10/15/2009

Espero que me des la llave. Que el silbido del viento me revele dónde están las grietas en ese muro que me impide pasar, para reventarlo desde dentro, y llegar hasta ti. Que encuentres mi pecho y llores. Quiero tener un sol bajo mis ropas y mi piel con el que incendiar tu dolor y convertirlo en humo de colores.

Que sientas la magia de saber que de algún modo u otro todos tienen sus sueños, sus ideas y sus pensamientos.

Espero encontrar la cerradura, la cama tras la puerta, y a ti desnuda sobre las sábanas de la euforia. Ver una buena película en el cine, con suerte compartir un poco de maría, y que te sientas tan plena y feliz que no necesites recurrir al recuerdo para saber quién soy.

Que rías.

9/29/2009

¿Y esto para qué? ¿Para justificar lo injustificable? Véase otorgar más subvención al cine español... ¿Es que acaso el cine patrio está en una posición tan patética porque ha sido "cine de hombres"?

Seamos serios. La actual ministra de "cultura", González Sinde, estrenó no hace mucho una película cuyo guión corría de su cuenta. Evidentemente, y para variar, ha pasado la cinta sin pena ni gloria... Rectifico, con más pena que gloria. Sin embargo, ¿dónde están los millones? ¿dónde se anunció el estreno? ¿Para qué tanto dinero si luego el producto es, objetivamente, desde hace muchos años una auténtica basura?

Pero la industria nos culpará a nosotros; los autores también. Dirán que estamos poseídos y contaminados por la cultura americana y su hollywood, por las tendencias de otros países y, sobre y ante todo, por el desarraigo a nuestra España. Sin embargo yerran. El cine americano, el del resto de Europa, el asiático... Tiene mucha más variedad que lo comercial o lamentablemente folclórico (digamos que es más cosmopolita) y, sobre todo, no suele alienarse respecto a su origen.

Por contra, en España, gozamos de un folclore tan nocivo, tan irreal en algunos casos, que duele. Duele el hecho de que muchos se vanaglorien de ello, que crean que es nuestro dedo entintado que colocaremos en lo que será nuestra ficha. No lo veo claro, en absoluto.

No lo veo claro porque en España, ya no solo a nivel de gobierno, se ha perdido en muchos ámbitos (representativos de nuestro país) la objetividad y la autocrítica. Se prima la autocomplaciencia, a veces también el victimismo. ¿Debemos dejar que esta forma progrese? ¿Hay derecho a que se bombardee con esta estúpida lucha que llevan? ¿Debemos tragar, transigir, con una incompetencia tan descalibrada, pródiga en desmesura? Yo no veo más batalla de sexos que la que ellos están encendiendo. Ahora todos podemos hacer todo, si queremos. ¿Por qué hay que imponer, pues, en favor de unos u otros? ¿Por qué se confunde con tanta facilidad el camino? Si buscan igualdad, desde luego este no es el sendero para conseguirla. Sin más me parece una forma de "absurdizar" a la mujer. De absurdizarnos a todos, carajo.

Y ahora nos quieren joder con el cine, como si no lo hubiesen hecho la más patética puta del burdel. Cuando fue, no hace mucho, junto con el resto de arte nacional, un verdadero orgullo.

Hoy son productos, las películas nacionales, que parecen concebidos para gustar a los de fuera. Pero para gustarles desde un modo adulador y tristón, de acomodo absoluto. Buscando un dramatismo burdo, bajo, que dista mucho de reflejar los capítulos nacionales que nos rodean a diario. Mejor obviemos los títulos que se supusieron de crítica social (en supuesta clave de humor) a la juventud y el hediondo insulto titulado "Fuga de Cerebros" que aspiró a ser clon español de American Pie, película que, aunque no muy trascendental, al menos estaba bien hecha y, al menos, sus personajes no se avergonzaban de ellos mismos y trataban de ocultar los rasgos que los definían. Aunque, ojo, lo grave no es eso. Lo grave de Fuga de Cerebros es que se financió con dinero público y fue (o ha sido) la película más vista en no sé cuántos años en España. Esto demuestra el comatoso estado de nuestro cine. Los buenos directores y guionistas de aquí por algo vuelan fuera de estas tierras.

Pero eso parece no importar. ¿Qué más da que Almodóvar diga en una peli que si se muere Perico en el pueblo llevaremos luto todos durante cuatro días y las mujeres rezarán rosarios hasta la extenuación? Por falso que sea. Porque en los pueblos, otra asignatura pendiente de este gobierno, hace mucho que llegó también el Alzheimer, y el Parkinson, y las cuentas de los rosarios tintinean y despistan el rezo; y la sombra de la parca es mucho mayor que la del sol del nacimiento, en fin, me extiendo demasiado, pero en los pueblos de España saben qué es internet, y el móvil, y los abuelos saben vestir de domingo y de lunes de huerto. Y no pasa nada, que no se les caen los anillos. Que cada cual es lo que es, y no tiene que inventarse una realidad para disfrazarlo.

Pero lo que más me duele, sobre todo, es lo incongruente de todo este asunto.

Quieren demostrar que son la cumbre del progresismo, de lo liberal, de lo máximo, y sin embargo mienten en su fondo y en sus formas. Y en su superficie, ya que estamos. Porque separar entre sexos para dar más a unos que otros no es luchar por la igualdad. Porque poner el género en cada frase, distinguiendo de mujeres y hombres cuando todos somos lo mismo salvo por leves diferencias anatómicas (y amplias idiosincrásicas, vale, pero a esas no les dan la más mínima importancia, resulta irónico).

Ahora le toca al cine. Ahora hay que desviar la atención de los fracasos, hay que dirigirla a otras fuentes. Hablarán del cine de autor-A. Pero por mí que se lo metan todo entero por donde les quepa. El cine de este país está más perdido que las sandalias de Jesucristo, y en él han participado durante años tanto hombres como mujeres a partes iguales. Se ha tenido a todos en cuenta y, por mí, todos son culpables de este sangrante estado de abandono, de vampirismo y manos en cuenco para llenar el saco de los cobres.

Es sencillo. Que les den bien por el culo. Me parece de muy mal gusto y muy poca vergüenza hablar ahora de cine de mujer cuando ayer me enteré de que Leyre Pajín, secretaria de organización del Partido (pseudo)Socialista Español, cobra un salario del orden de los dieciochomil euritos al mes. Nada, nada, lo justo para pagarse el linimento que usará en su aterido hombro de tanto levantar el puño. No te jode.

Menos circo. Que ya huele.

9/23/2009

Tú vuelve a tocar eso que has hecho. No era exactamente así. Sonaba como más a te gusta conducir, ya sabes a lo que me refiero. Más a us, uuus, uuus, a ulular bamboleante. Era agua, pero claro, no puedo decir que fuera agua porque ahora me he acordado del mar, y me imagino que también, y las rocas del acantilado o la propia playa no pueden pensar que tu violín sonase como eso. De hecho no sonaba así. Piensa en un lago. Ahora en una barca. En la barca sobre el lago. Vuelve a tocarlo... Era muy elástico, era de goma. Perfectamente maleable.

Mientras tanto tú intenta encajar solapándote a él poco a poco. Desde el fondo. Digamos que él está bajo la luz de una farola que funciona de mala manera, y hay un callejón oscurísimo entre tú y él. Intuyes la melodía. Piensas que es agua, que es melancólico, que es la precipitación inconsciente de las pasiones del ser humano a la simplicidad de su existencia comparada con el universo. Pero al mismo tiempo percibes un tono de optimismo. Optimismo por ser parte de ese universo tan enorme. Por ser miembro de algo vivo. Céntrate en ese optimismo porque es ahí donde cobrarás toda tu fuerza, sobrepasarás la melodía acuática y bamboleante para guiar al solitario violinista con tu tormenta de fuego.

Vale, eso queda claro. Ahora tú, a ver... Sí, tú eres el apoyo fundamental. No eres un tipo que viene caminando desde un callejón oscuro viendo en la lejanía a un violinista, o intuyéndolo, tocando algo que te invita a pensar en un río lento a la vista pero enormemente poderoso. Piénsalo así. Tú serás el fuego de la tormenta del hombre del callejón y el lago, y el río, y el mar y el agua y el asfalto del coche que te gusta conducir y el jodido motor. Tú serás la clave severa y amable que guiará con su cordura los pasos de estos dos si se desconcentran. Si por ejemplo el fuego deja paso a la ceniza, si el agua se evapora, si los neumáticos pinchan, si la carretera desaparece tras los ojos ganados por el cansancio...

Tú serás la memoria de su esencia. No puedes decir no, ni se te ocurra rechazarlo. Tienes una responsabilidad. Eres su maldita memoria, su portentosa memoria de hecho. Eres el flautista y ellos serán tus niños, pero si los pierdes, si dejas que se pierden, serán ratas que olvidarán qué es el universo, la luna llena y los lagos surcados por barcas recortándose en una noche de primavera. Olvidarán el murmullo arrullador, el ulular melancólico pero optimista; dejarán de guiar al fuego para ser devorado por él. Es lo que toca, muchacho.

En cuanto a mí... Bueno, ya sabéis, haré lo que pueda. Trataré de ser la farola más intensa que haya poblado un oscuro callejón jamás, el agua más nítida y pura, la barca de madera más lustrosa y pulida, no podré ser la mejor luna pero sí ser el alimento perfecto para cualquier fuego. Intentaré ser el soplo de tus pulmones, joven flautista a pesar de que tu instrumento sea una guitarra.

Trataré de ser los golpes continuos que llamen a despertar nuestras almas de niños.

