9/29/2005

Sus ojos inexpresivos, a pesar de todo, aún decían algo. A plena luz encontró una sombra. Lo tenía pensado, aunque dudaba de su valor. Se acurrucó y empezó a lloriquear, como lo hace un cachorro sin madre de la que mamar.

Tenía miedo, y una solución a ese miedo. Miró al cielo, al suelo, a sí mismo y le dio un vuelco el corazón. Sus ojos no decían nada más que algo muy claro. Se apretujó aún más contra la sombra de aquel rincón, para evitar que la luz lo rozase siquiera.

No sabía que alguien lo miraba. Las ojeras dejaban al descubierto lo debilidad de un espíritu endeble, de un alma corrompida por una maldad que fue incapaz de controlar. Se refugió en lo difícil de su situación, se convenció de que todo era imposible y se juró que moriría matando.

Sacó algo de su bolsillo, un pequeño destello en la sombra. Le temblaba el pulso, sin embargo no retrocedió. Los ojos que habitaban la sombra vieron cómo el desgraciado rasgaba sus venas con el filo del odio que se tenía a sí mismo y vomitaba de miedo al sentir que no había remedio ya, porque la vida se le escurría por los brazos en un torrente escarlata.


9/22/2005

El estómago acusaba lo tardío de la hora. A pesar no haber pasado apenas unas horas desde que se levantó, la noche ya había entrado de lleno en las casas. Las tiñó de azul oscuro, como suele hacer siempre, con ese sigilo innato que la caracteriza, cubriéndolo todo de silencio, tan solo quebrantado por aquellos que no dormían en solitario.

Tenía hambre, mucho hambre. Tanto, que la garganta le raspaba el paladar, sus dientes casi le dolían y en su sistema digestivo un océano de jugos gástricos realmente potentes. Hambre, y sed. Una sed de rojo intenso. La luna, a medio crecer todavía, arrojaba un poquito de luz plateada sobre su piel blancuzca. Su sangre, empezaba a entibiarse; en los ojos, unas pupilas negras y diminutas se perdían en un inmenso iris marrón.

Llevaba demasiado tiempo así, desde que la conoció... Tres días con sus tres noches, no podía más... Se odiaba a sí mismo por ser lo que era, pero también se amaba por eso mismo... La contradicción atormentaba su cabeza martilleando su pensamiento. Las dudas lo azotaban, pero ya había tomado una decisión... No podía seguir así, de hecho, no quería que siguieran así.

La había llamado hacía una hora aproximada. Sobresaltada por lo extraño de la hora le dijo que se ducharía antes de ir... A pesar de todo, se notaba un tono de deseo en su voz, un tono de curiosidad que se entremezclaba con la preocupación y la aprensión de haber sido telefoneada a esas horas, a pesar de que siempre se encontraban de noche.

Se duchó, olía perfecta. La amalgama de sensaciones le daba un aroma propio y penetrante que se conprometía con la fragancia del gel de ducha. Pidió un taxi. Llegó adonde la estaba esperando, dejando tras de sí una estela de un perfume a pura vida, a renacer; dejando una estela de impaciencia y ganas por dejarse mecer de nuevo en sus brazos, de sentirse niña y mujer al mismo tiempo. Ya imaginaba sus manos frías calentándose al recorrer el que dentro de un momento iba a ser su cuerpo desnudo.

Y subió. Y él la vio. Tan preciosa como siempre. Con ese color entre marrón y blanco por la luna. Con ese color en su tez manchado de sombra por la oscuridad de la casa que estaba habitando. A veinte metros y él sintió lo que sentía, un vuelco al corazón, la sangre en un torrente imparable hacia el final de su vientre y el comienzo de sus sienes. Por un momento sintió una tentación casi irrefrenable para ir a por ella...Sería tan fácil.

Sin embargo, prefirió dejar que se acercara. Ella sintió un vuelco en el corazón, la sangre agolpándose en un torrente imparable en el umbral hacia su alma, en el final de sus piernas, por debajo del ombligo. Las sienes le marcaban un ritmo, pum pum, pum pum. Los oídos se le llenaron de algo que la ensordecía y los ojos colmaditos de ansia.

Fue hacia él. Él dejó que se acercara. Cada paso resonaba por la habitación. Sábanas colgaban de las paredes y el techo. Estaban de reformas. Bajo ellos un suelo en perfectas condiciones, pulcro, sin polvo.. Un suelo silencioso que no podía hablar de cuántas habían corrido la suerte que la esperaba, un suelo silencioso que le encantaría decir que ella era la única que lo había hecho sentir distinto...Un suelo colmado de secretos.

