7/15/2008

Hace unos meses que lo vi. Desde entonces a esta parte ha cambiado mucho, ni siquiera es el mismo cuerpo como para decir que sí la misma persona. Hay algo que marcha distinto, que a mis ojos salta y éstos dicen que no es propio de él. Sin embargo hay algo que nos une, algo que nos hace iguales en el fondo aunque no en las formas. Somos conscientes de lo que significa autodestruirse.

Si me paro a pensar sobre ello puedo decir que la suya es una forma directa, visceral y rápida cuyos efectos y consecuencias se aprecian a corto plazo, le cuesta responder a veces y existen momentos de miradas perdidas y manifiestas incoherencias. En seis meses ha alterado toda su línea de existencia hacia un pozo de algo que es lo mismo que lo mío solo que desde un planteamiento totalmente opuesto.

Le gusta drogarse, envenenarse el cuerpo para que su espíritu conciba las limitaciones de lo humano. Puedo ver algo en él que lo hace distinto, aunque a veces se contradiga: tiene algo de ritual, de ceremonioso, como si fuera para él un sacramento que se celebra cuando se puede y que se añora cuando las campanas no llaman a la eucaristía, su particular eucaristía.

¿Y de mí? En cierto modo admiro su falta de narcisismo, su comprensión de la levedad, de lo efímero, pero no lo comparto. Podría decir que mi manera de autodestrucción, de catarsis porque, en cierto modo, todo consiste en estar lo más limpio posible, en saber vivir de un modo aséptico espiritualmente aun estando de mierda hasta el puto cuello, es más... No sé, sádica es la única palabra que se me ocurre.

Mi comprensión de la levedad, de la banalidad, es la misma que la suya pero con matices que la hacen mía y que nos hacen maravillosamente únicos. Yo me ensaño conmigo mismo en la misma pregunta de siempre, en ese vacío desolador que deja y que se lleva todo por delante y te hace decir lo que ya sabes pero que, después de todo, alimentas con un ya se verá. Eso es, y después, ¿qué?

Su historia tal vez nunca se escriba, y las mías posiblemente nunca se lean, pero puedo decir que él es igual a mí en la esencia más trágica de nuestras vidas. Los dos tenemos muy claro que no vamos a ser felices nunca, no nos engañamos diciéndonos que lo somos, o que lo seremos, sino simplemente nos dedicamos a hacer lo que creemos justo y merecido para con nosotros. Las vías de escape son variadas.

De pequeño, más que ahora, pensaba que destruir tu cuerpo de manera radical era un insulto, una blasfemia inspiradora de la más terrible de las cóleras... Ahora me doy cuenta de que en cierto modo sigo pensando así pero que, en realidad, no importa el destino tanto como lo aprendido durante el viaje. Siempre, en el fondo del alma, sabes adónde quieres llegar, o intentarlo al menos... Lo totalmente imprevisible es lo que ocurrirá en el camino.

Entonces él y yo acabaremos en el mismo puerto, en el mismo lugar pero en distinto plano si acaso, sabiendo que hemos luchado por purificarnos lo más posible, siendo lo más justos posible, tratando, al menos yo, de adquirir la mayor cantidad de sabiduría a mi alcance, aprendiendo.

Aunque nos engañemos diciendo que hay algo importante todavía, como los amigos y la familia... Los hay, y lo son, pero de un modo distinto: no debemos, bajo ningún concepto, utilizarlos para disfrazar lo que hemos descubierto en un momento u otro de nuestras vidas, sino para liberarnos a través de lo que nos ofrecen, y de lo que les retribuimos.

Lo más importante de todo es saber hacerlo bien, sin tragedias, sin ruidosos desmayos en los tablones del escenario ni sobresaltos en el patio de butacas; no, ni mucho menos, hay que hacerlo discretamente, con dulzura, saboreando la certeza de que cada momento es único en el sentido de que somos volátiles consciencias buscando la, no sé sabe todavía, utopía de la primigeneidad.

Quién sabe, igual estoy tan brutalmente equivocado que tal vez esté ya encaminado hacia la más absoluta, pura, pasional, auténtica, clara, y cambiante de las felicidades, con las contradicciones que esto último implica.

Es, y lo digo en serio, increíblemente ilusionante saber que se dispone de toda una vida para conseguirlo.

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