2/27/2008

- Y con ellos, ¿qué pasa?

- Siempre quieres saberlo todo, de verdad. ¿No te cansas?

- Hmmm...

- Vale, no te cansas.

Rió, y después contestó al pequeño.

- Sucede que a veces, sin saber cómo, aparecen en el mundo criaturas extrañas. No se sabe mucho de ellas a pesar de que son casi totalmente transparentes. Tienen sus pequeños pozos de intimidad, grutas oscuras donde guardan sus secretos, donde los acarician y los cuidan, alimentándolos con celo. No se sabe cómo lo hacen. Tal vez susurrándoles, despacio y suavemente, cuando están completamente solos. Asimismo, también tienen secretos entre ellas, entre las criaturas, los cuales se nutren cuando están en compañía.

>>Tampoco se sabe por qué suelen unirse en grupos de dos, ya sabes, parejas. Todo cuanto los rodea es misterioso, porque solo ellos comprenden lo que los une, lo que los hace únicos cuando se juntan, pero siempre ignoran lo que los convierte en diferentes cuando están solos. Sin embargo, a pesar de ello, pueden reconocerse. Ya te he dicho que son criaturas muy extrañas...

>>Cuando están juntos y pasas a su lado puedes percibir lo que desprenden. No, no sé lo que es, pero creo que tengo un nombre que podría encajar perfectamente. Lo que sí puedo decirte es que resulta inspirador... Esas sonrisas, ese entendimiento... Te hacen sentir vivo, que merece la pena.

- ¿Cuál es el nombre que crees que encajaría? - Pero el abuelo no se lo dijo, sino que le propuso que buscase él el término más adecuado.

Al irse a dormir, por la noche, el chico se quedó pensando largo rato, sin poder conciliar el sueño. Poco a poco el cansancio le fue ganando la batalla, y antes de caer dormido pensó para sí cuánto le gustaba esa sensación, la de moverse entre lo tangible y lo onírico.

"Es como magia", murmuró antes de que sus ojos se cerrasen.

2/26/2008

Lo cierto es que no puedo engañarme, ni quiero hacerlo. Llevo no sé cuánto tiempo dando vueltas de aquí para allá. He estado y me he marchado, y ahora pienso volver. De hecho lo tengo decidido. No sé si eso es motivo de vergüenza, pero siento que estoy siendo un factor decepcionante. Aunque solo me lo parece a mí, o eso creo.

He tomado una decisión importante que no sé si seré capaz de llevar hasta sus últimas consecuencias. Creo firmemente que sí, aunque siempre hay un hueco para la duda. La cuerda floja que he empezado a recorrer resulta amenazante, porque abajo esperan mi caída mis propios miedos. Hacen lo que sea por acobardarme, y se aprovechan de que sigo anhelando esa confirmación, una, la que sea, para acabar de sentirme completamente fuerte.


Es extraña la sensación que anida en el ser una vez te has proclamado en una posición y te has definido un objetivo. ¿Es la prueba final? ¿O es un examen interior y propio que durará por siempre, hasta que no pueda dar un paso más?


Podría consolarme diciendo que cuando sea viejo y me halle postrado en una cama, cuyos muelles apuntalen mi espalda, y mis quejidos sean coros a mis articulaciones, todo esto no será para tanto, porque lo importante varía dependiendo de las circunstancias.


Sin embargo, ¿qué valor tendría? Quiero jugar esta partida, dure las manos que dure. La emoción de lo incierto me clava unas uñas romas en el estómago, y el dolor no es ácido, no es estridente, sino paciente, y se basa en una presión estimulante. Aunque también preocupa. Será eso, que la sensación es extraña.


Yo sigo adelante, aunque sea casi como jugarme la vida.

2/24/2008

Tú te apoyas en mi hombro. Relajada, armada de paciencia, y yo me pregunto si no te estarás jodiendo la cadera al inclinarte de ese modo. Las sillas no son cómodas, pero tú te empeñas en que mi hombro sí lo es y que compensa. No voy a protestar, pues siento que la combinación es perfecta.

Es perfecta porque puedo oler tu pelo, o cazarlo con la lengua y darle vueltas en mi boca, descubriendo que no sabe a nada, pero que es puramente tuyo. Separo cada una de esas hebras y pienso en que con ellas y una aguja me tejeré un tapiz de felicidad. Que compartiré contigo. Una felicidad construida a puntadas de calma y nudos de tranquilidad, mientras recorres mis venas con las medias lunas de tus dedos, y nos cantan voces en los oídos.

Tengo tu frente al alcance de mis labios, y no sé si oyes que te digo te quiero, pero yo siento que has apretado más tu rostro contra el hombro, y me has cogido con tu mano. Ya no sé cuántas horas llevamos aquí ni cuántas quedan, pero estoy convencido de que somos la luz de las miserias de toda esta estancia.

Seguramente nos vean del mismo modo que yo a ti, como una inspiración constante. Y que sonreirán cuando te vean sonrojarte por el comentario que he hecho acerca de una canción. Canciones, canciones de nuevo, las voces que nos llenan los oídos mientras nos alejan de la sala de urgencias. A cada pulso agradezco que no me hayas dejado solo, porque la música no habría sido la misma, no habría sonado igual, y seguramente lo que menos me dolería en ese caso sería el tobillo.

Veo cómo te marchas a llamar por teléfono a tu madre, y cómo te giras para mirarme antes de cruzar la puerta, y sé que estoy sonriendo. Es en ese mismo instante cuando descubro que a la canción le faltaba una nota, la del aire que has movido al parpadear hacia donde estoy sentado. Hallelujah... Ahora la canción sí será perfecta para siempre.

Mientras espero, una sensación de angustia va erosionando el ánimo y la fuerza que estar contigo me provoca. Descubro que esta podría ser la última vez que te veo, y no quiero. Pero eso a veces no es suficiente, y me da miedo. No es un sábado divertido, pero tampoco está tan mal. Además vas a llegar tarde, cayendo de lleno en la ilegalidad. Justificada, pero pocos relojes de la ciudad son los que te han visto volver a las doce a casa.

Vuelves de hablar con tu madre, y entras justo cuando la joven voz de la antigua canción asegura necesitar el amor de alguien, cuya identidad solo sabrá él y aquella persona a quien va dirigida esa letra. Pero ahora somos tú y yo. Tú y yo... Mientras repite la frase con la que has vuelto.

Ya ha pasado mucho rato. Varias horas. A las dos de la mañana, o las tres, mientras estoy en el bar, jugando al futbolín, siento auténtico pánico a que me cortasen las manos. Hay muchas cosas por las que sería terrible, pero la que más me asusta es la de que me sería imposible volver a escribir.

¿Qué haría yo sin poder vestirte con palabras mientras te miro desnudarte sobre mi cama? O mientras te desnudo yo, directamente. ¿Qué podría hacer si no pudiera escribir lo que siento cuando te tengo? Aunque sea aproximado... Qué haría sin poder dejar un testimonio de que fue real, de que lo has sido y aún lo eres.

Vuelvo a casa, con las dos manos intactas y el hambre de verte. Pienso en el coche, y en las noches de tus ojos, sobre fondo marrón, cuando he cantado para ti los versos de Francis Cabrel, esos que dicen la quiero a morir.

2/21/2008

La vida sigue un curso alrededor, o tal vez envolviéndola, mas no parece que la atraviese. Completamente sola, sin un alma que repose en esas sillas de plástico, se lleva la comida a la boca con el cubierto apropiado para cada instante.

La chaqueta descolorida la sitúa en un lugar inapropiado. O al menos lo parece. Da la impresión de que en realidad proviene de una fotografía en sepia, de las de antes, que ha sido tratada digitalmente para darle color, darle una identidad en los tiempos de hoy. El resultado ha sido indiscreto, pues se siente la atenuación propia que la antigüedad otorga.

Está ahí, incrustada en un mundo con sillas de colores, mientras el verde seco y oscuro de su chaqueta, y el riguroso negro de zapato y pantalón, contrasta con una blusa blanca con volantes en el cuello. Puede que el hechizo esté colándose ya hasta lo más hondo, pues los gestos son distintos a lo que se acostumbra.

Pausados, graves, seguros. No parece dejar nada al azar. Pero sí da la sensación de saber que es una intrusa, que su forma no encaja en el molde que hoy manda desde las esferas de lo neocanónico. La veo perdida.

Tan sola, tan aparentemente lenta, y el pelo en un caótico desbarajuste profundiza en el aura solitaria y taciturna. Tan caída de un álbum de hace sesenta años pero todavía joven, aunque parezca mucho más vieja. Es lo que pasa con lo sacado de contexto, que altera la percepción de quien lo observa.

Y sigue comiendo, mientras el resto de mesas bullen de actividad juvenil y planes de salir por la noche. Comento mis sensaciones, las que han dado vida a este texto, con María, la amiga que me ha acompañado en la cena, y compartimos un punto en común.

A pesar de no tener derecho para ello, nos inspira lástima. A pesar de que esa mujer puede estar siendo perfectamente feliz. Lo cual, sin saber por qué, me alivia.

2/17/2008

Es dormir en tu cama, en tus sábanas, las que te dieron un ejemplo de la teoría de soñar. Las mismas que te envuelven en verano y las que te arropan pesadamente en invierno. Es tu cama, tu colchón, y la pared que tocas es tu pared, la que da cobijo a esa ventana.

La ventana grande por la que ves la calle, tu calle, no otra calle sino la tuya, y donde paseas al perro, o quedas con tus amigos. La calle donde vive tu portal, el portal de tu casa, en el que ella espera a que bajes. Que bajes los nueve pisos en el ascensor, mirándote en el espejo. El espejo del ascensor de tu casa. Tu ascensor, y su espejo. Son los tuyos, porque no son otros.

Está el patio, tu patio, el de todos los vecinos pero el tuyo, y el conjunto de buzones, ranuras ansiosas de recibir cartas. Cartas para ti, con un nombre que es el tuyo, que será el tuyo toda la vida, dirigidas hacia una casa que es la tuya. Tu casa, no una casa, tu casa.

La que viste desnuda y vestiste como pudiste, con los brazos jóvenes y el cuerpo pequeño. La misma que vistió tu madre. La casa que contiene la cocina donde comes, donde preparas la cena de tus amigos si los invitas. La casa que contiene el baño en el que te duchas, el mismo que tiene ese gran espejo donde te miras desnudo pensando en la chica que te espera en el portal, o que te ha esperado, o que te esperará en unos minutos después de presionar el botón del portero automático, el botón de tu casa.

Para salir húmedo, ir a tu cuarto, bucear en el armario, que no es otro que el tuyo. Que no es tuyo, pero el que compraron para ti. Con el olor único, tu olor, ese sí que es tuyo y propio y ni se vende ni te lo compraron. Dejar la ropa escogida sobre la cama. Quitarte el albornoz, vestirte y bajar a la calle.

Encontrarte con ella, ir al bar, al bar de siempre, a tu bar y estar en la calle un rato. En tu calle, o en las otras calles del barrio que también son tuyas. Y luego volver, dejando a la chica en su portal, bajo un porche obligado y nada bonito, al lado de su portero automático, hablándoos con los ojos. Porque la boca, tu boca, está ocupada, y cuando no lo está el silencio es mucho más digno.

Y vuelves a tu patio, a tu ascensor, a mirar tu cara en tu espejo por si la chica del portal te ha dejado alguna marca, algún mordisco en tu piel, por puro deleite, y sales, abres con tus llaves la puerta de tu casa, saludas a tu familia, lo dejas todo en tu cuarto, te lavas las manos en tu baño, te preparas la cena en tu cocina, coges una cerveza de la nevera y cenas. Puede que delante de tu ordenador.

