11/30/2007

Nuestras almas se hallan en pie de guerra, seamos libres en el fragor de la batalla. El tiempo nos amenaza a golpe de segundero, pero no es sino el recurso fácil. No temamos al tiempo, no hagamos que nos tema él, saboreemos cada segundo como el inicio de un porvenir distinto. En mi paladar se mezclan los sabores de lo impredecible, del imprevisto, y los relojes me devuelven horas huérfanas de pena, me devuelven días de lucha.

También podemos buscar la libertad en el dolor de la carne, en el endurecimiento de ésta, y en la sangre que la nutre. Seamos libres en la sangre que alimenta nuestros pulmones, nuestros corazones que gritan a una la necesidad de elegir su propio destino. Vivimos en prisiones con puertas abiertas, y no queremos salir. Atentemos contra la costumbre, contra lo canónico, y hallemos en los latidos a viva voz la canción que nos eleve sobre los sórdidos gemidos de la ciudad.

Yo soy libre en las palabras, en los alaridos de una realidad salvaje que devora con sus fauces la fantasía que agostea, ya que en mi imaginación siempre hay hueco para la primavera. Lloremos, gritemos, apoyemos la lucha que en nuestros adentros se crece, se crece contra los límites autoimpuestos. Tenemos que escuchar, escuchemos nuestra propia voz con los ojos y la boca cerrados, pues ahí encontrarán paz nuestros deseos.

Los designios que buscamos están implícitos en la nobleza de nuestros actos, la divinidad a la que nos encomendamos también reside en el interior y exterior de nuestros cuerpos. En la carne, en la sangre, en el alma misma, que erguida sobre sí y sus derrotas no se rinde. ¿Por qué deberíamos rendirnos nosotros, pues, cuando desde adentro nos impulsan?

Seamos libres en nuestras voces, en nuestras palabras de nuevo... Seamos libres desde nuestra voluntad para serlo. Siendo sinceros, seremos libres; seamos libres siendo sinceros.

11/27/2007

La melodía de la canción que me enseñaste sigue llenando el aire que rodea mis oídos. No puedo hacer otra cosa que amarla. La voz rasgada que implora sueño, y descanso, me recuerda que yo también lo necesito. No obstante, puedo fundirme de nuevo en cuadros que enmarcan atardeceres naranjas y sentir la hora mágica en la que este mundo y el otro se rozan, intercambiando sensaciones y la impresión de un día más.

Me siento en el acantilado de mi consciencia y me cuelgan las piernas. Bajo las plantas de mis pies solo el vacío, y un agua cristalina que refleja mil lunas de plata, hermosísimas todas, pero hay una que destaca. A mi alrededor se extiende el mundo que las palabras que he invocado han construido para mí, para rendirme un tributo que no creo merecer. Esas palabras que escribí para otros, para otras, para vivos y muertos. Esas palabras que escribo y estoy escribiendo para ti.

Pensaba que había agotado la esencia, tenía miedo de haber exprimido demasiado el fruto que alimenta mi alma y calma mis desasosiegos. Pero solo era cansancio, y un poco de impaciencia para que se fuera esa sensación. Y se marcha, se marcha sin más porque ellas vienen a mí. Las amo tanto... ¿Qué haría yo sin ellas? Tan solo un día y mi interior se agitaba incompleto, ya ves cómo soy, ya sabes lo que soy.

A veces pienso en por qué me eligieron también a mí, y las siento responder que agradecieron que las escuchase. Ahora me siento pleno de nuevo, he creado, creé y creo... Continuamente, creo. Núcleos de emociones, núcleos vibrantes de visceralidad y humanismo que son, al mismo tiempo, estables y espirituales. En el medio no sé qué hay, solo sé que ambos extremos conviven. Ya no coexisten, conviven y me proporcionan el cobijo que tanto anhelo. A mí, y a mis sueños.

Puedo mirar tras la ventana, y debo hacerlo... No veo muros. Quiero hacerlo. Impulsos indefinibles se preparan en mi estómago y suben a una velocidad que ridiculiza al vértigo, escalando por el lugar en el que se anudan la euforia, el llanto, la risa que duele cuando es mucha y sincera... Sí, por ahí escala, y clava sus zarpas pero no duele, no duele... Enardece.

Me siento caminar como por un sueño, será por eso que floto en esta realidad... Mis piernas cuelgan y se balancean contra el vacío, el aire está constituido de versos y la luna que más destacaba acaba de ponerse a mi lado para cogerme la mano.

