A veces en momentos de tediosa calma o soledad reflexiono y me doy cuenta de que, ya sea el peso de la nostalgia, la culpa o el propio amor, no soy capaz de asumir que tanto mis cicatrices como muchas de las cicatrices de los demás son responsabilidad mía.
Cuyo dolor solo me atañe a mí. Cualquier persona ha sentido alguna vez ser la sentencia a un juicio propio. Seguramente alguna vez, alguno de vosotros, se ha condenado a sí mismo sin darse tiempo a explicarse porque, después de todo, no hay nada que explicar.
Y es ese miedo atroz e instintivo el que me impulsa a volar a donde sea, incluso contra el tiempo si hiciera falta, y entregarme de nuevo y de lleno al pasado. Renegando del presente, y por supuesto olvidando el futuro.
Porque, de todas formas, a veces soy capaz de confundir valentía con vanidad, sinceridad con egoísmo y ansia de libertad, o arrepentimiento con la propia culpabilidad. Está claro, soy un cúmulo de contradicciones. Una bola en un tablero de pinball...
Me encantaría verme desde el lado desconocido al que miro cuando me despierto todas las mañanas. Verme, y estudiarme sometiéndome a un examen, desde el otro lado del espejo o al menos desde fuera. Para ser totalmente objetivo conmigo mismo y saber qué soy. O al menos tratar de aproximarme.
Porque no es lo mismo. Aún así... No sé.. Sigo pensando que soy un egoísta pero al mismo tiempo que la ambición de querer aprender de otras personas es algo normal. Aún así... No encuentro la diferencia que me marque de un lado u otro.
Me importa demasiado el pertenecer a una facción o a otra. Seguramente sí. Sin embargo lo que más temo es confundir la nostalgia con amor.