12/29/2007

Para que no se pierda el toque ni por el frío que a las falanges resulta extremo. Para que las manos no acostumbren a hallar en el escozor del cambio de temperatura una excusa para no responder a los deseos del alma. Escribir, escribir, hasta quedarme unido al texto, ligado tan íntimamente a las palabras que las sienta como mi vida, pues tanto las amo.

Dejándome llevar por una sinfonía silenciosa a los oídos ajenos pero sonora y clara dentro de mi cabeza, guiando con movimientos expertos la sintaxis de los sentimientos, fraguando un nuevo mundo que quedará plasmado en un instante, erigido sobre los cimientos de lo incontestable, de lo inescrutable, de todo lo que está dentro de uno mismo, que forma parte de su espíritu, y se atisba levemente en la mirada.

Bailando en la boca y en la lengua los pensamientos de la mente activa, enardecida por una motivación que no alcanza a comprender pero que no puede ignorar, y que se comporta como el combustible esencial que dará alas a las ideas que al escribir me acabarán por llevar, volando, hasta los iris castaños de tus ojos, o hasta los infinitos recovecos de tu pelo. Bailar, bailar, sintiendo como mías las notas de esta melodía que nadie excepto yo puede escuchar.

Tratando de transcribir esas notas en letras, en sílabas, en alimento para las salivas que se quedaron sin motivos por los que saciar la sed de aquellas lenguas suyas, al sentir que ya no tenían qué decir. Y mimetizarme con las sombras que esta noche hospeda en sus rincones, tentándome con lo prohibido, para envolverme en su negrura. Esta noche de tinta que ha cubierto como a un folio impoluto la ciudad que observa cómo languidecen sus sueños en una pesadilla de asfalto.

El cielo es gris en los atardeceres porque la polución impone su hegemonía cromática... Y yo aquí escribiendo, cuando ya está más cerca el amanecer que la magia crepuscular, cuando los sentidos naufragan en el mar de lo controlado para ir a surcar los océanos de la pasión. Y yo aquí, aun así, escribiendo, dando forma y vida a estas marionetas gramáticas que juegan conmigo a escucharme, sintiéndome feliz por un instante, recordando tu sonrisa y convirtiéndola en algo más perfecto de lo que ya es, justo lo contrario que hago cuando escribo.

Aguardando bajo la tempestad de un pecho tembloroso la apertura leve de tu rostro, desde la comisura de tus labios hacia los hoyuelos de las mejillas, sintiéndolas enrojecer desde mi mirada hasta lo más íntimo de tus entrañas. Al mismo tiempo, yo escribiendo, aquí de nuevo, para resistir estos susurros que dicen que te echo de menos.

12/26/2007

De fondo se oían los informativos. Estábamos comiendo en casa de mi abuela aquel día, y yo estaba atento a lo que decían los que hablaban en la mesa. Ninguno se ponía de acuerdo con nadie, todos tenían una réplica o un argumento nuevo con el que rebatir lo dicho. De repente, casi con indignación, mi abuelo dijo algo que me parece de lo más cierto que he escuchado en la vida. "El mundo se clasifica en dos grupos, los que pasan hambre y los que no".

He de reconocer que es, con mucho, la división más exacta que he podido escuchar. La mayor y principal diferencia de los seres, después de todo, es esa. Los desgraciados, y los no tanto. Los que pueden comer, y los que no pueden dormir porque las súplicas de su estómago llegan a doler de una manera entrada en lo superlativo.

No obstante, dentro de los que podemos acallar al estómago con comida y no acompañarlo con llanto, cabe profundizar un poco más. En el grupo afortunado al que pertenecemos existe otra diferenciación. Dicha puntualización también es aplicable al caso de los que pasan hambre, pero me parece una extrapolación rayana en lo absurdo, y casi en lo macabro. Volviendo, pues, al terreno que nos ha tocado, por suerte sin más, lo que diferencia a los seres es, básicamente, la voluntad de vivir.

¿Quién puede sobreponerse a lo que le ocurre? Desde luego no el que se considera víctima de la tragedia. Todos tienen problemas, sin duda, mas solo los superan aquellos que, sin dudarlo, deciden luchar por superarlos. Es la voluntad de vivir la que establece el matiz diferenciador clave dentro de la gran división del mundo. Claro que habrá situaciones extremas en las que la desesperación es tal que apenas puede desearse nada más que morir, y por supuesto que habrá condiciones y circunstancias que ignoro, pero por ello hablo desde mi experiencia, desde mi entorno, desde donde puedo saber que mis palabras no son una utopía idealista e irrespetuosa.

Evidentemente todo tiene un rango de aplicación, un área de influencia en la que es posible otorgar validez a cada idea o pensamiento. En los términos en los que planteo este pequeño ensayo puedo afirmar que, sin duda alguna, el que de verdad siente que merece la pena vivir, es el que vive, el que se fortalece y el que prospera. Parece exagerado, pero resulta sorprendente la cantidad de personas que reaccionan de manera trágica ante los aspectos propios, implícitos, inherentes, de y a la vida. Por extraño que parezca hay gente que reacciona así ante lo más identificativo de la propia vida y la existencia, que no es otra cosa que la propia imprevisibilidad.

Llegan, incluso, al punto de asustarse, simplemente, por pensamientos que, siendo todos realmente sinceros, pueden ocurrir del mismo modo que pueden no hacerlo. Y también se enfadan... Sin embargo hay que reconocer que están en su derecho, porque resulta que, afortunadamente, a este lado del mundo cada cual puede elegir... Cada uno es libre de escoger su propia miseria, u optar por otra opción.

12/22/2007

Aún aquí, en cualquier circunstancia. Con los sueños en los ojos todavía, con el tiempo dormido en las mandíbulas entumecidas. He debido de hacer fuerza con los dientes al dormir. Todavía aquí, construyendo los mundos para que las criaturas que se antojan como mías puedan vivir en la paz y en el caos del entendimiento.

En la paz de los que se han amado a lo largo del tiempo, puliendo la afinidad de sus almas; en el caos de los que se están amando en lo estático del minuto, en lo interminable de las miradas de cada segundo. Adónde van estos seres, como digo, una vez entran por los ojos de quien espía, de quien observa, curioso y prudente desde la sombra, ya que también es espeluznante. Puede salpicar.

Porque al principio es así como se hace. Porque lo que se traspasa del alma a las palabras es algo más que pensamiento, es la ilusión de que algún día sean escuchadas, de que alguien las desee para sí, para que lo curen, para que lo abracen, para que los susurros de la nostalgia lo hagan sentir vivo en el credo de un mañana, de un hoy, de un ahora caduco en abulia pero fructífero en quien lo riega con lucha y esfuerzo.

Es eso lo que se anhela, después de todo. Que los pequeños seres que desde aquí hospedo en lugares situados entre ningún lugar y alguna parte, sean identificados como claves de supervivencia, como de sol en el nuevo pentagrama, elevando así el espíritu, descubriéndonos cosas a nosotros mismos, de nosotros mismos. ¿Qué es lo maravilloso de lo que se escribe? Lo propiamente escrito, tal vez... Sin embargo yo prefiero otorgar esa cualidad a la capacidad, potencial, de que la palabra leída puede llegar a reestructurar la composición básica de cada uno. Porque algunos que leen sienten lo que leen, y lo piensan después.

Lo maravilloso de lo que se escribe es que es inmortal en la distancia y en el tiempo, siempre y cuando pienses que alguien, algún imprudente, algún espíritu osado y curioso, reparará en el estanque de palabras que observa y se zambullirá descubriendo así un océano. Un océano de otras vidas, de otras percepciones, un océano que alberga los mundos de quien escribió en su día, de quien soñó con que algún espíritu osado y curioso se zambulliría en el estanque de sus palabras, que acabaría por convertirse en océano.

Los estanques contienen aguas firmes, quietas, detenidas... Pedirle eso a una palabra es suplicarle azul al corazón. Y se hacen océanos.

12/20/2007

No hay nada sino esto. Sino ahora. Porque caminas, y de repente ves el pelaje negro salpicado de lluvia nocturna y adornado del matinal aliento helado. Sus ojos brillantes no otearán desde las sombras nunca más, y sus orejas no se moverán en busca de la señal delatora de una presa. Tal vez esté ya en la luz, pero la visión te sume a ti en la oscuridad. Impotente.

Impotente por ver a ese gato muerto y no atreverte a tocarlo por si tiene algo. Impotente porque la pena ha creado un remolino en tu interior que irá absorbiéndote hasta que te des cuenta de lo insignificante que eres, y de lo que te entristece la ausencia de vida. Era un gato, y desconocido, te dices a ti mismo, pero... Pero era tan sórdida la visión. Con el animal desierto de amparo, estirado, largo, sobre tierra mojada, con el cuerpo empapado. Solo. ¿Habrá muerto de frío?

Ni los gatos escapan. ¿Qué me queda a mí, sino desear vivir, y que me abracen? Que unas manos cálidas me devuelvan la sensatez, y me reconforten hablando desde la piel. Diciéndome que todos seremos ese gato algún día, y que por ello no hay que preocuparse del morir, sino de lo contrario.

Entonces me digo que debo vivir devorando mi tiempo hasta la muerte. Mejor así, y no a la inversa. Aunque, no puedo evitarlo, siempre quise para mí un gato negro... Y el de hoy estaba muerto.

Querría resucitarlo... Quiero hacerlo.

12/17/2007

Oh, por supuesto que lo sientes, está ahí, ahí adentro. Hasta yo lo oigo palpitar. Parece pequeño, frágil, pero su potencia es tal que resulta abrumadora. ¿No lo oyes? Dios mío, eso es porque no escuchas. ¡Te aseguro que está ahí! ¿No me crees? Vaya, es una lástima, porque su fuerza está más que presente entre nosotros. Es curioso, ¿verdad? Tú crees que estoy equivocado, y yo te aseguro que no estás en lo cierto. Ninguno de los dos va a dar su brazo a torcer, pero no te has fijado en un detalle, ¿cuál? La tensión petrifica tu cuerpo, y yo sonrío. Estoy más tranquilo.

Escúchame, y escucha eso que vibra en tus entrañas. ¿No lo notas como música? Depende de ti, pues es en ti donde mora aquello de lo que te hablo. ¿Que cómo es posible que yo lo note aun estando en ti? No lo sé. Solo recuerdo que un día escuché revolotear pájaros en mi pecho, coreando el grito seco y grave de tambores en mi mente. El pulso, acelerado, pues no podía ser de otra forma. La sangre acero fundido, y la piel que se me marcaba de escarlata. Le pregunté en ese momento a mi alma qué era lo que pasaba, y ella me contestó, lee lo que tu carne relata.