9/17/2009

No esperes a que yo te dé las razones para quedarte pues los dos sabemos que de sobra las encontraría. Sin embargo eso sería hacer trampa, hacer trampa y quebrantar el juego de tu libertad.

8/27/2009

No puedo evitar sentirme ofendido al ver esos enormes paneles. Esos pedazos de metal que se me antojan abanderados de tu prepotencia, de una vanidad que, de algún modo, sientes herida... motivos que desconozco.

Por alguna razón se me encoge el pecho al ver cada uno de esos carteles y aún más me duele cuando pienso en todos los que, imagino, habrás repartido ya por la geografía ibérica que, al a vista de los hechos, consideras de tu feudo y voluntad para manejar a batuta de tu antojo.

Lo que pienso es que no conoces la rabia tumural del gran cáncer que es el miedo. ¿Miedo? Miedo del hambre, por ejemplo, o el que yo más conozco: la angustia. ¿Cómo puede sentrse el capitán al ver que una tormenta quiebra el palo de la mayor? No eres consciente de cuántos náufragos pesan en tus manos por tu absurdo, estúpido, vil y cobarde mandato. Los hijos ven fallar irremisiblemente a sus padres; mi madre titubea y piensa "con estas pensiones no sé cómo lo haremos".

¿Tienes derecho a debilitar un pilar como ella? Crió a dos críos, enviudó joven. Por entonces tú, como tus colegas (sean de cualquier color y ubicación que prefieran), hacías carrera para ver algún día tus manos como ahora.

Sin embargo del llanto no te percatas, porque no es metálico y su sonido no es de tintineo.

Sin embargo lo que a mí más me duele es tu obcecación al no hacia lo evidente y el sí a la conveniencia. No tienes derecho a tomarnos por idiotas; no lo tienes a esperar que cerremos nuestra voz a tus ojos cuando gentes de tu entorno mueven el dinero que las familias no encuentran; no lo tienes a creer que por decir que el ladrón es de tu confianza el robo deje de ser delito y que nosotros volvamos la vista. Volver la vista... de esos también sabes.

No. Repito que no puedes actuar como un líder ya que no solo careces del carisma sino que además no has mostrado interés en lo que no respondía a tus planes y ambiciones. Sobre todo no eres un líder porque los líderes salen del pueblo.

Lloraría... Lo haría, creo que lo hago. No mojo los ojos pero me siento tan vacío, tan solo, cuando observo que por encima de la salud del planeta y el de tus iguales sitúas tus ansias de gloria. Y tú aún vas a más. Acusas a tu clónico rival de hacer lo que tú mejor sabes.

Desviar la atención es tu mejor baza pero parece que ignoras que solo hubo un único e inigualable Houdini. Eres, a mi juicio, fraudulento hasta en lo más hondo, hasta en el tuétano. Porque por alguna razón tu secuaz y tú os aplaudís los chistes como si fuesen verdades y hacéis gala de una lealtad que ya quisiese este país que sientieseis hacia él.

Pero os gustan más las novelas negras, la Pantera Rosa, sentiros parte de una novela de John Le Carré y vivr de la carroña que los otros estúpidos que tenéis enfrente os dejan. Muchos de ellos también vuelan, y tras de sí incoscientemente olvidan enormes plumas negras. Como tus caros trajes, tus carísimos coches, como tu transparencia.

Trajes y coches, negros, en cuyo almidón y pintura metalizada se hallan tus ideales, tus promesas. Eres ofensivo en todas tus poses. Tu compasión por las víctimas de una guerra civil, en la que aún no estabas ni en los huevos de tu padre, se alza un hedor que instiga al odio, a que se recuerden las heridas, a que la pus vuelva a la boca. No entraremos en detalles, pero asesinos y saqueadores se vieron repartidos entre las dos orillas del río.

De verdad, de verdad, reflexiona si es que puedes, si tienes idgnidad, por poca que sea ya que, paródico Fausto, entregaste tu alma a los nacionalistas. Nacionalistas con los que compartes una obsesión por otras épocas, por ver enemigos y trabas; la obsesión de generar otra Historia, paralela, o alternativa, con la que justificar que ciertos rastreros tengan la oportunidad de que niños de esta tierra úbera, española, se sientan extranjeros a unos cuantos kilómetros de sus casas, y que no se planteen que a pesar de todo no la han abandonado.

Es culpa tuya que a esos críos les mientan. Atento: les cuentan mentiras y tú señalas a fantasmas paseando por el jardín cuando tienes al Anticristo cenando en casa. Y luego la cosa no mejora cuando han crecido, porque te convienen jóvenes estúpidos con un título, homologado, eso por supuesto.

Pero lo peor no está en todo esto ni en que ahora debas favores a instituciones sospechosas, fariseas y repletas de costrosos sin cultura, porque te hicieron de plataforma de apoyo para tu puta campaña de mentiras. Que esos favores seamos nosotros los que los pagamos es una gran basura, pero no es lo peor.

Lo peor, repito, es que te crees lo que dices, lo peor es que has perdido la objetividad y has cambiado la autocrítica por la conspiranoia. Suponiendo, claro, que tuvieses lo que acabo de decir que has perdido.

8/25/2009

La tierra nunca olvida el otoño, nunca las hojas frágiles abrigando su suelo. Dime, qué hacer con tu tristeza y la mía. Dime, cómo convencer a la tierra de rechazar la oportunidad de enjoyarse con árboles de oro y rubí.

Las mismas hojas que siempre son distintas. Corre ahora a exprimir los días de verano, no llores la primavera, no caigas en melancolía por muy cerca que los vientos gélidos se anuncien, por mucho que el sueño ártico sacuda nuestros huesos despojando a los árboles, arrebatando a los montes y prados también sus colores de piedras preciosas y únicos metales.

El otoño nunca olvida a la tierra, y por eso le trae oro y rubíes, un año espera para verla. Dime, cómo decirle al otoño que ella no lo quiere, que sus regalos no la agradan. Dime, cómo mentirle, con qué derecho hacerle daño.

Déjalo tranquilo y en paz, es pobre amante. Pobre amante que morirá de frío, a diferencia de nosotros, que volveremos a verla vestirse con brisas de seda y juguetear con jade.

8/14/2009

No me queráis tanto, montes de Biel, porque soy el humo que volverá tras sus pasos hacia el fuego que lo vio nacer, al borde de las piernas de una adolescente. No me busquéis en la memoria con ese ansia, con el poder del espliego en el silencio de las tardes ganadas de la chicharra y el sol cayendo a plomo. No me persigáis con el aire a vuestro a favor.

Porque yo seguiré mi camino, con mis sueños desfilando al alba a lomos del cantar del gallo, lastimero y cargado de la consciencia de que nunca llegará al sol, y veré marchar con tu procesión de hijos muertos toda la fuerza que me despiertas en la sangre.

No, no sigas por ahí. No me hables de tus calles viejas y pisoteadas de sabiduría más antigua que mi carne dos veces cuatro mi generación atrás. No sigas, no llores por mis pies que te acarician mientras inhalo ni por mis manos que rozan la piedra que se desgasta en tus paredes centenarias.

Prosigue, eso sí, prosigue en tu discurso de las voces jóvenes que te hacen un lugar niño, prosigue en su canción de promesas futuras en un tiempo que huele a pino y tierra pura, donde el agua es fresca y sabe a agua, en el punto mismo donde lo ancestral permanece intacto, de algún milagroso modo, y tus fuentes que manan directas de la tierra, como savia para los hombres y la propia savia, elevan su arrullo a los cielos que te visten de zafiro para que traigan algún retal de nubes que dejen su fertilidad en sus lomas polvorientas de agosto.

Házmelo llegar a lo más hondo de los oídos, a lo más hondo de ellos que es el propio alma y hazlo de la mejor manera, que es susurrando, y dime que me anhelarás en cada recodo que mis ojos doblan y meten en un sobre que, lamiéndolo de pura pasión, envío a los deseos de mi memoria.

Pero no hagas lo demás. No me pidas quédate y observa la pulcritud de mis paredes ahora que los hombres fornidos esculpidos por mí mismo y pintados de sol me miman como deseaste que hiciesen. Porque aún lo deseo.

Sabes que no pido más que el universo tenga un plan para mí donde tú serás mi plan primero, mi origen del edén, mi propia isla bien comunicada. El eje de mis metáforas, mi sueño ideal alcanzable. Por eso te suplico que no me quieras tanto con tus montes ni me desees de esta manera con tu romero y tu espliego, con todos tus aromas y velados misterios.

Te suplico que no envíes la voz de los chavales a lo largo de los kilómetros para que sacudan mis párpados en un seísmo de agua, te suplico que tengas piedad, que perdones mi ausencia, que no llores por mí, que soy humo y aún no se ha dicho nada de que pueda llorar.

Pero, de algún modo y en algún lugar, lo hago.

6/21/2009

Mi sitio es este, donde el humo del veneno ajeno me envuelve desde sus cilíndricas anatomías. Mi sitio está aquí, desde la observancia que, paralelamente, avanza a la vida hirviente y descontrolada de todos los alienados de este bar. De todos, porque todos hemos cambiado el alma por algo más que un poco de alcohol.

Mi sitio no es otro que el de observar el frenesí de las camareras yendo de un sitio a otro para atender las peticiones de unos clientes, jóvenes y no tanto, que a cada palabra consuman un salto más en la involución. Jóvenes que las desnudan en un golpe de párpados, que las devoran hasta mancharse la carne bajo las uñas con el aceite de violentas, salvajes, fantasías. Jóvenes que se divierten. Jóvenes que son espejos.

Aquí es donde mejor me encuentro, aquí es donde, sin saber muy bien por qué, fui invitado a estar y elegí aceptar la propuesta. No me cabe duda de que poseo el aspecto aislado y aburrido típico de quien no sabe bailar, la apariencia siniestra que se acentúa con una sonrisa sincera tras la cual descansa, oscilando, una satisfacción y una calma auténticas: disfruto aquí, bebiendo tranquilamente y sin ansias, contemplando mis pasiones, dejándome llevar sintiéndome al mismo tiempo acompañado y solo.

Es un buen lugar. Es descansado, un refugio al que cualquiera puede entrar, un refugio del que, de hecho, esperas que alguien quiera entrar, que sea acogedor. Y cada cierto tiempo alguien se acerca, la gente te mira al pasar, algunos tal vez se pregunten qué coño hace alguien ahí parado sin más y, sin problemas, lo reducen todo a un sopor etílico compartido y salta la camaradería tácita del borracho.

En mi opinión es un mirador excelente como pueda serlo el de cualquier valle del Pirineo, por decir un lugar mágico. Es distinto, porque aquí no puedo imaginar ni intuir las magníficas alteraciones de la tierra, sus encorvamientos dolorosos que le llegaron como contracciones de parto desde un mar lejano que ni se huele ni se cree desde las altas cumbres; es distinto porque aquí comprendo otro tipo de giros, de retorcimientos, de acuciantes preguntas que generan más preguntas y que vienen movidas por cuerpos titubeantes hacia mí.

Esos cuerpos son amigos que se manifiestan de súbito, idénticas mariposas dejando atrás la dura y tenebrosa crisálida, y muestran las inquietudes y estremecimientos que les supone sentir su propia sangre como lava. Cuesta mucho comprenderse.

Porque todos, por distinto camino, hemos llegado al mismo destino: es difícil hablar y complicado escucharse. La música es muy ruidosa aquí, en este punto en concreto. En la barra del bar.

5/30/2009

El declive empezó como suelen empezar todas las cosas que acaban en desastre. Una pequeña pendiente, una curvatura ligera y leve, aunque de algún modo notable, en el camino del respirar constante.

Comenzaron con las dificultades en la vivienda, se acentuaron los detenimientos drásticos que se alargaban en la cola del paro como un aguijón gigante y enervado del escorpión dolido y violento que era el pueblo.

Pero nos calmaron con fútbol, con misa, con promesas de mejora y terapia de grupo. Nos decían que era inevitable, que el desparrame era mundial y que no solo temblaban los cimientos de España.

Intensificaron el morbo gratuito de los programas de ese bastardo de la letra y la imprenta, de bajísima impronta, que se hace llamar periodismo y no es más que la inyección mortífera de la aguja compartida que viene, como es de esperar, con la semilla de la enfermedad autoinmune. La complacencia, la costumbre.

Con eso, acostumbraron a más de la mitad, mucho más de la mitad del país, al abuso y la violación. La intimidad se pierde y se observaba como algo natural, algo lógico ante estos tiempos de caótica fluctuación, de porcentajes a la alza y valores a la baja. De declive y decadencia. Y además cobraban por ello. Los humilladores y los humillados, y los hiptonizados se arrellanaban en sus sillones vitoreando la manipulación de las entrevistas.

En el Parlamento el presidente improvisaba, se cortaba, estaba cohibido y atemorizado. Aseguraba, por activa y por pasiva, que todo era circunstancial y transitorio, algo que ni siquiera la oposición, con su política incendiaria y de terrorismo mediático (como él decía), habría podido detener o soslayar. Solo era sincero, nuestro presidente, en los estadios de fútbol y eventos deportivos. Como las eurocopas (donde se entiende el furor por su país, nuestro país) o las finales de la Champions. Recuerdo especialmente la de Roma, ganador el imparable Barsa de aquel año, donde un catatónico Berlusconi trataba de zafarse de nuestro José Luis que, con todo su republicanismo, celebraba el éxito del equipo patrio saludándose efusivamente con el Rey. El fútbol, la pasión, tienen estas cosas.

El cine no bajaba de precio. La producción autóctona seguía teniendo la misma paupérrima calidad que ahora, y continuaban llegando las subvenciones millonarias a un cine español basado en el folclore, en la exaltación del tópico español, también en la copia. A mi entender, nefasto, pero esto no es un hecho, es una opinión.

A los que no veíamos esos programas ni podíamos sentarnos con el Rey para ver un partido; a los que nos quedábamos delante del ordenador contemplando a través de nuestras pantallas la evolución del mundo en formato digital, línea a línea, párrafo a párrafo, nos culparon de, por ejemplo, el descalabro del cine.

Quisieron responsabilizarnos de que la música permaneciese en los estantes de los centro comerciales y tiendas especializadas hasta la fosilización; aseguraron que nuestra codicia se extendía allende cualquier frontera moral, que ignorábamos la ética y éramos profundamente irrespetuosos. El dedo acusador partía de un organismo privado cuyos ingresos multimillonarios se derivaban de cuentas a cuentas que ningún papel era capaz de constatar de manera definitiva.

El presidente estaba entonces ocupado con defender a un compinche suyo, en Andalucía, que había trasvasado (si ya cambiaron el término a su antojo una vez, yo compenso la mutación) muchos millones de euros para una empresa privada de uno de sus familiares. Su hija. Sin ir más lejos. El dinero era el de mi madre, el de tu padre y tus hermanos. El presidente no dijo nada de aquel organismo que acusaba a los de los ordenadores de robar.

Además veían en nuestro compartir un subterfugio para un crimen desgarrador y terrible: condenar a la pobreza de los supuestos artistas musicales de nuestro país. Esos artistas fueron rebeldes en los ochenta, hippies algunos en los setenta, y comunistas cuando había que ser comunistas. Mientras, hablaban de pobreza y malestar y trataban de colarnos sus penurias. Sus hogares y vicios nunca fueron tan vastos ni su creatividad tan nula y maloliente.

Luego los jueces se pusieron de parte del organismo, el valor económico del mismo era incalculable. Marchaban como abanderados de la cultura, del progreso y del conocimiento y aseguraban no lucrarse en su actividad; otros miembros de ese gran parásito entraban por la fuerza en casas ajenas, falseando órdenes judiciales y acompañados por consejeros de éstos, para llevar a cabo su cruzada.

Las cruzadas... Como todas de estas, la que nos ocupó en aquel tiempo no respondía al inicial argumento que exhibían.

Así que la gente de los sofás seguía vitoreando a los pseudoperiodistas; el presidente asistía a los eventos deportivos pasándose el protocolo, el sentido común, la educación y el saber estar por el mismo lugar por el que desfilaban su honestidad, su sinceridad y su preocupación por el pueblo que sufría su incompetencia; continuó sin saber detener a los que imponían impuestos sobre dispositivos tecnológicos incumpliendo la presunción de inocencia; continuó pudriendo la escuela pública a la que supuestamente idolatraba mientras sus hijas completaban sus estudios en centros privados como a los que él asistió en su tierna infancia y posteriores. Continuó mintiendo, empobreciéndonos, arrastrándose por las sedes europeas para intentar construir una política exterior cuyo principal órdago era el amiguismo y la alevosía para lo que comúnmente se conoce como peloteo.

La cultura, mientras tanto, languidecía. La cultura, decía el organismo, debía ser preservada de todos esos piratas que la robaban con crueldad sometiendo a las mentes al expolio. El organismo mentía, pero el organismo tenía la posibilidad de silenciar, sobre todo si se basaba en sus millones, más aún si insinuaba algo acerca de los votos potenciales para el gobierno que la respaldaba.

Así que poco a poco se fueron extendiendo. El germen de esa aguja compartida se fortaleció, poseyó a los insultantemente vagos que prefirieron mantenerse al margen mientras tuviesen tele, tuviesen fútbol, tuviesen fórmula uno, etc.

Puedo decir que nos lo quitaron todo, que nos privaron de la música, del buen cine, de nuestra forma de rebelión ante este sangrante vicio de amasar fortunas. Puedo decir que, al menos, lo intentaron.

Nos mantuvimos críticos, nos mantuvimos insatisfechos, nos mantuvimos celosos de lo que era nuestro y de todos, de lo que nos correspondía por derecho, lo que había de venir a nosotros porque nosotros éramos los que lo dejábamos libre para viajar entre quienes quisieran aprehenderlo.

Nos convirtieron en criminales, nos juzgaron y encarcelaron pero estamos orgullosos porque en cualquier lugar en el que había un reproductor de mp3, o un procesador de textos, o un reproductor de vídeo nunca dejó de escucharse una sola nota de música, ni de escribirse o leerse de unos a otros un poema o un relato y, por supuesto, siguieron sucediéndose magníficos planos de magníficas películas...

Podemos estar orgullosos de ello porque mientras hubo red de redes, mientras existió ese gran hormiguero, fuimos los que quisimos diminutas hormigas que, en lugar de comida, llevamos conocimiento y placer de unas mentes a otras.

De hecho estamos orgullos de que luchamos hasta que no nos quedaron fuerzas, hasta que nos cortaron la luz, hasta que derribaron nuestras puertas, hasta que aniquilaron nuestra conexión, nuestra esencia.

Ahora lo que nos duele es el alma porque muchos de nosotros seguimos pensando que aún pudimos haber hecho más. Respecto a nuestra cartera no sentimos más que pena que antes: fuimos pobres entonces y, desde luego, no somos ricos ahora.

