12/29/2007

Para que no se pierda el toque ni por el frío que a las falanges resulta extremo. Para que las manos no acostumbren a hallar en el escozor del cambio de temperatura una excusa para no responder a los deseos del alma. Escribir, escribir, hasta quedarme unido al texto, ligado tan íntimamente a las palabras que las sienta como mi vida, pues tanto las amo.

Dejándome llevar por una sinfonía silenciosa a los oídos ajenos pero sonora y clara dentro de mi cabeza, guiando con movimientos expertos la sintaxis de los sentimientos, fraguando un nuevo mundo que quedará plasmado en un instante, erigido sobre los cimientos de lo incontestable, de lo inescrutable, de todo lo que está dentro de uno mismo, que forma parte de su espíritu, y se atisba levemente en la mirada.

Bailando en la boca y en la lengua los pensamientos de la mente activa, enardecida por una motivación que no alcanza a comprender pero que no puede ignorar, y que se comporta como el combustible esencial que dará alas a las ideas que al escribir me acabarán por llevar, volando, hasta los iris castaños de tus ojos, o hasta los infinitos recovecos de tu pelo. Bailar, bailar, sintiendo como mías las notas de esta melodía que nadie excepto yo puede escuchar.

Tratando de transcribir esas notas en letras, en sílabas, en alimento para las salivas que se quedaron sin motivos por los que saciar la sed de aquellas lenguas suyas, al sentir que ya no tenían qué decir. Y mimetizarme con las sombras que esta noche hospeda en sus rincones, tentándome con lo prohibido, para envolverme en su negrura. Esta noche de tinta que ha cubierto como a un folio impoluto la ciudad que observa cómo languidecen sus sueños en una pesadilla de asfalto.

El cielo es gris en los atardeceres porque la polución impone su hegemonía cromática... Y yo aquí escribiendo, cuando ya está más cerca el amanecer que la magia crepuscular, cuando los sentidos naufragan en el mar de lo controlado para ir a surcar los océanos de la pasión. Y yo aquí, aun así, escribiendo, dando forma y vida a estas marionetas gramáticas que juegan conmigo a escucharme, sintiéndome feliz por un instante, recordando tu sonrisa y convirtiéndola en algo más perfecto de lo que ya es, justo lo contrario que hago cuando escribo.

Aguardando bajo la tempestad de un pecho tembloroso la apertura leve de tu rostro, desde la comisura de tus labios hacia los hoyuelos de las mejillas, sintiéndolas enrojecer desde mi mirada hasta lo más íntimo de tus entrañas. Al mismo tiempo, yo escribiendo, aquí de nuevo, para resistir estos susurros que dicen que te echo de menos.

12/26/2007

De fondo se oían los informativos. Estábamos comiendo en casa de mi abuela aquel día, y yo estaba atento a lo que decían los que hablaban en la mesa. Ninguno se ponía de acuerdo con nadie, todos tenían una réplica o un argumento nuevo con el que rebatir lo dicho. De repente, casi con indignación, mi abuelo dijo algo que me parece de lo más cierto que he escuchado en la vida. "El mundo se clasifica en dos grupos, los que pasan hambre y los que no".

He de reconocer que es, con mucho, la división más exacta que he podido escuchar. La mayor y principal diferencia de los seres, después de todo, es esa. Los desgraciados, y los no tanto. Los que pueden comer, y los que no pueden dormir porque las súplicas de su estómago llegan a doler de una manera entrada en lo superlativo.

No obstante, dentro de los que podemos acallar al estómago con comida y no acompañarlo con llanto, cabe profundizar un poco más. En el grupo afortunado al que pertenecemos existe otra diferenciación. Dicha puntualización también es aplicable al caso de los que pasan hambre, pero me parece una extrapolación rayana en lo absurdo, y casi en lo macabro. Volviendo, pues, al terreno que nos ha tocado, por suerte sin más, lo que diferencia a los seres es, básicamente, la voluntad de vivir.

¿Quién puede sobreponerse a lo que le ocurre? Desde luego no el que se considera víctima de la tragedia. Todos tienen problemas, sin duda, mas solo los superan aquellos que, sin dudarlo, deciden luchar por superarlos. Es la voluntad de vivir la que establece el matiz diferenciador clave dentro de la gran división del mundo. Claro que habrá situaciones extremas en las que la desesperación es tal que apenas puede desearse nada más que morir, y por supuesto que habrá condiciones y circunstancias que ignoro, pero por ello hablo desde mi experiencia, desde mi entorno, desde donde puedo saber que mis palabras no son una utopía idealista e irrespetuosa.

