8/30/2008

Tú estabas desnuda en mi cama, y tu cadera levantaba olas con las sábanas azules. La espalda a mi merced, y mis dedos de bestia te dibujaban líneas de caos sobre los hombros. No había ansia, ni miedo, ni fuerza, ni ganas. Solo el instante fugaz por el cual, de algún modo, se pierde hasta la pasión por la pasión. Estaba tranquilo, sin tiempo para el futuro. Tranquilo.

Hasta sin sueños, pienso, porque ya estoy viviendo por palabras, letra a letra. Y te olía entera, y te tuve en mi boca, y ahora, aún, cuando duermo, te sigo encontrando en la almohada, o al menos los restos de la vida que creamos ahí, por un instante en el que estuve en calma.

En el que ya no había nada, salvo invisibles líneas de fina locura inscritas en tu piel, tu nuca erizada. Los dos dentro del océano de mi cama, que encontró su génesis en el centro de tu ser, al final de tus piernas.

8/26/2008

La abuela dijo que el abuelo estaba chiflado, que ya no sabía bien por dónde le daba el aire y cosas de ese estilo. Sé que tenía algo de razón, porque momentos antes el abuelo nos dijo, a mí y a mi hermana, algo sobre unas mujeres árabes, o no sé si musulmanas, que iban por el barrio, arriba y abajo. Lo importante no eran ellas, sino que iban tapadas del todo, con la cara cubierta.

Lo dijo sin más, de sopetón, y sentí una especie de piedad extraña, a lo mejor el miedo al tiempo y una forma de ganar puntos para cuando a mí me pase lo que a él, si es que llego. Después siguieron hablando, entre viaje y viaje de la cuchara a la boca.

A continuación ocurrió algo que no sabría cómo describir. Después de habernos escuchado a mi madre y a mí hablar sobre el colchón nuevo que necesito, mi abuelo insistió en regalarme uno que tenía en una habitación. La abuela lo reprendió, ligeramente, y entre risas, cuando el abuelo fue a la cocina, dijo que estaba deseando deshacerse de ese colchón, venderlo o lo que fuera, pero que nadie hacía caso al abuelo... Y que nadie se lo haría. Ella, por su parte, dijo que le hacía duelo.

Y tiene que hacerlo, tantos años ahí, tantas navidades dando sueño a sus nietos... ¿Qué te queda cuando eres viejo? Así que, sin más, mi abuelo me dio un metro y me dijo que fuera con él a medir el colchón. No sabía muy bien cómo decirle que necesitaba uno nuevo, así que no lo hice, me callé y medí, y las distancias, la geometría o lo que fuera, me dio la razón y el motivo.

Es pequeño este colchón, abuelo, no me lo puedo llevar porque sobraría somier. Y me contestó que ya lo sabía, que el colchón era de ochenta. Salimos y le devolví el metro, y yo volví al sofá. Me quedé adormilado, pensando en cómo se desliga la mente poco a poco con los años, en los ligeros derrapes que desencadenan ciertos resbalones, con el vehículo de la razón dando bandazos.

Sí, me daba la impresión de que la abuela estaba en lo cierto, de que el abuelo perdía el rumbo por momentos, y me preocupó sobremanera tenerlo tan claro cuando, minutos después, la abuela le dijo a mi madre, con alguna lágrima en el rostro, que estuvo a punto de quemarse los ojos hace unos días.

Le di el bote de colirio al abuelo, - dijo - para que me echase las gotas en los ojos... Lo que no sabíamos ninguno de los dos, porque no nos dimos cuenta, es que le di este otro bote. Son parecidos, solo que del que me eché me lo recetó el médico para secar los callos y las durezas de la piel. No, no fue al médico... Dijo que ya iría, en un par de días, y tan solo nos hizo saber que estaba un poco preocupada porque ahora veía la mitad de lo que veía antes.

Desde la cocina el abuelo acababa con la vajilla, secándola como hacía siempre desde a saber cuántos años atrás, y me dio la sensación de que hay cosas que no pueden cambiar, porque entonces sí estaríamos totalmente perdidos...

8/21/2008

Aquí no hay imágenes, tan solo las que sea capaz de dibujar con todas las líneas que acudan a mis dedos. Aquí solo hay un tapiz blanco y moldeable, lleno de tiempo y sueños, donde cada cual podrá dejarse caer entre las sílabas de cada renglón, e ilusionarse con aquello que pueda encontrar que le toque el corazón.

Aquí es mayor la sensación de vacío, pero me siento mucho más seguro. Es cierto, tengo menos inquilinos, pero la fuerza que me invade siempre que retorno a este lugar es cuando menos imparable. Hace tres años que nació este lugar, y yo he ido de la mano con él.

Por su parte él me ha visto renacer, teclear torrentes de sensaciones que bien podrían llamarse amor; me ha visto dar pulsaciones a cada lágrima; también sonreír al dar despedidas casi eternas, y me ha recibido compartiendo mi júbilo cuando quedaba demostrado que esas despedidas no lo eran. Aunque solo fuera en sueños.

He de reconocer que se ha perdido una gran parte de mí. Ella lo sabe, y yo lo sé, aunque algo queda. Queda en los que se dejaron caer, en los que pasaron por ahí, en los que algún día volverán a ese otro lugar y dirán que ellos también tuvieron su oportunidad en ese sitio, que lo vieron vivo, compartiendo mis alas.

Ahora mismo me queda mi cerveza, los secretos que dejo aquí, casi evidentes, y una ligera puntita de tristeza. No merece la pena retornar a quien te silencia, y yo sé que debo quedarme aquí. En esta extraña, agridulce, soledad.

Mientras pienso que nunca había sentido tanto poder al ponerme tu anillo en mi dedo meñique, y que he escuchado a mi pecho recibir con anhelo la estrella celta que me regalaste. Aquí estamos todos estos millones de palabras y yo. Todo yo, que soy una tormenta.

Así que a quien se pierda y llegue... Bienvenido.

8/15/2008

- Crees que nos conocimos porque sí, sin saber que ocurriría. Y no hay duda que asome en ese razonamiento... Ahora bien, ninguno de los dos tendría modo de saber si acaso alguno supo en cierto momento algo más, y se movió de tal modo que hizo posible que nos cruzásemos el uno con el otro. Quiero decir que a lo mejor somos el presente retrospectivo de lo que se consideró más valioso para alguno de los dos en un momento futuro, y que ahora no comprendemos. Por supuesto solo en este nosotros, claro... Pero hay un punto que no me queda claro, si alguno de los dos eligió, o elegirá, que lo más apropiado es que nos encontrásemos, ¿cómo podríamos saber que somos libres? O, al menos, que estamos actuando de una manera totalmente voluntaria y natural.

- Qué más da todo eso, ¿no? Pueden obligarte a ir a un restaurante y forzarte a pedir determinado plato pero...

- Sí, no podrán hacer que coma de él si no quiero.

- Entonces ya está.

- Sí, ya está. Oye...

- Dime...

- Yo también.

8/01/2008

Puedo llamarte Yggdrasil porque tu saliva es savia de vida para mi dura corteza y mi rara esencia. Puedo llamarte Yggdrasil y no sé por qué no lo hago... Tal vez porque quiero que por ahora, en este sueño, etílico estupor, seas solo mía.