Será por eso que siento como que floto... Será por eso...

Merece la pena esforzarse por superar un reto, y merece la pena cumplir una promesa. Merece la pena esculpir silencios con palabras y observar tu seriedad, con la que intentas disimular cuánto te estás cansando de estar en esa posición. El temblor de tu brazo te delata. Son necesarios los segundos que separan nuestras bocas, para que pueda echarte de menos en esos veinte centímetros. Es necesario oírte reír cuando te hago caer sobre mi colchón.

También era importante intentar aquello, porque ahora me he dado cuenta de qué puedo conseguir. La dedicación de estos días me otorgará la visión que tanto he esperado.


Mi capacidad perfectamente encuadernada en un montón de páginas, y el título que acordamos deseando ver la luz. Espero no ser de una sola cosecha, para que en mi memoria no se llenen de polvo las estanterías donde guardar los recuerdos de tus abrazos y caricias. Para que siempre haya títulos que prometer y promesas que cumplir.

Merece la pena, también, dar las gracias.

11/21/2007

- Lo bombardearemos todo. Lo más importante es acabar con las Universidades, bibliotecas, teatros y museos. No quiero que quede ni uno solo de estos edificios en pie. Que no acertéis en derribar las instituciones oficiales me es indiferente, pero los objetivos que he enumerado previamente son de inevitable destrucción.

- Oficial, ¿por qué los teatros, museos, Universidades y bibliotecas?

- Está muy claro, hijo, porque nuestra cultura es superior y solo así podremos desenraizarlos de sus errores y falaces costumbres.

- Oficial...

- ¿Sí?

- Si nuestra cultura es superior, ¿por qué los bombardeamos?



Y se hizo el silencio. Y el silencio cambió la cara del oficial. Y la cara del oficial no daba crédito al soldado. Y el soldado seguía ahí, atento, esperando una respuesta firme y contundente de su oficial. Y la respuesta no vino. Y el soldado siguió mirando. Y el oficial no pudo más que sorprenderse por la sinceridad de la pregunta. Y entonces dio orden de deponer las armas. Y cuando no quedó ni un solo soldado armado, ni un solo oficial con galones, lloró por todas las ruinas que dejó a su espalda. Y el ya ex-soldado le dijo que los errores no son tan malos si tienes actitud para aprender de ellos. Y el ex-oficial abrazó al ex-soldado y decidió que intentaría reconstruir lo derruido.

11/20/2007

Se resquebrajan los límites del universo que me compone y en el centro propio de mi ser noto un vaivén amenazador. A cada ciclo que completa me sugiere que me dé prisa, que no hay horas, ni minutos, ni segundos, que todo cuanto creo conocer y saber no son más que apariencias ilusorias a las que si les otorgo más confianza de la debida acabarán por tragarme. Y me encerrarán en engaños.

Hay un desafío que llama a las puertas de mi ser y me pone a prueba. Tal vez no haya tiempo para más y más no sea nada. Nada, sumergirse en un lugar ajeno a todo en el cual aprender a desarrollarse sin limitaciones. A veces una consciencia destructiva golpea con sus nudillos de locura la aparente tranquilidad en la que te hallas.

Escuchas, de repente, el sonido de cristales que impactan contra el suelo y es en esa combinación de ondas donde encuentras la libertad necesaria para destruir cuanto te representa. Empiezas a moverte frenéticamente, a la misma velocidad que tus dedos los pensamientos navegan por tu mente. La identidad por la que te conocías empieza a resbalarse del mismo modo que la piel de las serpientes en la época de muda.

De súbito comprendes que has de ser responsable de ti mismo y te enfrentas contra tu propio yo. Quieres destrozarte porque sabes que solo así podrás conseguir algo mejor de ti, podrás progresar, evolucionar. Y no hay piedad en tus golpes, ni en tus frases. No hay control y el instinto salvaje latente se manifiesta en la saliva que sale disparada de tu boca a cada mordisco. Babeas de rabia porque el enemigo ha estado viviendo en tu hogar, en tu propia alma y al fin lo has descubierto.

Del mismo modo también te odias a ti por no haberte dado cuenta. Odias al tú que ahora contraataca contra la masa que se ríe descaradamente de tu ingenuidad. Arremetes, arremetes con la furia que había caído en sumo letargo al creer que habías conseguido todo cuando era necesario. Nunca debes perder las ganas de luchar, ni las de mejorar.