Y ahí estaban, el uno frente al otro sobre ese suelo... Volvió a sentir esas ganas irrefrenables, ese instinto que no podía ser reprimido y se odió a sí mismo por ello, otra vez. Pero se juró que sería la última. Poco a poco la fue desnudando. Él solía estar sin ropa por la casa, "no quiero secretos conmigo mismo" decía, "no quiero que allí donde descanso existan sombras en mi cuerpo". A ella le daba igual, incluso le gustaba verlo desnudo mientras ella se dejaba desnudar. Así, un poco más, ansia, paciencia, rapidez, silencio. La luna los vio desnudos de nuevo, pero ella sabía algo, él no se lo dijo pero lo había visto llorar durante tres amaneceres seguidos...

Cayeron al suelo, las paredes de la casa reventaron en una explosión de ruido gutural. Puro instinto, exactamente eso. Estaban solos, sobre ese suelo impoluto de color blanco. Él no podía más, ella quería poder hasta el amanecer. La amó, una vez tras otra. El uno junto a la otra, hasta los confines del mundo humano. Hasta donde nadie los pudiera seguir, a un lugar en el que él no estuviera condenado y ella sentenciada.

Extenuada le susurró palabras de vida en sus oídos, que no hicieron más que provocarle lágrimas en sus ojos. Teñidos de un rojo intenso y una impotencia tan intensa como el ansia de que ella le perdonara alguna vez. De repente, ella se dio media vuelta, se puso frente a él.. Mirándolo desde abajo acarició sus labios, rojos intensos en contraste con esa piel tan blanca que ahora casi ardía.

Qué eres? le dijo, amor mío, ¿qué eres? Y se quedó quieto. La pregunta le vino de imprevisto, no sabía qué hacer. Entre el cabello de su doncella su mano casi gélida acariciaba una nuca ardiente, una piel tibia, una sangre sin pecado. Retiró el pelo de su cuello, podía oler su sangre. No puedo hacerlo se decía a sí mismo, debes hacerlo se corregía. No puedo! Pero debes! No puedes culparte por ser como eres... Pero...No hay peros que valgan... No llores Caín..

Qué eres? le susurró de nuevo. Acercó su boca a su cuello, la besó lentamente, saboreando cada pigmento, cada milímetro de su piel perfecta. Subió hacia su oreja, un pequeño mordisco y ella soltó una risita nerviosa y juguetona.. Se acercó hasta el oído, oliendo el pelo de la chica... Inspiró tan fuerte que apunto estuvo de que le explotara el corazón en su jaula de huesos. Inspiró, como queriendo extraer el máximo amor posible de esa atmósfera que los rodeaba y que a ella la hacía no temer, y a él lo convertía en prisionero de su inmortalidad...

Pero había hallado la solución, no podemos seguir así, no quiero que sigamos así... La última gota, jamás, nunca!! No tragues la última gota. Se acercó.. A su oído de pura inocencia y le dijo... Que qué soy? Te lo diré cuando escape del infierno para buscarte...

Ella se asustó, fue a reír pero no pudo. Sintió cómo en sus venas se clavaban dos agijones que salían de la boca de su amante. En sus venas corría la vida mezclada con el veneno del pecado. Un dolor punzante, un pinchazo, y el sentir cómo la sangre se le iba de las puntas de sus pies hasta su cuello. En su aorta se acumulaba la sangre, mientras a ella se le escapaba la vida a él se le iba la sed.

Y cuando ya no había remedio para ella, sin querer sobreponerse absorvió su última gota. Jamás lo hagas si aprecias tu vida!! Porque los humanos guardan toda su vida en toda su sangre, pero en la última gota guardan su muerte. Y ahí se quedaron los dos. Ella desnuda y sin sangre, con el cuerpo puro y la piel plateada. Y él, sobre ella, con el pecado azotando tanto tiempo su corazón por fin se acercaba más a la libertad que tanto ansiaba.

Sobre el suelo, la sangre que salpicó del mordisco. Y los dos cuerpos muertos. Quizás, a la noche siguiente despertasen. De todas formas, ambos murieron enamorados.

9/18/2005

Circle (Slipknot)

Slipknot - Circle
Give me the dust of my fathers
Stand on the face of the ancients
Bare the secret flesh of time itself

Follow me... I've come so far, I'm behind again
Follow me... I Wish so hard, I'm there again
Follow me...

All that I wanted were things I had before
All that I needed, I never needed more
All of my questions are answers to my sins
And all of my endings are waiting to begin

I know the way, but I faulter
I can't be afraid of my patience
There's a sacred place Razel keeps safe

Follow me... I've seen so much I'm blind again
Follow me... I feel so bad I'm alive again
Follow me...