Luego miras la cama. Tu cama, con tus sábanas, las que te han seguido en tantos sueños. Las que echas de menos cuando estás lejos. Eso es el hogar, y también nostalgia. Que se aprecian los dos, verdaderamente, desde lejos. Tu hogar, y tu nostalgia.

2/12/2008

El agua de la ducha estaba muy caliente, rozaba el estar ardiendo, y sentía que a través de mi piel, con el vapor, se escapaban hacia el techo mis pecados. Todos, todos, con el cansancio que se marchaba dentro de las gotas desagüe abajo. El vapor no se ha condensado.

Sigo en ese estado, transportado a un lugar donde soy tan transparente como el aire, inocente. Pienso en que hoy puede ser la noche perfecta, que no estarán violando a nadie en un callejón, que ninguna mujer estará viendo su voluntad y dignidad como sus bragas, reventadas por la brutalidad. Reventadas contra una realidad que se quedará, de cristal, para siempre en sus ojos, apresando sus pupilas en la memoria.

Tal vez sea hoy la noche en la que ninguna navaja raje el cuello de algún desgraciado, al que le ha pillado la mala suerte con la guardia baja, en un callejón oscuro, en alguna plaza alejada de las sábanas en las que quisiera estar, o del núcleo ardiente de esas piernas que descubriría ligeramente, sin romper ninguna prenda.

A lo mejor es hoy, a lo mejor es en esta noche cuando ningún joven libere su imaginación encadenando un poco más sus venas al acero quirúrgico. Mientras un aguijón hipodérmico inocula un veneno que le sabe a gloria.

Sí, ¿por qué no puede ser hoy la noche? Una noche perfecta en la que además podamos pasear sobre las nubes.

2/11/2008

Alguna que otra cicatriz confirma que en su día sujetó el peso de algún ídolo sobre sí misma, o que dio firmeza y apoyo a los recuerdos ansiosos de miradas, atrapados en un papel suave, por una lente indiscreta y ambiciosa, a la que, irremediablemente, se les escaparon todos los detalles.

Ha ido perdiendo el color, paulatinamente, con la lentitud progresiva que implica sentencia. Del mismo modo que un cáncer. Se deshace en deseos de sentir vida a su alrededor, enfrente suyo o sobre ella. Anhela un somier y un colchón, cercanos, con sábanas salpicadas de yeso que se sacudirá por las mañanas, cada vez que se haga la cama.

Su composición se debilita cada vez que lo escucha gritar, desde las piedras de su alma, un alma que nadie ve, en la que nadie repara, y también él desea llevar el peso de ídolos, y ver, como ya hiciera, cuerpos desde abajo. Verlos crecer, verlos cambiar. Estremecerse por su inconfundible tacto, por el suyo y de nadie más.

Se han quedado solos, bajo un techo experto en acumular mierda y telarañas. Las cicatrices de la pared recuerdan que necesita una vida que observar, una mano de pintura, y el suelo que lo enceren y lo abrillanten. No hay nada, la nostalgia de otros días, el deseo de lo que se ha sido.

La habitación está vacía.

2/08/2008

Estar en el sofá, con la pizza al lado y el portátil enfrente, tecleando historias en un papel que no existe, es extraño. Es extraño porque no estoy en mi silla, una silla que añoro estando a tan solo cinco metros de mí, de donde estoy ahora. La pantalla enorme, la del ordenador de sobremesa, grita mi nombre a la oscuridad de un cuarto en el que la minicadena, también muda, llora mi ausencia. Puede que esté deseando recitar esas canciones que le obligo, desde hace una semana, a reproducir para mí. Su fuerza pesa, y estamos al lado.

El queso mozzarela, por mucho que pique, y aunque debute como ingrediente, no tiene nada que ver, ni el mundo en sí. Es que me he equivocado de sitio. Hoy no estaba aquí, o no era del todo yo... Espera, sí, sí era del todo yo. Y yo me preguntaba por qué y hacia dónde, cómo y hasta cuándo.