Evidentemente todo tiene un rango de aplicación, un área de influencia en la que es posible otorgar validez a cada idea o pensamiento. En los términos en los que planteo este pequeño ensayo puedo afirmar que, sin duda alguna, el que de verdad siente que merece la pena vivir, es el que vive, el que se fortalece y el que prospera. Parece exagerado, pero resulta sorprendente la cantidad de personas que reaccionan de manera trágica ante los aspectos propios, implícitos, inherentes, de y a la vida. Por extraño que parezca hay gente que reacciona así ante lo más identificativo de la propia vida y la existencia, que no es otra cosa que la propia imprevisibilidad.

Llegan, incluso, al punto de asustarse, simplemente, por pensamientos que, siendo todos realmente sinceros, pueden ocurrir del mismo modo que pueden no hacerlo. Y también se enfadan... Sin embargo hay que reconocer que están en su derecho, porque resulta que, afortunadamente, a este lado del mundo cada cual puede elegir... Cada uno es libre de escoger su propia miseria, u optar por otra opción.

12/22/2007

Aún aquí, en cualquier circunstancia. Con los sueños en los ojos todavía, con el tiempo dormido en las mandíbulas entumecidas. He debido de hacer fuerza con los dientes al dormir. Todavía aquí, construyendo los mundos para que las criaturas que se antojan como mías puedan vivir en la paz y en el caos del entendimiento.

En la paz de los que se han amado a lo largo del tiempo, puliendo la afinidad de sus almas; en el caos de los que se están amando en lo estático del minuto, en lo interminable de las miradas de cada segundo. Adónde van estos seres, como digo, una vez entran por los ojos de quien espía, de quien observa, curioso y prudente desde la sombra, ya que también es espeluznante. Puede salpicar.

Porque al principio es así como se hace. Porque lo que se traspasa del alma a las palabras es algo más que pensamiento, es la ilusión de que algún día sean escuchadas, de que alguien las desee para sí, para que lo curen, para que lo abracen, para que los susurros de la nostalgia lo hagan sentir vivo en el credo de un mañana, de un hoy, de un ahora caduco en abulia pero fructífero en quien lo riega con lucha y esfuerzo.

Es eso lo que se anhela, después de todo. Que los pequeños seres que desde aquí hospedo en lugares situados entre ningún lugar y alguna parte, sean identificados como claves de supervivencia, como de sol en el nuevo pentagrama, elevando así el espíritu, descubriéndonos cosas a nosotros mismos, de nosotros mismos. ¿Qué es lo maravilloso de lo que se escribe? Lo propiamente escrito, tal vez... Sin embargo yo prefiero otorgar esa cualidad a la capacidad, potencial, de que la palabra leída puede llegar a reestructurar la composición básica de cada uno. Porque algunos que leen sienten lo que leen, y lo piensan después.

Lo maravilloso de lo que se escribe es que es inmortal en la distancia y en el tiempo, siempre y cuando pienses que alguien, algún imprudente, algún espíritu osado y curioso, reparará en el estanque de palabras que observa y se zambullirá descubriendo así un océano. Un océano de otras vidas, de otras percepciones, un océano que alberga los mundos de quien escribió en su día, de quien soñó con que algún espíritu osado y curioso se zambulliría en el estanque de sus palabras, que acabaría por convertirse en océano.

Los estanques contienen aguas firmes, quietas, detenidas... Pedirle eso a una palabra es suplicarle azul al corazón. Y se hacen océanos.

12/20/2007

No hay nada sino esto. Sino ahora. Porque caminas, y de repente ves el pelaje negro salpicado de lluvia nocturna y adornado del matinal aliento helado. Sus ojos brillantes no otearán desde las sombras nunca más, y sus orejas no se moverán en busca de la señal delatora de una presa. Tal vez esté ya en la luz, pero la visión te sume a ti en la oscuridad. Impotente.