5/26/2009

Se le desparrama el ánimo a través de las pupilas, los párpados caídos anuncian la apelación a la tormenta. Ella sabe que si dice hola es porque se halla triste, que cuanto más normal aparenta estar mayor es el sufrimiento que le corre entre la piel y la sangre.

Puedo verlo temblar bajo sus ojos, buscando un pecho pálido y caliente, un refugio para su llanto. En su rostro se aprecia que es temporada de sequía, lo manifiesta el ceño casi fruncido, las sonrisas como cansadas, sonámbulas. Parece que tenga peso en su frente. Las mejillas piden agua para calmar las pesadillas.

Si lo miro un poco más de cerca escucho el remolino en el puente de su nariz, y me apiado cuando mueve el cuello para lanzar bien lejos su mirada. Parece que no quiere alcanzar al mundo, o más bien que el mundo no lo alcance a él.

Presto un poco más de atención y definitivamente lo veo luchar para que no se resquebraje la realidad que ha ido tejiendo a base de sueños y esperanza. Su esfuerzo permanece igual que la arena entre los dedos. Gotea grava ya de las paredes, el cielo se abre y está solo.

Lo encuentro devastado. Perdido en los restos de su fe a los que se agarra como a un clavo ardiendo. En algún punto de esta historia puedo ver cómo vuela algo de él mecido en el aire sobre un lecho de ecos de lamentos de campana. Y tal y como lo veo apretar los dientes juraría que es de réquiem.

Si es que ha de ser la marea, que las olas están arrastrando mucho más, que hace mucho que no llora y mucho más que le duele. Se toca donde punza, desde aquí creo que es en el centro del pecho y puede que coincida con el vientre del alma.

Siente el llanto de otros como un alivio. Incluso los llantos irreales de la televisión, no hace falta decir qué ocurre con los de las canciones: que son eternos. Me inspira profunda pena, terrible tristeza, la rabia en la que le cristaliza la sal de las lágrimas que no manan. La inquietud, la terrible incomprensión, sentirse insuficiente.

Lo que yo no entiendo, observe desde donde observe, es por qué prorroga las necesidades, la culminación. Por qué para llorar necesita estar solo, por qué para llorar necesita estar de papel quemado entre unas manos que aprietan.

Lo que yo no entiendo. Como él. Como todo. Como necesitar desnudarse y caer, abrazarse de las rodillas, llorar a morir. Y no por otros, no por nadie que no sea él, que no seamos nosotros.

Que soy yo.

5/23/2009

- Parece una broma. Lo parece, sinceramente. Es más, yo lo leo, o escucho lo que dice la frase cuando la pienso, y parece una broma, o una drástica conjetura sin fundamento alguno con el fin de elaborar una teoría de la existencia con la que hallar, de algún modo u otro, sentido.

Sin embargo no creo que lo sea. El mundo, en mi opinión, colapsa. Está entrando en una fase de aceleración irremisible. Los pensamientos fluctúan a toda velocidad y, sin embargo, a penas hay tiempo para el amor. No sé. No quedan líderes, ni mucho menos líderes en los que confiar. Todo se concentra en un instante que no conviene analizar en absoluto.

Es mejor dejar que venga y nos arrase. Quedarnos, no sé, con el sudor de los cuerpos en fricción, con la memoria del colchón, con el olor en la almohada. Es mejor no preguntar por qué, no acentuar las pausas del pentagrama sobre el que nos movemos en un tempo extraño. Creo que la vida, nuestra vida, está desafinando por aproximarse demasiado al canal de la existencia.

¿Para qué cerrarse en la vorágine espirálica de la busca del sentido? A fin de cuentas el destino, si ha de aparecer, lo hace de manera aleatoria y explosiva. Mucha gente cree cuando ve, y apenas se ven ya de los que creen de corazón. Enloquecemos.

Enloquecemos en el sórdido ajetreo de los pensamientos que nos acompañan en soledad. Mi cabeza, por ejemplo, son ecos de voces que renacen constantemente. Apenas las escucho ya, su tarea es de erosión. Por más que lo intento no consigo elevar mi espíritu, siempre me quedo dormido y, ahora mismo, escucho la canción de un grupo que dije que no me interesaba por eso de que el rock californiano ni fu ni fa.

Me acuerdo exactamente de lo que dije, a quién se lo dije, y que no era una opinión personal. O sea, lo era, pero no era propia. No obstante, la casualidad hizo que de dicho grupo me gusten dos canciones porque, en realidad, el rock californiano me deja frío, o tibio, que no sé qué es preferible cuando de música se trata. No puedo avergonzarme de lo que dije, puesto que acerté, mas sí lo hago por creer. Podría decirse que aprendí de la experiencia.

La memoria... La memoria en realidad es el defecto de sensibilidad humana. En realidad el olvido, en cierta medida, acaba siendo la salvación del espíritu y, a fin de cuentas, de la carne. ¿Alguien imagina qué sería poder recordar, con toda exactitud y realismo, lo ya pasado? Quedaríamos atrapados, anclados a sensaciones artificiales. Funcionaríamos a base de recrear algo que existió pero que se evaporó y llegó a formar parte de los vapores del tiempo. Algunos de esos vapores se mantienen, y son tóxicos. Duelen. No son la memoria en sí misma, ni el recuerdo, sin más son la permanencia de lo que extrajiste de tal o cual experiencia. Eso queda. Lo que no sé si para mantenernos alerta y recordarnos que tenemos un algo mágico e individual o, simplemente, para recurrir a la vergüenza hacia uno mismo.

Podría parecer que he acabado en el desvarío. Sin embargo eso es falso porque no he hecho más que empezar. Lo que ocurre es que el calor acecha, me lloran los ojos por el cansancio, supongo que por la agotadora búsqueda de respuestas, y me duelen las piernas. Tengo sueño y no sé por qué ya que duermo bien. No tengo ni idea.

- Pero tú estás cansado. Eso es así, ¿no?

- Sí, sí. Lo estoy. Sin embargo mírame. Apenas me he metido en la cama, o apenas he pensado en hacerlo, que ya me siento debatir entre las sábanas. Por cierto, tú no puedes estar sentado tan tranquilo en esa silla. No puedes. No es que no tengas derecho, que tampoco, pero es que no puedes.

- ¿Y por qué no? No querrás que me pase la noche apoyado en la puerta, dejando que mi peso recaiga sobre las paredes de tu cuarto, ¿verdad?

- No puedes porque esa silla está llena de ropa hasta el límite. Mañana tendré que recogerla. Si he dicho esto es porque estoy en la cama. Sí, hace mucho calor, así que estoy en la cama. Lo dicho, sal de la silla, está llena de ropa.

- ¡Vale, vale! Sí, está llena de ropa. Tú y los detalles. En fin. ¿Me quedo entonces aquí de pie? Puedo cansarme mucho, ya sabes que no me gusta cansarme. Además estamos hablando, y me parece de muy mal anfitrión el tenerme aquí de pie. Y no solo eso, tío, no es solo estar de pie. Es que tengo que estar de pie escuchándote hablar sobre que el mundo se colapsa, sobre que no hay tiempo para el amor pero sí para atesorar los vestigios que perduran en el colchón o las sábanas en forma de sudor o aroma. Me ha gustado lo de los silencios en el pentagrama, o algo así.

- Yo y los detalles, sí.

- Bueno, ¿y ya está? ¿No vas a seguir? Me parece bien. Me parece bien que sea así, creo que vas comprendiendo el sentido de la lucha. ¿Para qué pelear contra ti mismo y las circunstancias? Las cosas suceden, las oportunidades van y vienen pero raramente vuelven. Más o menos sueles aprovecharlas, no siempre, pero tampoco se puede pedir el cien por ciento de efectividad. Piensa que cuanto hagas por ti ahora, cuanto aprendas de todo esto para fortalecerte y entrar en comunión con las partes que te componen, será un gran adelanto. Escúchame, ¿de qué vivirías si estuvieses ya completamente satisfecho? Dime, dime algo claramente. ¿De dónde sacarías las ideas, el ingenio para comer si ya no tuvieses hambre? Dame asiento, por favor, me canso de estar de pie.

- Tú en realidad nunca te cansas. Pero está bien, qué asiento quieres. ¿Un sillón de agua?

- ¡Oh, tío, eso sería un detalle! Sí, tú y los detalles. Me gusta. ¿Ves? Ahora me siento mejor. Tu discurso sobre el tiempo que se consume, todo lo que has dicho acerca de que los pensamientos fluctúan a una velocidad tal que son ecos de sonidos inmortales. Es cierto. A mí, por ejemplo y personalmente, si es que tu afán por los detalles me permite decir lo de personalmente, me parece algo auténtico. Tan auténtico como tu dolor de piernas. Es inquietud. Estás alerta, y siempre estás moviéndote. Creo que te torturas, en serio. Casi nada de lo que ocurre es culpa de nadie. Quiero decir, como ya he dicho, que las cosas suceden. La clave está en la adaptabilidad. Tío, los dos sabemos bastante de fantasmas y demonios. Es tu fuerza o la suya, pero no la emplees contra ti mismo. Repito que me ha encantado lo de los silencios y lo de que la vida desafina por querer aproximarla demasiado a la mera existencia. Eso ha sido muy bueno, ¿ves? Aún se te ocurren cosas. No es que esté aquí para darte la razón. Ya sabes, me encanta criticarte, pero con motivo. Me gusta nuestra relación, ya lo sabes.

- No, no lo sabía.

