1/31/2008

Es una sensación muy parecida al orgullo, pero no llega a tanto. Es un tipo de satisfacción que te hace saber que has acabado lo que empezaste, que, al margen de todo cuanto pueda ser evaluado, lo importante es que no te rendiste a mitad y dejaste con las ganas de vivir a un montón de ilusiones y existencias. Ilusiones y existencias alojadas en papel.

A través de la ventana, con la cabeza apoyada en la almohada, y boca abajo, pensé en que había hecho algo de nuevo. Y el niño que soy gritaba de alegría al sentir que tendría otra historia más, una historia que tal vez perdure.

Me quedé mirando los árboles deshojados, famélicas criaturas enraizadas en la tierra, recortando sus siluetas macabras contra la noche negra, de carbón brillante en las estrellas. Luego imaginé esos mismos árboles pobladitos de brotes verdes, con color de tierra revivida. Me di cuenta, entonces, de que solo quedaban unos meses, y reparé en que todo sigue su rumbo, el tiempo no se detiene, y las historias, las letras y palabras, van y vienen.

¿Ahora me estará echando de menos? ¿Estará, en este instante, sumergida en las profundidades de mi alma, al tiempo que lee ese montón de páginas? El mundo no se detiene, y le da igual que haya escrito una o dos "novelas", una o doscientas diez entradas en un blog.

Y es verdad, no importa cuánto se haya escrito, sino lo que se sentía al hacerlo. Porque lo que se siente siempre queda, dando lugar a una impronta que nos recuerda qué y quién. Cuando quién es nadie, porque en las letras ya está todo cuanto eres, cuanto fuiste.

Sin embargo, mantienen el secreto de lo que serás.

1/27/2008

Un momento de aislamiento, de soledad, de ver el fútbol en una mesa con tres sillas y ser el único que está sentado. Porque no hay nadie más. Los minutos del partido resbalan relajados, como la luz de la tarde que claudica. Y la apatía marca un tanto en el descanso. ¿Qué hay? No hay nada, me respondo al mirar en el interior.

Por eso luego llego a casa, enciendo el ordenador y me dedico a pensar en qué es lo que voy a hacer más tarde, en cómo voy a rescatar la magia de este domingo en el que me quedo, en el que puedo ver anochecer de nuevo en mi ciudad, a través de la ventana de mi cuarto y no sobre un titán alargado de diez ruedas.

Mi cabeza viaja a toda velocidad de una idea a otra, las ideas están ahí, flotando. Voy al cuarto de baño y hay una que me seduce sobre todas las demás. Consiste en recuperar alguna costumbre de las de antes, no de las de antes de hace años, sino de las que tenía y que he debido abandonar... Sentarme en el sofá cuando todos duermen en casa, sin luces que rechinen en la sombra, sin aguijones de claridad que envenenen lo unánime de la oscuridad.

Justo después, poner ese programa de televisión que tanto me gustaba ver, sobre todo cuando el lunes era fiesta, para no tener que preocuparme por la hora en la que iría a conversar con la almohada y le haría el amor a la que se viste de sábanas y edredón. Un lunes como el de mañana. Y quedarme en el sofá, sentado durante un rato, y luego echarme, cuan largo soy, prescindiendo de todo. Olvidándome de mi apariencia, de mi cabeza rapada, de mi barba, de mi ropa, de mi piel, de mi vello, de mis inquietudes, de mi carne, de mi edad, de mis ambiciones... Dejando solo el corazón, la ilusión, y el gusto implícito que hallo en pasar miedo.

La idea es, básicamente, escapar de la corriente universal que nos atrapa y tumbarme en algún ribazo del alma, a la luna, masticando, desnudo por completo, algún junco o espiga verde, crecida en el placer de la evasión. Totalmente desnudo, porque seré solo ilusión, placer y corazón.

1/26/2008

Todos creen, alguna vez, que tienen lo más especial. Que poseen lo que los hace únicos, inigualables en su dicha. Todos creen, en algún momento, que su fortuna es genuina, que nadie puede comprender cómo se sienten, que lo que poseen es lo más puro que el mundo ha podido ver jamás, lo más auténtico que los segundos del universo han podido rozar con su toque irretornable.