Y leí. Leí cuanto pude desde los tuétanos hasta mi vello, erizado de puro miedo, de euforia y gozo, y de algo que todavía no entiendo. Seguí con dudas a cada pum contra mis sienes, y cuestioné todo cuanto tenía, a qué se reducían mis bienes. Vas bien, dijo una voz en mi garganta, y aún ahora la emoción se me atraganta, cuando recuerdo esto que te confío, sintiéndome reconfortado, con este aire que amamanta.

No me mires con esa cara, que la barba se me prende al calor de las mejillas si me clavas la mirada. Te he dicho que sabía más o menos bien de lo que hablaba, y aunque no me creyeras, ahora leo en tus ojos que sabes que no te engañaba. Sé muy bien lo que te pasa, porque ya me pasara a mí, todo después de que acaeciera lo que hace nada te contaba.

Por supuesto que lo sientes, he asegurado al comenzar esta poesía tan poco costumbrista, pero acostumbradamente trabajada, y a pesar de que lo dudes también sé que en ti habita la palabra. Tal vez no soy tan bueno, pero a veces mi alma me alaba, rindiendo tributo a mis sueños, mi barco de ilusiones en tu puerto de sonrisas hace escala.

Que parece prosaico, pero solo por estar en prosa, pues se me antojaba romper, con amorosa calma, el Imperio del verso en este poema que en mí cantaba

12/12/2007

Acurrucado, y desnudo, escucho al mundo girar a mi alrededor. Si quiero, puedo invocar una tormenta, y si lo deseo, no me cuesta esfuerzo hacer que el cielo se muestre azul sin motas blancas. Si me apetece puedo salir del núcleo seguro que es mi alma, y andar con ella de la mano por los mundos que genero. La escucho cuando habla, o al menos eso intento, pero nunca me responde cuando le pregunto cuánto me ama.

Por eso no la pongo a menudo en ese compromiso, porque sé que no está a disgusto conmigo. Si así fuera, ahora no podría estar escribiendo esto sin sentir que falto a la verdad. Lo que sí me pide a menudo es calidez para los dos, e implora la amabilidad de algún sol cercano.

Sin embargo lo que de verdad anhela son tus manos. Ahí tienes por qué te pido esas caricias.

12/10/2007

Esta tarde, el olor del frío, el del oscuro aliento de los coches y el del propio asfalto, han hecho que mi mente evocase, de manera instantánea, las noches en las que el Opel Kadett 1800 gasolina de mi madre nos llevaba a mi hermana y a mí a casa de los abuelos, en la urbanización Parque Roma de Zaragoza.

El olor ha sido, siendo más precisos, el de ese garaje de dos entradas. Porque había dos entradas, la de la cuesta normal y aburrida y la que me gustaba a mí, la de los agujeros... O "albujeros", ¿cómo lo decía? Creo que lo pronunciaba del segundo modo, porque la abuela, cuando entrábamos por ahí de vuelta de casa de los tíos, me corregía y me daba la opción correcta. Y me hacía repetirlo como era debido. El abuelo decía "deja al chico, María Cristina, que ya aprenderá", y la abuela le replicaba, "no señor, Valentín, que si no se acostumbrará a decirlo mal y luego ya me dirás tú... Albujeros, habráse visto".

Y es que la abuela tenía razón, para qué negarlo. Pero también el abuelo, porque poco a poco he ido aprendiendo. Sigo siendo el mismo pequeño incordio y revoltoso, solo que con veinte años en la espalda y una barba bastante visible en la cara... Sin embargo es barba de sinvergüenza, porque de no ser así no la llevaría. Creo que el abuelo nunca me vio con una barba como la que llevo ahora. Si tuviera la oportunidad seguro que me decía chulo, pero de la manera que solo él sabía. A mis primos siempre se lo decía, a Santiagué, a Andrés, a Cristina e incluso a Susana. A mi hermana Laura también, por supuesto. Para las últimas apropiaba el género, evidentemente.

Porque el abuelo era así. Tranquilo, a su aire... Pero si hacías algo que lo perturbaba, no le gustaba en absoluto. Aunque seamos sinceros, tenía menos paciencia para la abuela, no lo vamos a negar, que a los nietos nos aguantaba una tras otra. Hasta se reía cuando veía el vídeo en el que uno de ellos lo grabó durmiendo la siesta. La abuela también rió, y las tres hijas que tuvieron en común... Mientras tanto, el autor sonreía por lo bajo, a lo somardas, y trataba de esconderse fingiendo vergüenza.

En fin, que a lo que iba. A las noches de fútbol en la casa del Parque Roma, al bar de Joaquín, el boniato, porque era de Gallur, como la abuela, donde jugábamos a las máquinas y al futbolín. A las noches de fútbol, repito, televisado o "Abuelo, ¿este lo radian?", "sí, Rubén, y menos mal, porque los de la televisión son unos payasos que no dicen más que sandeces". A lo que yo le respondía que lo pusiese en la radio. Los abuelos me contagiaron la fascinación por esos pequeñitos retransmisores en los que se oían voces que hablaban de cosas serias y que, de vez en cuando, ¡se reían al hablar sobre esas cosas serias! Escuchar la radio en uno de esos aparatos me hacía sentir importante, y cuando había rezado el Jesusito de mi vida, me ponía un rato el dial que acertase a sintonizar y escuchaba esas voces que venían de ahí adentro, traídas por ondas y antenas y no sé qué cosas que me decía el abuelo.

La abuela me pegó más lo de los crucigramas. En el ambulatorio o en casa. Yo alucinaba con esos "¿autoqué, abuela?" Eso, autodefinidos. A mí me gustaba más lo del laberinto, y lo de trazar el camino hasta que el perro encontrase el hueso, o el hombre la salida... Al final, el abuelo y la abuela, los resolvían todos menos esos. Porque me los dejaban a mí, o si no a mi hermana o mis primas. Y cómo no recordar el armario de los bombones. Los Ferrero Rocher, y el Nestlé... "Ya vale de chocolate, niño, que luego tendrás lombrices", decía la abuela, pero siempre que podíamos... ¡Zas! Al armario que te vio. Y lo de las recetas, y los "los papelicos los recogeréis vosotros, que yo ya me canso de agacharme". Los papelicos eran los recortes de papel, o las "recetas" que hacíamos y que arrugábamos. Hubo una temporada en la que me prohibieron pedir tijeras, y a mi madre comprármelas. Algún día hablaré sobre los deberes y lo contento que se ponía el abuelo cuando le decía que tenía muchos por hacer y que, sintiéndolo mucho, iba a tener que ayudarme.

También me he acordado de la cena por excelencia en casa de los abuelos, tanto en la antigua de Zaragoza como en la de Biel... Creo que sigo oliendo el aroma inconfundible de ese plato, y es por eso por lo que no puedo librarme de estas ganas de comerme un buen par de patatas asadas. Bañadas con su aceitito, y salpicadas por un poco de sal, por supuesto.

Gracias, abuelos. Sin más y porque sí.

12/09/2007

Reviento con el tirón de mis pasiones las cadenas que me atan a la consciencia. Universos de libertad me hacen sentir en este momento un odio racional e incontrolable contra todo, solo hallando reposo en el amor de los míos. Es absurdo, pero debería haberlo hecho mucho antes. Lamentarse no sirve, sí sonreír por haberme dado cuenta.

Ahora esculpo tu ausencia en estos segundos en los que escribo, y dejo que la licantropía exquisita y permanente que en mí habita, me posea indefinidamente.

Soy lobo, y tú luna. Eres noche y libertad.

12/05/2007

Claro que podríamos estar haciendo otras cosas. Podríamos estar inspirando el humo de los cigarros que consumen el tiempo en un bar, o inhalar los efluvios pestilentes de aquellos que allí se agrupan. Podríamos estar empapándonos de sus conductas rutinarias, pero hemos preferido no querer mirar sus sonrisas de hipocresía. Siguen un patrón continuo, constante y previsible, que los predestina a una frustración insondable. Luego se preguntan de dónde viene esa rabia incontrolable hacia ellos mismos, y deciden culpar al resto.

Podríamos estar contaminando nuestras mentes, encerrando nuestros espíritus en un local de cuatro paredes, escuchando la música de fondo, tan vacía como las conversaciones de aquellos que creen ser felices, por el mero hecho de que la rutina les dice que ese es el momento para sentirse feliz. Creen que sienten, y no saben que lo único que hacen es creer sentir.

Podríamos juntarnos con ellos, sin duda, pero hemos decidido no inhalar el humo de sus cigarros ni inspirar la pestilencia de sus efluvios morales con respecto a ellos mismos. ¿Quién se encarga de no alterar el orden espiritual de cada uno? Nosotros respetamos nuestra dualidad existencial, sin molestar a nadie. Tal vez haya mil "por qués". El mío es que hemos optado por la voluntad de ser libres.

12/01/2007

Hace mucho, mucho tiempo, que no pasas por mi cama. Echo de menos el contraste de tu piel con la oscuridad de mi habitación, la calidez de tu presencia en el frescor de mis sábanas y cómo iluminas, de plata, mis sueños.

He visto a aquellos a los que dar un paso les cuesta el esfuerzo de una vida, y los he visto no dejar de andar. Quiero ser como ellos, como esos que dar un paso les supone dolor físico y una lucha interior pero que, pese a ello, no se rinden. Los he visto pasear, y no desisten.

He escuchado a aquellos que para hablar han de tomarse un tiempo que apenas saben qué significa ni cómo se mide, ni qué implica en su transcurrir. Y los he visto no condenarse al silencio. Los he visto reír, en sus bocas y en sus ojos.

He tropezado con algunos que no parecieron recibir afecto o cariño, y he contemplado cómo todo de lo que carecieron lo entregan sin complejo a quien quieren, a una hija apenas recién nacida, a un amigo... He contemplado cómo universos de amor se expandían más allá del individuo que los contenía. Entonces me he sentido volar desde adentro, y me he visto sonreír.

Sé que apenas he visto nada, que he escuchado poco y conozco que tengo mucho que conocer. También creo saber que todos ellos tienen, o tuvieron, sueños como los que yo ahora y, seguramente, también te cantaron, o lloraron, en noches o días de nostalgia. Yo te he cantado, te canto, aún no te he llorado, y ahora te echo de menos.