Impotente por ver a ese gato muerto y no atreverte a tocarlo por si tiene algo. Impotente porque la pena ha creado un remolino en tu interior que irá absorbiéndote hasta que te des cuenta de lo insignificante que eres, y de lo que te entristece la ausencia de vida. Era un gato, y desconocido, te dices a ti mismo, pero... Pero era tan sórdida la visión. Con el animal desierto de amparo, estirado, largo, sobre tierra mojada, con el cuerpo empapado. Solo. ¿Habrá muerto de frío?

Ni los gatos escapan. ¿Qué me queda a mí, sino desear vivir, y que me abracen? Que unas manos cálidas me devuelvan la sensatez, y me reconforten hablando desde la piel. Diciéndome que todos seremos ese gato algún día, y que por ello no hay que preocuparse del morir, sino de lo contrario.

Entonces me digo que debo vivir devorando mi tiempo hasta la muerte. Mejor así, y no a la inversa. Aunque, no puedo evitarlo, siempre quise para mí un gato negro... Y el de hoy estaba muerto.

Querría resucitarlo... Quiero hacerlo.

12/17/2007

Oh, por supuesto que lo sientes, está ahí, ahí adentro. Hasta yo lo oigo palpitar. Parece pequeño, frágil, pero su potencia es tal que resulta abrumadora. ¿No lo oyes? Dios mío, eso es porque no escuchas. ¡Te aseguro que está ahí! ¿No me crees? Vaya, es una lástima, porque su fuerza está más que presente entre nosotros. Es curioso, ¿verdad? Tú crees que estoy equivocado, y yo te aseguro que no estás en lo cierto. Ninguno de los dos va a dar su brazo a torcer, pero no te has fijado en un detalle, ¿cuál? La tensión petrifica tu cuerpo, y yo sonrío. Estoy más tranquilo.

Escúchame, y escucha eso que vibra en tus entrañas. ¿No lo notas como música? Depende de ti, pues es en ti donde mora aquello de lo que te hablo. ¿Que cómo es posible que yo lo note aun estando en ti? No lo sé. Solo recuerdo que un día escuché revolotear pájaros en mi pecho, coreando el grito seco y grave de tambores en mi mente. El pulso, acelerado, pues no podía ser de otra forma. La sangre acero fundido, y la piel que se me marcaba de escarlata. Le pregunté en ese momento a mi alma qué era lo que pasaba, y ella me contestó, lee lo que tu carne relata.

Y leí. Leí cuanto pude desde los tuétanos hasta mi vello, erizado de puro miedo, de euforia y gozo, y de algo que todavía no entiendo. Seguí con dudas a cada pum contra mis sienes, y cuestioné todo cuanto tenía, a qué se reducían mis bienes. Vas bien, dijo una voz en mi garganta, y aún ahora la emoción se me atraganta, cuando recuerdo esto que te confío, sintiéndome reconfortado, con este aire que amamanta.

No me mires con esa cara, que la barba se me prende al calor de las mejillas si me clavas la mirada. Te he dicho que sabía más o menos bien de lo que hablaba, y aunque no me creyeras, ahora leo en tus ojos que sabes que no te engañaba. Sé muy bien lo que te pasa, porque ya me pasara a mí, todo después de que acaeciera lo que hace nada te contaba.

Por supuesto que lo sientes, he asegurado al comenzar esta poesía tan poco costumbrista, pero acostumbradamente trabajada, y a pesar de que lo dudes también sé que en ti habita la palabra. Tal vez no soy tan bueno, pero a veces mi alma me alaba, rindiendo tributo a mis sueños, mi barco de ilusiones en tu puerto de sonrisas hace escala.

Que parece prosaico, pero solo por estar en prosa, pues se me antojaba romper, con amorosa calma, el Imperio del verso en este poema que en mí cantaba

12/12/2007

Acurrucado, y desnudo, escucho al mundo girar a mi alrededor. Si quiero, puedo invocar una tormenta, y si lo deseo, no me cuesta esfuerzo hacer que el cielo se muestre azul sin motas blancas. Si me apetece puedo salir del núcleo seguro que es mi alma, y andar con ella de la mano por los mundos que genero. La escucho cuando habla, o al menos eso intento, pero nunca me responde cuando le pregunto cuánto me ama.

Por eso no la pongo a menudo en ese compromiso, porque sé que no está a disgusto conmigo. Si así fuera, ahora no podría estar escribiendo esto sin sentir que falto a la verdad. Lo que sí me pide a menudo es calidez para los dos, e implora la amabilidad de algún sol cercano.

