Si fuese un borracho te diluiría en cerveza y te bebería de un trago. Irías directa a mi sangre y no tendría tu sabor pegado a mi boca. Ni tu nombre adherido a mi lengua y a mi saliva a cada rato. Irías directa a mi sangre y luego te convertirías en orina. Tiraría de la cisterna y ya no estarías. Pero no soy un borracho.
Ya no te busco en los rostros sino en las sombras. En las sombras donde la luna no llega ni brilla. En las sombras a las que el sol no se atreve ni calentar. Las conexiones fallan y la advertencia de ese mismo fallo me crispa. En cualquier momento arremeteré contra el mundo. A golpes.
Todo, absolutamente todo, se difumina como las nubes al atardecer rojizo y tú te desdibujas con ello. Poco a poco te marchas y espero que no intentes clavar tus uñas en mi horizonte, que no rasgues mi cielo, porque no voy a verte aunque quieras que no te olvide. Enhorabuena si tú sí has podido hacerlo conmigo.
Estarás en mí para siempre, puedes estar tranquila, como cicatriz, como herida sin desinfectar. Exactamente igual que muchos; igual que otras; del mismo modo que todos los segundos que me preguntan qué hubiera podido ser.
Aunque no me preocupa, eso no tiene nada que ver con lo que soy. Así que adiós, ya me arrancaré piel de la cicatriz cuando desee quererte, cuando desee pensar que me quieres. Cuando sea un borracho, un enloquecido fumador.