Pásate cuando quieras, entre las ropas de mi cama siempre te esperará desnuda mi alma. Pero no tardes mucho, por favor, Luna.

11/30/2007

Nuestras almas se hallan en pie de guerra, seamos libres en el fragor de la batalla. El tiempo nos amenaza a golpe de segundero, pero no es sino el recurso fácil. No temamos al tiempo, no hagamos que nos tema él, saboreemos cada segundo como el inicio de un porvenir distinto. En mi paladar se mezclan los sabores de lo impredecible, del imprevisto, y los relojes me devuelven horas huérfanas de pena, me devuelven días de lucha.

También podemos buscar la libertad en el dolor de la carne, en el endurecimiento de ésta, y en la sangre que la nutre. Seamos libres en la sangre que alimenta nuestros pulmones, nuestros corazones que gritan a una la necesidad de elegir su propio destino. Vivimos en prisiones con puertas abiertas, y no queremos salir. Atentemos contra la costumbre, contra lo canónico, y hallemos en los latidos a viva voz la canción que nos eleve sobre los sórdidos gemidos de la ciudad.

Yo soy libre en las palabras, en los alaridos de una realidad salvaje que devora con sus fauces la fantasía que agostea, ya que en mi imaginación siempre hay hueco para la primavera. Lloremos, gritemos, apoyemos la lucha que en nuestros adentros se crece, se crece contra los límites autoimpuestos. Tenemos que escuchar, escuchemos nuestra propia voz con los ojos y la boca cerrados, pues ahí encontrarán paz nuestros deseos.

Los designios que buscamos están implícitos en la nobleza de nuestros actos, la divinidad a la que nos encomendamos también reside en el interior y exterior de nuestros cuerpos. En la carne, en la sangre, en el alma misma, que erguida sobre sí y sus derrotas no se rinde. ¿Por qué deberíamos rendirnos nosotros, pues, cuando desde adentro nos impulsan?

Seamos libres en nuestras voces, en nuestras palabras de nuevo... Seamos libres desde nuestra voluntad para serlo. Siendo sinceros, seremos libres; seamos libres siendo sinceros.

11/27/2007

La melodía de la canción que me enseñaste sigue llenando el aire que rodea mis oídos. No puedo hacer otra cosa que amarla. La voz rasgada que implora sueño, y descanso, me recuerda que yo también lo necesito. No obstante, puedo fundirme de nuevo en cuadros que enmarcan atardeceres naranjas y sentir la hora mágica en la que este mundo y el otro se rozan, intercambiando sensaciones y la impresión de un día más.

Me siento en el acantilado de mi consciencia y me cuelgan las piernas. Bajo las plantas de mis pies solo el vacío, y un agua cristalina que refleja mil lunas de plata, hermosísimas todas, pero hay una que destaca. A mi alrededor se extiende el mundo que las palabras que he invocado han construido para mí, para rendirme un tributo que no creo merecer. Esas palabras que escribí para otros, para otras, para vivos y muertos. Esas palabras que escribo y estoy escribiendo para ti.

Pensaba que había agotado la esencia, tenía miedo de haber exprimido demasiado el fruto que alimenta mi alma y calma mis desasosiegos. Pero solo era cansancio, y un poco de impaciencia para que se fuera esa sensación. Y se marcha, se marcha sin más porque ellas vienen a mí. Las amo tanto... ¿Qué haría yo sin ellas? Tan solo un día y mi interior se agitaba incompleto, ya ves cómo soy, ya sabes lo que soy.

A veces pienso en por qué me eligieron también a mí, y las siento responder que agradecieron que las escuchase. Ahora me siento pleno de nuevo, he creado, creé y creo... Continuamente, creo. Núcleos de emociones, núcleos vibrantes de visceralidad y humanismo que son, al mismo tiempo, estables y espirituales. En el medio no sé qué hay, solo sé que ambos extremos conviven. Ya no coexisten, conviven y me proporcionan el cobijo que tanto anhelo. A mí, y a mis sueños.

Puedo mirar tras la ventana, y debo hacerlo... No veo muros. Quiero hacerlo. Impulsos indefinibles se preparan en mi estómago y suben a una velocidad que ridiculiza al vértigo, escalando por el lugar en el que se anudan la euforia, el llanto, la risa que duele cuando es mucha y sincera... Sí, por ahí escala, y clava sus zarpas pero no duele, no duele... Enardece.

Me siento caminar como por un sueño, será por eso que floto en esta realidad... Mis piernas cuelgan y se balancean contra el vacío, el aire está constituido de versos y la luna que más destacaba acaba de ponerse a mi lado para cogerme la mano.

Será por eso que siento como que floto... Será por eso...

Merece la pena esforzarse por superar un reto, y merece la pena cumplir una promesa. Merece la pena esculpir silencios con palabras y observar tu seriedad, con la que intentas disimular cuánto te estás cansando de estar en esa posición. El temblor de tu brazo te delata. Son necesarios los segundos que separan nuestras bocas, para que pueda echarte de menos en esos veinte centímetros. Es necesario oírte reír cuando te hago caer sobre mi colchón.

También era importante intentar aquello, porque ahora me he dado cuenta de qué puedo conseguir. La dedicación de estos días me otorgará la visión que tanto he esperado.


Mi capacidad perfectamente encuadernada en un montón de páginas, y el título que acordamos deseando ver la luz. Espero no ser de una sola cosecha, para que en mi memoria no se llenen de polvo las estanterías donde guardar los recuerdos de tus abrazos y caricias. Para que siempre haya títulos que prometer y promesas que cumplir.

Merece la pena, también, dar las gracias.

11/21/2007

- Lo bombardearemos todo. Lo más importante es acabar con las Universidades, bibliotecas, teatros y museos. No quiero que quede ni uno solo de estos edificios en pie. Que no acertéis en derribar las instituciones oficiales me es indiferente, pero los objetivos que he enumerado previamente son de inevitable destrucción.

- Oficial, ¿por qué los teatros, museos, Universidades y bibliotecas?

- Está muy claro, hijo, porque nuestra cultura es superior y solo así podremos desenraizarlos de sus errores y falaces costumbres.

- Oficial...

- ¿Sí?

- Si nuestra cultura es superior, ¿por qué los bombardeamos?



Y se hizo el silencio. Y el silencio cambió la cara del oficial. Y la cara del oficial no daba crédito al soldado. Y el soldado seguía ahí, atento, esperando una respuesta firme y contundente de su oficial. Y la respuesta no vino. Y el soldado siguió mirando. Y el oficial no pudo más que sorprenderse por la sinceridad de la pregunta. Y entonces dio orden de deponer las armas. Y cuando no quedó ni un solo soldado armado, ni un solo oficial con galones, lloró por todas las ruinas que dejó a su espalda. Y el ya ex-soldado le dijo que los errores no son tan malos si tienes actitud para aprender de ellos. Y el ex-oficial abrazó al ex-soldado y decidió que intentaría reconstruir lo derruido.

11/20/2007

Se resquebrajan los límites del universo que me compone y en el centro propio de mi ser noto un vaivén amenazador. A cada ciclo que completa me sugiere que me dé prisa, que no hay horas, ni minutos, ni segundos, que todo cuanto creo conocer y saber no son más que apariencias ilusorias a las que si les otorgo más confianza de la debida acabarán por tragarme. Y me encerrarán en engaños.

Hay un desafío que llama a las puertas de mi ser y me pone a prueba. Tal vez no haya tiempo para más y más no sea nada. Nada, sumergirse en un lugar ajeno a todo en el cual aprender a desarrollarse sin limitaciones. A veces una consciencia destructiva golpea con sus nudillos de locura la aparente tranquilidad en la que te hallas.

Escuchas, de repente, el sonido de cristales que impactan contra el suelo y es en esa combinación de ondas donde encuentras la libertad necesaria para destruir cuanto te representa. Empiezas a moverte frenéticamente, a la misma velocidad que tus dedos los pensamientos navegan por tu mente. La identidad por la que te conocías empieza a resbalarse del mismo modo que la piel de las serpientes en la época de muda.

De súbito comprendes que has de ser responsable de ti mismo y te enfrentas contra tu propio yo. Quieres destrozarte porque sabes que solo así podrás conseguir algo mejor de ti, podrás progresar, evolucionar. Y no hay piedad en tus golpes, ni en tus frases. No hay control y el instinto salvaje latente se manifiesta en la saliva que sale disparada de tu boca a cada mordisco. Babeas de rabia porque el enemigo ha estado viviendo en tu hogar, en tu propia alma y al fin lo has descubierto.

Del mismo modo también te odias a ti por no haberte dado cuenta. Odias al tú que ahora contraataca contra la masa que se ríe descaradamente de tu ingenuidad. Arremetes, arremetes con la furia que había caído en sumo letargo al creer que habías conseguido todo cuando era necesario. Nunca debes perder las ganas de luchar, ni las de mejorar.

El sudor se cala desde tu piel hasta tu espíritu. Has acabado volviendo a empezar. Naces de nuevo... Y te regalas un merecido descanso. Te has librado de los lastres que tú mismo generaste. Soy nuevo, de nuevo.

11/19/2007

Entran en la sala. Hay mucha luz ya que dos ventanas enormes se comportan como ojos abiertos hacia el mundo. El sol se cuela con sus dedos de fulgor áureo y hace que la habitación sea mucho más cálida. Aun así algunos flashes salen despedidos de las cámaras ávidas de detalles, de esos útiles que quieren captarlo todo sin reparar en que se dejan en el camino ese todo que buscan.

En la parte delantera hay una mesa larga, con un mantel azul, o eso parece. Se puede ver que la mesa es grande, larga, y que sus patas delatan ser de una madera de calidad. Fuerte, lustrosa. Entre la mesa y la pared se pueden ver tres asientos. Sí, solo tres. Y un libro en medio, con el título de cara al público.

No hay mucho aforo así que es evidente que no se espera un gran número de invitados. Los asientos se ocupan. Primero por un hombre, que va a la izquierda; en el centro un joven de unos veintipocos y a su diestra una chica también joven. Sorprende la juventud del que tiene la novela inmediatamente a su izquierda y su mirada cálida pero profunda. Da la impresión de que sus ojos susurran que saben qué tipo de secreto guardas al mismo tiempo que aseguran que no presionará para que lo cuentes. Inspira confianza. No obstante más joven es la chica que lo acompaña. Va vestida con un elegantísimo vestido negro que se corta justo encima de sus rodillas. Su melena cae suelta un poco por debajo de sus hombros y la piel de su espalda parece estremecerse cuando su cabello se balancea a ambos lados de su espina dorsal. Hace un gesto de niña con su melena, está claro que disfruta con esa parte de su cuerpo. Él la mira como diciendo que también le gusta y que menos mal que no la convenció para que se la cortara tanto como dijo.