Todos. Incluido yo. Hoy ha estado a punto de dormirse en mi hombro. A nuestro alrededor el bar seguía en su microcosmos, desarrollándose en espirales de humo y galaxias burbujeantes de cerveza. He pensado en cuántos habrán tenido la suerte de vivir algo similar en algún momento de sus vidas, y en si todos ellos pensaron que fueron los más afortunados del mundo en ese instante. En todos los que nos equivocamos, en todos los que al equivocarnos ahí, en ese punto, acertamos en una parcela de nuestro espíritu.

Un grupo de chicas miraba, una era bastante guapa, o muy guapa. De vez en cuando me giraba para verla. Pero no cuando se ha apoyado en mí, no cuando no podía dejar de besarla, aunque quisiera. Mi boca demostraba voluntad propia.

Y ahora estoy en mi cuarto, escribiendo en mi estómago las turbulencias de la tarde que mi memoria remueve, apuntando con un cincel la superficie de mi alma. Es agradable sentir que todo se mueve en calma, que todo sigue su curso. Es mejor aún experimentarlo estando sereno, como yo ahora, escuchando a Sabina de fondo, hablando sobre ausencias, sobre el macabro vientre de los misiles.

La vida sigue, en suspiros ligeros que alivian al alma de pesadas cargas. Con mi hombro empujo el aire hacia mi espalda, aún la siento dormir en él mientras yo acaricio su nuca, inhalo su pelo, y moldeo su espalda.

1/22/2008

No hay duda de que todos se han ido. No queda nadie, y me acompaño en la soledad del escritor. Quien escribe siempre tiene algo único que guarda con celo. Y la maldición, o bendición, quién sabe, de no querer compartirlo.

¿Qué pasará cuando vuelvan? Los segundos vuelan por delante de mí, y me miran mientras se alejan. Dicen algo que ya sé, murmuran entre ellos que estoy solo. De nuevo mastico las ausencias, y rado los huesos del miedo para no perder su sabor, para que si algún día vuelve como plato único no me sorprenda, ni me vea desnutrido y aproveche.

El sol ya calienta, calienta de verdad, y la nuca me arde y el cuerpo se me quema en deseos de primavera. Ha sido largo el camino de vuelta, el camino que me lleva a una habitación donde hacer escala. No estoy en casa, pero me brinda un hogar si, como ahora, me hospedo entre palabras.

Se han ido todos y no queda nadie. Estoy solo, pero eso no me impide sonreír. Quizás algún día vuelvan. No me siento mal, he podido atrapar todos los segundos que he querido, y mi mano se libera del puño en el que se había convertido.

Estas líneas son el testimonio de mi libertad. Pero tú, ¿tú adónde has ido?

1/21/2008

La niebla era de azul metálico y constitución vaporosa, y convertía la autopista y sus alrededores en una situación geográfica fuera de tiempo y lugar. Los faros del autobús se abrían paso, desgarrando su húmeda esencia, penetrando, amarillos, en ese muro denso pero blando.

Nos guiábamos por los ojos eléctricos con pantalla de plástico de la bestia mecánica, y parecía que volásemos por un mundo azulado y borroso. Yo sentía cómo te echaba de menos, cómo añoraba la presencia de tus ojos, pero no me preocupé demasiado porque, desde hace un tiempo, siempre tengo tu nombre escrito en los labios.

De repente mis ojos pidieron algo de tu piel en las retinas; escalando desde tu cuello a tus sonrisas advertí mi deseo, y luego me di cuenta de que algo había cambiado en el paisaje. El resto de los ojos de las criaturas, sedientas de hidrocarburos, no podían dar un brillo semejante a la tierra que nos rodeaba. Ni aunque fueran de xenon.

Presté un poco más de atención y miré sobre mí mismo, encorvándome un poco, y acabé por descubrir una hermosa luna. La niebla se había ido casi por completo, y solo quedaban pequeños retazos que homenajeaban al hermoso satélite con brillos de plata.

