12/27/2006

Hacía tanto frío... La niebla se colaba por entre su ropa, calando su piel y metiéndose hasta lo más hondo de sus huesos. Le era imposible dejar de pensar en todo aquello.

Era tan suave el tacto de su piel; tan cálida su voz y tan profundos sus gemidos que no quería perderse en el olvido. Recordar y recordar. Pensaba que esa sería la única vez que la podría tocar, besar y sentir.

No se conformaba con ello pero no quería arriesgarse a perderlo porque pudiera ser que no se repitiera jamás. Evocó de nuevo las imágenes. El salón soleado, luminoso, templado a pesar del frío que hacía afuera, casi como el que ahora lo envolvía en un hálito letal.

Volvió, pues, de nuevo a ese salón, a las mantas que sirvieron de cama. Volvió a sentirla sobre sus rodillas, incluso tembló mientras veía, recordando, cómo la desnudó poco a poco. Rozándola con sus dedos. Dedos no expertos pero conocedores de lo que hacían. La sintió estremecerse y ahora, al visualizarlo, él hizo lo propio... Como cuando fue la primera vez solo que ahora fuera a causa del frío.

Tenía los ojos cerrados, mirando hacia su alma, apretando fuerte para hacer más real la película de su memoria. No se dio cuenta de que la niebla y el frío cada vez lo envolvían más densamente, más próximos a él y a su calor vital... Pero no le importaba, quería seguir sintiéndola, así que continuó.

Sonrió al ver cómo ella se acercaba a su cuello; cómo él se deslizó hacia su nuca y la besó detrás de la oreja con mucho cuidado, con suma delicadeza, para no alterar el equilibrio mágico que había conjurado el hechizo de su belleza... No podía creer que estuviera con él... Era tan hermosa.

Se detuvo en su pelo y en cómo éste caía en forma de cascada sobre su espalda, castaño oscuro por la luz, negro cuando había ausencia de ésta. Le encantaba. Era suave, y olía bien. A limpio, a puro o eso pensaba. E inspiró hasta que le dolió la nariz.

Deslizó las palmas de sus manos por su cintura, del mismo modo mediante el cual el alfarero moldea la arcilla en el torno. Disfrutando de cada milímetro de músculo y piel, de cada pliegue y cada poro como si en ello le fuera la vida. Parecía que intentase depositar en ella parte de su espíritu, cubriéndola con un velo de él, de su esencia más primigenia.

Se retiró de su cuello, le susurró al oído y sintió que no podía prorrogarlo más así que buscó con el tacto de sus labios los de ella y la besó delicadamente como hiciera en el cuello. Entreabrió la boca y dejó que ella entrara con toda su fuerza, con todo el fuego del que dispusiera porque él iba a hacer lo mismo.

Y cuando sintió que sus almas se unían a través de la lengua él se dejó caer, con ella encima, sobre las mantas que sirvieron de cama en aquel salón luminoso y templado. No recordó nada más porque la niebla y el frío acabaron aproximándose tanto a él que le robaron su calor vital por completo, los latidos de su corazón. Y lo mataron, congelándolo, el frío y la niebla mientras revivía el sueño que más feliz le hizo durante semanas.

12/24/2006

Especialista consumado en pillarme los huevos. Generalmente con las bisagras de lo imposible, para que duela más. Ya no el hecho en sí sino la reflexión posterior. A medio consumir por el ridículo perpetrado, por las actuaciones magistrales sobre el escenario de lo casi patético. Con un triste final. Triste por triste; triste por previsible.

Sin embargo siempre piensas que no va a ser siempre igual y que, tal vez, en esta ocasión pueda ser distinto. Aún no lo ha sido. Es completamente normal, no tendría sentido. Qué se iba a hacer, si no. Igual enloquecer es mi sino. O la única apuesta plausible.

Pero da lo mismo, porque en cuanto acabe de escribir todo esto me despojaré de la racionalidad, de la escasa lógica y volveré a la ilusión. Ilusión por qué, por todo. Para qué, para todo, para nadie o para todos.

Creo que es casi un principio masoquista, porque duele bastante. Sin embargo, luego lo piensas y dices que el final es importante pero no tanto como el transcurso... Y el transcurso es verdaderamente hermoso. Lo que sientes es irrepetible porque nunca es igual. Aunque luego llores el corazón te perdona y el seso te comprende.

Podría decirse que es una autodestrucción constructiva. Que merece la pena, porque lo que se siente entonces no se siente de otra manera.

12/17/2006

Creo que debo confesar que no necesito compasión sino afecto. Que no quiero beber, busco una triste canción. Alimentar de tranquilidad a este instinto inquieto y pasar de nerviosamente preocupado a preocupantemente en calma.

Darle un poco de tregua al corazón porque ya va siendo hora de dejarlo descansar. Que vaya a su ritmo, sin prisa, porque prometo seguirlo. Sin obligarle a sentir, sin que me fuerce él a lo contrario. Saboreando cada gota de sangre en sus ventrículos del mismo modo en el que yo degustaré cada beso con mis labios.

Dejaré los ojos reposando en lo que vean. Posarse donde miren y no mirar dónde se posan. Convertirme en el medio por el que fluirá el propio principio de vivir, por donde discurrirá incesante el caudal de los sentimientos. Sin catalizadores. Sin trampas.