- Tío, cómo no iba a gustarme. ¿Crees que aguantaríamos estas conversaciones si no? Oye, empieza a hacer demasiado calor. Trata de relajarte, así no podremos dormir de ninguna manera. No me digas que sigues con el edredón. Joder, tío, es mayo. Estás en las nubes, colega. ¿Acaso quieres que muera de deshidratación?

- No puedes morir. Y menos de deshidratación.

- Tú y los detalles. En cualquier caso es necesario que te cuides. El mundo... Mira, el mundo ha estado sin ti y estará sin ti antes o después. En mi opinión debes mantenerte fiel y firme a una sola corriente. La vida tiene la suya, ¿sabes? Es un vector colmado de energías de todo tipo. Puedes tener tu propio rumbo, tus pensamientos se mueven asimismo en vectores independientes. Tu mente es el núcleo de un gran vector, tú, tu mente, yo, y nuestros pensamientos, conforman, o conformamos, una geometría única y propia pero que no se puede desmarcar de la principal. Aprende a vivir de verdad. Susténtate en base al equilibrio, aprende a no culparte. Todos hemos cometido errores. Incluso yo, ya sabes.

- Tus errores son los míos.

- Ahora me entiendes. A lo que iba... Adáptate. No sé, creo que te condenas por tus propias expectativas. Quieres decidir por el futuro, tío, y eso es imposible. No vas a enseñar a viajar al tiempo. Nadie es capaz de enseñar a follar a su padre. Creo que me coges. Oye, este sillón de agua es comodísimo. ¿Cómo lo haces?

- Ya ves, me gusta atender a mis invitados.

- Oh, sí, ya lo veo.

- Cuestión de detalles, ¿no?

- Sí, tú y los detalles. ¿Ves? Nos entendemos. Compartimos el sufrimiento, eso también lo ves. Así que tu bien es mi bien, tu esfuerzo es el mío, las recompensas que éste nos brinda son mutuas. Dime, ¿para qué querríamos pelear, para qué hacernos daño? Déjate llevar que me cojo de tu espalda. Me apetece un buen viaje, algo sorprende y cálido. Así que esmérate, déjate fluir, quiero uno de tus sueños llenos de magia.

- ¿Sabes una cosa?

- De las que piensas las sé todas.

- Entonces nada. Pero tienes mucha razón... Ya sabes. Y tiene mérito que pese a todo me sorprendas, es extraño porque en teoría...

- Sí, en teoría deberías saber todo cuanto pienso porque, en teoría, soy idea tuya... Adáptate, prepárate. Hay mucho de ti que no conoces. Tienes que estar preparado, y tienes que estarlo de verdad porque no me gusta que me cojan en fuera de juego. Creo que comprendes a qué me refiero.

- Lo comprendo. ¿Sigues teniendo calor?

- No. Menos mal que has dejado solo la sábana. He llegado a pensar que querías herirnos.

- Voy a dormirme ya, ¿vale? Espero que lo entiendas... Hablas mucho para ser una imagen mental. Dime una cosa, ¿hasta qué punto ha sido real todo esto?

- Creo que hasta el que tú quieras. No sé cómo funciona lo de la realidad exactamente. Hasta donde yo tengo entendido, es bastante ilusoria.

5/12/2009

Cualquier pequeña cosa que haga me alivia, me llena de vida, consigo que me sirva para limpiar mi falta de lo que sea, de validez por ejemplo, y mi excedente de culpa. Escribir unas líneas, un par de páginas, un avance para la historia que trato de vertebrar.

Esto mismo de ahora, lo que sea, cualquier cosa. Ir a comprar, limpiar la cocina, fregar lo que no quepa en el lavavajillas y observar mis plantas, dedicarles atención, mimar sus hojas en leves roces. Pensar en el sofá y en el capítulo de la serie que tal vez esta tarde podamos ver.

Hacer algo, por pequeño que sea y luego pensar que tendré tu cabeza apoyada en mi pecho y tus ganas de abrazarme y yo las mías de lo mismo. Pensarlo por un instante. Emocionarme después. Quedarme más tranquilo.

5/04/2009

Abro la ventana para invocar al aire, para que entre la corriente fresca de estas alturas. Por un instante observo las copas de los árboles balancearse con la luz prestada del sol. Vuelvo a la calle, a la mañana más fresca aún, donde el sol era tímido de verano y adolescente de primavera. Retorno de nuevo a mis pasos, a esas horas, a los ancianos paseando que son la declaración del tiempo a lo que yo habré de ser.

Y me aterra. Me asusto. Me anclo al susurro amenazante que roerá mi carne mortal, me compadezco al sentir que mi espíritu habrá de permanecer aquí, inmaduro, tal vez sin escalar a pesar de que me esfuerce por hacerlo subir. Ahí estarás tú.

Estarás para cuando la vejez palpe con sus manos de pergamino los anhelos de mi juventud, estarás para que no sienta miedo; te encontraré a mi lado susurrándome que todo el tiempo que tenemos ahora, el que inventamos cuando nos enraizamos en las sábanas de mi cama, es breve y eterno porque nace y se prolonga en nosotros. Estarás para recordarme que asirnos de la mano nos hace inmortales.

Por supuesto yo también estaré. Estaré para desbastar la madera de tus naufragios y pulirla, para darle color, calor, y brillo. Seré la lija que extermine las astillas que pinchen y hieran tu corazón recordándote la tormenta, cualquier aciaga travesía. Tu alma devastada pasará a mis dominios, trataré de abrazarla con ligereza, con tacto de nube, suavidad, para arroparla si titubea.

Estaremos... Estaremos los dos cuando debamos estarlo.

Los papeles, todo lo que hay en mi cuarto, mi propia respiración, se agitan con la brisa de esta tarde. El horizonte a mi derecha es un tapiz blanco de luz, hoy me apetece leer, esperarte, no ir al gimnasio. Me apetece dejarme un poco aquí, en el tacto de las páginas del libro que me aguarda, en cada paso depositar un poco de lo que soy, llenar la estancia con mis sueños.

Algo así como un rastro para cuando no sienta que estoy vivo y aquí, cuando de verdad esté envejeciendo, a pesar de que no se muevan los brazos del reloj.

4/14/2009

Ya digo que el hombre en sí mismo no es nada. No es nada lo que yo soy, no es nada lo que escribo y apenas vale algo, nada, cualquier forma que me emocione, o que os emocione a vosotros, a partir de mi palabra que es mi identidad. Estamos perdidos, la vida se agota en aras de la existencia y el individuo, el individuo como obra mágica y milagrosa, se difumina en un vapor translúcido y tibio frente a las expectativas.

La sociedad se supedita a un gobierno que, a su vez, rinde cuentas, en circular condena, a algo teóricamente superior. El valor auténtico del hombre, hoy por hoy, se mide en una divisa que, de hecho, no es real pero construye realidades.

Hoy en día me parece escuchar a la vida quejarse, decirnos a voz en grito que no es una empresa y que no factura en tiempo, ni en oro, ni en nada que se le parezca. Se queda llana, se queda plano todo al pensar que la sociedad precisa del hombre, de cada hombre de uno en uno para hacer todos, pero no del hombre en sí mismo.

La suposición del éxito se divisa en el futuro que, teóricamente, puedes elegir... Pero ¿qué ocurre si no se hace? Existe la sensación de abandono, la imposición cultural del mundo maquinal de los hombres, robótico y programado, que descarta aquello que no reporta un beneficio. ¿Solo es válida la existencia si se acompaña de un documento certificado? Tal vez.

Pero, entonces, ¿qué nos queda? ¿Es irreal, ficticio, el conocimiento que se posee si no se dispone de respaldo oficial que lo sustente? ¿Es irreal la autenticidad de cada uno de nostros si perdemos nuestros DNI? Somos sombras, somos sombras en el luminoso mundo del progreso. A menos yo lo soy, yo lo soy en todas mis dudas, en todos mis fallos y en cada una de las pasiones angustiosas y dolientes que mis huesos comprueban.

Soy una sombra que se atraganta en los sumideros de su pensamiento, en cada pulso, cuando el bloqueo llama a los ojos. Entonces no soy nada, no sé nada más que lo que la cartilla azul del bachillerato indica. Si acaso un dulce sueño sería ver realizado el imaginar que tal aberración desaparezca.

Pero no importa, no importa ahora porque desde aquí puedo rebelarme contra ello. Puedo hacerlo en furia heroica y no en culpabilidad que me haga sentir sucio y parásito al no encontrar el camino que me haga útil, que me haga auténtico engranaje de la maquinaria hadesiana que se construyó, irónicamente, para el bien y el bien del futuro del hombre.

Eres carne, tú, y él, y el otro. Yo el que más. Somos amasijos de entrañas palpitantes con sueños e ilusiones que verán su razón de ser en las jaquecas, en los pinchazos del costado y en los sofás, doblándose sobre la libertad que quedará grasienta en nuentros pensamientos. Cuando sea ya tarde, cuando tengamos una nómina que nos dirá su valor escrito pero nada más, donde leeremos desde nuestra propia consciencia que para eso gastamos nuestros días, los días de tantos años, porque, de algún modo, era eso lo que debíamos hacer y era eso lo que debía ocurrir.

Acaso fundaremos una familia y nos quedaremos los fines de semana, mientras empujemos un carrito de supermercado, pensando en si será rencoroso el espíritu que acompaña nuestros pasos desde las enaguas del ser. Se ha perdido la desnudez, somos tímidos. Yo avergonzado Adán tras probar la fruta del fracaso, tras asirme a las ramas de este inmenso árbol y caer en el suelo de los desperdicios que, pese a todo, están irremediablemente unidos a este tronco pues de lo podrido nace el humus, y del humus todo se alimenta. El humus es el alfa y la omega.