Daba igual que antes todo fuera azul, metálico, húmedo y vaporoso. Da igual, en realidad, porque yo cuento con un núcleo anaranjado y tibio más allá de mis costillas, empujando una sangre que se enciende si me tocas.

1/16/2008

Entro en la habitación y lo veo. Con la cara de idiota, en un viaje rápido a sitios lejanos de donde estamos. Tengo que hablar con él.

- Tú, dónde está tu hermana. - No hay tiempo para cortesías. Creo que hago bastante no insultando a ese cabrón. No me contesta. Encima con tonterías. - Pero a ver, ¿de qué vas, imbécil? Que dónde está tu hermana, he dicho.

Y sigue ahí, mirándome, como si yo no estuviera. No le he roto la cara por miedo, y así se lo escupo. - No te doy de hostias porque me arriesgo a pillar el bicho con tu sangre, gilipollas. - Lo tengo cogido por el cuello. Sus pupilas se han empequeñecido. Por fin reconoce que me ha visto. Sonríe. Pero sonríe como los payasos. Porque sí. Es una sonrisa que no tiene retorno, la de la lucidez del que está mentalmente destrozado.

- Ehh... Tranquilo, hombre... Que yooo... Que yooo estoy aquí muy bien joder... - El cabronazo quiere jugar y no hay tiempo.

- ¿Dónde está tu hermana? - Repito. Huele mal. Apesta. Seguro que ha traído a alguna fulana de mierda que le estará haciendo lo mismo que él a mi cartera. Pobre desgraciado.

- ¿Mi hermana? Me da igual esa zorra.

- A la próxima te pateo el estómago. No ha ido a clase. No saben dónde está.

- Te jodan capullo.

Sigo viéndolo más allá que aquí. Me da tanto asco como pena. El miserable se permite el lujo de perder el tiempo. Sabe que si me contesta está jodido.

- ¡Que me lo digas! - Rodillazo a la boca del estómago. Joder, ha vomitado... ¡El muy imbécil ha vomitado! Casi ni se mantiene en pie. Levanta la mano para que no siga. Ha visto mi ademán y ha sabido leer que ahí le iba otra. Balbucea.

- Entiéndeme tronco... Que esto... Esto es muy jodido tío... Que tu no saes la mierda esta lo jodida que es, tio dame algo... Que no se donde esta mi hermana tío que se lan llevao que yo tenia que ponerme joe que estoy de puta pena y la Marian - la puta que estará, seguro, ahora mismo, abierta de patas, con la lefa de este payaso goteándole por las ingles mientras busca una parte virgen de alguna de sus venas. - Joe macho ayúdame que soy legal...

Me estoy poniendo enfermo. Solo quiero saber dónde está su hermana... Si dispusiera de tiempo le partiría las sillas de la casa, una por una, en la cabeza. Y a "la Marian", como dice este, otra de lo mismo, pero con la tapa del váter.

- Que me digas dónde está. Que me digas de una puta vez quién se la ha llevado, coño.

- Se ha ido a la calle. - ¿!A la calle?! Tiene que estar de broma.

- ¿!Has mandado a tu hermana a la calle?! No puede ser, ni de coña... - Se está riendo, el muy desgraciado se me está riendo.


- ¿Alguien tiene que pagar esto, no? Y yo... Ya sabes questoy mu enfermo...

- ¿Quién se la ha llevado?

- No seas brasas joe, y dame algo anda... - No se entera. Este no se entera de la misa la media.

- Si me dices dónde está, te pago el mejor jaco que hayas visto en tu puta vida. ¿Te hace?

- ¿Jaco? ¿No mestarás llamando yonko, no? Porque cojo y te meto que yo de esas mierdas no pruebo joe que yo solo suave que mestoy quitando y lo saes joe... - Me cago en su puta madre.

- Venga, hombre, que no me vas a engañar. Si me lo dices te dejo aquí el resto de la pasta que te has dejado de mangarme. A ver, no hay tiempo, ¿vale? Dime dónde está y te doy la pasta... Punto.