Sin embargo lo que de verdad anhela son tus manos. Ahí tienes por qué te pido esas caricias.

12/10/2007

Esta tarde, el olor del frío, el del oscuro aliento de los coches y el del propio asfalto, han hecho que mi mente evocase, de manera instantánea, las noches en las que el Opel Kadett 1800 gasolina de mi madre nos llevaba a mi hermana y a mí a casa de los abuelos, en la urbanización Parque Roma de Zaragoza.

El olor ha sido, siendo más precisos, el de ese garaje de dos entradas. Porque había dos entradas, la de la cuesta normal y aburrida y la que me gustaba a mí, la de los agujeros... O "albujeros", ¿cómo lo decía? Creo que lo pronunciaba del segundo modo, porque la abuela, cuando entrábamos por ahí de vuelta de casa de los tíos, me corregía y me daba la opción correcta. Y me hacía repetirlo como era debido. El abuelo decía "deja al chico, María Cristina, que ya aprenderá", y la abuela le replicaba, "no señor, Valentín, que si no se acostumbrará a decirlo mal y luego ya me dirás tú... Albujeros, habráse visto".

Y es que la abuela tenía razón, para qué negarlo. Pero también el abuelo, porque poco a poco he ido aprendiendo. Sigo siendo el mismo pequeño incordio y revoltoso, solo que con veinte años en la espalda y una barba bastante visible en la cara... Sin embargo es barba de sinvergüenza, porque de no ser así no la llevaría. Creo que el abuelo nunca me vio con una barba como la que llevo ahora. Si tuviera la oportunidad seguro que me decía chulo, pero de la manera que solo él sabía. A mis primos siempre se lo decía, a Santiagué, a Andrés, a Cristina e incluso a Susana. A mi hermana Laura también, por supuesto. Para las últimas apropiaba el género, evidentemente.

Porque el abuelo era así. Tranquilo, a su aire... Pero si hacías algo que lo perturbaba, no le gustaba en absoluto. Aunque seamos sinceros, tenía menos paciencia para la abuela, no lo vamos a negar, que a los nietos nos aguantaba una tras otra. Hasta se reía cuando veía el vídeo en el que uno de ellos lo grabó durmiendo la siesta. La abuela también rió, y las tres hijas que tuvieron en común... Mientras tanto, el autor sonreía por lo bajo, a lo somardas, y trataba de esconderse fingiendo vergüenza.

En fin, que a lo que iba. A las noches de fútbol en la casa del Parque Roma, al bar de Joaquín, el boniato, porque era de Gallur, como la abuela, donde jugábamos a las máquinas y al futbolín. A las noches de fútbol, repito, televisado o "Abuelo, ¿este lo radian?", "sí, Rubén, y menos mal, porque los de la televisión son unos payasos que no dicen más que sandeces". A lo que yo le respondía que lo pusiese en la radio. Los abuelos me contagiaron la fascinación por esos pequeñitos retransmisores en los que se oían voces que hablaban de cosas serias y que, de vez en cuando, ¡se reían al hablar sobre esas cosas serias! Escuchar la radio en uno de esos aparatos me hacía sentir importante, y cuando había rezado el Jesusito de mi vida, me ponía un rato el dial que acertase a sintonizar y escuchaba esas voces que venían de ahí adentro, traídas por ondas y antenas y no sé qué cosas que me decía el abuelo.

La abuela me pegó más lo de los crucigramas. En el ambulatorio o en casa. Yo alucinaba con esos "¿autoqué, abuela?" Eso, autodefinidos. A mí me gustaba más lo del laberinto, y lo de trazar el camino hasta que el perro encontrase el hueso, o el hombre la salida... Al final, el abuelo y la abuela, los resolvían todos menos esos. Porque me los dejaban a mí, o si no a mi hermana o mis primas. Y cómo no recordar el armario de los bombones. Los Ferrero Rocher, y el Nestlé... "Ya vale de chocolate, niño, que luego tendrás lombrices", decía la abuela, pero siempre que podíamos... ¡Zas! Al armario que te vio. Y lo de las recetas, y los "los papelicos los recogeréis vosotros, que yo ya me canso de agacharme". Los papelicos eran los recortes de papel, o las "recetas" que hacíamos y que arrugábamos. Hubo una temporada en la que me prohibieron pedir tijeras, y a mi madre comprármelas. Algún día hablaré sobre los deberes y lo contento que se ponía el abuelo cuando le decía que tenía muchos por hacer y que, sintiéndolo mucho, iba a tener que ayudarme.