Y después qué... ¿Soñamos con retornar al fuego tribal que enardece la sangre? Soñemos. ¿Nos atreveremos a decir, a blasfemar incluso, que somos más que un nombre, que tenemos derecho a soñar con volvernos a fundir en la naturaleza, en la tierra? Atrevámonos. ¿Tendremos valor de tirar y pisar las imágenes de nuestros dioses, cualesquiera que sean, y renegar de la subyugación que nosotros mismos dejamos admitir? Tengámoslo.

Retornemos al sol, a la libertad auténtica. Deseemos por un instante que nuestro peso no lo decida un título, una condecoración, un sueldo. Elevémonos un poco, subamos un instante, y afrontemos el hecho, maravillosamente vertiginoso, de que vinimos aquí a aprender y no a ser aprehendidos.

Luchemos. Luchemos como cuando lo hicimos milenios atrás, asombrémonos por el propio Sol y rindámosle culto, respiremos el aire por mucho que lo hayan envenenado y manifestémonos en la ilusión de lo que somos, algo más que amasijos de carnes y entraña.

Porque nuestros huesos sujetan algo más o así debería ser, sujetan el movimiento interminable y decidido de la voluntad. Hasta que muramos, y cuando muramos podremos saber qué ocurre después, pero entonces estoy seguro de que ni los títulos, ni las nóminas, ni las condecoraciones habrán de mostrar utilidad alguna. Y que el recuerdo viajará a otros lugares, solo a aquellos en los que la memoria fue feliz, en los que el pecho amenazó con divorciarse de su alcoba pálida y endurecida.

¿Quedará entonces un remanente de la ilusión? A lo mejor recuperamos unos instantes de la vida, de la auténtica vida, y observamos gris, apagada, lúgubre y amenazante igual que la capa de polución sobre las ciudades, lo que solo fue existencia.

3/25/2009

Aún recuerdo la sensación fugaz y relampagueante de la euforia, los destellos metálicos de la sangre en el paladar tras un beso extraído de las bestias que reposan en nosotros. No me olvido del tacto y los pliegues de tu cuerpo, las formas curvadas donde doblegar el temor, la impaciencia o la angustia.

Doblegarlas en ese instante al recorrer el cuello trazado en líneas marfiladas, delimitando la depresión de tus clavículas, pasamanos de hueso bajo la tela elástica que cubre tus esencias. Aún queda ahí, algo en los destellos que el sol toma prestados de mis ojos, un fulgor repentino, una alegría remota que se aproxima, se instala entre mis huesos en la brevedad de la consciencia y vuelve a alejarse, sonriente, esquiva; amante experta en provocar anhelos.

Pero ahí sigo, mantenido en vilo sobre nuestros alientos, que se unen en la mínima distancia que separa nuestros cuerpos y el aire, entonces, es testigo de las aberturas de la piel para derramar su jugo de rubíes fundidos, si acaso fuera una granada madura.

Da igual la soledad, las conversaciones que mantengo con la boca cerrada pero la voz constante. Dan lo mismo entonces y no me preocupa que me juren rencor y me trabajen venganza, porque ya aprendí ayer los regalos de caminar contra el viento.

Y demorarme entre tus formas.

3/16/2009

La volvía loca el hecho de tener que limpiar esforzadamente sus camisas. Se lo decía una y otra vez, que tuviese cuidado al comer, que se hartaba de lavar. Y él, sin más, resoplaba y seguía comiendo y cuando se acordaba, o cuando hacía mucho calor, se quitaba la camisa y entonces ya no se manchaba.

Comía con cuidado, pero casi todos los días se la veía frotando para eliminar cualquier mácula que quebrase la armonía de la tela.

Cuando desfalleció su paso en Granada, precipitándose torpe y ancianamente al suelo, lo trasladaron al hospital. Permaneció en una cama, a la espera, sin comer y sin camisas. A los días, tal vez una semana, era definitivo que la mujer no habría de frotar nunca más, ni advertirle, ni él tendría que resoplar.

Fallo neurológico, dijeron, que implicaba además considerables dificultades para controlar sus miembros, sus desplazamientos, así como un enorme cansancio. Pese a todo marcharon a la Alhambra, al salir cayó en las calles...

Y nunca despertó de Granada.

3/11/2009

Desgárrame el rostro hundiendo tus manos en el agua, bórrame barriendo el humo del hogar que se interpone. Tan solo deslígame de mí mismo, impúlsame lejos, corta mi carne y triza mi espíritu. Empújame al abismo y observa cómo caigo, obsérvame estremecer al sentir el pozo oscuro calentarse por el aliento de la bestia, contempla cómo yo contemplo las dos joyas que relucen brillantes, son los ojos del miedo.

Agárrame y asfíxiame estrangulando mi sonrisa, anula cualquier forma conocida en mi gesto, ni tan siquiera lo dejes adecuarse a las circunstancias, simplemente volatilízalo, conviérteme más en lo que ya soy, acentúa mi nada.

Camina sobre mi desvencijado cuerpo, recréate en los adentros selváticos y destartalados, inspírame cuando ya vaya desvaneciéndome con la ligereza de los sueños al despertar. Acompáñame si quieres, así podrás sentir algo más que el placer de la victoria, quizás así consigas obtener algo más amplio, algo relacionado con la posesión del vencido.

Como quieras hazlo, pero no hables, ni tan siquiera sonrías demasiado. Ahuyéntame cuando te hayas cansado, igual que se ahuyenta al cuervo, al carroñero de mal agüero, al vil rapaz. Y déjame quieto, a jirones, siendo nube entre la luna y el viento...

Déjame en silencio.

3/03/2009

Tras el dolor atenuado del cansancio, el detenimiento crucial de la mente y de la creación de ideas, en ese estado casi de éxtasis y con mucho de límbico, se observa la miseria del mundo y la degradación del ser. El hombre, como hombre, se corrompe y como animal se olvida, se olvida de su instinto cuadrúpedo y auténtico, de lo sagrado que tiene lo instintivo, de esa pureza prístina de lo que es y se percibe como es sin filtro alguno.

Tras el cansancio se observa todo desde una perspectiva magnánima, misericorde y comprensiva, que perdona aquello que asimila, y lo asimila todo porque se halla al borde de la extenuación. Los músculos permanecen ateridos y a los párpados solo llegan misivas de sueño con promesas de descanso. Nadie les habla de pesadillas a las pestañas, y las convencen para que se pongan enaguas de arena.

Y en el sueño se desata la vorágine, se desta dura, durísima y clara, en el terror de lo que se esconde en la vigilia. Vuelve con fiereza potenciada, tal vez por el rencor, la degradación del ser y la miseria del mundo. Pero no la miseria del mundo por lo típico, sino por lo mezquino de lo propio, por lo mezquino, sin ir más lejos, de querer atrapar el tiempo en una esfera de cristal con correas de oro. Por negarle a la venganza, en proporcional retribución, su rostro de justicia y condenarla a ella y a los hombres que la sienten en el mismo grado, sin cambiarles la cara, sin atarla a la ley.

Tras el cansancio, como ahora, hasta eso parece leve, dolorosamente leve, pero qué más se puede hacer sino dormir un poco, despertar temblando pero con dignidad y digna valentía si acaso el sueño fue de vorágine, alentarse a uno mismo, sacudirse el letargo de los músculos y el resentimiento de los huesos.

Prometerse algo mejor, luchar por ello, defenderlo a untranza con fe y con corazón en una pasión razonada... Mejor aún en una razón pasional. Hacerlo así y seguir marchando, seguir marchando con el tiempo degradando los tejidos y los órganos, pero haciéndolo bien, libremente, sin estar adheridos a su tic tac de condena por haberlo intentado someter. Y esa es su condena de justicia, no de ley.

¿Y después? Después es una noche como hoy en la que se ha bebido cerveza rubia, fría, escuchando una melancólica canción de desamor y amor profundo al mismo tiempo, de admiración y decepción simultáneas, a la vez que miras un archivo que dice que ya vas por las trescientas locuras volcadas a una inmensidad donde todo es nada, y nada se corrompe.

Donde la eternidad tiene cabida y el cansancio es solo un trance temporal que en verdad se queda en los huesos y músculos y no se extralimita violando los dominios del alma. Donde, también, el valor es auténtico y realmente trasciende.

Ahí, en ese lugar que todos conocen pero que ninguno sabe decir dónde está y que algunos se niegan.

3/02/2009

En aquella playa no había nada, o algo si es que acaso cuentan los restos de un naufragio. No hallé lo que fui a buscar, solo encontré desierto, dura roca de montaña, la propia orilla varada en sí misma, detenida en el tiempo, y el rumor reiterado de las olas contra la tierra dando fe del intemporal romance.

Pero vi a lo lejos más montañas, estructuras afiladas, orgullosas y bravas, que soñaban con rasgar el cielo aprovechando el privilegio del horizonte. En mitad del mar había tierra. Una isla. Y me lancé.

Conforme avanzaba el agua oscurecía y la sensación de miedo aumentaba. Asustaba. Estoy seguro aún hoy de haber llegado a un lugar huérfano de mapas. "¿Y si sale ahora, de súbito quebrando este suspense próximo al pánico, una temible criatura que paralice mi cuerpo y mastique mi vida?"