Su cuello está adornado por un collar de pequeños dodecaedros de azabache que salpican de detalles su piel blanca. El contraste es maravilloso y si sonríe es imposible no reparar en ella. Sus ojos se iluminan al hacerlo y la piel que está justo a los lados de éstos, rozando las sienes, se arruga alegremente. La gente que se ha congregado empieza a hacerle preguntas al hombre que está a la izquierda del todo y ella aprovecha para mirar al joven con una media sonrisa. Es su turno de contestar y tiene que pedir, por favor, que le repitan la pregunta porque estaba distraído. Ella deja caer su cabello sobre su rostro para que no pueda verse que sonríe pues le divierte enormemente ver cómo se ha sonrojado el chico. El chico que vuelve a mirar con esos ojos retadores pero cercanos.

A ella le encanta ver ese marrón anaranjado clavándose en su cuerpo, o eso sugiere el que muerda su labio inferior mientras la mandíbula del joven se mueve para hablar. Ama esos ojos, no hay duda. Y esa boca, y la barba descuidada de tres o cuatro días que puebla sus mejillas, barbilla y cuello. Vuelven a preguntar al hombre y ella se desliza con una elegancia suma hacia el oído derecho del que está en el centro y le susurra algo que parece escandalizarlo, aunque es sin duda un gesto histriónico. Un gesto que disgusta a la chica, pero solo están jugando. Parecen conocerse tan bien... Vuelve a mirar su cuerpo y cómo le gustaría ser el vestido negro que acaricia esa figura. A ella también le encantaría, a pesar de que él tiene unas manos grandes y no tan suaves como la tela que ahora la viste.

Han vuelto a preguntarle y no puede responder. Lo ha vuelto a hechizar. Y sigue pensando, al mismo tiempo que responde, en esa silueta que ha cambiado tanto. Esbelta, delicada pero no frágil, fuerte e incluso regia. La estaba mirando y, al hacerlo, en sus pupilas se dibujaba un recuerdo que decía que hace seis años no era así, pero igualmente atractiva. Recuerdos de cuando era más niña, recién adolescente tal vez, y su cuerpo aún no se había abierto completamente a los sentidos. Se dibuja en el rostro del chaval una sonrisa que poco tiene que ver con lo que responde, parece que esté pensando en el ansia de sus manos por recorrer esa geografía humana, de nuevo. No había cambiado. A pesar de parecer conocerla de memoria sus manos no perdían el anhelo de buscar secretos en ella, su mente tampoco. Y ambos sonríen.

Alguien pide turno para preguntar. Es ese periodista y crítico de siempre. Famoso por las cuestiones subyacentes a sus preguntas. Dice así:

- Se oye que su editora es algo más que eso, que no es normal para alguien tan joven el haber sido publicado como usted lo está siendo. Además de que el mérito de sus escritos y novelas no recae únicamente en su autoría, que ella tiene mucho más que ver con eso de lo que usted deja que se sepa.

En los ojos del joven escritor hay algo que brilla, podría parecer rabia pero es ingenio. Contesta:

- Se oye porque lo digo. Por supuesto que es mucho más que mi editora. Como dirían hace unos siglos, es mi musa.

Y ahora son los ojos de ella los que brillan. De un marrón castaño impenetrable conectan con los anaranjados y una fuerza llena la sala con un silencio que da la reunión por terminada. Sin embargo parece que para ellos el tiempo y la vida no han hecho más que empezar.

11/15/2007

El invierno me trae aromas de supervivencia pues es con el frío cuando más presentes se tornan las ausencias. Salgo a la calle y siento cómo una ola de frescor envuelve mi cuerpo y despeja mis ideas. La luna es preciosa siempre pero en esta estación se me antoja mucho más curiosa debido a que en mis ojos se rebelan pequeñas lágrimas contra la temperatura. Entonces la luna baila, la luna baila para mí al son de mis parpadeos. Por eso es más curiosa, más amable, más querida.

El invierno es sinónimo de olor a mandarina y de suspiros en el cuarto de estar, mientras te tapas con la manta y observas cómo tus familiares intercambian sonrisas en la sobremesa. El invierno, desde hace un año, es sinónimo, también, de los que no están. El abuelo marchó hace casi un año y ya la pasada Navidad no estuvo, en cuerpo, con nosotros.

No obstante creo que fue diferente. El golpe fue tan inmediatamente anterior a la celebración que la marcha apenas pudo considerarse real. Este año será consciente. Los ronquidos que faltarán serán el doble de sonoros y las pesadillas de la abuela se manifestarán en siestas cortas, intermitentes, que usarán su rostro para tejerse un traje de turbación y pena.

El invierno es sinónimo de luces a media intensidad y estancias anaranjadas. Es ver el último partido de fútbol antes del parón de vacaciones y vibrar con la emoción. Es champán, y vino, y volverse a meter entre la manta de tela gruesa. Es sentir la aparente quietud de la tarde de Nochebuena que contrasta casi absurdamente con lo que será la propia cena.

El invierno es hacerse fuerte sobre uno mismo, soplarse las manos y acariciar y frotar fuerte las de los amigos. Es llevar un pañuelo constantemente para que no se irrite la nariz y es protestar cuando tardan mucho en abrirte el portal de casa. El invierno es, sobre todo, el calor de los allegados, de los familiares. De los que están y de los que se fueron. El invierno es la fuente de turrones y polvorón y las expresiones malsonantes cuando a alguien se le va el dedo en el mando y pone Cine de Barrio.

El invierno es calma, y también tristeza y alegría. Tristeza porque su dureza sórdida nos trae recuerdos de un futuro ineludible, y alegría porque mientras el invierno avanza, la primavera lo anima. El invierno es olor a leña, el invierno son palabras de chimenea.

11/13/2007

Fue en una fiesta, ahí la vio por primera vez. En el lugar del encuentro todo se sucedía de una forma vertiginosa. Invitados de todas las clases iban y venían a una velocidad endemoniada y en muchos casos ni siquiera se paraban a hablar entre ellos. No obstante parecía que se contasen cosas sin cesar, mientras se movían a un ritmo de locura.

Se encontraba un tanto abrumado ya que nunca había presenciado una fiesta como aquella, a decir verdad nunca había estado en una fiesta. Sin más. De haber sabido que la hubiera encontrado ahí habría ido a la primera que le invitaron... Aunque tal vez ella no hubiera estado y eso, a lo mejor, lo habría desanimado a aceptar posteriores ofrecimientos.

Solo le bastó una mirada fugaz para sentir su fuerza. Ella estaba con la mirada perdida, pasando sus ojos por los velocísimos invitados que sujetaban copitas de tiempo en sus manos y no paraban de moverse. Ella era la única que irradiaba tranquilidad... Pero era una tranquilidad distinta, no era lo que podríamos llamar una tranquilidad tranquila ya que no era así ni mucho menos. Era misteriosa.

No pudo evitar acercarse a ese ser que le había parecido tan magnífico y que se había hecho dueña de su respiración, desde el mismo momento en el que la vio. Era tan delicada y parecía tan distraída... Una distracción constante que le confería un aire de distinción tal que atraía la esencia de las cosas, al menos de las cosas de él. Siguió paso a paso, a cada metro que superaba, su temor se crecía y para cuando estaba a menos de dos pasos su timidez era tal que pensó que no sería ni capaz de hablar. Justo cuando fue a abrir la boca ella levantó la vista y el corazón de nuestro galán se paró en seco... No, no se murió, pero se quedó tan impresionado que por un momento creyó que ya estaba en el Paraíso y que ella era su ángel. Intentó hablar pero no pudo, y pensó que ella pensaría que qué pensaba que hacía yendo hasta ella, no diciendo nada y quedarse con cara de estar pensando tonterías.

La miró, con delicadeza y dulzura la miró sin perder ni un solo detalle de ella, de su piel blanquecina y sus ojos negros. Negros como lo desconocido, oscuros como el hechizo que parecía estar envolviéndolo. Pero era tan cálido... A pesar de la magia que moraba en ella nadie se había acercado a más de cierta distancia. Era algo que no comprendía, pues era realmente hermosa y poseía una fuerza más allá de lo meramente físico... Tan incomprensible como seductor era lo que sentía, lo que desde él tenía que ver con ella. ¿Cómo se llamaría?

¿Que qué hay de ella? Ya lo he dicho, era increíble... Ahh, vale... De ella con respecto a él. Oh, lo vio desde que llegó. Lo cierto es que se fijó en él desde el momento en el que sintió una calidez fuera de lo común. Ella siempre iba a todas las fiestas, siempre la rodeaban a toda velocidad los dinámicos invitados y siempre sentía lo mismo, nada. Pero esta vez fue diferente, había algo que no había notado antes... Sin saber por qué su mente le dijo de dónde venía y sus ojos lo confirmaron. Lo que no esperó bajo ningún concepto fue encontrar un ser tan hermoso y delicado, tan dulce que inspiraba tranquilidad desde la distancia. Y esta era una tranquilidad tranquila, puedo asegurarlo... Totalmente distinta a la suya.

Ahí estaban los dos, mirándose el uno al otro. Sin mediar palabra. Él tenía un semblante feliz, aunque escondía una turbación, un secreto que sentía que solo podría contárselo a ella. Lo mismo pasaba con ella, solo que al revés. Su rostro estaba turbado pero escondía un resquicio donde guardar felicidad.

Fue ella la primera que habló al preguntarle qué era lo que lo entristecía. Él contestó que a veces la gente le guardaba rencor cuando debía marchar e incluso que algunos hasta lo odiaban... Antes de que él pudiera preguntar ella dijo que en su caso era al revés, que nadie quería estar con ella pero que cuando por alguna razón debía compartir el tiempo con ellos éstos se alegraban, y se sentían profundamente aliviados, cuando debía marcharse. La hacía feliz que algo de ella hiciera felices a otros.

Los dos sonrieron desde el mismísimo momento en el que escucharon sus voces... La timidez de él se esfumó y la oscuridad de ella pareció relajarse. Se abrazaron, y fue así como Sueño y Pesadilla se conocieron y amaron.

