2/25/2009

Por la mañana, aún vestida de blanco, llegaron los bomberos. Colocaron la grúa, vinieron más coches. Una ambulancia, una UVI móvil de los propios bomberos, la policía, como es de rigor. Y todos los transeúntes miraban atentos y expectantes, enganchados a la trama. Ni la mejor de las películas genera tal suspense.

Y entre ellos pasó un crío, o un joven según quién lo viese, y los miró a todos por un instante y también vio adónde y qué miraban. Se dio cuenta de que estaban realmente atentos, pendientes de cómo iba a seguir evolucionando el nudo de la acción. Gente con los periódicos o el pan mal sujetos y la boca entreabierta; estaban dispuestos como esponjas a ser penetradas por agua.

Sin más volvió a sus asuntos y se diluyó en la lejanía. Tenía que seguir pensando en cómo dar el golpe final a su nueva novela.

2/16/2009

[...]

Llorarás la inconsciencia del padre, ¿su ausencia quizás? Puede ser, puede ser que sí, pero no quiero transmitirte un soplo de abandono al exilio, no quiero invitarte al éxodo de tus pasiones ni del sentimiento. No quiero que pienses cuán cobarde fui o cuán valiente pude ser. Solo que soñé ser libre.

Soñé con escribir mi tiempo en un eje distinto. Puede que algún día en tu interior sientas cómo tus entrañas se contraen periódicamente en espasmos molestos, sin llegar a dolorosos, en los que parece que desde tu estómago se abre un vórtice que trata de absorberte. Hijo mío, es tal la angustia, ahora no sé si podré salir, no sé si cuando leas esto pude hacerlo. Pero te juro que quiero. ¿Es acaso que no doy el paso necesario?

Es pues el miedo. El miedo de sentirse inútil, retrasadamente distinto del resto, es el dolor terrible que engendra el no haber cumplido las expectativas. Hijo mío, jamás, jamás te dejes vencer porque yo, de un modo u otro, estaré. Estaré aunque mi carne ya sea el suculento manjar que vuelva a la tierra. Llamaré a las almas de los que te amaron y se fueron para que acudan a tu ruego, para que subsanen la desesperación, y yo iré con ellos, y con otros, con los otros que te amaron también y que me amaron a mí. Volveremos a elevarte cuando caigas, cuando tengas miedo, eso mismo, miedo, susurraremos modestia y bravura en tus oídos.

[...]

2/07/2009

A la noche oí que del campanario llamaban en lúgubre canto a nuestros nombres. Escuché el tañido quejumbroso y serio de cuando tocan a muerto, y tuve miedo al escuchar que me miraban y decían que el óbito era por ti y por mí, y también por quien alimentó nuestros corazones.

Solo fue un momento, luego el sonido serio y lúgubre, el tañido quejumbroso y claro, se alejó con su solemnidad hacia otra casa, hacia otra cama, hacia las entrañas en las que se fraguó algún otro hogar.

Hacia otras personas que ya estaban obligadas a admitir que la vida sigue, y que no hay más que seguir con ella, aunque sea a pecho roto y el corazón aplastado, como una fresca baya de sangre en el calor del verano.

2/05/2009

Tú te vas a buscar la paz con el padre y yo mientras me quedo con la sangre de mi sangre agarrada del brazo, llorando lo mismo que yo estoy a punto de liberar, cuando la presión donde se unen nariz y frente sea inaguantable.

Tú te vas a buscar la paz con el padre que se fue hace tiempo, y yo me quedo a punto de llorar, con mi hermana arrasada y un remolino que me aleja de todo, lentificando mi corazón y acentuando su pulso de campana de réquiem.

Tú te vas y espero que vayas feliz y tranquila, que tu alivio sea en proporción a nuestro sufrimiento... Y me pregunto qué hacer con la sangre hermana, mientras llora apretada a mí, sin consuelo alguno y con dudas y culpa dirigadas a la par hacia la imagen de Dios.

Tú te vas y yo, cuando despierto, veo en las nubes el rostro de un lobo que me mira, jadeante y al tiempo con una sonrisa.

2/01/2009

En el plato solo quedan los restos de una cena más que decente. Me levanto a por el postre y, de paso, recojo el cubierto ahora temporalmente inútil. Avanzo diestro hasta la cocina, oscura y silenciosa salvo por el rumor de algún aparato, ignoro si el lavaplatos o la lavadora. Busco algo dulce con lo que darme por satisfecho, abro el armario y opto por un poco de chocolate y zumo. Tampoco hay mucho más que elegir... De hecho no hay nada más.

Cierro el armario con calma, con el zumo - que he tenido que sacar de un pack de tres tras pelearme con la cinta adhesiva que los mantenía unidos - y cuatro cuadraditos de chocolate. Creo que no es correcto llamarlos onzas, pero ahora no recuerdo por qué.

La puerta del estrecho armario se cierra con su sonido atenuado, es una especie de suspiro apagado, como el de aquel que duerme, se despierta durante un segundo o dos, y vuelve a dormirse sumido en placer al darse cuenta de que aún quedan horas de abrazar la cama. Horas de calma.

Apago la luz de la cocina y vuelve a estar a oscuras... El sonido del interruptor es similar al del armario al cerrarse, y por un momento observo lo silencioso de todo, me absorbe una atmósfera de abstracción y quietud. Es como si me hiciese ajeno a todo durante un brevísimo instante de velado estupor y después vuelvo en mí, a trazar el pasillo hasta mi cuarto sintiéndome relajadamente solo y a salvo, protegido, pero sin estar solo de verdad.

Estoy pensando en volver a por chocolate, a por más, pero no sé si lo que de verdad me llama es el dulce o volver a cruzar esa línea que marca la frontera a no sé qué lugar, frágil e ingrávido, donde todo parece un eco amortiguado.