El sudor se cala desde tu piel hasta tu espíritu. Has acabado volviendo a empezar. Naces de nuevo... Y te regalas un merecido descanso. Te has librado de los lastres que tú mismo generaste. Soy nuevo, de nuevo.

11/19/2007

Entran en la sala. Hay mucha luz ya que dos ventanas enormes se comportan como ojos abiertos hacia el mundo. El sol se cuela con sus dedos de fulgor áureo y hace que la habitación sea mucho más cálida. Aun así algunos flashes salen despedidos de las cámaras ávidas de detalles, de esos útiles que quieren captarlo todo sin reparar en que se dejan en el camino ese todo que buscan.

En la parte delantera hay una mesa larga, con un mantel azul, o eso parece. Se puede ver que la mesa es grande, larga, y que sus patas delatan ser de una madera de calidad. Fuerte, lustrosa. Entre la mesa y la pared se pueden ver tres asientos. Sí, solo tres. Y un libro en medio, con el título de cara al público.

No hay mucho aforo así que es evidente que no se espera un gran número de invitados. Los asientos se ocupan. Primero por un hombre, que va a la izquierda; en el centro un joven de unos veintipocos y a su diestra una chica también joven. Sorprende la juventud del que tiene la novela inmediatamente a su izquierda y su mirada cálida pero profunda. Da la impresión de que sus ojos susurran que saben qué tipo de secreto guardas al mismo tiempo que aseguran que no presionará para que lo cuentes. Inspira confianza. No obstante más joven es la chica que lo acompaña. Va vestida con un elegantísimo vestido negro que se corta justo encima de sus rodillas. Su melena cae suelta un poco por debajo de sus hombros y la piel de su espalda parece estremecerse cuando su cabello se balancea a ambos lados de su espina dorsal. Hace un gesto de niña con su melena, está claro que disfruta con esa parte de su cuerpo. Él la mira como diciendo que también le gusta y que menos mal que no la convenció para que se la cortara tanto como dijo.

Su cuello está adornado por un collar de pequeños dodecaedros de azabache que salpican de detalles su piel blanca. El contraste es maravilloso y si sonríe es imposible no reparar en ella. Sus ojos se iluminan al hacerlo y la piel que está justo a los lados de éstos, rozando las sienes, se arruga alegremente. La gente que se ha congregado empieza a hacerle preguntas al hombre que está a la izquierda del todo y ella aprovecha para mirar al joven con una media sonrisa. Es su turno de contestar y tiene que pedir, por favor, que le repitan la pregunta porque estaba distraído. Ella deja caer su cabello sobre su rostro para que no pueda verse que sonríe pues le divierte enormemente ver cómo se ha sonrojado el chico. El chico que vuelve a mirar con esos ojos retadores pero cercanos.

A ella le encanta ver ese marrón anaranjado clavándose en su cuerpo, o eso sugiere el que muerda su labio inferior mientras la mandíbula del joven se mueve para hablar. Ama esos ojos, no hay duda. Y esa boca, y la barba descuidada de tres o cuatro días que puebla sus mejillas, barbilla y cuello. Vuelven a preguntar al hombre y ella se desliza con una elegancia suma hacia el oído derecho del que está en el centro y le susurra algo que parece escandalizarlo, aunque es sin duda un gesto histriónico. Un gesto que disgusta a la chica, pero solo están jugando. Parecen conocerse tan bien... Vuelve a mirar su cuerpo y cómo le gustaría ser el vestido negro que acaricia esa figura. A ella también le encantaría, a pesar de que él tiene unas manos grandes y no tan suaves como la tela que ahora la viste.

Han vuelto a preguntarle y no puede responder. Lo ha vuelto a hechizar. Y sigue pensando, al mismo tiempo que responde, en esa silueta que ha cambiado tanto. Esbelta, delicada pero no frágil, fuerte e incluso regia. La estaba mirando y, al hacerlo, en sus pupilas se dibujaba un recuerdo que decía que hace seis años no era así, pero igualmente atractiva. Recuerdos de cuando era más niña, recién adolescente tal vez, y su cuerpo aún no se había abierto completamente a los sentidos. Se dibuja en el rostro del chaval una sonrisa que poco tiene que ver con lo que responde, parece que esté pensando en el ansia de sus manos por recorrer esa geografía humana, de nuevo. No había cambiado. A pesar de parecer conocerla de memoria sus manos no perdían el anhelo de buscar secretos en ella, su mente tampoco. Y ambos sonríen.