- Así que pesadilla y sueño son lo mismo...

- No, no del todo, pero sí son muy parecidos.

- Entonces, no tengo por qué tener miedo, ¿verdad?

- Claro, ahora que los conoces podrás aprender mucho mejor de ambos. Buenas noches.

11/12/2007

Con los pinceles de sus ojos dibuja trazos de color en mis pupilas, haciéndole cosquillas al aire, con cada uno de sus parpadeos. En su boca entreabierta intuyo una sed que mis labios gritan por saciar cercando el aire que separa nuestros rostros. Después, buceando en su pelo me aferro a su cintura mientras con sus manos acaricia mi nuca y acomoda su cabeza en mi pecho.

Aunque no puedo verlo creo que sus mejillas se encienden cuando el acero fundido que circula por mis venas sale impelido en cada latido. Su sonrisa es la caja en la que guarda bajo llave todos sus secretos.

Y me dejo seducir por la idea de que alguno lleve mi nombre.

11/06/2007

Con la mano temblorosa por la emoción rozó el tacto áspero del traje. Su piel se estremeció más por los recuerdos que despertó al tocarlo que por la pesadez y dureza de la tela. Era una prenda muy pesada, resistente, que dejaba marcas en el cuerpo cuando lo frotaba con un poco fuerza. Las marcas rojizas, ligeramente amoratadas, dejaban constancia en la carne. Sin embargo la marca indeleble se internaba hasta la memoria. Era inevitable sonreír siempre que una de esas señas quedaba tallada en el costado.

Inspiró con fuerza. El olor seguía siendo igual de intenso que antes aunque ahora se hallaba mezclado con un intruso aroma a polvo y abandono. Lo cogió con las dos manos y lo sacudió con fuerza. "Plom", "plom", el sonido de siempre justo antes de preparar la bolsa para el entrenamiento. Pesaba mucho para ser algodón, y mayor era su masa al acabar la lección de Sensei. El sudor había decolorado el negro inicial y genuino de la indumentaria. Ese sudor que tanto añoraba... Tan salado y constante que cuando se introducía en los ojos ya no iba hacia otro lugar. Era como si hubiese aprendido el camino y, a cada entramiento, una vez llegaba a las pupilas ya no podías sacarlo de ahí, como si no hubiera más partes en la anatomía. Tan salado, decía, que hacía hasta llorar. Cuántas veces tuvo que mirar hacia arriba para limpiarse las lágrimas provocadas por el salitre y de paso conseguir que las futuras invasoras se deshiciesen en el pelo.

Echó un nuevo vistazo y se dio cuenta de que necesitaba una chaqueta nueva, no obstante eso no hizo que se perdiera ni un ápice de la magia de ese momento. Pasó los ojos por el pantalón y lo asió con fuerza. Ya estaban muy desgastados, sucios, y además le quedarían mucho más cortos que antes. No le servirían para practicar pero sí para evocar recuerdos de su esencia, de la madurez espiritual que sintió desatarse desde el primer mes de entrenamiento. A su cabeza acudieron las premisas básicas que extrajo por sí mismo: esfuerzo, dedicación, seriedad (sin descuidar el buen humor), calma, tranquilidad, camaradería y lucha. Espiritualidad, sin duda.

Si el pantalón y la chaqueta habían tenido malos negocios con el tiempo y las circunstancias, del cinturón podría haber sido mejor ni hablar. Sonrió plenamente cuando observó la parte del traje que peor parada salía siempre. Ennegrecido por el suelo visitado día sí día también; oscurecido por el sudor de las manos de los compañeros; raído por los bordes y con las marcas de progresión casi sueltas de tanto rodar, saltar, y sobre todo caer y levantarse una vez tras otra.

Añoraba todo aquello como nunca antes pensó que lo haría. Los golpes en las muñecas, los punzantes dolores en las articulaciones castigadas en cada técnica. Las agujetas relampagueantes los días después de entrenar, provocadas por incontables abdominales y flexiones sobre los puños, dedos, y palmas de las manos. Su resistencia mejoró más de lo esperado e incluso, afirman muchos, hasta sus rasgos se endurecieron debido al sufrimiento de la carne... Que se ve recompensado, más adelante y sin demora, por la satisfacción del espíritu.

Necestiaba de nuevo el olor de la goma del tatami porque ninguna era como la de su dojo. Necesitaba de nuevo la madera del boken, porque añoraba el tacto del tsuba, y la tensión de sus antebrazos al empuñarlo. Necesitaba de nuevo el tanbo y el hanbo porque tenía mucho que aprender aún, porque le gustaba lucir para sí mismo, delante del espejo, las marcas que éstos hacían en sus costillas. Necesitaba un kubotan y un tanto. Echaba de menos las inflamaciones de la muñeca, las mismas que le recordaban que esa no era forma de bloquear. Y, cómo no, las voces de los Senpai, e incluso de Sensei algunas veces, diciéndole que eso no era un movimiento de cadera en condiciones y que con esos tai sabaki lo único que iba a ganar era un conjunto de cinco nudillos en la mandíbula. Nunca le especificaron si dentro o fuera... Seguramente en ambos lugares. Le encantaría volver a las bromas y al cachondeo que tenían lugar antes de entrar al tatami pero que, una vez dentro, se disipaban en una atomésfera de bien recibida disciplina.

Sonrió al recordar todo esto. Sonrió de verdad, sinceramente. Los guantes que usaba ahora para entrenar eran los mismos que utilizó en el dojo, y éstos lo mantenían unido al pasado que le enseñó su futuro.

Volvería cuanto antes y adquiriría un nuevo Shinobi Gi, el suyo ya estaba viejo y olía a polvo y abandono, y un nuevo Obi, por supuesto. Tenía mucho que aprender, no se iba a conformar, además, con ser séptimo kyu. Quería llegar a ser un Shinobi no mono.

10/29/2007

El invierno va ganándole terreno al tiempo y las tardes, poco a poco, le rinden pleitesía oscureciéndose cada día un poco más temprano. Los olivos azules, poblando campos a los que otorgan una geometría perfecta, se agitan lamiendo un viento que se comporta igual con sus copas que tu lengua con mi paladar.

Los días languidecen bajo muros de nubes grises y blancas a través de las cuales el Sol intenta convencer al mundo de que aún no ha perdido la batalla... Pero su voz no es más que el eco lejano de una locura atemporal. Más pronto que tarde se acostumbrará a su brillo pálido, blanquecino, propio de sus diciembres a enero y, consciente de la belleza que lo caracteriza en ese período, se hará de rogar tal vez durante días enteros.

Será en esos instantes gélidos que la soledad provoca en las estancias templadas cuando mi piel preguntará por ti en una queja que deberé responder con un paciente silencio. Cada viaje que emprenda para volver estará supervisado por mis ansias de ver agitándose un cielo de olivos que me dirá que estoy de nuevo en Aragón.

De nuevo en casa; y también en ti.

10/24/2007

Las nubes rosadas de la noche cobijan un cielo implacable y celoso. La luna contagia un rubor etéreo que solo es visible cuando el aliento se mezcla con el aire. Ya hace frío y la piel del rostro manda calambrazos por la falta de costumbre con nombre de primavera. En un banco, a la luz de su sonrisa, habla.

- Solo, mas acompañado de nubes rojizas que velan por una luna esquiva. Frío, mas a punto mi interior de fundirse por las ganas de hacer algo. Quiero mover con la determinación de mi mente esta bóveda ausente de estrellas.

Vuelve el silencio. Algún sonido lejano profana la atmósfera sacra. No le importa pues la noche es suya. Siente en su piel la voz de la misma a través del tacto de muerte de la brisa que mueve, furtiva y metálica.

- Tengo este espejo, esta teórica devolución de lo que soy. Pero mi alma no se imprime en el cristal que me parodia. Pintada en carmín una sonrisa que dobla el tamaño de mi boca. Mis ojos no se reflejan aquí porque mi homólogo intocable no puede sostenerlos. Mis ojos son míos, su mirada también me pertenece.

Imágenes de otros tiempos se arremolinan en su mente haciendo que todo cuanto le rodea parezca aún más irreal. Alza al cielo una plegaria silenciosa que se pronuncia desde sus pupilas. Le responde una luz viajera desde alguna farola.

- Y ahora, no veo. Sin ver no sabré qué inspira mi mirada. Sin saber solo viviré con lo que recuerdo. Sin inspiración no podré alimentar mi memoria. ¿Qué puedo hacer?

Aprieta sus ojos contra las cuencas. Fuerte, fuerte, y los frota un poco con el dorso de sus manos. Pero no hay manos, sino guantes manchados de cera blanca. Empieza a llover. Tímidas gotas que se escurren de unas nubes que parecen de fuego lejano; del fuego que da calor pero que no quema.

- Ha mejorado mi vista. Mis sentidos gritan en júbilo. Menos mal, dicen mis oídos. Y menos mal, les respondo. En mis manos enfundadas de negro sigue este espejo y me otorga la imagen que creo que llevo por dentro.

Dos gotas de lluvia han salpicado al duplicador de entes, al que fabrica seres que no son, justo a la altura de los ojos.

- Que mi sonrisa no fuera apropiada tampoco quiere decir que desease esto. Espejo, esta vez se ha extralimitado. Hoy no quiero verme como usted dice que soy.

Con un gesto leve apoya el espejo en el banco. Se levanta y susurra a los duendes de la noche, a las locuras de su testa, que lo que quiere es reír cuando quiera reír y llorar cuando le apetezca. No desea estar atrapado en un reflejo, en una realidad de cristal.

Se frota con los guantes el rostro hasta que cree que el tamaño de su boca es el natural. Deja los guantes junto al espejo y el bombín a los pies del banco. Los pantalones bombachos delatan que acaba de cambiar su existencia.

A partir de esa noche observaría a otros y reiría sin más. Ya no quería seguir siendo un payaso.

10/22/2007

Un calor asfixiante entumece mis piernas, mi torso, y mis mejillas amenazan con fundirse. No tengo, en este instante, nada más que la música que flirtea con mis oídos. Nada más que yo mismo encerrado en una inmensidad inabarcable.

Las ganas de enfrentarme a la noche, a su oscuro estar y su frío recibir, enardecen un ánimo suicida que desafía cuanto le rodea. Un ánimo calculador pero enloquecido que destroza límites con solo mirarlos. Así podría tocar a cualquiera en cualquier momento.

