arremolina entre las calles, los edificios, y las hojas de los árboles la premonición de la libertad de la tierra.

Tal vez sea una falsa alarma, pero en casa el perro busca refugio a toda prisa. Los animales no han perdido la conexión, saben que no se equivocan, que los destellos que alumbran las nubes de neón hablan con elocuencia. El trueno solo es el testimonio de fe.

Me recorre la espalda desnuda el amante incansable, sigiloso, discreto y voraz en su seducción, de las hierbas bajas y los troncos ajados. A lo lejos se parte una porción del tapiz nocturno en una línea irregular. Como el tiempo que nos toca, como las sombras trémulas que proyecta un candil.

Esperaré la lluvia mientras leo... Mientras apaciguo, o alargo, las ganas de hacer tempestades con nuestros cuerpos. Esperaré la lluvia mientras sueño y, a lo mejor, te encuentro ahí empapada como yo.

Merece la pena pedir tregua a la cerveza solo por eso. Por poder dormir un poco, y buscarte desnuda en otro mundo.

5/30/2008

No cenó, tomó un vaso de leche mientras veía la televisión. Momentos después de acabar, tanto su vaso de leche como el programa de telivisión que se enganchó a ver, pensó en lo bien que se estaba suspendido en esa inactividad. Las zapatillas de estar por casa se le habían caído, y los pies descalzos retozaban con el protector del tapizado del sofá. Era una sensación agradable, de frío y calor al mismo tiempo.

Se estiró, apagó la tele y se llevó el vaso vacío con restos de cacao, en realidad era una taza roja con un ratón blanco dibujado, y los papeles de las madalenas hacia la cocina. Cada cual tenía un destino ya fijado, el suyo era irse a dormir. Entró a la cocina sin encender la luz, llevaba varios minutos, posiblemente horas, caminando entre sombras. Profundas y oscuras existencias que gritaban sordas en sus oídos. Pero la sangre no le hervía, tenía decidido qué era lo que iba a hacer. Acabaría de leer el libro que tenía esperándolo en la almohada de su cama y, después, se dormiría.

Antes de irse a su cuarto se metió en el baño. No lo tenía pensado, pero decidió que masturbarse antes de dormir era, siempre, una agradable y recomendable práctica. Sin embargo algo lo distrajo de su plan. Ahí estaban, discretas, con sus agarres negros y redondeados de plástico duro y sus hojas brillantes, cromadas casi, que reflejaban la determinación de su existencia.

Las cogió contemplándolas, y las acercó a su piel como para preguntarles desde ella. Al principio no ocurrió nada, pero luego lo hizo. Separó sus dedos pulgar e índice de la mano derecha, y luego los cerró de nuevo. Nada. Pero porque no estaba lo suficientemente decidido ni lo necesariamente próximo al objetivo. Se preguntó a sí mismo si tenía miedo de algo, y se sorprendió al emitir un rotundo no.

Se dejó llevar. Se olvidó del libro que tenía por leer, de la hora que era, de que debía irse a dormir, de que podía estar arriesgando demasiado. Al principio lo sedujo el sonido corto, repentino, que representaba algo muy claro. No hay marcha atrás, si lo haces, lo habrás hecho... Por un instante pensó en si debía arriesgarse, podía írsele la mano, resbalar de la cuerda de funambulista sobre la que se desplazaba.

Comenzó a saltar sobre sus pensamientos. Tenía la mente dolorida y el corazón dolido. No comprendía o, según pensaba, sí lo hacía y era eso lo que laceraba su consciencia. Ya no tenía importancia. Acercó las bellas tijeras hacia sí y empezó a cortar. No dolía, no había ningún tipo de dolor, y el sonido era exquisito. Al principio lo hizo con mucha calma, muy despacio, pues no estaba seguro de lo que estaba haciendo.

Podía estar jugando con fuego. Volvió a preguntarse a sí mismo si acaso no era todo una rabieta estúpida. Si merecía arriesgarse a cambiar su imagen tan solo por considerar que la vida era leve y sencilla, un paso a otro lugar en el que aprender montones de cosas de las cuales, la mayoría, acabarían para olvidarse. ¿De qué sirve la estética, entonces, si la carne se pudrirá antes o después? ¿Acaso se piensa, aprende y memoriza con la armonía de los rasgos faciales?