- Acaba dirse, a la calle, co... Si te das prisa la coges, ¿que no? ¡Marian! - Está llamando a la puta de mierda. No contesta inmediatamente y deseo que se haya muerto de sobredosis. Que se haya matado con un puto pico para el bien de todo el jodido barrio y por el suyo propio. - Quel pringao de mi cuñao nos pagal pico que dice que vaser el mejor de nuestra puta vida. - La puta contesta. Ahora me vuelve a mirar a mí el miserable. - ¿Eres mi cuñao, que no?

No puedo contenerme. Patadón en las costillas y que le den por el culo.

- Y el pico te lo paga tu puta madre, maricón. Ah, no, que la mataste del disgusto. Eres un asqueroso. Has mandado a tu hermana a hacer la calle. Hijo puta, si le ha pasado algo, por mi viejo te juro que te destrozo a palos.

- La pasta, pringao... La pasta, !hijo puta! ¡Que me roban! !Que me roban! - El cabrón está montando el numerito. Si lo oye gritar el camello la jodo, es su cliente más fiel. Está sangrando por la boca, creo que lo he jodido de verdad con esa patada. Me largo por patas, la puta de Marián se ha puesto a gritar. Me vuelvo por última vez, y veo sus muecas ojerosas sujetas a su cuerpo por una espiga que es más cristal que hueso.


No la encuentro por ninguna parte. Dónde cojones se habrá metido esta tía. Joder... No me coge el móvil. Mierda... No la veo. Le pregunto a "el Jorgito". Es un legal, pero es peligroso. Si le tocas los huevos estás jodido. Si cree que le estás tocando los huevos, estás jodido. Por suerte le caigo bien. Me dice que no la ha visto por ningún "lao" y que lleva ahí toda la tarde. - Pues nada, Jorgito, gracias. Y cuídate. - Me despide con cortesía, la de un gángster de chaleco y botas, de los del trabajo sucio. Me desea suerte.

Arranco el coche y al final de la calle, por el retrovisor, veo a alguien de andares conocidos. Me acerco a toda hostia. Se me acaban de reventar mil mares en los ojos. Es ella, joder. Bajo la ventanilla y grito. Se ha parado. Freno de mano, apago el motor, saco las llaves, cierro.

- Hostias, creía que no te iba a volver a ver. ¿Por qué cojones has faltado estos días a clase? Me han acabado llamando a mí.

- No había comida. Tenía hambre, joder... A mi hermano lo conoce gente que me cuidaría muy bien... - Eso de cuidar muy bien se me clava hasta la columna, pero empezando desde el pecho. Ni hablar de eso. Ni de coña.

- De eso nada, joder. Nos largamos de aquí. Además creo que la he jodido.

- ¿Qué has hecho?

- Creo que ahora mismo tu hermano está a punto de morir por una patada en las costillas que le he dado hace media hora, y Marián estará llamando a la policía. Me parece que a esos dos se les ha acabado el chollo.

- ¿Que te has cargado a mi hermano? ¿Pero eres gilipollas o qué, maricón? ¿¡Pero tú eres gilipollas o qué te pasa!? - Mierda. Le tiembla el labio inferior, y se le arruga la barbilla.

- No quería decirme dónde estabas. Joder, tenía que encontrarte. No quiero que te conviertas en Marián. Dios...

- ¿Y por qué? ¿Sabes que no me alimento del aire, no? Puto subnormal... Es que eres tonto.

- Ya he pensado en eso. Vente conmigo, nos largamos de aquí y a tomar por el culo.

- ¿Por qué crees que tienes derecho a decirme eso?

Me mira a los ojos. Fijamente. Y yo a ella. Quiero decirle solo una cosa, dos palabras, y se me pasan mil por la cabeza. La sigo mirando, y los mares que hace un momento han reventado en mis ojos ahora se desbordan por sus mejillas. Estoy acojonado... El hecho de que haya matado a su hermano es algo que no influye en este sentimiento, lo juro. Es mucho más, algo distinto. No sé pronunciarlo... O sea, sí sé pero no puedo...

Se me abraza. Dios, es el peso más ligero que he sentido nunca. Lo he dicho, pero no lo he pronunciado.

