6/09/2008

Por ahora tengo lo que tengo, lo que he conseguido, y de algún modo u otro me servirá, me será útil. No voy a estar otro año aquí, pues he encontrado el destino a mi trayecto. Lo descubrí al tiempo de haber llegado, pero no puedo decir después de instalarme porque eso nunca ha terminado por suceder. He estado entre dos puntos que han sido los límites de una columna vertebral sobre la que se fundamenta mi tiempo.

A lo mejor no apruebo todas las asignaturas, pero tampoco será un drama. Conseguiré créditos que, de un modo u otro, tendrán una finalidad en el tiempo venidero. No importa lo que ocurra pues he decidido hasta dónde quiero llegar, y ahora solo me queda lo mejor de todo: trazar el camino.

Lo que se descubre, siempre, es el destino. Siempre sabes adónde quieres llegar cuando inicias un viaje, a no ser que se prefiera errar y deambular por el placer de sentir que el tiempo es un lujo que también puede ser empleado de ese modo, pero nunca conoces cómo va a ser dicha travesía, cómo va a desarrollarse. El mío empezó hace unos meses, pero como quien dice estoy aún con el equipaje a medias.

Siempre que viajo llevo una mochila a la espalda de la que no me desprendo nunca, ahora lleva ciertos pesos con nombres como miedo, porque puede que esté a punto de decepcionar a algunas personas, peligro, porque es posible que esté caminando al borde de un precipicio, angustia, porque cualquiera puede resbalar...

Sin embargo no solo están esas. También hay hueco a más palabras, sonrisa, por ejemplo. Porque si sabes qué es lo que quieres conseguir y tienes, más o menos, las ideas claras sobre el medio de transporte a utilizar puedes hacerte una aproximada ruta de evolución. Que, por supuesto, puede alterarse según las circunstancias. Veo otra que me gusta mucho y dice emoción, y es que me hace sentir un tanto loco eso de quererme dedicar a las letras por completo, a la escritura en particular. Aprender es un verbo que figura como protagonista en mi mochila, nunca podré desprenderme de él, y bendita mi suerte. Luego encuentro paradojas como por ejemplo tensión y calma. Tensión porque no sé cómo va a suceder, y calma porque sé qué es lo que quiero. Dependiendo de mi estado de ánimo hay días que la mochila pesa más o menos, aunque por lo general suele estar equilibrada.

Lo cierto es que si pienso que todo cuanto estoy haciendo, tanto mis inesperados aciertos como mis maestras equivocaciones, tiene un sentido, puedo relajarme y pensar que no importa que esté caminando sobre la cuerda floja. Si en realidad hay mucho más, y se sabe, que no todo es así o asá, que hay intervalos, puntos, que sobre todo no hay límites para el espíritu.

Todo se vuelve mucho más fácil así, si buscas encontrar una oportunidad para algo provechoso. Siempre la hay, hasta en la más roja de las tragedias. Y todo resulta mucho más estimulante cuando sabes que tienes un aliento para tu boca cuando el tuyo se seque en los labios, que hay un estómago redondo, blando y carnoso que no dejará de darte calor. O un alma ajena y propia, a la vez, que pasará hambre cuando a mí me duelan hasta las mandíbulas de llorar, o mis dientes rechinen poemas de rabia.

El mundo se vuelve distinto si te paras a pensar en el milagro de la lluvia, no en la lluvia en sí sino en el porqué de la lluvia. En que algo en algún momento se hizo de un modo que desencadenó toda una suerte de privilegios y de motivos por los que el hoy cobra sentido y fuerza. Seguramente si volviésemos en el tiempo a la primera vez que llovió, con los ajustes necesarios en nuestra mente, nos preguntaríamos "y esto, ¿para qué sirve?". Cada cosa tiene un lugar en el tiempo, y eso es algo cierto que todos hemos experimentado alguna vez, por eso calma.

Aunque a veces metas la mano en el zurrón y apenas puedas moverla porque sobre ella caen pesados bártulos de temibles palabras y peores pensamientos que se nos figuran como consecuencias. A pesar de eso, alivia.

Y no es necesario recurrir a ningún dios, es tan sencillo como dejarse llevar por la sabiduría común de la que se desprende que cada decisión y acto al que damos vida en el presente será el embrión de un resultado en un futuro y que, de hecho, esas decisiones presentes y sus actos son la criatura desarrollada de una pequeña célula en el pasado. Así podríamos seguir hasta el principio de los tiempos, aunque se me plantearía una duda... ¿Principio?

Estoy seguro de que entonces volvería al milagro de la lluvia, riñendo con el escozor de mis angustias, pasaría por el olor de mi lengua que sabe al aliento de quien a toda costa me apoya y cree en mí y, por último, acabaría retornando a lo de siempre. Mis pequeñas y mágicas criaturas, con las que trato de entenderme al máximo, para agradecerles que me comprendan de esta manera que solo ellas y yo sabemos, y que me ayudan en mis esfuerzos por levantar mundos de donde al principio no hay nada, o apenas nada, un soplo de aire, una tierra movida y húmeda esperando las raíces de una idea.

Esperando abono de palabras.

No hay comentarios: