11/26/2005

Llamémoslo equis

No me gustaría estar triste, pero no sería yo sin mi melancolía. Me gustaría reír sin pensar en que luego quizás tenga que llorar, pero no sería yo sin mi pesimismo. Me gustaría no ser pesimista, pero no puedo evitar que el optimismo me parezca falso. Me gustaría que el optimismo no me pareciese falso, pero no sería yo si me decantase por el camino fácil. Me gustaría poder decantarme por el camino fácil, pero no sería yo si fuera tan cobarde. A veces me gustaría ser cobarde, pero no sería yo si así fuera porque desprecio la hipocresía. Me gustaría que a veces la hipocresía no me pareciese despreciable, pero entonces me consumiría la culpabilidad. Me gustaría que la culpabilidad no me consumiese, pero en ese caso sería dominado por la rabia. Me gustaría dejarme dominar por la rabia, pero eso me haría hacer daño a otras personas. A veces me gustaría hacer daño a otras personas, pero eso haría que me pusiera triste.

Entonces qué cojones hago, si estoy triste. Qué cojones hago cuando esté alegre. Qué haré cuando ría... Podría optar por creer en el destino pero esa sería morderme a mí mismo. Estoy pensando que, después de todo, mis contradicciones hacen que yo sea yo, así que, para qué cambiar.

"Que le den por culo al mundo. El final es el mismo para cada uno, pero la vida es única para cada cual."

Atentamente y con una extraña motivación esperamos encontrar algo que nos sorprenda. Que nos sorprenda una persona desconocida o que nos alegre una conocida. Mirando, por ejemplo, en el buzón. Pensando en tener entre las manos ese sobre ansiado, preguntando, sin querer desvelar aún la respuesta, qué es lo que habrá dentro.

Es gracioso ver cómo, a pesar de todo, pensamos en que nadie habrá enviado nada a ninguno de nuestros buzones pero al mismo tiempo deseamos que sí lo haya. Entonces, sin mayor problema, pero con una nefasta convicción, introducimos un nombre de usuario y una contraeña alargando más y más, de una forma casi ceremoniosa, el momento de pulsar la tecla que nos dará paso.

Del mismo modo, al salir del ascensor, preparamos la llave que ha de revelarnos una verdad que sabemos de antemano pero que, al mismo tiempo nos negamos a asumir, entonces miramos al buzón, de reojo, como si no quisiéramos, intentando pillarnos desprevenidos a propósito o fingiendo una sorpresa a nuestra propia consciencia.

Y cuando ya hemos pulsado la tecla y hemos girado la llave pasan dos cosas, un hipócrita "sabía que no habría nada", una decepción por haber tenido razón, rabia por ser tan pesimistas y mala hostia en el caso, peor, en el cual ya no es que no haya nada sino que solo hay propaganda.

No es nada, era solo lo curioso que me resulto cuando actúo de esta manera. La falsa valentía del humano que desea estar muerto mientras vive y desea vivir cuando se topa de morros con la muerte.

No es nada, solo curiosidad. ¿A quién no le ha pasado nunca algo similar?

11/25/2005

Cualquier especie puede dormir pero solo el humano es capaz de soñar

11/24/2005

El viento aúlla en el exterior. En la habitación una luz blanca ilumina el centro de la sala y se degrada en un tenue tono amarillento dejando en sombra las esquinas más alejadas de la lámpara. Fuera hace frío, la televisión está encendida en un canal de unos informativos que advierten del temporal. El Señor está en su sofá. Los sofás son grandes y amplios, un alarde de opulencia y un derrroche de dinero ya que sólo se sienta él. De repente entra el criado. Y observa un poco maltrecho a su Señor. El criado, más que criado es encargado, tiene un aspecto saludable. De unos cuarenta y tantos, nada estirado, de rostro bonachón y cabeza totalmente calva. Un poco rechonchete pero fornido. Espaldas anchas y cadera sorprendentemente estrecha en comparación a sus hombros. Su voz quiebra la monotonía del presentador del informativo.


-
¿ Necesita algo Señor? Cualquier cosa, dígamela.

A este efecto el Señor intenta incorporarse en el sofá pero solo logra un patético movimiento. Se le derrama el güisqui por encima y se ensucia su bata roja. Intenta balbucear algo incomprensible. El criado se aproxima.

- Señor, creo que usted no está en condiciones de mantener su presencia. Deje que apague el televisor y lo lleve a sus dependencias.

El Señor habla. Primero mueve la boca como si tuviera un chicle enorme pegado en el paladar y tratara de deshacerse de él.

- Haz lo que te plazca. O mejor, lo que te salga de los huevos. A mí me da igual. Eres un desgraciado, como yo.

Empieza el diálogo. El criado no se escandaliza. Ese vocabulario es normal en su Señor cuando bebe un poco más de lo que debe o debería.

- En ese caso deje el vaso en la mesilla. Yo lo recogeré después. Ahora deje que yo lo lleve a su cama. No se preocupe, subiré despacio las escaleras.

- No quiero que me trates como a un inválido. Y menos tú, que no eres más que un miserable. Maldito rufián, ladrón, asqueroso.

- No se resista Señor.

- ¡ No me toques ! Esas manos... Esas manos seguro que están manchadas de sangre y grasa. Sangre humana y grasa animal. No me toques, yo mismo haré lo debido.

El Señor trata de levantarse. Obviamente se tambalea, y está a punto de caer. El criado reacciona a tiempo evitando una catástrofe.

- ¡ Zafio esclavo ! ¿ Acaso creíste que me iba a caer ? Solo estaba poniendo a prueba tu lealtad. Eres un falso. Tu silencio vale el jornal que te pago. ¿ Por qué no me has abandonado aún ?

- Porque necesito un trabajo. Además, mi presencia aquí es necesaria.

- No me hagas reír, bufón.

- No pretendo eso. Sus palabras son la evidencia de lo que pienso.

- ¿ Cómo dices ?

- Como oye, Señor.

- Me llamas borrachín en mi cara. Te pago, y así me tratas. Mandaré que te maten esta misma madrugada. ¡ Hereje !

- ¿ Puedo subirlo ya a su cuarto, Señor ?

- He dicho que hicieras lo que te saliese de la voluntad. Pero no antes de que me digas qué has querido decir con ese tonillo arrogante. ¿ Te crees mejor que yo ?

- No Señor.

- Así me gusta, pues a mí te debes y a mí me pertenece tu vida.

- No tanto como a esas botellas traídas de Escocia - Murmura el criado entre dientes. El Señor escucha algo pero apenas lo comprende. Aún así increpa.

- Pedazo de canalla. ¡ Hijo de puta ! Qué blasfemia has soltado de tus pecaminosos morros.

- No he dicho nada Señor. Creo que ha sido el televisor lo que lo ha distraído.

- Encima me cree tonto...

El criado harto de todas esas tonterías y de permanecer de pie en el centro de la sala, entre el sofá y la televisión (la cual no ha llegado a ser apagada) se dispone a coger a su Señor. Lo apoya en su hombro y poco a poco empiezan a andar a la par que el Señor empieza a soltar juramentos.

- ¡ Suéltame bárbaro endemoniado ! ¡ Me salve Dios de las garras de este inútil vasallo de Lucifer ! ¡ Dios, rescata a tu predilecto ! Maldito bribón, suéltame. Suéltame o sufrirás las iras de Jesucristo. Canalla. ¡Asesino! ....

El criado hace oídos sordos. Al final llegan a la habitación. El trecho de las escaleras los deja agotados. La diferencia es que uno tiene consciencia del cansancio y el otro la ha perdido en el sofá. Al igual que la dignidad, que ahora trata de mantener.

- Suéltame maldito.

- Voy Señor. Lo dejaré en su cama.

- ¡No te acerques al armario! No oses ponerme el pijama. Ni se te ocurra lujurioso desviado.

- Si me permite procederé a retirarme.

El Señor no contesta. El criado se dispone a cruzar la puerta tras haber recorrido la distancia entre ésta y la cama de su Señor. De repente se escucha un sonido extraño. Son sollozos. El criado queda petrificado. La luz al otro de la puerta lo ilumina de frente y su espalda queda tétricamente oscurecida por la sombra de la habitación. El viento aúlla con fuerza. De repente el Señor habla.

- No me dejes. No me abandones infiel traicionero. ¿ Serás capaz de sortearme a mi suerte ?

- ¿ Qué quiere el Señor ?

- Ven aquí.

El señor rompe en lágrimas.

- Soy un desgraciado. Mírate tú, un esclavo, un criado. Pero un criado entero, que mantiene silencio cuando ha de callar. Un zafio holgazán que sabe disimular sus vicios y sus concupiscencias a los ojos de su Señor. Sin embargo pareces feliz. No lo suficiente como para saltar de alegría, pero sí lo suficiente como para no sentirte miserable. Resultas odioso.

- Descanse Señor. Usted es rico.

- No quiero riqueza. Te he visto más de una vez correr por detrás de los cerros con alguna muchacha cogida de tu mano. Y al volver me fijaba en tu rostro, hinchado de alegría, de orgullo, de dicha. Con una sonrisa delatora. Igual que ella. Y en los ojillos un secreto deseoso de ser contado. ¿ Es eso equiparable a mi riqueza ? ¿ Se puede comprar eso con mi fortuna ?

- No del mismo modo. Pero seguro que habría mujer dispuesta a...

- ¡ Infame ! Maldito descarado. No sigas. ¿ Ves a lo que me refiero ? Tu sinceridad me abruma. No sé si lo haces por torturarme, porque eres gilipollas o es que en verdad el Señor derrochó solemnidad contigo. Maldito estúpido. No tienes apariencias que mantener. Te sigo odiando, y ahora más. Dime una cosa...

- ¿ Qué, Señor?

- ¡ No oses interrumpirme ! - El Señor trata de azotar a su criado pero a punto está de caerse de la cama. El criado salva su cuestionable honor de nuevo.

- Perdón.

- Así me gusta. Dime, ¿ qué sientes por esa muchacha ?

- La amo.

- ¿ Cómo ?

- Pues eso, que la amo.

- ¿ Y qué cojones es eso ? ¿ Qué se siente ? ¿ Es bonito ? ¿ Reconforta ? Dime, dime. Vamos, ¡ responde !

Ahora el criado, al pensar en su suerte ataca con toda su dicha para hundir a su Señor sin que éste le retire el sueldo. Si el Señor pide, el Señor recibe.

- Pregunta usted cosas inexplicables a algo demasiado obvio. ¿ Nunca amó usted ?

- No que yo sepa.

- Ya veo...

El Señor se inquieta y aprieta los dientes. Inquisidor.

- Qué quieres decir con eso. No me obligues a hacer algo horrible.

El criado aprovecha.

- No quise decir nada. Solo que lo que siento no puedo explicarlo. No porque no quisiera, sino porque no puedo. Al estar con ella los insultos que usted me procura no son más que muestras de una amargura inconmensurable. Es como detener el tiempo en un segundo en el que te sientes en calma. Como llevar a cabo una venganza que deseas desde hace tiempo solo que infinitamente más noble. Amar es algo bello, un regalo de alguien. Por supuesto que reconforta; ella me acuesta en su regazo y el peso de mis hombros, y el de su impertinencia Señor mío, se desvanecen. Se me hincha el pecho de un aire distinto, nada que ver con el aire enrarecido de su desdicha. Amar es saberse privilegiado.

El Señor comprende cuánto lo odia su criado y aún así no puede evitar admirarlo por su templanza. Siente algo en su pecho. Está seguro de que lo odiaría si no fuera porque...

- ¿ Así que eso es amar? Te envidio...

- Así es como yo veo amar. No es que así sea.

- No te aventures en filosofías, campesino.

- Ha dicho usted que me envidia.

- ¿ Eso he dicho ?

- Eso ha dicho.

- Está bien, si así es hagamos que esto nunca ha ocurrido.

- Está usted borracho mi Señor.

Se le iluminan los ojos al Amo. La excusa "perfecta" de los tontos o simples, la embriaguez.

- Sí, demasiado como para seguir con esta conversación. Mañana pagarás por tus desplantes. Ahora vete.

- Sí señor. Buenas noches.

El criado sale de la habitación. Cierra la puerta y el Señor queda preso de una locura turbia que lo marea. Le ha podido la sinceridad. Ha revelado sin quererlo el secreto que más lo atormentaba. Desde que lo vio ir con esa muchacha a través de la ventana. Desde entonces se preguntó por qué uno sí y él no. Y más cuando el que sí no era más que un rufián. Había que hacer algo al respecto.

Permanece a la espera. Tic, tac. Tic, tac. Quieto hasta que se asegura de que solo el viento provoca algún ruido. Es el momento. Sale de la cama. Se le enredan las sábanas, pero por suerte no cae. La borrachera le nubla un poco la vista. No mide bien las distancias, pero aún así consigue deslizarse hasta la habitación de su criado.

Al abrir la puerta, nunca estaba cerrada pues si el Señor requería algo no se podía perder tiempo en buscar llaves y abrir cerrojos, se siente enfermo por dentro. El criado duerme. Respira profundamente. El Señor piensa que seguro que el muy cabrón está soñando con su muchacha y en lo mucho que se ha divertido esta noche a costa de "su amo". Empieza a hervirle la sangre. Tanto, que trastabilla.

Se altera la respiración del criado. El Señor se da prisa. Coge algo entre las manos. Forma un pequeño alboroto que acaba por despertar al criado. Con voz apagada y los ojos pegados al rostro por el sueño y el agotamiento pregunta el criado.

- ¿ Quién anda ahí?

- Soy yo, tu Señor. Me sentía inquieto.

Ahora el criado sí se escandaliza.

- ¡ Pero qué coño hace usted aquí ! Rápido, vuelva a la cama. ¿ Por qué no me ha llamado para que fuera ?

- Verás, hay algo que debo hacer. Hay palabras que cuando se dicen revelan todo. Incluso una vida de secreto. A pesar de que se jure silencio, el secreto ya queda evidente en la mirada, el rostro y hasta en la propia compañía de quien lo sabe y de quien pretende que no se sepa.

El criado, tonto de por sí y acentuada su adorable imbecilidad por el sueño se pregunta qué quiere decir su Señor.

- Oh, no te preocupes. ¿ Me juras que nunca se sabrá nada de esta noche ?

- Lo juro.

- Dime, ¿ qué te he dicho antes de que me dejaras dormir ?

- Que me envidia Señor.

- Ajá. Pero me has jurado algo, ¿ verdad ?

- Por supuesto. Le he jurado que no diría nunca nada de todo esto.

- Así me gusta. Tu nobleza, por eso te reclamé en mi casa. Descansa pues.

- Buenas noches Señor.

El criado se da la vuelta en la cama. El señor, se abalanza sobre él y hunde el contundente candelabro que había cogido de la mesilla de su criado en la cabeza de éste. El criado intenta comprender qué pasa pero solo le da tiempo a murmurar el nombre de su muchacha.


Al día siguiente el sol revela dos cuerpos. A la luz del alba se ve la cabeza machacada del criado y en la mano de su Señor un candelabro de plata pringado de sangre y sesos. Sobre la cama, lo mismo. Ambos muertos, el criado asesinado por su Señor. El Señor que muere asfixiado del sofocón; las lágrimas y el disgusto le habían impedido respirar.

11/23/2005

A tientas, en la puta y fría oscuridad de la tarde invernal busco una deidad. Te busco a ti. Pues a ti me debo Dios, o cualquiera que sea tu nombre. Te ruego me des fortaleza y respuesta a las siguientes preguntas. Porque no comprendo por qué el ser humano se afana en volver atrás la mirada antes que dentro de sí mismo.

Se afana en intentar retocar el pasado, alterar el presente sumiéndose en el sufrimiento de lo incambiable y en el sufrimiento que pueda encarnar el propio recuerdo. Me resulta incomprensible la facilidad del humano para caer en el sufrimiento, ya no de forma involuntaria, sino de forma inquisitiva.

Preguntándole al tiempo que ya transcurrió, removiendo los secretos más oscuros, el gas asfixiante de la impotencia. No comprendo Señor por qué nos resulta tan fácil mirar atrás y no al ahora. No comprendo por qué yo veo sublime la tristeza y vacía la alegría.

No comprendo por qué, a pesar de todo esto, me resulte curioso estar vivo y me parezca un privilegio ser humano antes que pájaro. No comprendo tantas cosas. Creo, que de todo este tiempo solo sé algo que cualquiera sabe.

No vale la pena concentrarse en no caer sino en saber levantarse.

Y total que llego aquí, durante una hora libre porque no tenía clase, y me encuentro con que me apetece escribir pero sigo sin encontrar un tema, y por supuesto sin encontrar un por qué. En fin, que se me presenta este pseudofolio delante de los ojos, cara a cara y me reta a algo. No sé, me desafía, compara su impoluta blancura y la iguala a una solemne pureza que asegura decir más que cualquiera de mis palabras.

Puede que no le falte razón pues la palabra es la traición del pensamiento. Aún así empezamos en un pique, mi cerebro, mis manos y el corazón sobre la mesa. Latiendo, bombeando sangre y poniéndolo todo perdido de pecado. Un pecado rojizo, como de óxido, que resbala viscoso por la pared de mi pecho, entre esas tuberías extrañas que me mantienen vivo.

Y tenemos sobre la mesa el corazón, las manos, el cerebro y la incertidumbre. La incertidumbre de saber si el folio me reta o solo quiere motivarme. Así que antes de darle oportunidad para que me lo demuestre tomo la iniciativa y vuelco, en un sin saber, un brebaje extraño de pensamientos, abstracciones, sensaciones y demás componentes que conforman mi alquimia mental.

Continúo barajando palabras, una sintaxis incoherente que me hace reír y me dota de una cierta... Cómo decirlo, me dota de una cierta desidia hacia la propia coherencia; sin sentido escribo palabras, una tras otra pensando en la reacción que esto tendrá sobre algún lector casual que se haya perdido en sí mismo y navegue por la red de redes intentando encontrar en un algo extraño ese algo que ha perdido dentro de sí y que lo está conviertiendo en alguien extraño al alguien que ayer era y que creía conocerse tan bien.

Pero por encima de la decepción de descubrir que no somos como creíamos ser, y en muchos casos como querríamos, está la magia de la propia vida. Qué estúpido, hagamos que esa frase no ha sido dicha porque después de todo la palabra escrita ya es palabra, ya vivió desde mi cerebro hasta mis labios, pasando por mi corazón, y murió en el folio a través de mis manos.

El folio ya no es blanco, ya no dice tanto como quería pues lo he mancillado. Sin embargo supongo que no le importa. El folio es la superficie material del alma, donde el escritor escribe sus miserias, donde escribe sus amores etc. Digamos que el folio es la representación más fidedigna del alma puesto que el escritor, poeta, ensayista o cuentacuentos deja constancia de todo aquello que cree comprender. Y lo deja escrito en tinta, o en código binario o como sea pero lo deja escrito y todo lo que escribe lo lee dos veces pues primero lo piensa y luego lo lee una vez escrito.

Y eso conforma un hechizo imborrable en el alma, del mismo modo que en el folio pues es éste un confidente mudo y las palabras son testigos ciegos que no saben qué hacen pero sí saben que han sido invocadas. Y después de esto el lienzo también es la representación material del alma, y el suelo también. Y como estos una infinidad de ejemplos.

Total que me doy cuenta de que el folio es blanco hasta la eternidad, solo que nosotros lo delimitamos a nuestro antojo, según nos convenga, según nos interese. Y dicho esto me dispongo, tras una leve pausa en la que he saboreado el aire que respiro, a subir el estor de mi cuarto. Y me pilla el sol de imprevisto, in fraganti, acusándome de cobardía.

Me dice que por qué cojones no tengo valor a subir el estor, y ver cómo grita el mundo al otro lado de la ventana, desde que me levanto hasta que la noche duerme a los vivos y despierta a los muertos. Hasta que la noche duerme a los vivos y les da alas a los sueños y transforma los secretos en un material que se vuelve recuerdo cuando el sol despunta.

El frío se palpa desde aquí dentro. La luna se aprecia difuminada contra el cielo azul el cual se eleva sobre una nube grisácea de polución. Y eso se ve desde mi ventana; un tramo de la autopista, algo de vegetación, la urbanización de en frente, pero una inmensa porción de cielo que sin saberlo me incita a volar, a buscar en algún lugar lo que no supe encontrar a mi lado. Del mismo modo que el silencio me incita a hablar y el folio me reta a escribir.

Concluyendo así, de nuevo y para no variar, prefiriendo escribir sin saber muy bien lo que quiero decir antes que callar. Quizás me quede algo que decir, alguna gran frase, alguna metáfora, tal vez una paradoja, pero seguro que me acordaré de ella nada más haya publicado esto o nada más cruce la puerta para irme.

En este sitio somos protagonistas, directores, y actores de nuestra propia obra. Somos nuestro público. También somos nuestro propio crimen, nuestro juez y al mismo tiempo somos la sentencia. Somos el pecado y la penitencia.


11/18/2005

¿Y bien? Ahora me siento ¿feliz?, Pero y qué, si en unos momentos volveré a descender estrepitosamente hasta impactar contra el suelo o, en el mejor de los casos, volver a sentir esto que ahora siento y volver a subir... Entonces qué, ¿me resigno?

En fin, hacer eso además de cobarde sería una pérdida de tiempo, como temer a la muerte.

Que no sé qué escondes tras esa sonrisa. Si el secreto, o el deber, de dejar que guarde la ilusión mientras piensas que aún soy un niño y debo creer aún en la magia de ciertas cosas que creo sagradas. No sé qué piensas cuando sonríes así; si piensas que eres más oscuro que yo y por eso te ríes de mi ingenuidad o sencillamente te ríes o sencillamente no lo haces.

Tras esos ojitos marrones que cambian con la luz. No sé qué pretendes decirme, con ese gesto de tu rostro, mientras guardas silencio. Porque me da la sensación de que te crees tan listo que me dejas por imposible hasta que crezca un poco y el tiempo, o la experiencia mejor dicho, me espabile.

Y entonces es cuando te odio si sé que piensas eso. Y yo me río entonces y te insulto y te digo que tú sí eres tonto, arrogante y toca cojones. Mientras me pregunto qué es lo que escondes tras esa sonrisa y me doy la vuelta y detrás de mí solo queda un espejo que observa cómo mi reflejo se aleja atravesando la puerta y apagando la luz.

11/16/2005

La forma de hacerlo es fácil, lo difícil es acostumbrarse. Presiona con el cañón justo aquí, donde la nariz se une con el hueso frontal del cráneo, y haz un poco de fuerza. No es algo agradable, así que míralo a los ojos desde el primer segundo hasta el último, no le dejes llorar antes de morir.

Ahora, aprieta el gatillo. El ruido del disparo te hará recordar todo esto, solo la costumbre conseguirá ensordecer el recuerdo.

11/10/2005

Estaban solos los dos, él y ella. Cuidando de un pobre viejo cuyo cuerpo ya ni siquiera era capaz de cargar con el peso del alma ni con el de la existencia. Apenas podía hablar, y cuanto decía no eran más que incoherencias.

Era una tarde casi invernal, de esas grises en las que las nubes parecen escayola blanda repleta de grumos. El viento era frío, insistente e intermitente. Las paredes de la casa apenas podían evitar que las tirase el viento.

Parecían tiritar de frío incluso. Las grietas dejaban en evidencia el calor del hogar. Y ahí estaban él y ella, y el viejo. El viejo que los miró de una forma extraña, casi como siempre solo que con algo distinto. Olía mal, llevaba días sin poder bañarse ya que apenas podía valerse por sí mismo.

Así que se miraron el chico y la chica, se comprendieron y procedieron. Desnudaron al viejo. Hacía frío, gimoteó un poco el pobre hombre. Pensaron los dos que si llegara a saber lo que la gente del vecindario pensaba de él el gimotear no sería más que un alarde de valor y fortaleza.

Encendieron el grifo caliente y le echaron una toalla por encima. Mientras él abrazaba al viejo ella llenó tres cuartos de la bañera de agua caliente, y el resto de agua fría. Metieron al viejo, poco a poco. Pareció estar agradecido.

Su olor, a vejez y abandono, empezó a disiparse y se entremezcló en el agua de la bañera. Los miró a los dos, primero a uno y luego a otro. En sus ojos se leía "hijos míos", con un te quiero prohibido por lo que fuera, pero un te quiero dicho.

Y sin oponer resistencia el viejo se soltó de la mano de él, se sumergió poco a poco. Sabía lo que iba a pasar, al igual que él sabía que lo había pedido. Ella le sujetó los pies, él, la cabeza. Empezó a temblar un poco, exigiendo instintivamente el oxígeno imprescindible. Al convulsionar se partió algún hueso, su corrompido cuerpo no aguantaba apenas nada más.

A los cuatro minutos aproximadamente asomó de entre su nariz un hilito rojo, casi cobrizo, de sangre que se diluyó en agua. Por fin, el viejo sonreía agusto sin sentir ningún tipo de impotencia. Los críos lo lavaron, lo frotaron bien y dejaron que oliese de forma agradable.

Lo sacaraon de la bañera, su cuerpo ahora pesaba muchísimo más. Lo secaron, lo vistieron, y acabaron por tumbarlo, vestido con su pijama, sobre las sábanas roídas de su cama. Luego, él y ella se abrazaron, se lamieron las lágrimas mutuamente y descolgaron el auricular del teléfono para contar lo que había sucedido ahí esa tarde gris de invierno en las que las nubes parecen escayola blanda llena de grumos.