Envuelto por aire cálido me desvivo por acumular, hasta con las manos, el seductor frío que se cuela por la ventana arrojando claridad a mis ideas. Qué haré con quien me encuentre sin que le haya buscado; dónde dejaré mis aullidos perpetrados en silencio a la luna gris cuando eso ocurra.

Es en momentos como este en los que me aproximo más a mi identidad. En los que pierdo el miedo al ridículo y me siento capaz de todo. Mis sueños hablan dentro de mí sobre escapar por el hueco de mis pestañas, pudiendo así ser totalmente libres para construir un templo de fantasías.


Fantasías donde creeré saber totalmente quién soy. Y al despertar ¿seguiré con este calor o la oscuridad nocturna habrá enfriado mi cuerpo y entrañas, justo antes de que la mañana rompa el alba con cuchillas de luz homicidas?

Cuchillas de luz que calentarán hasta lo insufrible la locura que me envuelve en fuego. No habrá nadie entonces, como no lo hay ahora. Ahora.

10/20/2007

Presta atención y escucha ese sonido. Son voces. Voces de otros mundos que llegan a nosotros a través del viento. ¿Sientes el viento? Abandona tu cuerpo a los mandatos de tu mente, relájate, pierde la consciencia de todos los músculos y deja que te envuelva, que te envuelva con su mano firme. Que su lengua de invisibilidad invoque un ejército de escalofríos desde tu nuca hasta los talones. Déjame ser viento en tu abandono.

Balancéate sin miedo pues aunque caigas el dolor será pasajero, en caso de que exista. Todos los segundos de tu existencia se derramarán delante de ti, en la inmensa negrura que ves al cerrar los ojos, y te hablarán de recuerdos, de tiempos mejores, de cuando pensabas que serías inmortal. Yo quiero ser eterno en tus palabras.

Tal vez, cuando inicies tu descenso, quieras estirar las manos más allá de lo posible para agarrar la esencia de lo que se te escapa. No te atormentes, no permitas que la angustia sitie tu alma, pues lo que querrás aferrar acabará por escapar entre las rendijas de tus manos. Cristales de arena y ceniza que no dudarán en rasgarte la carne hasta los huesos si les dejas, recuerdos los llaman. Anhelo ser el recuerdo que no te hiera.

Estarás a punto de llegar al suelo cuando eso haya ocurrido, no te preocupes, procura no tener miedo. Las voces de tus ancestros te guiarán en el trayecto. Yo he venido aquí para que no te asustes por los gritos de los cobardes, para ver que todo marcha bien.

He venido para ser, desde esta orilla, el viento en tu abandono y dirigir con él un ejército de escalofríos en tu anatomía; he venido para ser eterno en tus palabras, en las que pronunciaste y en las que has callado. Estoy aquí para ser el recuerdo amable que no desgarra. He permanecido a tu lado para asegurarme de que todo marcha bien.

Venga, no te demores, obedece a esos susurros pues sus propietarios son pura calidez dispuesta a complacerte. Si lloro es porque no vas a volver; si sonrío es porque algún día iré contigo. Cuando las voces me llamen, el viento me envuelva en abandono y sea eterno. Cuando los recuerdos se me escapen entre los dedos.

¿Que cuándo te encontraré? En el momento en el que tu voz me requiera. En el instante mismo en el que este lugar no sea el escenario de mi guión. Espero que me beses en la orilla cuando Caronte me diga que en su barca se encuentra mi nombre, en el mismo lugar en el que ahora se lee el tuyo.

Las butacas están vacías, me ha encantado la obra. La obra de nuestros días.

10/17/2007

Protegido por burbujas de silencio buceo por entre tus entrañas. La sangre que lleva mi nombre desde tus pulsaciones resbala por la superficie de las palabras calladas y a cada inhalación muere un pálpito que era nuevo hasta hace un segundo. Sin embargo, y a pesar de todo, puedo percibir el inconfundible aroma metálico del escarlata de vida.

No tengo miedo a estas alturas y he optado por hablar con los ojos, así serán auténticos los que me escuchen. ¿Tú me escuchas? La respuesta es contundentemente clara cuando en mi pecho escucho latir tu corazón.

Apóyate en mi hombro mientras mis brazos se comportan como extensiones de mi alma. Así te rodearé en toda tu existencia y me quedaré una parte siempre para mí. La de tus contadas sonrisas, tal vez; la de tus inagotables ganas de besar.

Acaríciame la herida que has hecho en mi cuello al morderme, por favor, que no me gusta que las cosas queden a medias.

10/10/2007

Porque te juro que lo intento. Necesito que me acojas en tus brazos y limpies los pecados que manchan la piel que me cubre. No puedo guardar más las distancias... ¿Sí? No lo sé, por eso quiero volver, volver a la legitimidad de donde pertenezco y encontrarte.

Buscaré tus manos para que arrastres el mal que, creo, se ha ido adhiriendo a mi carne; buscaré tus silencios para educar mis palabras y tus ojos para hablarte con mi mirada. Quiero hallar tus oídos, para verter en ellos las confesiones terribles que me ahogan, que me asfixian, que me hacen sentir incontrolable.

Descubro pozos de miseria y socavo el alma de algunas personas. Asumo mi culpa, pero deseo que me redimas. Del modo que sea, pues eres tú quien lee más que las palabras cuando te enfrentas a las páginas profanadas por mi tinta, por mi mente. Ambos sabemos que la culpa no es mía, ambos sabemos que no hay culpa.

Pero entonces, ¿por qué anhleo tanto tus uñas? Que te aprietes contra mí. Y aunque no nos amásemos con la carne podamos hacerlo en una comprensión tácita. Deseo que sea feliz como hasta ahora; deseo ser la criatura que obedezca tus requerimientos y alivie tu sufrimiento. Deseo que ella tampoco sufra.

Quiero estar solo y al mismo tiempo a tu lado. Que me guíes, que me ayudes. Que confíes en mí para no volver a interferir. Que me duermas con un beso, que sigas queriendo y no pudiendo acabar de dibujar mi nariz.

Quiero que nos queramos sin ser esclavos el uno del otro. Quiero ofrecerte una parte de mi alma sin que intentes apoderarte de mis secretos. Quiero lo mismo, pero a la inversa.

Para seguir siendo, así, tan libre como creo que soy.

10/08/2007

Una criatura intermedia mediando entre dos mundos pero pudiendo acceder solo a uno. Las fronteras de ambos territorios están a cada uno de sus lados aprisionándolo entre el conocimiento de lo posible y de lo no recomendable. Se mantiene en vilo, aunque constante y fuerte, sonriendo ante la adversidad y la ineludible certeza de que ahí no debe introducirse.

"Ni un paso más", repite para sus adentros. Y se queda ahí quieto, mirando, observando cómo se desarrolla la vida al otro lado de esa línea imaginaria pero claramente definida. Temblando desde las falanges hasta los globos oculares reprime gotitas de cristal que pujan por resbalar hasta sus labios.

Continuará en su mundo, tranquilo como hasta ahora, recordando el hecho innegable de que hay lugares a los que no se puede llegar. Llora por dentro, pero al mismo tiempo se alegra de poder contemplar algo tan hermoso. No es para él, pero sigue siendo algo bello.

Así que suspira y se dispone a hacer lo que sabía que antes o después tendría que realizar. Con ojitos de despedida lanza una mirada cargada de emoción hacia un territorio lejano pero al alcance de sus dedos. Aunque tampoco quiere hacerlo sabe que debe resignarse ante lo incambiable.

Sabe que tantas veces como pruebe a tocarlo tantas se tornará polvo. A pesar de ser consciente de que no debía visitó, sin visado, el lugar del que ahora se exiliaba voluntariamente. Hubiera querido quedarse pero su auténtico lugar lo reclamaba para sí. Solo para sí. Un sitio de sueño y palabras, de miradas dormidas y ojos despiertos.

No obstante tampoco puede negarse que de vez en cuando volverá a las puertas, viendo al otro lado, como un perro a los pies de la cama de su amo. Esperando. Esperando en vilo, constante, fuerte. Complacido por haber visto algo tan hermoso que es bello aunque no sea para él.

Aún hay tiempo para todos y para él para soñar. Por eso ahora se da la vuelta, con el gesto serio y sereno, para emprender el camino hacia su parcela, su auténtico emplazamiento. Y cuando entre sonreirá para sí, y no dejará de hacerlo cuando vuelva la vista atrás, hacia el lugar del que acaba de marcharse.

Le encantaría poder desplegar unas poderosas alas para sobrevolar todo su reino.

10/07/2007

En compañías de soledad discurre el Ebro por mis adentros. En barcos de papel navegan mis recuerdos río abajo, y yo con la certeza de que en el horizonte veré crecer de la nada la basílica de El Pilar. Caminar por entre la niebla que arropa la ribera del más caudaloso de España.

Arrastrando los pies por el suelo ajeno me traslado a los adoquines de la vieja ciudad, al pavimento lamido por el cierzo del puente de Santiago. Ese cierzo castizo que araña a ráfagas hasta los cimientos del alma haciendo temblar tu cuerpo mientras intentas subir un poco más la cremallera del abrigo.

Y seguir, calle abajo, dejando a la derecha el parque en honor al que aguantó el tipo contra los de Napoleón. El lago se balancea como una aparición también revestida por una humedad vaporosa y la farola de siempre, la que nos alumbra cuando vamos, sigue emitiendo convulsos haces de luz. A lo mejor algún día la arreglan.

Cruzando las anchas avenidas del barrio que comienza recto y hacia el norte desde la renovada Chimenea te das cuenta de que has dejado atrás el parque. Oculto por entre las callejuelas que guían a dos colegios vecinos y en discordia sonrío en mi memoria. Llego a la antigua calle donde viví hace unos años, mirando desde lejos a ese séptimo piso acompañado de la primera del alfabeto. De cuando padre compartía su sangre con los de este lado.

Paso de largo, tirando hacia adelante, desembocando en la avenida con nombre de pintor sureño. Cogiendo hacia la izquierda para llegar al puerto al que arribarán en barcos de papel todos mis recuerdos. Sentados a la mesa, bebiendo de jarras y vasos, vistiendo sus rostros de sonrisas y alegría. Estando en casa, en el bar de todos los días.

Para que no camine mucho más en compañías de soledad. Mis amigos ahí, esperando a que les diga de jugar al futbolín.

10/03/2007

Es no estar pendiente del teléfono porque sabes que volverás a su voz. Es no necesitar su número porque tienes la certeza de que tus ojos se llenarán de nuevo con su mirada. Es no tener miedo a pensar constantemente en ella preguntándote si será mutuo. Es tener guardada en la mochila su última carta para sentir que va contigo.