Ahora ya da igual. Subimos al coche, pongo la llave en el contacto, enciendo el motor, quito el freno de mano y nos largamos. Que les den bien a todos por el culo.

1/15/2008

Las estrellas se han descompuesto, difuminándose en el metal gris de todas las mañanas. Las horas de sueño se alteran, y se cambian por hambre, un hambre que no desaparecerá cuando desayune, ni cuando coma o cene. Es un hambre de días, de los que anidan dentro y se retuercen con un el cuerpo al rojo vivo.

Se arrastran por delante de mí los momentos para cada palabra, y a mí ahora solo me interesa un silencio. Lo demás sigue, sin tener que decir nada.

Cuando el oeste se trague al sol, esta tarde, volveré atrás la vista, con la mirada en un instante diferente, y con las estrellas recomponiéndose con calma, en la negrura nocturna, en la premonición del alba. Será entonces cuando hable con las horas, para que no se alteren, para que tengan paciencia.

Por ahora sé que respiro con demasiada facilidad, y por eso la boca me dice que se aburre, y la lengua que no se divierte, porque mi saliva es algo que ya conoce de sobra.

1/13/2008

Añorar es ver en cada calle las calles de tu ciudad, y en los rostros desconocidos aquellos con los que has compartido tantas experiencias. Añorar es sentir una bestia en el estómago que abre vacíos en el alma, desgarrándola salvajamente, con voracidad de tormenta veraniega.

Añorar es, también, sentir a cada paso a quien anhelas, y que el eco de las zapatillas contra el suelo te recuerde cuán equivocado estás. Es pelear con un titán que se concentra en el puente de la nariz, en el punto intermedio entre el tabique y la frente, donde las emociones empiezan a hacerse físicas y se apoderan de esa tierra de nadie. Añorar es ver desfilar aguaceros en el filo de los ojos.

Sentirse extraño en cada lugar, un excedente, una protuberancia indeseable en un entorno que se antoja hostil. Añorar es estar solo y acompañado al mismo tiempo, y notar punzadas en el pecho que zarandean la consciencia, recordándote tu vulnerabilidad.

Añorarte es desear perderme en tus brazos, desafiando a la distancia, e incluso al tiempo. Es que las nubes de las que hablaba hace un momento derramen su esencia de borrasca, y el granizo de mis adentros hierva en mis mejillas. Añorarte es sufrir en cada inspiración, porque no sabes cuántas inspiraciones han tenido lugar sin que pudiera decir de verdad te quiero. Ni siquiera pensarlo.

Porque es duro tener que esperar al momento exacto y ser sincero, aunque merece la pena. Añorar es, al mismo tiempo, recordar que hay algo por lo que luchar, y que el esfuerzo tiene una recompensa cierta. Añorar es llorar por dentro y por fuera, y saber que la sal suicida de los párpados lleva todas las letras de esa palabra que contiene cinco.

Añorar es desdicha y fortuna, una cama con colchón de plumas y somier de espinas.

1/12/2008

Escribir es amar las palabras, es sentir lo dicho de las mismas que se mueven en el aire, vibrar con las que tiemblan en los renglones perfectos de un papel. Escribir es encontrar en esta mañana temprana, en el sol que baña el edificio erguido a mi derecha, frases con las que nutrir mi alma, y disfrutar de esta soledad.

Decir yo quiero ser escritor es decir locura, para abandonar las normas del mundo, como lo hace mi voluntad al aproximarse a tu cintura. Decir querer ser escritor es olvidarse de todo, y al mismo tiempo no perder nada, mantener la memoria fresca ante lo ocurrido y lo que vendrá.

Nueve pisos más abajo la vida se despereza frotándose los ojos con dedos de asfalto, y yo aquí cantando desde adentro para mí, hablando conmigo, sin mucho que decir, solo lo justo. Creo que es en lo justo y moderado donde se halla lo hermoso.

Un amigo me avisa de que lo ha traicionado un sueño, y me confiesa que del propio miedo se encuentra mareado. No hay nada que pueda hacer juntando letras por muy apropiadas que sean, nada hablado o escrito que lo acoja y lo acaricie, apoyando una mano sincera sobre su espalda, envolviéndolo en un aura reconfortante.