Volvió a cortar. Cuando aparecieron las primeras gotas de sangre se dijo que había ido demasiado lejos, que no tenía que estar haciendo eso, que podía estar aproximándose al desastre... Se miró a los ojos, desde el espejo que le devolvió sus iris de ámbar claro, y se dijo por qué lo hacía. Para demostrar que soy capaz de hacer locuras. Locuras que, además, pueden ser una estupidez.

Las cuchillas de la tijera bailaban sobre su piel, amaban su carne, y en la mente del chico empezó a sonar El Danubio Azul. Era un ritmo perfecto para el cortejo que estaba presenciando. Lo dirigía él, él era la mano que escribía lo que habría de pasar al instante siguiente. Otra lágrima de amapola sembró su piel, pero ya no había dolor. Estaba claro que no había que detenerse, ya había empezado, y no habría otro final que el que decidiese. Y ya lo había escrito.

Le picaban los brazos, y también la cara. Estaba dejando un rastro esclarecedor de lo que estaba haciendo, pero solo podía estar él en el baño. El cerrojo estaba echado, y nadie se iba a atrever a molestarlo. Ni siquiera su madre, que se moría de sueño, ni por supuesto su hermana, que dormía desde hacía rato.

¿Qué pasará cuando vean los demás lo que has hecho? Nada. Fue tajante consigo mismo. No había problema alguno, el cambio estaba hecho, y así seguiría, hasta perfeccionar su obra. Continuó sin vacilar. No tenía que esconder nada. Había querido probar y ahí estaba, experimentando, realizando gestos meticulosos y precisos. Descubriendo habilidades que ignoraba.

Lo mejor de todo, pensó, es que podía ir limpiándose a sí mismo. Desechar toda la basura acumulada en su mente, limpiarse de miedo. Cada gota de sangre que se dibujaba en su piel era un recordatorio ejemplar. La sorpresa inicial del corte provoca el escozor, pero si te das cuenta y piensas que es solo eso, un corte, el dolor desaparece o, al menos, cambia de bando y no te hiere. Descubrió que nunca había estado tan concentrado como ahora. En el espejo se veía serio y noblemente armado de resolución.

No habría nada que ocultar, no habría preguntas que responder. Estaba limpio, totalmente limpio, aunque temblaba ligeramente. A pesar de todo el tiempo que había dedicado a lo que acababa de hacer, aún podía ver alguna imperfección. No importa, se dijo, no importa.

Nunca antes una primera experiencia le había resultado tan excitante, satisfactoria y enriquecedora. Cogió papel higiénico y limpió todo lo que había salido por fuera de la pila del lavabo. Estaba un poco mareado. La luz le había estado entrando directamente a sus pupilas, vertiéndose como mercurio sobre un pozo oscuro e infinito. Además había habido algún que otro momento de tensión. También alguna de esas sorpresas de las que hablaba antes.

Lo limpió todo para no dejar rastros. Solo el resultado sería la manifestación de sus inicios. Era la primera vez que lo hacía, y lo había hecho bien. Todo había salido perfecto, en resumen. Se deshizo de su camiseta. Había algo en ella que le pinchaba, era molesto, le provocaba picor en la piel. Se lavó la cara, se refrescó, y luego se secó con una toalla que le trajo olores a infancia. Aprovechó para zambullirse de nuevo en la tela, y también percibió otros aromas. Olor a paja, como la de los campos del pueblo, y a una ligerísima humedad que tenía ese toque característico.

Cuando se dijo que ya era suficiente se sentó en el váter. Recordó a qué había ido, y cumplió su plan.

Al terminar volvió a limpiarlo todo, se lavó las manos, la cara de nuevo, y se miró. Estaba inspeccionándose en el espejo. Luego se dio la vuelta, apagó la luz antes de salir, quitó el pestillo y abrió la puerta.

La anaranjada luz de su flexo lo estaba esperando, igual que las últimas páginas del libro. Se fue a poner la camiseta que llevaba en la mano, pero se acordó de ese picor impertinente y decidió que dormiría desnudo. Nada más quitarse el pantalón cogió el móvil y puso el despertador, después se metió a la cama.

Se sentía bien, se sentía bien porque, sin haberlo planeado, había sido capaz de hacer una cosa en la que, por primera vez, ni le había temblado la timidez ni lo llamó a filas la vergüenza a fallar. Sí, se sintió contento a pesar de que pudiera resultar una estupidez, pero si nunca hubiese cogido esas tijeras y las hubiese acercado a su cara, nunca habría sabido que podía hacerlo por sí mismo.

Recortada y limpia, su barba parecía nueva.