Es comprender que te comprende como tú a ella. Es compartir inquietudes. Es observar embelesado el vuelo de sus secretos sin querer cortarles las alas. Es mirar el cielo de sus pupilas al caer en el silencio sin querer convertirte en su sol. Es que se convierta, sin que te des cuenta, en la luna del tuyo.

Es darse cuenta de que cambias. Es cambiar sin apenas darte cuenta. Es sonreír a las penas para alegrar a la tristeza. Es saber que te saben. Saber que te esperan. Esperar que te encuentre en cualquier momento. Es en cualquier momento esperar encontrarla.

Es estudiar su caligrafía. Es imaginar que eres el contenido de sus palabras. Es contener las palabras en el corazón y sostenerlas en la mano abierta con la palma hacia arriba para que cualquiera pueda verlas.

Es desear a cualquiera lo que sientes. No sé cómo se llama, pero sé que eso es.

9/30/2007

Durante el período empleado en pasear al perro por la noche las partes, nombradas a continuación, Yo mismo y Mi Otra parte, establecen como puntos de mutuo acuerdo la enumeración que prosigue a partir, inmediatamente, de aquí:

· Que nunca he sabido distinguir el bien del mal.

· Que los efímeros destellos y reflejos que la luz del sol dibuja al colarse por las ranuras de mi persiana siempre son más rápidos que yo a la hora de desplazarse.

· Que por mucho que lo intente nunca podré coger esos destellos y reflejos.

· Que a pesar de todo seguiré intentándolo.

· Que es mucho más emocionante asomarse al abismo del qué pasará sin tener alas.

· Que la caída por dicho abismo asusta. Pero también emociona.

· Que la emoción se torna preocupación cuando observas que no sabes hasta dónde vas a llegar o cuándo vas a parar. Eso si paras.

· Que la preocupación se va cuando recuerdo la ansiedad de esos labios.

· Que esos labios han hecho que me asome a un lugar en el que había una señal donde se leía abismo del qué pasará.

· Que no tengo ni idea de qué es lo que va a pasar.

· Que estoy asustado.

· Que "a saber dónde me he metido".

· Que y ahora qué.

· Que ya se ha dicho que a saber.

· Que sigo en calma conmigo mismo.

· Que tampoco hay tanto por lo que preocuparse.

· Que eso no hace que me preocupe menos.

· Que quiero seguir soñando como hasta ahora.

· Que si alguna vez me despierto sea con una mano amiga dispuesta a rozarme la piel.

· Que el sonido de un violín tocado con rabia y maestría es más magnífico que tocado sin rabia y con maestría.

· Que el punto anterior, aunque a destiempo, era de rigurosa importancia incluirlo en la lista.

· Que estoy ansioso y necesito comenzar de nuevo a dedicarme a las artes marciales.

· Que me costará dormir porque hay un remolino de no sé qué y nervios centrifugándome el estómago.

· Que estoy preocupado por ella.

· Que, a efectos del anterior punto, ya sé de qué me preocupaba y preocupo.

· Que la hechicería y la magia está en los labios de las bocas que más callan.

· Que con mis dedos quiero esculpir su rostro a caricias.

· Que no sé qué más quiero.

Así bien, y atendiendo al inquebrantable juramento de sinceridad al comenzar la anterior discusión y enumeración de los asuntos discutidos que nos han llevado a la lista inmediatamente anterior a este párrafo, se concluye el contrato de conciencia con los mejores deseos hacia ambas partes, confiando en que seguirán amándose la una a la otra del mismo modo que hasta ahora ya que ambas aseguran es la mejor y más honesta encontrada a lo largo de su experiencia.

Sin más que añadir las partes, abajo firmantes, han cerrado el cómputo de las cláusulas con el más honesto de los gestos. Una sonrisa de esas que hacen que el rostro se ilumine y arrugue la piel de al lado de los ojos justo antes de las sienes.

Firmado:

Yo mismo. Mi Otra Parte.


PD: Yo doy fe de que todo ha sido llevado a cabo bajo la más estricta de la legalidad y mirada crítica que impuse a mi existencia desde que tengo uso de razón razonable.

9/27/2007

Aún resonaban en su memoria a corto plazo las palabras ofensivas y la amenaza que lanzó contra él; su memoria a largo plazo tampoco dejaría que se esfumasen esas sílabas, ese odio, esa furia. "Odio, ¿eh?" Pensó... No estaba muy seguro de qué debía sentir pero sabía bien que la vergüenza no sería su compañera durante mucho tiempo.

Justicia o venganza... Cuál era la línea que las separaba, cuál el matiz clave para saber discernirlas sin duda ni vacilación. Tal vez no existiera ese punto y todo dependiese de la persona, del ser, de la valentía o la mezquindad de cada uno.

Creyó que la decisión había acabado de tomarla en ese momento pero en realidad solo había sido perfilado su último retoque; el cincel maestro de su mente acababa de terminar lo que había empezado nada más hubo sido amenazado. No es que estuviera resentido con el mundo ni nada en particular... Solo quería comprobar si las personas que dicen ciertas palabras podrían respaldar lo dicho con actos.

Salió de su casa. Era de noche y refrescaba. No tenía la necesidad de esconderse. Sabía que los que no tienen nada que esconder no temen mostrarse tal y como son. Y eso era lo que estaba dispuesto a hacer. Caminó paso a paso, disfrutando hasta en el paladar cada uno de los segundos que lo acercaban a su destino.

Tenía muy claro dónde vivía el sujeto que tanto había lanzado por su boca. "Raro de mierda, un día de estos te meteré todos esos dibujitos de japoneses por el culo." No tenía nada que ocultar así que llevó un par de tomos, los más gordos que encontró para ver si el valiente lo era de verdad.

Llegó adonde debía. Una verja cortaba el paso y tras ella un muro de cipreses cortados para formar un seto repetían el contorno de la parcela. Se encaramó a la verja, saltó sobre los setos y cayó al suelo. Cayó bien, pero las plantas de sus pies le escocieron sobremanera. No obstante se contuvo.

Ya que estaba no quería ser tan zafio de llamar a la puerta así que prefirió asomarse a la ventana. A la del salón, pues fue en la que vio luz. Le daba igual que estuvieran los padres del otro chico, solo iba a experimentar. No se acercó ningún adulto. La voz blasfema sonó desde dentro de la casa. Asómate a la ventana, gritó el de fuera, y lo miró a los ojos.

- Traigo dos tomos repletos de dibujos japoneses, me preguntaba si tendrías huevos de alojarlos en mi recto tal y como has dicho delante de tus amigotes esta tarde.

La perplejidad se convirtió en humana cuando el de dentro escuchó semejante frase.

- ¿Están tus padres? Porque si lo están es mejor que salgas fuera a ver qué tal se te da el asunto, tampoco quiero mancillar el hogar que han construido.

- No están, y no me jodas. Vete a tu casa a dormir, jodido monstruito.

Sus padres no estaban. Y sabía que era hijo único... Sin saber de qué manera un chispazo brutal sacudió sus entrañas y avivó su instinto. Algo más fuerte que su propia existencia lo impulsó a entrar, a no marcharse, a cumplir una misión.

- Así que estás solo... Comprendo. Eso cambia mucho las cosas, ¿no crees? Sal de una vez o entro. Y te juro que de aquí no me voy sin comprobar que eres tan valiente como crees.

El otro cerró la ventana y en sus ojos resplandeció mínimamente el terror. Aún así, segundos después, se abrió la puerta.

- Qué quieres.

- No lo sé muy bien... Y hasta hace un momento tampoco pero resulta que ahora no puedo evitar deseos de destrozarte. Un calor progresivo está entumeciendo en ardor mis músculos y el frenesí revividor del salvajismo me está impulsando poco a poco.

Paso a paso. Las palabras fluían pacíficamente de su mente a su boca y de su boca al aire. No había que forzar nada, no había que teatralizar. Paso a paso y se plantó a menos de un metro del amenazador vespertino.

- Toma. Cógelos. Cumple lo que has dicho. Sé un hombre.

Las manos le temblaron al intentar coger los tomos de esas manos firmes que se los ofrecían. No fue suficiente poner todo el empeño del que disponía y acabaron por caer. Curioso acto el que acababa de tener lugar.

- No puedo frenarme. Siento que esto tenga que ocurrir de esta manera pero tal vez sea la única. En esta noche tan deliciosa un ser que no conocía en mi interior me ha susurrado su nombre desde mis pulsaciones. Ahora mi sangre es más roja, más caliente. Mis sentimientos más viscerales, más puros, más auténticos. Si no estuvieras temblando tan trágicamente puede que esto tuviese un final distinto, pero creo que no va a ser así.

Lentamente se desprendió de su sudadera y se quitó la camiseta. Su torso se antojó de plata cuando la luna lo rozó con sus dedos intangibles. Avanzó un poco más y sin dudarlo asestó un puñetazo brutal sobre la mandíbula del que estaba frente a él. "¡Lucha! Lucha, maldito, pues somos uno a uno y te estoy dando la oportunidad. Vencer o perder. ¿Ganar o morir?"

Otro puñetazo. Frente a él no había más que una masa de carne y huesos tambaleantes sin identidad propia. Trató de detenerse, de hallar una vía para el perdón. Ya había demostrado que el otro era un cobarde. Sin embargo sentía un placer extático al golpear, al comprender que en sus huesos y su carne dolorida encontraba una expiación a los pecados que cometió contra sí mismo.

Un golpe más, y otro, y otro... El sonido seco del impacto de la carne contra la carne. "Amaos los unos a los otros como yo os he amado..." No comprendió el porqué de la asistencia de esas palabras a su mente. ¿Acaso era él quien blasfemaba ahora? Curiosa ironía, macabro sarcasmo.

La sangre salpicaba aquí y allá. El suelo de mármol negro empezó a cubrirse de tibieza. Y él sudaba. A cada golpe que asestaba un centímetro se ampliaba su sonrisa. Su torso ensangrentado de esencia vital ajena le confería un aspecto espectral. El de un demonio enloquecido, el de un humano consciente de su capacidad.

Los dientes que sus mandíbulas apretaban eran el envidiado deseo de la boca del golpeado. Un rostro hinchado, amoratado y rojo. Resbaladizo y caliente. Un rostro magullado de huesos machacados contra el suelo. Golpe a golpe, hueso a hueso. Cogió la cabeza con sus manos, la elevó con delicadeza, con poética suavidad, y la empotró con delirante rabia y oscuro romanticismo contra el suelo ansioso de paz y calma.

