3/25/2009

Aún recuerdo la sensación fugaz y relampagueante de la euforia, los destellos metálicos de la sangre en el paladar tras un beso extraído de las bestias que reposan en nosotros. No me olvido del tacto y los pliegues de tu cuerpo, las formas curvadas donde doblegar el temor, la impaciencia o la angustia.

Doblegarlas en ese instante al recorrer el cuello trazado en líneas marfiladas, delimitando la depresión de tus clavículas, pasamanos de hueso bajo la tela elástica que cubre tus esencias. Aún queda ahí, algo en los destellos que el sol toma prestados de mis ojos, un fulgor repentino, una alegría remota que se aproxima, se instala entre mis huesos en la brevedad de la consciencia y vuelve a alejarse, sonriente, esquiva; amante experta en provocar anhelos.

Pero ahí sigo, mantenido en vilo sobre nuestros alientos, que se unen en la mínima distancia que separa nuestros cuerpos y el aire, entonces, es testigo de las aberturas de la piel para derramar su jugo de rubíes fundidos, si acaso fuera una granada madura.

Da igual la soledad, las conversaciones que mantengo con la boca cerrada pero la voz constante. Dan lo mismo entonces y no me preocupa que me juren rencor y me trabajen venganza, porque ya aprendí ayer los regalos de caminar contra el viento.

Y demorarme entre tus formas.

3/16/2009

La volvía loca el hecho de tener que limpiar esforzadamente sus camisas. Se lo decía una y otra vez, que tuviese cuidado al comer, que se hartaba de lavar. Y él, sin más, resoplaba y seguía comiendo y cuando se acordaba, o cuando hacía mucho calor, se quitaba la camisa y entonces ya no se manchaba.

Comía con cuidado, pero casi todos los días se la veía frotando para eliminar cualquier mácula que quebrase la armonía de la tela.

Cuando desfalleció su paso en Granada, precipitándose torpe y ancianamente al suelo, lo trasladaron al hospital. Permaneció en una cama, a la espera, sin comer y sin camisas. A los días, tal vez una semana, era definitivo que la mujer no habría de frotar nunca más, ni advertirle, ni él tendría que resoplar.

Fallo neurológico, dijeron, que implicaba además considerables dificultades para controlar sus miembros, sus desplazamientos, así como un enorme cansancio. Pese a todo marcharon a la Alhambra, al salir cayó en las calles...

Y nunca despertó de Granada.

3/11/2009

Desgárrame el rostro hundiendo tus manos en el agua, bórrame barriendo el humo del hogar que se interpone. Tan solo deslígame de mí mismo, impúlsame lejos, corta mi carne y triza mi espíritu. Empújame al abismo y observa cómo caigo, obsérvame estremecer al sentir el pozo oscuro calentarse por el aliento de la bestia, contempla cómo yo contemplo las dos joyas que relucen brillantes, son los ojos del miedo.

Agárrame y asfíxiame estrangulando mi sonrisa, anula cualquier forma conocida en mi gesto, ni tan siquiera lo dejes adecuarse a las circunstancias, simplemente volatilízalo, conviérteme más en lo que ya soy, acentúa mi nada.

Camina sobre mi desvencijado cuerpo, recréate en los adentros selváticos y destartalados, inspírame cuando ya vaya desvaneciéndome con la ligereza de los sueños al despertar. Acompáñame si quieres, así podrás sentir algo más que el placer de la victoria, quizás así consigas obtener algo más amplio, algo relacionado con la posesión del vencido.

Como quieras hazlo, pero no hables, ni tan siquiera sonrías demasiado. Ahuyéntame cuando te hayas cansado, igual que se ahuyenta al cuervo, al carroñero de mal agüero, al vil rapaz. Y déjame quieto, a jirones, siendo nube entre la luna y el viento...

Déjame en silencio.

3/03/2009

Tras el dolor atenuado del cansancio, el detenimiento crucial de la mente y de la creación de ideas, en ese estado casi de éxtasis y con mucho de límbico, se observa la miseria del mundo y la degradación del ser. El hombre, como hombre, se corrompe y como animal se olvida, se olvida de su instinto cuadrúpedo y auténtico, de lo sagrado que tiene lo instintivo, de esa pureza prístina de lo que es y se percibe como es sin filtro alguno.

Tras el cansancio se observa todo desde una perspectiva magnánima, misericorde y comprensiva, que perdona aquello que asimila, y lo asimila todo porque se halla al borde de la extenuación. Los músculos permanecen ateridos y a los párpados solo llegan misivas de sueño con promesas de descanso. Nadie les habla de pesadillas a las pestañas, y las convencen para que se pongan enaguas de arena.

Y en el sueño se desata la vorágine, se desta dura, durísima y clara, en el terror de lo que se esconde en la vigilia. Vuelve con fiereza potenciada, tal vez por el rencor, la degradación del ser y la miseria del mundo. Pero no la miseria del mundo por lo típico, sino por lo mezquino de lo propio, por lo mezquino, sin ir más lejos, de querer atrapar el tiempo en una esfera de cristal con correas de oro. Por negarle a la venganza, en proporcional retribución, su rostro de justicia y condenarla a ella y a los hombres que la sienten en el mismo grado, sin cambiarles la cara, sin atarla a la ley.