Me detuve. Miré atrás pero pensé que mientras siguiera vivo siempre podría retroceder. Tenía más miedo a cada vez, cuanto más avanzaba más firme era mi idea, mi convicción, de dar media vuelta y retornar a la playa vacía, a la playa unida a la tierra firme, a lo seguro, adonde el mar era azul y no negro como lo era en ese instante en torno a mí. Habría sido volver a una casa conocida aunque ésta no fuera el hogar.

Pero seguí.

Seguí y seguí y el mar se hizo más oscuro, y si buceaba veía un abismo repleto de más agua y sentí que mi consciencia, mi comprensión y mi propia alma, se iban directas hacia un fondo invisible, oscuro, invernalmente nocturno.

Desentrañé las nuevas figuras entre las rocas: "¡Palmeras! ¡Son palmeras!" Mi miedo fue disipándose a medida que el agua se azulaba, a medida que dejaba de ser nocturna e insondable; y después vi alguna chabola a lo lejos, alguna construcción. Aceleré mi ritmo... Toqué tierra, llegué a puerto. Aunque no hubiese.

Obedecí a un impulso y alcancé una isla, suelta de la tierra firme, del gran continente, en la que no había casa alguna pero que yo sentía ya como un hogar. Busqué a los habitantes pero no hallé nada. Aquellas construcciones que había visto eran máquinas, y funcionaban. Sus máquinas funcionaban solas, y ellos no estaban. "¡Tal vez sea una isla de inventores!"

Busqué y busqué... Pero no había nadie. Crucé un pequeñito canal de agua, una división entre la otra parte de la isla y la que yo pisaba. Me acerqué eufórico pero prudente, y ahí estaban. Ahí estaba aquello que sabía que encontraría antes o después.

Una increíble disposición de monstruos permanecían atentos en esa parte de la tierra. Si me hubiesen visto me habrían matado... Quiero decir, si me ven acabarán conmigo, me perseguirían adonde fuera y por delante de mis ojos, a mi espalda y más allá de mis brazos solo hay mar.

Puedo intuir, a lo lejos, la playa solitaria y vacía de la que vine, donde no hay grandes ni terribles monstruos... Pero yo elegí venir aquí, siguiendo un impulso, arrollando al miedo. Esta es mi isla, al menos la isla de mi valentía, y no voy a abandonarla, no ahora, no aún.

No me traicionaré. Pese a los monstruos.

2/25/2009

Por la mañana, aún vestida de blanco, llegaron los bomberos. Colocaron la grúa, vinieron más coches. Una ambulancia, una UVI móvil de los propios bomberos, la policía, como es de rigor. Y todos los transeúntes miraban atentos y expectantes, enganchados a la trama. Ni la mejor de las películas genera tal suspense.

Y entre ellos pasó un crío, o un joven según quién lo viese, y los miró a todos por un instante y también vio adónde y qué miraban. Se dio cuenta de que estaban realmente atentos, pendientes de cómo iba a seguir evolucionando el nudo de la acción. Gente con los periódicos o el pan mal sujetos y la boca entreabierta; estaban dispuestos como esponjas a ser penetradas por agua.

Sin más volvió a sus asuntos y se diluyó en la lejanía. Tenía que seguir pensando en cómo dar el golpe final a su nueva novela.

2/16/2009

[...]

Llorarás la inconsciencia del padre, ¿su ausencia quizás? Puede ser, puede ser que sí, pero no quiero transmitirte un soplo de abandono al exilio, no quiero invitarte al éxodo de tus pasiones ni del sentimiento. No quiero que pienses cuán cobarde fui o cuán valiente pude ser. Solo que soñé ser libre.

Soñé con escribir mi tiempo en un eje distinto. Puede que algún día en tu interior sientas cómo tus entrañas se contraen periódicamente en espasmos molestos, sin llegar a dolorosos, en los que parece que desde tu estómago se abre un vórtice que trata de absorberte. Hijo mío, es tal la angustia, ahora no sé si podré salir, no sé si cuando leas esto pude hacerlo. Pero te juro que quiero. ¿Es acaso que no doy el paso necesario?

Es pues el miedo. El miedo de sentirse inútil, retrasadamente distinto del resto, es el dolor terrible que engendra el no haber cumplido las expectativas. Hijo mío, jamás, jamás te dejes vencer porque yo, de un modo u otro, estaré. Estaré aunque mi carne ya sea el suculento manjar que vuelva a la tierra. Llamaré a las almas de los que te amaron y se fueron para que acudan a tu ruego, para que subsanen la desesperación, y yo iré con ellos, y con otros, con los otros que te amaron también y que me amaron a mí. Volveremos a elevarte cuando caigas, cuando tengas miedo, eso mismo, miedo, susurraremos modestia y bravura en tus oídos.

[...]

2/07/2009

A la noche oí que del campanario llamaban en lúgubre canto a nuestros nombres. Escuché el tañido quejumbroso y serio de cuando tocan a muerto, y tuve miedo al escuchar que me miraban y decían que el óbito era por ti y por mí, y también por quien alimentó nuestros corazones.

Solo fue un momento, luego el sonido serio y lúgubre, el tañido quejumbroso y claro, se alejó con su solemnidad hacia otra casa, hacia otra cama, hacia las entrañas en las que se fraguó algún otro hogar.

Hacia otras personas que ya estaban obligadas a admitir que la vida sigue, y que no hay más que seguir con ella, aunque sea a pecho roto y el corazón aplastado, como una fresca baya de sangre en el calor del verano.

2/05/2009

Tú te vas a buscar la paz con el padre y yo mientras me quedo con la sangre de mi sangre agarrada del brazo, llorando lo mismo que yo estoy a punto de liberar, cuando la presión donde se unen nariz y frente sea inaguantable.

Tú te vas a buscar la paz con el padre que se fue hace tiempo, y yo me quedo a punto de llorar, con mi hermana arrasada y un remolino que me aleja de todo, lentificando mi corazón y acentuando su pulso de campana de réquiem.

Tú te vas y espero que vayas feliz y tranquila, que tu alivio sea en proporción a nuestro sufrimiento... Y me pregunto qué hacer con la sangre hermana, mientras llora apretada a mí, sin consuelo alguno y con dudas y culpa dirigadas a la par hacia la imagen de Dios.

Tú te vas y yo, cuando despierto, veo en las nubes el rostro de un lobo que me mira, jadeante y al tiempo con una sonrisa.

2/01/2009

En el plato solo quedan los restos de una cena más que decente. Me levanto a por el postre y, de paso, recojo el cubierto ahora temporalmente inútil. Avanzo diestro hasta la cocina, oscura y silenciosa salvo por el rumor de algún aparato, ignoro si el lavaplatos o la lavadora. Busco algo dulce con lo que darme por satisfecho, abro el armario y opto por un poco de chocolate y zumo. Tampoco hay mucho más que elegir... De hecho no hay nada más.

Cierro el armario con calma, con el zumo - que he tenido que sacar de un pack de tres tras pelearme con la cinta adhesiva que los mantenía unidos - y cuatro cuadraditos de chocolate. Creo que no es correcto llamarlos onzas, pero ahora no recuerdo por qué.

La puerta del estrecho armario se cierra con su sonido atenuado, es una especie de suspiro apagado, como el de aquel que duerme, se despierta durante un segundo o dos, y vuelve a dormirse sumido en placer al darse cuenta de que aún quedan horas de abrazar la cama. Horas de calma.

Apago la luz de la cocina y vuelve a estar a oscuras... El sonido del interruptor es similar al del armario al cerrarse, y por un momento observo lo silencioso de todo, me absorbe una atmósfera de abstracción y quietud. Es como si me hiciese ajeno a todo durante un brevísimo instante de velado estupor y después vuelvo en mí, a trazar el pasillo hasta mi cuarto sintiéndome relajadamente solo y a salvo, protegido, pero sin estar solo de verdad.

Estoy pensando en volver a por chocolate, a por más, pero no sé si lo que de verdad me llama es el dulce o volver a cruzar esa línea que marca la frontera a no sé qué lugar, frágil e ingrávido, donde todo parece un eco amortiguado.

1/26/2009

Déjalos dormir y a mí errar apacible. Déjame deambular y no me digas que he estado equivocado todo este tiempo, que aquello que creí importante en realidad no lo era. Déjame seguir mis propios pasos, los caminos que invento, aunque sean una violación a todos los mapas.

Mantenme como estoy, en este particular binomio de razón y fantasía, en mis sueños frágiles y en los que no lo son tanto. En cualquier canción que encienda toda mi carne, a base de escalofríos ramificándose como la vid sobre la pared. Vides de escalofríos, cepas de sensación.

En el silencio, quieto, no me abras los ojos aún. Quiero caminar a ciegas, intuir los obstáculos y descubrir la satisfacción. No me reveles la verdad, no la desnudes ante mis manos todavía, no lo hagas, a pesar de que te vea casi en todos lados. Ten en cuenta cada una de mis palabras y pensamientos, hazlo así para poder juzgarme cuando llegue el momento.

Pero ahora no, ahora no. A mí déjame errar, fallar y ser torpe; a ellos déjalos dormir. Apacibles, apacibles en un rumor de creencias de originalidad y paz.

1/22/2009

La voz que se ahogó en el río aún vive. Camino lleno de optimismo por las calles que ya me vieron deprimido alguna vez, escuchando una canción mítica por un cantante que se mitificó tras echarse a nadar con la ropa puesta. Escucho a un suicida, y dice Aleluya.