De forma instintiva supo cuándo parar. Se dio cuenta de que estaba a horcajadas sobre el cuerpo de su rival. No sabía cuánto llevaba así ni cuánto el otro inerte. Lejos de sentirse cruel o inhumano, monstruoso tal vez, se sintió renacer.

Un nuevo ser en sí mismo, una nueva existencia. Un odio fulgurante era irradiado por sus ojos destacando una voracidad aciaga. La noche seguía siendo exquisita. Su cuerpo, aunque no ya de plata, era de un escarlata con destellos nacarados. Amada Luna, en tu sonrisa por lo presenciado hallo mi satisfacción por lo hecho.

Los dos tomos estaban en el suelo. Se agachó y los recogió. De uno de ellos arrancó una página y la depositó en el pecho de su víctima. Cogió los brazos carentes de voluntad vital y los colocó sobre ésta. Se veía dibujado un ser sonriente y salvaje. Un ser sin miedo a la vida.

Se miró a sí mismo y se dio cuenta de una cosa... Aún quedaban otros tres por conocerlo.

9/21/2007

El futuro, infiel consejero que me depara un destino aciago. Contaminado en mis entrañas sigo en pie de guerra. Mi alma por un lado, mi mente sentada en los peldaños de la escalera. Me busco, me busco a mí mismo en una soledad instructiva pero ingrata. Limpio mi veneno de inseguridades, las dudas se alejan mientras mis dos mitades se unen.

Poco a poco soy uno y no hay victoria, ni tregua. Solo paz. Una paz exquisita que me besa con dulzura la piel quemada por el sol y las lágrimas. Ya veo el sol, noto cómo la ponzoña se marcha. El ser oscuro de frío y negrura se torna gris, poco a poco lo veo y lo escucho llorar. "Por qué lloras..." Se siente ahora él más solo de lo que me sentía yo cuando me poseyó en sus carcajadas.

Reías cuando yo lloraba. "Lo sé", replica, y no puedo ahuyentarlo sino que le tiendo la mano. Ven a mí, te lo ruego, pues somos lo mismo; pedazos que en solitario no son más que la constatación de nuestra disparidad y lo inútil. Inútiles los unos sin los otros. Un puzle macabro. Me pregunta si le perdono y le respondo que sí. "Aún lloras..." "¿Y tú?"

Yo sobre mis mejillas, él sobre mi espalda. "Abrázame", pide entre sollozos. Me fundo con el ser de sombra y al separarnos comprendo que soy yo quien sangra. "¡Estoy sangrando! ¡Me fundo en escarlata!" He creído que se mofaba pero es deseperación lo que transmiten sus gestos hacia mi consciencia. De repente se calma y murmura: "Yo también". No debemos temer, siento al descomponerme.

Entonces veo el temor diluirse en un vapor blanco, blanco, no gris; el frío se hace calidez y la polución que nos consumía se torna pureza y frescor. De esa guerra he salido yo, siendo muchos, siendo uno. "¿He esquivado al destino o el destino quería que lo soslayase? Nunca lo sabré, mas un tesoro he encontrado en las ruinas". No confíes tus secretos al tiempo venidero ni charles demasiado con tus fantasmas, estandartes del pasado, seres de tiempo convertido en ceniza; si lo haces, prepárate para la batalla.

9/17/2007

Si ha de llover que sea tormenta, pensó mientras se asomaba a la ventana. La lluvia de tormenta le gustaba más. Era menos constante pero más pasional y golpeaba con más fuerza. Tenía la impresión de que limpiaba con más ímpetu la suciedad. Y que el olor a tierra mojada era más intenso y ese era un dato determinante. El olor a tierra mojada le limpiaba el alma. Eso es lo que pensaba.

Los primeros truenos llenaron sus oídos de esperanza. Bajó a la calle tan rápido como pudo y se puso a buscar un lugar agradable en el que tumbarse de panza al cielo. Si todo iba bien se empaparía pero no le importaba. Quería ser uno con la tormenta y que el agua de ésta lo limpiara por fuera y por dentro.

Las primeras gotas resbalaron de las nubes y acariciaron su rostro. Poco a poco cobraron fuerza las siguientes y el golpeteo empezó a ser constante. Rió de buena gana, alborotó con ilusión y sonreía de pleno regocijo. La lluvia estaba cubriéndolo con un manto de humedad purificante. Todo estaba yendo bien, maravillosamente bien.

Inspiraba cada vez con más fuerza hasta que casi llegaba a marearse. Ese aroma que llega tan adentro de sí mismo lo transportaba a un país de recuerdos y memoria pendiente. La lluvia amainó poco a poco y la negrura de las nubes tormentosas se fue diluyendo en la lejanía. Cuando creyó que estaba lo suficientemente limpio subió a su casa.

Alguien le preguntó que por qué se había quedado tumbado en el suelo del parque durante la tormenta. No hizo caso y volvió a su casa, a la ventana donde había visto nacer a la tormenta. "Para no presentarme sucio ante ella".

Acto seguido saltó la barandilla y se precipitó al vacío desde el séptimo piso. Había que estar impecable para cruzar al otro lado del lago.

9/04/2007

Es un lugar de parada obligada para las almas en tránsito al cielo. Es un lugar de parada obligada a los cuerpos cuyo sitio aún está entre los mortales. Ubicado donde Aragón ve nacer a los Pirineos este pequeño asentamiento se levanta en el fondo del valle rodeado de montañas. Un verde oscuro que se traga todo el gris acumulado en tu carne y en tu mente; paredes de roca blanquecina que dan cobijo a carroñeros y rapaces de majestuoso vuelo.

Respetado por la carretera que lo bordea en sus calles bulle la actividad de la que, en unos meses, solo guardarán secretos las piedras de las paredes y los cantos de un río que sufrirá el castigo del mes de julio. Paredes que se ven, ya, azotadas por un viento de soledad que únicamente ansía escuchar, de nuevo, el griterío juvenil de cuantos nos juntamos ahí para compartir el privilegio de tener un lugar específico en el seno de sus recovecos.

Recovecos, esquinas y callejones que en mi mente se antojan laberintos de color e historia. No puedes caminar sobre su suelo sin escuchar las leyendas que acuden a tu mente desde las sombras que el sol o la luna proyectan dependiendo de a qué hora te entregues al paseo. Bellísima luna que juegas entre las nubes baña de plata los balcones de mi casa, de la fachada en ruinas que anhela la salvación de quien la comprenda.

¿Qué cuento me dedicas hoy, hada bajada del bosque esmeralda que parecerá negro y metal si a Selene se le escapan los litros de plata que en su resplandor guarda? Regálame esa bóveda de estrellas que tanto echaban de menos estos ojos emocionados de verte; dame la oportunidad de ver cruzar el cielo a las lágrimas de algún dios que sobrevuela los tejados de este pueblo.

Todo el año amándote en silencio que ahora, sin abrir la boca, expresaré sonriendo mientras inspiro el olor sagrado a espliego, romero y tierra mojada. En invierno nos vemos, de nuevo, esta mi tierra amada.

7/11/2007

Parece que no me siento inspirado pero, por una vez, no puedo esperar paciente ya que cada minuto es crucial. Ha sido un tiempo corto, tan corto como pleno. Por eso no puedo dejar escapar esta oportunidad. No sé cuándo volvería a estar frente a esto y miraros a los ojos sabiendo que lo habéis leído o, al menos, contando con la posibilidad de que lo hagáis antes de que me haya marchado.

No puedo evitar sentiros más lejos a cada día que pasa, como una melodía que se aleja conforme la canción se acaba. Poco a poco se atenúa hasta llegar a un silencio plomizo que, generalmente, nos hace suspirar. Temo a ese silencio, al final de esa melodía y a los últimos compases de la canción que se ha compuesto en estos días.

Sin embargo no hay de qué quejarse ni por qué protestar. No hay pesares ni peros, únicamente la decisión de partir y el respeto de mi elección. Es lo que quiero, me repito constantemente, pero una punta de acero se inserta entre mis costillas por el lazo izquierdo, aunque después de todo no está tan lejos... Tal vez todo dura cuanto debe durar y cada cual vive el tiempo que le corresponde. Puede que nuestro tiempo esté decidido desde el primer segundo pero que tengamos libertad plena para hacer con él lo que queramos.

Cada uno me recordáis un poema distinto y asimismo un verso único del mismo poema. Un instrumento indispensable, un engranaje vital. De tus ojos negros se me llena la pena si me asomo a tu mirada y busco tu sonrisa para vaciar en un cubo de alivio la desazón provocada por un llanto latente que se derramará, a todas luces, pronto. Sé que a veces he sido algo duro contigo... No tomes esta frase como un remordimiento sino como un recordatorio. Solo se exige de quien se espera.

De tus sonrisas la inquietud por la marcha inminente y la alegría de que esté siguiendo un camino que siempre ha parecido ser el mío. Así como la angustia que compartes. Del gesto de tus hombros la comprensión de lo que ocurre y el saber que a pesar de las palabras que puedas decir no hallaré más alivio del que pueda encontrar en tus manos o carcajadas. Sigue entrenando, día a día y no lo dejes por duro que sea.

En tu silencio buceo para intentar saber qué piensas. Puede que tú no pienses nada en este sentido, puede que sí. Que te acordarás de mí es seguro, el que descubrió el fubolista latente de tu interior. A lo mejor con los mechones de tu pelo cubras algún día tu cara al echarme de menos. Ya veremos si es así...

De ti, tu felicidad constante y tu desparpajo no extraigo nada más que la pura esencia de lo que sé que creo que eres y el sentir un éxtasis contagioso de que todo puede ser risa siempre que queramos. Aún así, en tus bromas y gracias, imagino tu rostro con porte solemne esperando verme pronto de nuevo. Tan pronto como sea posible. Y tú, solo me quedas tú... Te conozco lo suficiente como para saber que me darás un abrazo y dirás algo que nos haga rr a todos disfrazando la tristeza y recordando que todo esto tiene más de hasta luego que de adiós. Aunque en mí habite el temor de lo segundo y piense que pueda ser igual en vosotros.

Ha sido genial. Y espero que así siga, hasta que el tiempo convierta mi memoria en ceniza. Porque el mundo está en mis retinas y Zaragoza en mis adentros.