Por eso mismo, ser escritor es amar, en realidad, el silencio antes que nada. Y dejar a las palabras vivir en paz.

1/09/2008

Hoy, en clase, como en muchas otras ocasiones, he compartido el tiempo contigo. He pensado constantemente en esa libélula de plata que roza tu cuello, y no cuelga de él porque el cordel es demasiado corto. He pensado en muchas cosas, y te he contado algunas. Sigo con la historia que empecé hace un mes, que es la cuarta parte desde que escribimos una primera línea, titubeante y con una caligrafía dudosa. También ha estado en mi cabeza, con la vida que late en su interior, y tú la mirabas fijamente. Animándola a crecer.

Escuchaba los sonidos del bar, el alboroto de las mesas y la música repetida una vez tras otra a lo largo de las horas, haciendo desear que el aparato de música se rebele, o se suicide provocándose un cortocircuito. Soñando, tal vez, con que dé un ultimátum al camarero y le diga que o reproduce archivos de música diferentes o se acabó lo que se daba.

Se oía el clin del futoblín, con sus clons, y el resto de sonidos orquestados en una partitura arrítmica, creada por el instinto de los jugadores y la velocidad de sus reflejos. He llegado incluso a oler el aroma de la cerveza, las jarras de cristal y el tacto del recipiente plástico de los litros se me antojaban auténticos y reales allá donde mis manos tomaran contacto con la otra realidad. La otra realidad en la que no estabas tú, ni ninguno de ellos.

Ahora mismo estoy delante de la raya de luz roja, esperando a que la pantalla indique que es mi turno. Tengo los tres en mi mano izquierda y ya he preparado mi cuerpo para el tiro. Apunto, y el primer dardo se clava, el segundo también, y el último impacta en el veinte triple. Una buena tirada.

Vuelvo a ti, de nuevo, acaricio con curiosidad la hermosa libélula de plata, constantemente entre tu rostro y tu pecho, y te miro a los ojos, directamente, haciéndote una pregunta que no llego a formular. Los dos sonreímos. No sabes cuánto quisiera ser sus alas.

1/06/2008

Tibio el sol en el rostro, esta tarde de presagio con ganas de primavera me sorprende, y al levantar la vista un poco sueño con árboles vestidos de esmeralda, pero en realidad siguen con el bronce otoñal que se durmió en sus ramas, parodiándolos de gris en un invierno desatento. Las hojas de tan secas parecen ceniza coloreada de papel viejo.

En esta tarde de presagio vuelvo a mi memoria, para dormirme en las curvas que tu cuerpo hacía en tu camiseta gris, y recorrer los pliegues de tu falda, otra vez con mis manos, otra vez en cuerpo y alma. Anudaré las penas de mis ojos con tu lengua al dibujar mis labios, y confesaré secretos a la luna que acabará por contarte, tal vez, resumiéndolos en dos palabras.

Más tarde, cuando conozca tu anatomía y sean pocos los misterios de tu espíritu, acariciaré la imagen de tus manos, cubiertas sutilmente por unos guantes negros, donde hallarás en su calor, a lo mejor si lo deseas, las sonrisas de todos estos días.

Las sonrisas, los mordiscos, y los mundos que chocaban al unir tu pecho con el mío. Luego, en los rincones del aire que nos separaba encontraré los besos que me llevo de ti, mientras mi nariz reclama la tuya, y mi boca tus párpados, y mis ojos tus pestañas.

En esta tarde de presagios no anhelo mayo ni abril, renacer de la tierra que constantemente siento en mí.

1/05/2008

- ¿En qué piensas?

En su mente bailaban, sobre una melodía ígnea, casi hiriente, ideas de detener el tiempo, de prorrogar ese instante hasta hacerlo eterno. Ideas de invariabilidad, de no volver a marchar, de quedarse para siempre. En su cabeza resonaban aún los pasos sordos, devueltos en un eco macabro por las paredes de la ciudad, húmedas a causa del frío del enero marchito que se iba convirtiendo en el segundo del año, esta vez el más largo de cada cuatro.