Tras el cansancio, como ahora, hasta eso parece leve, dolorosamente leve, pero qué más se puede hacer sino dormir un poco, despertar temblando pero con dignidad y digna valentía si acaso el sueño fue de vorágine, alentarse a uno mismo, sacudirse el letargo de los músculos y el resentimiento de los huesos.

Prometerse algo mejor, luchar por ello, defenderlo a untranza con fe y con corazón en una pasión razonada... Mejor aún en una razón pasional. Hacerlo así y seguir marchando, seguir marchando con el tiempo degradando los tejidos y los órganos, pero haciéndolo bien, libremente, sin estar adheridos a su tic tac de condena por haberlo intentado someter. Y esa es su condena de justicia, no de ley.

¿Y después? Después es una noche como hoy en la que se ha bebido cerveza rubia, fría, escuchando una melancólica canción de desamor y amor profundo al mismo tiempo, de admiración y decepción simultáneas, a la vez que miras un archivo que dice que ya vas por las trescientas locuras volcadas a una inmensidad donde todo es nada, y nada se corrompe.

Donde la eternidad tiene cabida y el cansancio es solo un trance temporal que en verdad se queda en los huesos y músculos y no se extralimita violando los dominios del alma. Donde, también, el valor es auténtico y realmente trasciende.

Ahí, en ese lugar que todos conocen pero que ninguno sabe decir dónde está y que algunos se niegan.

3/02/2009

En aquella playa no había nada, o algo si es que acaso cuentan los restos de un naufragio. No hallé lo que fui a buscar, solo encontré desierto, dura roca de montaña, la propia orilla varada en sí misma, detenida en el tiempo, y el rumor reiterado de las olas contra la tierra dando fe del intemporal romance.

Pero vi a lo lejos más montañas, estructuras afiladas, orgullosas y bravas, que soñaban con rasgar el cielo aprovechando el privilegio del horizonte. En mitad del mar había tierra. Una isla. Y me lancé.

Conforme avanzaba el agua oscurecía y la sensación de miedo aumentaba. Asustaba. Estoy seguro aún hoy de haber llegado a un lugar huérfano de mapas. "¿Y si sale ahora, de súbito quebrando este suspense próximo al pánico, una temible criatura que paralice mi cuerpo y mastique mi vida?"

Me detuve. Miré atrás pero pensé que mientras siguiera vivo siempre podría retroceder. Tenía más miedo a cada vez, cuanto más avanzaba más firme era mi idea, mi convicción, de dar media vuelta y retornar a la playa vacía, a la playa unida a la tierra firme, a lo seguro, adonde el mar era azul y no negro como lo era en ese instante en torno a mí. Habría sido volver a una casa conocida aunque ésta no fuera el hogar.

Pero seguí.

Seguí y seguí y el mar se hizo más oscuro, y si buceaba veía un abismo repleto de más agua y sentí que mi consciencia, mi comprensión y mi propia alma, se iban directas hacia un fondo invisible, oscuro, invernalmente nocturno.

Desentrañé las nuevas figuras entre las rocas: "¡Palmeras! ¡Son palmeras!" Mi miedo fue disipándose a medida que el agua se azulaba, a medida que dejaba de ser nocturna e insondable; y después vi alguna chabola a lo lejos, alguna construcción. Aceleré mi ritmo... Toqué tierra, llegué a puerto. Aunque no hubiese.

Obedecí a un impulso y alcancé una isla, suelta de la tierra firme, del gran continente, en la que no había casa alguna pero que yo sentía ya como un hogar. Busqué a los habitantes pero no hallé nada. Aquellas construcciones que había visto eran máquinas, y funcionaban. Sus máquinas funcionaban solas, y ellos no estaban. "¡Tal vez sea una isla de inventores!"

Busqué y busqué... Pero no había nadie. Crucé un pequeñito canal de agua, una división entre la otra parte de la isla y la que yo pisaba. Me acerqué eufórico pero prudente, y ahí estaban. Ahí estaba aquello que sabía que encontraría antes o después.

Una increíble disposición de monstruos permanecían atentos en esa parte de la tierra. Si me hubiesen visto me habrían matado... Quiero decir, si me ven acabarán conmigo, me perseguirían adonde fuera y por delante de mis ojos, a mi espalda y más allá de mis brazos solo hay mar.

Puedo intuir, a lo lejos, la playa solitaria y vacía de la que vine, donde no hay grandes ni terribles monstruos... Pero yo elegí venir aquí, siguiendo un impulso, arrollando al miedo. Esta es mi isla, al menos la isla de mi valentía, y no voy a abandonarla, no ahora, no aún.

No me traicionaré. Pese a los monstruos.