Alguien pide turno para preguntar. Es ese periodista y crítico de siempre. Famoso por las cuestiones subyacentes a sus preguntas. Dice así:

- Se oye que su editora es algo más que eso, que no es normal para alguien tan joven el haber sido publicado como usted lo está siendo. Además de que el mérito de sus escritos y novelas no recae únicamente en su autoría, que ella tiene mucho más que ver con eso de lo que usted deja que se sepa.

En los ojos del joven escritor hay algo que brilla, podría parecer rabia pero es ingenio. Contesta:

- Se oye porque lo digo. Por supuesto que es mucho más que mi editora. Como dirían hace unos siglos, es mi musa.

Y ahora son los ojos de ella los que brillan. De un marrón castaño impenetrable conectan con los anaranjados y una fuerza llena la sala con un silencio que da la reunión por terminada. Sin embargo parece que para ellos el tiempo y la vida no han hecho más que empezar.

11/15/2007

El invierno me trae aromas de supervivencia pues es con el frío cuando más presentes se tornan las ausencias. Salgo a la calle y siento cómo una ola de frescor envuelve mi cuerpo y despeja mis ideas. La luna es preciosa siempre pero en esta estación se me antoja mucho más curiosa debido a que en mis ojos se rebelan pequeñas lágrimas contra la temperatura. Entonces la luna baila, la luna baila para mí al son de mis parpadeos. Por eso es más curiosa, más amable, más querida.

El invierno es sinónimo de olor a mandarina y de suspiros en el cuarto de estar, mientras te tapas con la manta y observas cómo tus familiares intercambian sonrisas en la sobremesa. El invierno, desde hace un año, es sinónimo, también, de los que no están. El abuelo marchó hace casi un año y ya la pasada Navidad no estuvo, en cuerpo, con nosotros.

No obstante creo que fue diferente. El golpe fue tan inmediatamente anterior a la celebración que la marcha apenas pudo considerarse real. Este año será consciente. Los ronquidos que faltarán serán el doble de sonoros y las pesadillas de la abuela se manifestarán en siestas cortas, intermitentes, que usarán su rostro para tejerse un traje de turbación y pena.

El invierno es sinónimo de luces a media intensidad y estancias anaranjadas. Es ver el último partido de fútbol antes del parón de vacaciones y vibrar con la emoción. Es champán, y vino, y volverse a meter entre la manta de tela gruesa. Es sentir la aparente quietud de la tarde de Nochebuena que contrasta casi absurdamente con lo que será la propia cena.

El invierno es hacerse fuerte sobre uno mismo, soplarse las manos y acariciar y frotar fuerte las de los amigos. Es llevar un pañuelo constantemente para que no se irrite la nariz y es protestar cuando tardan mucho en abrirte el portal de casa. El invierno es, sobre todo, el calor de los allegados, de los familiares. De los que están y de los que se fueron. El invierno es la fuente de turrones y polvorón y las expresiones malsonantes cuando a alguien se le va el dedo en el mando y pone Cine de Barrio.

El invierno es calma, y también tristeza y alegría. Tristeza porque su dureza sórdida nos trae recuerdos de un futuro ineludible, y alegría porque mientras el invierno avanza, la primavera lo anima. El invierno es olor a leña, el invierno son palabras de chimenea.

11/13/2007

Fue en una fiesta, ahí la vio por primera vez. En el lugar del encuentro todo se sucedía de una forma vertiginosa. Invitados de todas las clases iban y venían a una velocidad endemoniada y en muchos casos ni siquiera se paraban a hablar entre ellos. No obstante parecía que se contasen cosas sin cesar, mientras se movían a un ritmo de locura.

Se encontraba un tanto abrumado ya que nunca había presenciado una fiesta como aquella, a decir verdad nunca había estado en una fiesta. Sin más. De haber sabido que la hubiera encontrado ahí habría ido a la primera que le invitaron... Aunque tal vez ella no hubiera estado y eso, a lo mejor, lo habría desanimado a aceptar posteriores ofrecimientos.

Solo le bastó una mirada fugaz para sentir su fuerza. Ella estaba con la mirada perdida, pasando sus ojos por los velocísimos invitados que sujetaban copitas de tiempo en sus manos y no paraban de moverse. Ella era la única que irradiaba tranquilidad... Pero era una tranquilidad distinta, no era lo que podríamos llamar una tranquilidad tranquila ya que no era así ni mucho menos. Era misteriosa.