También me he acordado de la cena por excelencia en casa de los abuelos, tanto en la antigua de Zaragoza como en la de Biel... Creo que sigo oliendo el aroma inconfundible de ese plato, y es por eso por lo que no puedo librarme de estas ganas de comerme un buen par de patatas asadas. Bañadas con su aceitito, y salpicadas por un poco de sal, por supuesto.

Gracias, abuelos. Sin más y porque sí.

12/09/2007

Reviento con el tirón de mis pasiones las cadenas que me atan a la consciencia. Universos de libertad me hacen sentir en este momento un odio racional e incontrolable contra todo, solo hallando reposo en el amor de los míos. Es absurdo, pero debería haberlo hecho mucho antes. Lamentarse no sirve, sí sonreír por haberme dado cuenta.

Ahora esculpo tu ausencia en estos segundos en los que escribo, y dejo que la licantropía exquisita y permanente que en mí habita, me posea indefinidamente.

Soy lobo, y tú luna. Eres noche y libertad.

12/05/2007

Claro que podríamos estar haciendo otras cosas. Podríamos estar inspirando el humo de los cigarros que consumen el tiempo en un bar, o inhalar los efluvios pestilentes de aquellos que allí se agrupan. Podríamos estar empapándonos de sus conductas rutinarias, pero hemos preferido no querer mirar sus sonrisas de hipocresía. Siguen un patrón continuo, constante y previsible, que los predestina a una frustración insondable. Luego se preguntan de dónde viene esa rabia incontrolable hacia ellos mismos, y deciden culpar al resto.

Podríamos estar contaminando nuestras mentes, encerrando nuestros espíritus en un local de cuatro paredes, escuchando la música de fondo, tan vacía como las conversaciones de aquellos que creen ser felices, por el mero hecho de que la rutina les dice que ese es el momento para sentirse feliz. Creen que sienten, y no saben que lo único que hacen es creer sentir.

Podríamos juntarnos con ellos, sin duda, pero hemos decidido no inhalar el humo de sus cigarros ni inspirar la pestilencia de sus efluvios morales con respecto a ellos mismos. ¿Quién se encarga de no alterar el orden espiritual de cada uno? Nosotros respetamos nuestra dualidad existencial, sin molestar a nadie. Tal vez haya mil "por qués". El mío es que hemos optado por la voluntad de ser libres.

12/01/2007

Hace mucho, mucho tiempo, que no pasas por mi cama. Echo de menos el contraste de tu piel con la oscuridad de mi habitación, la calidez de tu presencia en el frescor de mis sábanas y cómo iluminas, de plata, mis sueños.

He visto a aquellos a los que dar un paso les cuesta el esfuerzo de una vida, y los he visto no dejar de andar. Quiero ser como ellos, como esos que dar un paso les supone dolor físico y una lucha interior pero que, pese a ello, no se rinden. Los he visto pasear, y no desisten.

He escuchado a aquellos que para hablar han de tomarse un tiempo que apenas saben qué significa ni cómo se mide, ni qué implica en su transcurrir. Y los he visto no condenarse al silencio. Los he visto reír, en sus bocas y en sus ojos.

He tropezado con algunos que no parecieron recibir afecto o cariño, y he contemplado cómo todo de lo que carecieron lo entregan sin complejo a quien quieren, a una hija apenas recién nacida, a un amigo... He contemplado cómo universos de amor se expandían más allá del individuo que los contenía. Entonces me he sentido volar desde adentro, y me he visto sonreír.

Sé que apenas he visto nada, que he escuchado poco y conozco que tengo mucho que conocer. También creo saber que todos ellos tienen, o tuvieron, sueños como los que yo ahora y, seguramente, también te cantaron, o lloraron, en noches o días de nostalgia. Yo te he cantado, te canto, aún no te he llorado, y ahora te echo de menos.

Pásate cuando quieras, entre las ropas de mi cama siempre te esperará desnuda mi alma. Pero no tardes mucho, por favor, Luna.