- Ha merecido la pena, ¿verdad? - Preguntó la misma voz, de nuevo. Claro que lo había merecido. El sudor recorriendo la piel hasta hacerla parecer metal bruñido a la luz de las farolas de las calles de Zaragoza. Había merecido la pena sentir la sangre palpitando fuerte contra las sienes, haciendo que la cabeza se bambolease imparable, del mismo modo que el mundo que los rodeaba, siempre que ocurría aquello por lo que detendría el tiempo deseando prorrogarlo hasta lo eterno.

Sentía el calor dentro de sus entrañas, arañando la piel que se convertía en la superficie granulada propia de quien sufre los encantos de la emoción más intensa. ¿De verdad había merecido la pena? El olor de la sangre derramada acudía aún a sus fosas nasales, ese aroma metálico que se arraiga profundo hasta anclarse en la más íntima esencia, en el primer cimiento del ser, en el exacto lugar donde el alma recoge sus impresiones en un valioso catón existencial. Los músculos seguían tensos aún, y vaporeaban la energía que los había movido, que los había insuflado de fuerza y agilidad desde la voluntad para la lucha. Al principio no lo tuvo muy claro, pero llegó a la conclusión de que a todo se aprende practicando. Se aprende aprendiendo, y no hay más vuelta de hoja. Luchar, pelear, no eran excepciones.

El humo que las chimeneas vomitaban hacia un cielo nocturno rosado, de nubes amenazantes de lluvia o nieve, lo transportaron a universos de calma y quietud. La calma y la quietud propia de la satisfacción por el trabajo bien hecho, por el deber cumplido. Eran pocos, y eran perseguidos. Las cosas habían cambiado bastante en muy poco tiempo y solo quedaba darlo todo para conseguir, aunque fuera, tan solo una pequeña parte de lo que fue suyo. Así empezó lo que cada noche acababa, para volver a empezar al alba, cuando el mundo se desperazaba en los sueños que el Este quebraba con una luz dorada. Nadie, absolutamente nadie, podía saber cuánto sufría cada lobo o cada bruja. Lobos y brujas, hijos y hermanos de un lugar que no eligieron, pero que no dudarían en cambiar por aquello que creían justo.

- La noche es preciosa... Pero todas lo son después de esto. - Ella nunca decía qué era “esto”. Nunca lo afrontaba, a pesar de ser de las que más se entregaban. Solo eran brujas aquellas que no sentían miedo a morir por lo que creían, las más valerosas, las más auténticas a la hora de demostrar hasta dónde se quiere llegar. Ella lo era, era una bruja. Sin embargo, después de cada noche, las pupilas se le empequeñecían, sumergidas en un bailoteo líquido y cristalino de sus ojos. Era como un ritual de purificación, una catarsis suplicada a sí misma, donde buscaba el perdón a sus actos, a su naturaleza instintiva y fuerte. Sabía que era necesario, pero no podía evitar sentirse en deuda con el bien, porque herir le gustaba tanto como la turbaba.

Siguió sin contestar mientras lanzaba otra mirada al cielo incendiado, como la música de su mente. Cerró los ojos e inspiró con calma. Se relamió mientras las imágenes de la memoria a corto plazo se sucedían con exquisita dulzura, en una cadencia sutil que lo llevaba de nuevo al fragor de los golpes intercambiados, los gritos desesperados y las órdenes previstas para acabar con éxito el plan. Pueden perseguirnos, se dijo, pero no nos dejaremos coger. Se incorporó, levantándose sobre su metro y ochenta y cuatro centímetros de altura. Pasándose la mano sobre su cabeza rapada al tres y acariciando levemente su barba, que cubría los moratones y heridas del rostro, sonrió con benevolencia y sinceridad. Solo eran lobos los más nobles.

- Merece la pena,- dijo, casi en un susurro,- y seguirá mereciéndola, si puedo compartir contigo y la magia de tus ojos el camino hacia nuestra superviviencia. Vámonos, el resto de lobos y brujas nos esperan.