No pudo evitar acercarse a ese ser que le había parecido tan magnífico y que se había hecho dueña de su respiración, desde el mismo momento en el que la vio. Era tan delicada y parecía tan distraída... Una distracción constante que le confería un aire de distinción tal que atraía la esencia de las cosas, al menos de las cosas de él. Siguió paso a paso, a cada metro que superaba, su temor se crecía y para cuando estaba a menos de dos pasos su timidez era tal que pensó que no sería ni capaz de hablar. Justo cuando fue a abrir la boca ella levantó la vista y el corazón de nuestro galán se paró en seco... No, no se murió, pero se quedó tan impresionado que por un momento creyó que ya estaba en el Paraíso y que ella era su ángel. Intentó hablar pero no pudo, y pensó que ella pensaría que qué pensaba que hacía yendo hasta ella, no diciendo nada y quedarse con cara de estar pensando tonterías.

La miró, con delicadeza y dulzura la miró sin perder ni un solo detalle de ella, de su piel blanquecina y sus ojos negros. Negros como lo desconocido, oscuros como el hechizo que parecía estar envolviéndolo. Pero era tan cálido... A pesar de la magia que moraba en ella nadie se había acercado a más de cierta distancia. Era algo que no comprendía, pues era realmente hermosa y poseía una fuerza más allá de lo meramente físico... Tan incomprensible como seductor era lo que sentía, lo que desde él tenía que ver con ella. ¿Cómo se llamaría?

¿Que qué hay de ella? Ya lo he dicho, era increíble... Ahh, vale... De ella con respecto a él. Oh, lo vio desde que llegó. Lo cierto es que se fijó en él desde el momento en el que sintió una calidez fuera de lo común. Ella siempre iba a todas las fiestas, siempre la rodeaban a toda velocidad los dinámicos invitados y siempre sentía lo mismo, nada. Pero esta vez fue diferente, había algo que no había notado antes... Sin saber por qué su mente le dijo de dónde venía y sus ojos lo confirmaron. Lo que no esperó bajo ningún concepto fue encontrar un ser tan hermoso y delicado, tan dulce que inspiraba tranquilidad desde la distancia. Y esta era una tranquilidad tranquila, puedo asegurarlo... Totalmente distinta a la suya.

Ahí estaban los dos, mirándose el uno al otro. Sin mediar palabra. Él tenía un semblante feliz, aunque escondía una turbación, un secreto que sentía que solo podría contárselo a ella. Lo mismo pasaba con ella, solo que al revés. Su rostro estaba turbado pero escondía un resquicio donde guardar felicidad.

Fue ella la primera que habló al preguntarle qué era lo que lo entristecía. Él contestó que a veces la gente le guardaba rencor cuando debía marchar e incluso que algunos hasta lo odiaban... Antes de que él pudiera preguntar ella dijo que en su caso era al revés, que nadie quería estar con ella pero que cuando por alguna razón debía compartir el tiempo con ellos éstos se alegraban, y se sentían profundamente aliviados, cuando debía marcharse. La hacía feliz que algo de ella hiciera felices a otros.

Los dos sonrieron desde el mismísimo momento en el que escucharon sus voces... La timidez de él se esfumó y la oscuridad de ella pareció relajarse. Se abrazaron, y fue así como Sueño y Pesadilla se conocieron y amaron.

- Así que pesadilla y sueño son lo mismo...

- No, no del todo, pero sí son muy parecidos.

- Entonces, no tengo por qué tener miedo, ¿verdad?

- Claro, ahora que los conoces podrás aprender mucho mejor de ambos. Buenas noches.

11/12/2007

Con los pinceles de sus ojos dibuja trazos de color en mis pupilas, haciéndole cosquillas al aire, con cada uno de sus parpadeos. En su boca entreabierta intuyo una sed que mis labios gritan por saciar cercando el aire que separa nuestros rostros. Después, buceando en su pelo me aferro a su cintura mientras con sus manos acaricia mi nuca y acomoda su cabeza en mi pecho.

Aunque no puedo verlo creo que sus mejillas se encienden cuando el acero fundido que circula por mis venas sale impelido en cada latido. Su sonrisa es la caja en la que guarda bajo llave todos sus secretos.

Y me dejo seducir por la idea de que alguno lleve mi nombre.

11/06/2007

Con la mano temblorosa por la emoción rozó el tacto áspero del traje. Su piel se estremeció más por los recuerdos que despertó al tocarlo que por la pesadez y dureza de la tela. Era una prenda muy pesada, resistente, que dejaba marcas en el cuerpo cuando lo frotaba con un poco fuerza. Las marcas rojizas, ligeramente amoratadas, dejaban constancia en la carne. Sin embargo la marca indeleble se internaba hasta la memoria. Era inevitable sonreír siempre que una de esas señas quedaba tallada en el costado.