Si es que en realidad no hay nada más que lo que se construye, si no hay nada ni en la esperanza de que lo haya. He estado al borde de todo en esta tarde, en un islote que no estaba dejado de la mano de Dios, sino que ni siquiera estaba en su mente. Me he sentado en él, aún sigo sentado pero ahora me he decidido a escribir porque mi portátil ha aparecido ahí para saciar mis ganas de hablar, aun estando callado. Me he sentado en él y he visto todo, que no era nada.

Me he visto solo, sin poder andar, ni querer hacerlo. Sin necesidad de levantar un mundo, porque no hacía falta. Está todo bien aquí, es como la habitación donde te criaste de niño, volviendo a ella muchos años después. Aunque lo haces con las preguntas que has ido acumulando a lo largo del tiempo, mientras experimentabas la evolución propia de tu identidad.

Por fortuna sigue siendo tan sencillo como siempre conciliar el sueño en esa habitación. Es tu territorio, un lugar que jamás te podrán quitar. Y da igual si no sabes hasta cuándo va a durar lo que sea. No importa si ignoras adónde vas. Porque te duermes, y sueñas. Qué más da si luego hay que despertar.

En este lugar se descansa. La soledad da cierto reposo, aunque también inquieta. Es curioso, pero las preguntas que más asolan son las que tratan sobre si se ama una presencia o alguna ausencia que se añora.

Ella, la soledad, es quien mejor habla sobre el amor.

2/07/2008

Aunque sean los meses de los poetas no me puedo pasar la vida entre Mayo y Abril, hay que encarar Enero, superar un Febrero febril. Porque si se vive, sin vivir, los meses que tocan pensando en los que han de venir, se pierden matices, detalles del devenir.

Busca, si quieres, en Junio las noches a cuerpo descubierto, de cielo en plenilunio, que en menos de cuatro estarás, ya, triste por el amarillo Agosto, mientras tus horas caminen en Julio. Y en las tardes del octavo del año verás, sin poderlo evitar, las mañanas frescas y pálidas de un Septiembre cobrizo y ansioso en llegar, pero perezoso y gris en el marchar.

Tendrá que sacarlo Octubre, pero en Noviembre te hallarás, amando secretamente de Diciembre el traspasar. Busca todo eso, en el orden que más te haya de gustar, mas si lo haces de este modo, mucho dejarás de degustar.

Porque del último al primero, largas las noches son. Bravo el viento de Enero, y el frío sin compasión. Te harán pensar en Abril, y desear vivir en Mayo, todo de nuevo otra vez, queriendo que lleguen las noches antes de que cante el gallo.

Te cogen con la guardia baja, cuando no puedes hacer otra cosa más que atenderlos. No les gusta que puedas razonar, por eso te enganchan cuando apenas eres tú, sino otro tú, una parte distinta de la habitual. Da lo mismo debido a qué.

Entran en tu casa sin llamar ni siquiera, cruzan el pasillo de la existencia que os separa y acaban, con facilidad, por entrar en tu habitación, desnudándose en el altar propio donde se mantiene lo que crees que eres. Donde se manifiesta, de forma interior y propia, tu identidad. O lo que te parece que es tu identidad. Entran en ti.

Inquietan y profanan mientras se quitan las capas que los ocultan. Se revelan sus formas después, con rostros que nunca podrás olvidar, y con los que has aprendido a no vivir, o con un cuerpo deseado que aún hoy, años después, tus manos se preguntan por qué no pudieron acariciar, buscando debajo de esa minifalda.

La fascinación lanza una ofensiva, y activa un mecanismo de pesadumbre que hará su efecto al despertar. Cuando sea todavía más tarde, cuando sea completamente imposible. Pero te dejas llevar durante el sueño, porque tal vez tenga algo de real.

Al despertarte, el veneno inoculado se rebela. Te quedas con la cara ensombrecida y la certeza de que existen los fantasmas, los cuales no entran de afuera, sino que salen desde dentro.

