Revolotean por tu brazo hasta tu hombro, y mi boca hambrienta roza tu rostro marcándolo con saliva helada haciendo que te estremezcas y que desde el fondo negro de tus ojos se ilumine el iris oscuro y marrón que guíe mis manos sobre tu geografía.
Imagino tus labios como fruta suave, tierna, y tu lengua escribiendo un poema en la mía con mordiscos de rabia, curiosidad y algo de rojo escarlata. La extensión de tus piernas. Desde ahí hasta tu cabello de seda encuentro en medio un corazón palpitante de sonrisas que me niego a asumir que nunca serán mías.
Porque me encanta verte sonreír... Cuando pareces más niña y no es una explicación sino la impresión esperanzadora de mi consciencia sombría. Que tengo frío y me asusta el clima templado de este sueño.
Me tumbo en la cama y cierro los ojos, mirando hacia adentro, buscando un lugar donde solo esté yo con mis pensamientos. Esto es algo que no me pueden quitar. Ni tan siquiera tú, por eso imagino y siento que mi piel se estremece al contacto con la tuya, y tus manos cogiéndome de la espalda, aproximando tu calor a mis entrañas.
Aprieto más fuerte los ojos, y pienso de nuevo en tu boca, fuente de mis secretos, y veo otra vez la estela semitransparente de las mariposas que revolotean por tu piel de aire y tu cuerpo delgado, fino y perfecto.