Inspiró con fuerza. El olor seguía siendo igual de intenso que antes aunque ahora se hallaba mezclado con un intruso aroma a polvo y abandono. Lo cogió con las dos manos y lo sacudió con fuerza. "Plom", "plom", el sonido de siempre justo antes de preparar la bolsa para el entrenamiento. Pesaba mucho para ser algodón, y mayor era su masa al acabar la lección de Sensei. El sudor había decolorado el negro inicial y genuino de la indumentaria. Ese sudor que tanto añoraba... Tan salado y constante que cuando se introducía en los ojos ya no iba hacia otro lugar. Era como si hubiese aprendido el camino y, a cada entramiento, una vez llegaba a las pupilas ya no podías sacarlo de ahí, como si no hubiera más partes en la anatomía. Tan salado, decía, que hacía hasta llorar. Cuántas veces tuvo que mirar hacia arriba para limpiarse las lágrimas provocadas por el salitre y de paso conseguir que las futuras invasoras se deshiciesen en el pelo.

Echó un nuevo vistazo y se dio cuenta de que necesitaba una chaqueta nueva, no obstante eso no hizo que se perdiera ni un ápice de la magia de ese momento. Pasó los ojos por el pantalón y lo asió con fuerza. Ya estaban muy desgastados, sucios, y además le quedarían mucho más cortos que antes. No le servirían para practicar pero sí para evocar recuerdos de su esencia, de la madurez espiritual que sintió desatarse desde el primer mes de entrenamiento. A su cabeza acudieron las premisas básicas que extrajo por sí mismo: esfuerzo, dedicación, seriedad (sin descuidar el buen humor), calma, tranquilidad, camaradería y lucha. Espiritualidad, sin duda.

Si el pantalón y la chaqueta habían tenido malos negocios con el tiempo y las circunstancias, del cinturón podría haber sido mejor ni hablar. Sonrió plenamente cuando observó la parte del traje que peor parada salía siempre. Ennegrecido por el suelo visitado día sí día también; oscurecido por el sudor de las manos de los compañeros; raído por los bordes y con las marcas de progresión casi sueltas de tanto rodar, saltar, y sobre todo caer y levantarse una vez tras otra.

Añoraba todo aquello como nunca antes pensó que lo haría. Los golpes en las muñecas, los punzantes dolores en las articulaciones castigadas en cada técnica. Las agujetas relampagueantes los días después de entrenar, provocadas por incontables abdominales y flexiones sobre los puños, dedos, y palmas de las manos. Su resistencia mejoró más de lo esperado e incluso, afirman muchos, hasta sus rasgos se endurecieron debido al sufrimiento de la carne... Que se ve recompensado, más adelante y sin demora, por la satisfacción del espíritu.

Necestiaba de nuevo el olor de la goma del tatami porque ninguna era como la de su dojo. Necesitaba de nuevo la madera del boken, porque añoraba el tacto del tsuba, y la tensión de sus antebrazos al empuñarlo. Necesitaba de nuevo el tanbo y el hanbo porque tenía mucho que aprender aún, porque le gustaba lucir para sí mismo, delante del espejo, las marcas que éstos hacían en sus costillas. Necesitaba un kubotan y un tanto. Echaba de menos las inflamaciones de la muñeca, las mismas que le recordaban que esa no era forma de bloquear. Y, cómo no, las voces de los Senpai, e incluso de Sensei algunas veces, diciéndole que eso no era un movimiento de cadera en condiciones y que con esos tai sabaki lo único que iba a ganar era un conjunto de cinco nudillos en la mandíbula. Nunca le especificaron si dentro o fuera... Seguramente en ambos lugares. Le encantaría volver a las bromas y al cachondeo que tenían lugar antes de entrar al tatami pero que, una vez dentro, se disipaban en una atomésfera de bien recibida disciplina.

Sonrió al recordar todo esto. Sonrió de verdad, sinceramente. Los guantes que usaba ahora para entrenar eran los mismos que utilizó en el dojo, y éstos lo mantenían unido al pasado que le enseñó su futuro.

Volvería cuanto antes y adquiriría un nuevo Shinobi Gi, el suyo ya estaba viejo y olía a polvo y abandono, y un nuevo Obi, por supuesto. Tenía mucho que aprender, no se iba a conformar, además, con ser séptimo kyu. Quería llegar a ser un Shinobi no mono.