10/14/2008

Arde la llama de la aflicción con un movimiento sinuoso, suave y cómodo. Es ligera, realmente liviana, y transporta a un estado distinto el dolor del alma. Otra vez el fuego lame, el papel se cae en fragmentos grises de ceniza, el coraje recrece frente a la ilusión que mengua.

Pero de todos modos tampoco hay tanto material como para una escena, si esto fuera paja y el objetivo un espantapájaros, seguramente éste quedaría cojo, o manco; está claro que no es para tanto. Y no lo es porque siempre hay un pasaje en el que las líneas son todas tuyas, todos los diálogos para ti, por supuesto a tu encanto los silencios.

Es un caminito iluminado por esa misma llama de antes, hacia un lugar que es sagrado y propio, donde nadie te molesta con nada; podríamos decir que es incluso una cámara del egoísmo, donde reír con locura los romanticismos más descabellados, las ideas más amables. Aunque también sería válido llamarlo altar del individualismo.

En cualquier caso da igual, es tuyo y punto. Y, pese a todo, en él siempre sonríes, aquí nunca lloras, de ningún modo, porque es donde mejor se está, donde más bien te conoces. Es el lugar en el que todo es puro, y en el cual guías una monarquía de pureza en todos los sentidos. Se identifica como el punto exacto en el mapa del alma donde te puedes descubrir el rostro a ti mismo, y verte, sonreír entonces y saber que no eres nada: ni bueno, ni malo, ni un fraude, ni un iluso.

Sino un auténtico rey, un rey joven y anhelante en un mundo hermoso y sutil de fuegos fatuos... Que se mueven tranquilos, suaves, sinuosos y, sobre todo, cómodos.

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