11/07/2005

Ohne Dich

Sonaba la melancólica balada en la habitación alumbrada de gris. Apenas se colaba a través del estor la luz anaranjada de otro atardecer otoñal. El invierno se dejaba entrever, sobre todo en las mañanas, en un noviembre recién nacido.

Ohne Dich, repite en un alemán casi susurrante. Piensa, y cree que no podrá hacerlo. Piensa, y cree que no hay otro remedio. Se viste, mientras tanto la canción reverbera en sus oídos y llena su cerebro. Un objeto, otro, otro más, van llenando su recuerdo de memoria. Y su memoria de pasado y el pasado colma al presente de un algo indefinible que lo asume como el peso de la nostalgia.

La canción termina, pero se repite automáticamente. El atardecer apremia y el tiempo corre porque debe vestirse de gala pues se acerca la noche. La muerte, incluso, empieza a pulir, con macabro deleite, el filo de su guadaña decisiva, empieza a pensar en el golpe irreversible que será asestado a través de otros pero que ella deberá asegurar, eso sí, sin interceder.

No sabe muy bien cómo, pero lo hará. La muerte se viste con su traje de noche, su vestido negro de luz para los ciegos que no supieron ver la vida, para aquellos a quienes a pesar de que sus ojos funcionasen, fueron ciegos.

Se acicalan, pues, la noche y el tiempo. A la par que él y, mientras, se prepara la Luna, en su habitación de estrellas. No sabe bien qué traje traer, si vendrá blanca y nacarada con despuntes de diamante a su alrededor, o se mostrará roja, a medias, incompleta y misteriosa. El Sol empieza a irse detrás del horizonte, apenas morirá unos minutos en estas tierras que nacerá de nuevo en las opuestas, llevando esa luz blanca del amanecer hasta allí y dejando como despedida una luz rojiza en estos lares.

Ohne dich, de nuevo en su cabeza. Ahora parece como si el Sol estuviera rajando al cielo con un rayo de luz y fuego afilado hasta un límite insospechado. Ya está vestido, hace frío y coge los guantes. Cuando llegue ya será de noche, y en ese momento se conocerá casi todo. Se sabrá qué traje habrá elegido la Luna; se sabrá, también, hasta qué punto de exagerada autocomplacencia ha pulido la Muerte su guadaña; se sabrá, por fin, si el tiempo se ha arreglado con la ropa de gala y su perfume de inmortalidad dejando tras de sí el juramento de no volver jamás por donde ya pasó.

Ohne dich, suena en su cabeza el eco de la balada que lo acompaña allá a donde vaya. Donde resuene el viento y el frío se cuele desde el ambiente hasta por dentro de los huesos, helando la sangre, la sangre coagulada en las venas que se esfuerzan por mantenerla caliente. Qué bien huele la sangre cuando hace frío, pensó, qué bien gotea tan densa por la humedad y qué bella se la ve cuando chispea de carmesí entre la niebla.

Ya era de noche, se sabía todo lo que se había dicho que sería sabido cuando ésta acaeciera. Sabía, también, que no había remedio. Lo que aún quedaba por definir era si lo haría cortando o clavando, o a la vez las dos, cortando y clavando. Así que cuando lo vio pasar y le miró a los ojos ambos sabían que no habría más que esa noche para uno de ellos.

Ohne dich, pensó de nuevo murmurándolo casi entre dientes. Tiritaba de frío, de nervios y de miedo. Y falló. Pensó en que no sabía cómo lo haría pero no pensó en cómo haría si no sabía qué hacer. Y falló. Y adivinó que se vería preciosa su sangre entre la niebla.

11/02/2005

Quizás sea por lo que me recuerda Sabina acerca de que ya es demasiado tarde para dicha princesa. Puede que sea el alcohol de esta fría cerveza al relacionarse con la hemoglobina de mis venas. Tal vez se deba a la Humanidad y sus más y sus menos con los humanos pero el caso es que me apetece escribir.

Me apetece escribir y dejarme el alma en cada letra, en cada diptongo o hasta en la más rigurosa de las tildes. Deseo escribir las palabras que abran las puertas de vuestro espíritu para que se entremezclen con el olor a almizcle de mi corazón.

Quisiera, ya fuera por humanidad o por interés, o quién sabe incluso por haceros un favor, poder manejar con las palabras vuestra tristeza para que con cada lágrima leyeráis las sílabas que se suceden en este folio compuesto de ceros y unos. Poco a poco, letra a letra, lágrima a lágrima las confesiones de un pobre chico perdido en el mundo.