Confieso que me enamoré de ella pero que, al dialogar a partes iguales con mi razón y mi yo más pasional, logré aceptar lo que debía. Confieso que fallé, que fallo, y que fallaré. Confieso haber confesado. Confieso que no me guardaré más secretos.

Ya he encontrado lo que buscaba. No es una sino dos. Dos tristes canciones que de tan hermosas me hacen sentir bien. Me hacen ver, sin tener que forzar mis ojos y mi vista, que la belleza está ahí... En cualquier lugar, en ninguna parte.

Confieso que estoy en paz. A pesar de todo, ahora, me encuentro en paz.

12/15/2006

A veces, casi continuamente, piensas que hay algo para ti. Algo para cada uno. Sin embargo ese algo es especial y tarda en llegar. Casi siempre demasiado, o eso nos parece al esperar. No sé qué es aquello que espero ni que busco y por eso no sé si cuando llegue sabré si ha llegado.

Puede que tal vez haya llegado ya y mi ignorancia o mi torpeza me hayan impedido verlo. A lo mejor suena egoísta pero existe un vacío que no puedo llenar... Un vacío al que ni tan siquiera llegan las palabras y los sueños lo sobrepasan deslizándose sin detenerse a mirar desde arriba por miedo a que los absorba.

Los recuerdos se vuelven insípidos cuando me asomo a dicho hueco y me parece que llevo demasiado tiempo caminando al borde, dudando entre saltar y no saltar... Pero me da miedo. No sé qué hay ahí si es que acaso hay algo... No sé si será mejor o peor. O es que estoy atado a las arenas secas de este acantilado.

Las voces que oigo desde ahí abajo acuden raudas y afiladas, como puñales o hachas sedientos de sangre. Lo que esperas no llegará; lo que crees es todo mentira; lo que eres es algo que inventaste para huir de nosotros.

A veces, en mis pesadillas, me arrastran hacia el fondo de un lago o un estanque. Mandan a sus súbditos para hacerlo... Los que ya no están con nosotros que se fueron hace años o tan solo días. Sus rostros son terroríficos y el miedo atiere mi cuerpo sin dejarme tiempo ni para suspirar. Hasta el alma parece que se esconde tras los huesos para intentar escapar de la mirada horrible que poseen.

Me llevan al fondo y me sujetan al suelo con algas. Extraen mi alma, hacen que la vomite. Me repiten continuamente la letanía que los monstruos del fondo les encargan. No puedo si quiera retorcerme, ni arrodillarme... No puedo pedir clemencia ya que cada vez que lo intento las algas se aferran más a mí... Como si quisieran robarme la sangre... Cuando expulso lo que quieren, entre burbujas y una estremecedora arcada, lo guardan en un trozo de coral y me ponen a prueba.

Pero nunca llego a saber qué es esa prueba. De repente el agua se evapora, mis pies vuelven a ser libres y el coral desaparece. Vuelvo a la superficie del lago y de ahí al borde del abismo. Y oigo gritos que se disipan a los lejos, entre mis ganas de alejarme.


Nunca he visto a esos verdaderos monstruos. No sé dónde se esconden realmente. Los imagino como magníficas serpientes marinas. Como la materialización más exacta posible del miedo. Siempre que vuelvo al acantilado pienso que puede que tengan razón. Entonces los recuerdos pierden el sabor y los pies cobran un peso atroz.

Cuando el espejo me devuelve el saludo me asegura que es solo soledad. La misma que siente él cuando es, al mismo tiempo, el algo y alguien y ese alguien se marcha... A veces hasta pronto. A veces para siempre.

12/06/2006

Hace días que llevo rumiando el mismo pensamiento. Y tú lo sabes. Sin embargo no sé qué ocurre pero no me atrevo a llevarlo a cabo, tal vez sea miedo. Ayer dije que lo haría si soñaba contigo, y así ha sido. Esta noche. Me he sentido muy descansado al despertar.

No puedo seguir tus pasos . Ya no. Tras esa línea que separa lo real de lo irreal no hay nada para mí, al menos no por ahora. Besaré tu recuerdo, mas no tus mejillas. Veré tu sonrisa, pero no te veré sonreír.

La fría piedra que selló tu retorno congeló mis sentidos y el bloqueo de mis sentimientos ya llega a preocuparme. No sé cómo es posible que no tenga palabras para ti, ni para esto. Sé que te echaré de menos.

Lo único que puedo desearte es que te vaya muy bien en el viaje que hace una semana emprendiste, cuando llevaste a cabo tu última decisión, si acaso es que se puede tomar partido en una determinación semejante.

Hoy hace siete días que volviste a los montes que pisaré con las suelas de mis zapatos, con las plantas de los pies y mi alma por completo. Siete días que volviste a la tierra de la que saliste, al lugar que te vio nacer.

Recorreré de nuevo la senda desde la que sentí cómo nos despedías, con un beso etéreo, soñado, irreal pero existente. Para mí existió. Volveré la vista a los caminos que hace años recorriste en tu juventud, antes de conocerme y cerrando los ojos pensaré que si aprieto fuerte los párpados e inspiro con suficiente valor podré llegar a verte sonreír una vez más, o andar con ese porte de anciano sin prisa.

Cualquier árbol me recuerda tu actual hogar; cualquier camino fue tu camino; todos los pasos son tus pasos y cualquier rostro tu rostro. Ahora estás en todas partes al mismo tiempo que en ninguna. A apenas cincuenta metros de mí el portal del que te vi salir por última vez.

Llévame en tu recuerdo, que yo mantengo tu memoria.