La fetidez del autobús es realmente vomitiva, mezcla de la lluvia, las prisas del que no se ha podido duchar, las pisadas húmedas y la tapicería de falso terciopelo rojo. Creo que el ligero remanente de olor a nuevo no es un buen ingrediente a todo este potingue olfativo pero, pese a todo, me acostumbro, cojo un asiento distinto al de todos los días, otro pequeño cambio, un detalle por cuestión de segundos, pocos segundos, y eso ya es suficiente para presentir algo grande hoy también.

Igual es el hecho, sencillo pero enormemente satisfactorio, de no haber tenido que madrugar, de despertar con luz solar y no ver las fauces nocturnas de un día cuya amanecida prefiere quedarse en la cama el rato que tú desperdicias por haber obedecido al despertador.

Como sea, la voz sigue, y es curioso y puede que hasta macabro sentir esta alegría mientras sigo, ahora también, escuchando a quien se quitó la vida. Me pregunto por qué lo hizo y se lo pregunto directamente, solo la canción obtengo como respuesta pero me sirve.

Sigue oliendo mal, muy mal, y el perfume excesivo de algunas mujeres se añade a la depravada orgía aromática. Por qué lo hiciste, vuelvo a preguntar, y la canción ya acaba, ya se atenúa, ya va dejándose apagar, se hunde la música, la voz se ahoga, se ahoga en las frías manos del aire, como aquellas aguas, que rodea mi cabeza, de ese mundo al otro lado de los cascos...

Pero sigo bien, a buen ritmo, con la espalda recta, sin arrastrar los pies ni llevando a cuestas el alma. Ya no hay voz pero está latiendo, y ratificará su vitalidad cuando vuelva a mí, cuando escape de aquel río, con el espíritu.

1/18/2009

Yo, vamos a ver, no es que quisiese acercarme, pero tampoco no hacerlo. Lo vi ahí, reposando quieto y tranquilo, vibrante, y al principio no daba crédito. Estaba alojado entre dos manos de piel apergaminada, unas manos delicadas, dedos largos y firmes, sarmientos melancólicos de, a lo mejor, su pasado de pianistas.

La miro a los ojos, ojos de aguamarina que parecían reflejar las luces del mundo y también darle la espalda a toda la sombra. Los labios se estiraban con delicadeza y en las comisuras se iban montando, en sutiles pliegues, las experiencias de aquella señora.

Y yo estaba enfrente de ella, y la miraba y también miraba el libro que sujetaba entre sus manos, sus manos de pianista adolescente, no sé, y ni siquiera le pregunté nada, solo utilicé la fórmula de cortesía habitual con la que pides disculpas por interrumpir y que, a pesar de todo, no hace falta hacerlo porque la sorpresa prima en la situación.

No le pregunté si le gustaba, de hecho me olvidé de todo y de todos. Me aislé completamente, al observar el librito, leí el nombre varias veces para asegurarme de que no era un sueño pero, en realidad, no podía ser otra cosa.

Me encontré en las frases, me vi correr entre las páginas... Ese libro estaba ahí, y mi nombre, mi nombre, figuraba en la portada.

1/12/2009

Hemos llegado a una zona que me ha estremecido. El anciano del clan ha sentido algo especial, y lo ha compartido todo. Ahora la naturaleza reclama de nuevo su báculo de sabiduría, y aplica su poder innato y eterno, universal, con aplomo y dicta sentencia.

La vegetación se extiende igual que las emociones al encontrarte con algo querido, con algo amado, y las raíces se elevan con la fuerza del dominio que el instintio imprime cuando se trata de sobrevivir. La tierra vuelve a la tierra, y volvemos los hombres a ser, poco a poco, la parte con menos posibilidades.

El anciano está pensativo, desde que entramos en esta zona no ha dicho nada, guarda un silencio mucho más profundo que el habitual, sus rasgos han vuelto a relajarse tras la tensión inicial, pero ahora parecen caer. Las arrugas resbalan de su frente envejecida, y en su mirada se observa, aunque se siente más con el corazón, un brillo melancólico y doloroso. Parece que lamente ser tan anciano, que lamente seguir vivo.

Yo sigo maravillado ante el espectáculo. Es en parte grotesco, y me asusta si lo pienso como una profética manifestación de lo que nos aguarda. Estamos en primavera y las plantas lo saben, también los animales, y algo flota en el ambiente envolviéndonos a todos. La humedad nos hace sudar copiosamente, nos bestializamos progresivamente. La electricidad, el combustible de hidrocarburos, incluso el agua, es un privilegio.

Pero debo reconocer algo: me alegra observar el asfalto herido, las calzadas quebradas, y las fachadas partidas. Me emociono cuando adivino troncos grandes que serán enormes en algún rellano, o en alguna casa. Es impresionante contemplar cómo la pretensión, la vanidad, de algunos hombres puede doblarse y retorcerse en los nudosos antojos de las ramas. Repito que también me asusta.

Esta noche hay ceremonia semanal, mientras dure la batería seguiremos repitiéndola cada miércoles a la noche. Miércoles, martes, lunes... Las futuras generaciones se olvidarán de los días, no conocerán los calendarios, seguramente medirán el tiempo de un modo totalmente ajeno al que yo lo hago, y yo, si llego a verlo, deberé acostumbrarme a ello. Seguramente al jefe de nuestro clan le sucediese lo mismo en su momento. ¿Cómo será de viejo?

Mientras dure la batería, eso es... Sí, mientras dure podremos repetir la ceremonia semanal. Escuchar una canción. Encontramos un aparato que almacenaba canciones bastante recientes, de hará algunos diez años o así, otras son contemporáneas. Nunca le di importancia suficiente a la música. Ahora, bajo ningún concepto, si pudiese hacerlo, pasaría una canción porque me pareciese aburrida. También la música habrá de renacer desde el principio... O no, quién sabe si en algún otro lugar algún director de orquesta o algo así haya sobrevivido... Quizá tenga suerte y encuentre papel y tinta suficiente para colar alguna de sus obras en la nueva Historia de los hombres. El papel y la tinta también son un bien escaso, así como los libros.

Cualquier cosa que permanezca estática en una zona, cualquier cosa orgánica pero inanimada, se pudre a una velocidad asfixiante. La humedad propia de la temperatura ambiente, más la generada por las propias plantas que todo lo conquistan, hace que el papel, o el cartón, también la madera, se vayan deshaciendo. Digamos que los empachan de agua, y así se alimentan de ellos. También pasa con los seres vivos, los animales, si acaso quedan atrapados. A veces hay que dejar a los enfermos y heridos atrás, conocedores de lo que les aguarda, y sus gritos se oyen en la distancia, poco a poco se acallan, pero siempre queda su eco en el tiempo, en el recuerdo. Ya he visto a gente convertida en maceteros. La voracidad del mundo despierta de nuevo. A veces pienso si es acaso una venganza, o la justa retribución a mi especie.

Miro al anciano con ciertas dudas en mi cabeza y en mi espíritu, mientras un edificio de más de doce plantas aparece partido en dos y en la azotea se ve una imensa copa, frondosa, convirtiendo una porción del cielo en una esmeralda gigantesca e impenetrable. La luz apenas se cuela en pequñitas motas que salpican algunas hojas, breves destellos blancos. Creo que el jefe estuvo aquí... En esta zona, hace mucho tiempo. Pero a lo mejor no tanto, yo ignoro cuándo empezó todo esto. Pero sé que no cogió a nadie por sorpresa.

Me pongo a la altura del jefe del clan, y me sonríe. Seguro que sabe todo lo que he pensado y sentido mientras contemplaba el poderío de este paisaje. Hay noches en las que sueño con la armonía, sabia armonía, entre los hombres y la tierra. Que sueño que nuestra especie sea digna del perdón de la madre. Y mientras me dejo llevar de la mano por las notas musicales de un género que ni siquiera conozco, lloro.

Lloro en plenitud porque solo en este instante y durante lo que dure, escucharé y sentiré algo así de hermoso. Me acuerdo de la música, de cómo y cuánto la escuchaba antes de todo, antes de no sé exactamente cuándo.

El jefe está frente a mí y también llora... Pero su llanto es diferente, es profundo, hondo, y tiene algo de oscuro, de secreto e insondable. Es un llanto de pena y dolor, como el que se siente cuando vuelves a tu hogar, tiempo después, y ves que algo ha cambiado de manera irremediable. Lo mira todo, todo cuanto lo rodea y solloza. Suspira cuando deja que su mirada se pierda en una calle próxima y lo arrastre hacia una distancia insalvable en el tiempo, entrada en la memoria.

La música sigue volando, quiebra el silencio nocturno, y se aloja en los troncos, en las raíces, en las hojas que encuentra. Tengo sueño, y ya no puedo llorar más.

1/06/2009

La pregunta es si podrías abrazar tu luz mientras se apaga inexorable, si podrías aferrarte al cuerpo de la persona amada para convertirte en el último puerto de esta costa mientras su barco leva anclas hacia la otra orilla, la pregunta es si podrías mirar a los ojos de tu esperanza y aguantar la compostura al comprender que la silueta de esas pupilas es la tuya propia.

Esa es la cuestión, si serías capaz de intentar atrapar el último remanente de dióxido de carbono de aquellos pulmones que te espiraron mientras entrabas en el cuerpo al que pertenecen, y observar cómo se te escapa, cómo se esfuma, igual que el agua huye de las baldosas.

La pregunta es si podrías estar ahí, llorando pero sin derrumbarte, mientras la fuerza de ese abrazo se va agotando hasta que solo existe la que tú aportas y después ya no hay más dióxido de carbono, ni pupilas que reflejen tu silueta, ni luz en ese cuerpo.

Piensa, piensa bien. La vida también es eso, es más, la vida, sobre todo, es eso.