Estoy recurriendo demasiado fácilmente a sentimientos demasiado humanos, pero al mismo tiempo demasiado nobles. Me encantaría, y no sabéis cuánto, poder mover un mundo con palabras, mejor aún, me encantaría crear un mundo de palabras.

Sin embargo no serían más que palabras, verdugos de tantos actos, víctimas de tantas bocas. No hay más que eso. Seguramente no sé por qué lo haría. Seguramente lo haría por contemplar el poder de saber decir, de saber transmitir.

Sin leer lo que escribo. Perdiendo el hilo de la motivación inicial que me ha hecho creer que hoy podría haber sido capaz de cambiar el mundo por alguien, de crear un mundo nuevo, de alimentar el recuerdo; perdiendo el hilo de la motivación inicial que me ha hecho creer que podría, sin más, ser capaz de crear una vida en vosotros, y dar lugar a una muerte en mí.

Por ejemplo, darle forma a un verso profano nutriendo mi vergüenza de constante ignorancia disfrazada de sabiduría. Vistiendo mi arrogancia de falsa modestia y construir un marco de humildad en las paredes de mi alma con la madera carcomida de mis huesos.

Pero no voy a mentir, necesito y no sabéis de qué manera la aguja esencial que me devuelva a mi ser primigenio, a mi ignorancia asumida a la concordancia entre mi autoestima y mi valor. Sin embargo me he convertido, no sé si por azares de la propia vida o por elección propia, en un suicida emocional.

Ejecutando en una ilusión infundada las ganas de establecer un punto de contacto a un futuro cercano para no mirar con demasiada insistencia a aquello que llamamos pasado pero que no son otra cosa que nuestros fantasmas, nuestros miedos y las posibilidades que negamos al creer que ciertas elecciones eran mejores.

Y después de todo no son ni mejores ni peores, nada más. Son, ni buenas ni malas. Reteniendo la magia que aún noto que está estancada en mí. Esa magia que antes no notaba por ser más pequeño quizás, menos culpable, o por ser menos pretencioso y banal.

¿Banal? ¿Se escribe así? Bah, en cualquier caso quise decir tan simple... Tan vacío. Lo peor no es que lo sea, sino que lo que necesite no sea más que otro trago de cerveza, o quizás un litro y medio y sentir cómo el alcohol acidifica las paredes membranosas de mi estómago hueco.

Eso es, estómago hueco. Pero sin embargo los ácidos gástricos han llegado a desarrollar en mi corazón una coraza. No es inexpugnable, pero se muere de ganas por decir lo que no quieren oír, lo que temen saber, lo que saben que tienen encerrado pero que no quieren abrir. Entonces qué, si lo hago igual os ayudo, pero nadie pide ayuda en estos días.

Puedo tomar la decisión y arriesgarme, pero en estos días en los que nadie pide ayuda, cuando la obtienen, aunque sea desinteresadamente, te cobran responsabilidades por un dolor que les causaste que, según ellos, no era necesario.

Y ahí es donde fallan. El dolor, de una u otra forma, sí es necesario pues sin ese dolor no se hubieran dado cuenta de cuánto tenían dentro. Sí, me apetece ser cruel y hundiros a todos en el mismo fango que yo. Queréis igualdad, exigís lo mismo para todos, os quejáis de que gente no tiene ropa... Pero ni os veo dispuestos a cambiar, ni vais desnudos por la calle.

Somos humanos, debéis saberlo. Somos humanos y esa es la única igualdad que nos une pues el humano es la ejemplicación de la diferencia. Ya no a nivel individual, sino a cualquier nivel. Sin embargo nadie tiene la culpa. Por favor, eso nunca. Somos piezas de un juego, del mismo juego, pongamos el ajedrez.

Un ajedrez que representa una vida en la que, cuando todo se tuerce, nos resignamos a asumir el papel de peones y dejamos a cargo de un dios, cualquiera, los movimientos del rey y al ¿destino? los de la reina. A eso me refiero, nos resignamos a estar sujetos a algún tipo de necesidad por la que se rijan nuestras acciones aún sabiendo que sólo nosotros podemos ganar, o perder, esta partida.

Humanos, aún así sabemos que solo se pierde cuando uno se rinde. Da lo mismo, creo que lo único claro que he dejado es que necesito otro trago de cerveza. Mierda, se ha acabado. Iré a por otra lata.