2/06/2008

Asusta, asusta mucho. Las ilusiones es lo que tienen, que caminan por una estrecha cuerda a varios metros de altura con respecto a la consciencia. No en relación a la realidad, porque las ilusiones también son reales. Se mueven a la par que uno mismo, y si uno tiene miedo, ellas se acojonan. Puede que no sea tan complicado después de todo.

¿Qué me queda entonces? No tener miedo, está claro. Seguir esforzándome, darlo todo. Da igual cuánto sea, pero que me quede vacío. Vacío, sin nada dentro, como Jeff Buckley en su aleluya. Me estremece la intensidad con la que, creo, lanza un mensaje desesperado. Ya lo he hecho antes... Creo que lo hago siempre. Quedarme solo con aire en el cuerpo, y algún que otro fluido.

Me deshago por dentro, y cuando acabo ya estoy lleno de nuevo. Siento en la piel una ropa pesada, que se adhiere a las capas más íntimas de mi ser, creo que está asfixiando el alma. Hay tantos que me preocupa el porqué debería creer que estoy entre los mejores. Aunque, pensándolo bien, negar esa idea no me demuestra que esté entre los peores, o los mediocres.

La música tiene razón. Está inundando mi cuarto, y me grita ya desde las rodillas. Una voz en mi cabeza le hace el coro. Y son ecos en mi pecho. Es importante no dejar a nadie indiferente, es importante que puedan decir, al conocerte, que han sentido algo. Conocerte a través de lo que sea, como sea, descubrirte.

Creo que esa es la esencia de las cosas. Como pensar en la madrugada que se va desnudando, tímida ahora y salvaje en dos vueltas de reloj, ante mí. Hoy quiero amarla despierto, que nos arrope el día, mientras un montón de palabras acaban con mi cuerpo exhausto y las entrañas... Las entrañas como el alma, vacías.

2/05/2008

En parte es por ego, por demostrar que se es capaz de construir. Me cuesta reconocer que es por eso por lo que escribo, aunque sea en parte. Es porque puedes conseguir que alguien te diga que le has hecho sonreír, o que le vibrase la barbilla o sintiese una presión constante en la nariz que se disipó con un parpadeo en el que se mojaron, levemente, las pestañas.

Por otra parte es para mí. Porque si me leen siento que ha merecido más la pena. Pocos son los que leen, pocos los que escuchan. O eso parece. Cuando te convences de ese hecho, y lo asumes, te das cuenta de que lo acabas haciendo para unos pocos, unos pocos que empiezan desde uno mismo, que será a quien vean y sientan cuando lean, si se ha sido capaz de manejar las palabras, dándoles una dirección y un destino.

Lo que me motiva a mí, personalmente, es llegar más allá de la memoria... Y hacerlo pasando primero por las entrañas y la sangre. Cuando escribo siento las palabras por dentro y por fuera, a flor de piel... Es curioso que sea tan difícil saber si has conseguido hacer lo mismo con el lector. Nunca se puede saber a ciencia cierta, y aun cuando lo sabes, apenas sirve de algo artísticamente hablando.

En mi caso, para nada. Solo a nivel personal, para seguir mejorando, o intentarlo al menos. Sencillamente porque lo que está en juego es mucho más importante que cualquier otra cosa. Es compartir, es dar sin pedir. Creo que por eso escribo, para que lean lo que quiero dejar sobre la mesa de sus consciencias a pesar de que no me lo hayan pedido.

Y esperar que hagan lo mismo conmigo, que compartan su corazón y algunas habitaciones de su memoria. Pero al escribir es distinto... Al escribir lo que haces es dejar la llave. Algunos la guardan en la palma de sus manos, otros lo hacen tan a fondo que no recuerdan si les dejaste algo.

Por si acaso, vuelves a hacerlo. Escribiendo, constantemente desnudándote ante la nada. Una nada que, a lo mejor, puede tener ojos. Hago esto por mí y por ellos, por ellos y por mí. Aunque no sepa quiénes son. Aunque ignore si acaso les importa que lo haga.

Pero lo hago, de nuevo lo hago.