All that I wanted were things I had before
All that I needed, I never needed more
All of my questions are answers to my sins
And all of my endings are waiting to begin


Todos los derecos reservados. [Espero que no me denuncien por nada de esto, pero es que me encanta esta canción]

Mea culpa

Resulta extraña la facilidad con la que se ordena una habitación. Es tan parecido a enterrar el pasado... Cogemos esto y lo ponemos aquí, bien escondido , o bien guardado según se mire. Ahora, cogemos esto otro y lo ponemos aquí, en el armario, en la percha, en los cajones...Y esto, esto... Lo tiramos.

Hoy no quiero juicios, pero podéis hacerlos. La verdad, ya me da igual. Aunque parezca extraño estoy empezando a pensar que sí soy egoísta. No sé en qué medida los demás pensais en una recompensa cuando hacéis algo "digno de elogio", y entendamos digno de elogio como una obra de buen samaritano.

Muchas veces pienso en ganarme el cielo así, y eso no es noble, ni justo... Ni nada en absoluto. Es algo tan vacío de moral que no tiene valor alguno. No estoy pasando de verdugo a víctima, bueno quizás sí pero no es mi intención. Estoy tratando de sincerarme conmigo mismo y no sé cómo hacerlo.

Primero puedo pensar en la navaja de Ockham. Cuando hay varias opciones, la más sencilla es la más propensa a ser la acertada. Cuando varias personas dicen que soy egoísta, y yo pienso que no lo soy, lo más sencillo es que esté equivocado. Sin embargo hay un problema, y es que quizás no me acepto como soy, no soy capaz de decir, así es en lo que te has convertido, ahora acéptalo.

Es algo curioso, como un demonio empeñado en actuar como un ángel. Ridículo. Tratar de comparar el pasado como el ordenar una habitación. A quién se le ocurre. Enterrar el pecado, o asumirlo en ti. Asumir no es malo, asumir el pecado no significa que vayas a practicarlo más, no hay que confundir esas palabras...

Es que.. Sacarse el diablo del corazón es tan difícil...O no, no sé. Pero en mi opinión creo que es mejor saber que somos maldad y bondad. Pero ahora sí que necesito ser perdonado. Necesito perdonarme a mí mismo, pero no puedo permitirme ese lujo. No sé qué necesito, tiempo, pensar... O lo único que quiero es disfrazar mis ansias de libertad para hacer lo que me salga de los huevos.

Quizás dejar que el pecado y tu sangre se mezclen sea algo realmente ruin, algo egoísta, resignado y cobarde. Pero joder, es que...Cuántos sufren por mi culpa? Cuántos han sufrido por mis actos? Independientemente de la intención de los mismos, causar dolor es pecar... No entendamos pecar como algo anticristiano, antieclesiástico... No lo entendamos como al religioso.

Dios santo... Sí necesito ser perdonado, pero con pedir disculpas no basta. He sido... He sido muy orgulloso, no he sabido darme cuenta de tantas cosas... Tantos detalles que no advertí y yo que me consideraba alguien observador. Las trampas del miedo son tan acertadas, la cobardía innata del hombre, en mí, es tan efectiva. Pero creo que ya es tarde para todo, para pedir perdón y para ser perdonado.

No hay penitencia... Porque quizás no sea digno de ella. En qué me he convertido. Lo sé todo, ahora lo entiendo. No fui modesto, sino ruin. Sí fui sincero en parte, pero en el resto solo actué por vanidad. Mi alma, si es que aún sigue ahí, está enferma de muerte. Estoy seguro, pero por qué me torturo? Para qué? Cuánta gente habrá hecho lo mismo y no le haya importado?

Pero yo soy débil? O estúpido, sí, seguramente lo segundo. Necesito ser perdonado. El pecado está comiendo todo mi ser, estoy dejándome invadir por él. Mi corazón está empezando a dejarse subyugar por el peor de los demonios, el que tengo dentro de mí, yo mismo. Cómo hago para sacarlo? Qué...hago para salir de aquí?

Si pedir perdón es insuficiente y además ya es tarde para eso.... Qué puedo hacer? Qué debo hacer...El miedo me está venciendo. No hay más que hablar, a pesar de que no tuve mala intención, sí tuve la culpa.

Espero que algún día pueda ser perdonado... En parte para sentirme más aliviado, pero sobretodo porque el día que eso ocurra será porque a quien herí, habrá vuelto a ser feliz de nuevo...

9/15/2005

Bah, con sólo dieciocho años no se puede decir nada, nada en absoluto, de la vida. Sólo lo básico. Desde mi pequeño, e inexperto, punto de vista creo que la vida, más que un juego de apariencias, es un juego de perspectivas.

Hoy, soy verdugo, mañana asesino y tal vez ayer fui demonio. Todo depende desde dónde te observas, quién te mira y saber si quien lo hace sólo opina o tal vez se permite el lujo de juzgar. Sin embargo tampoco podemos entregarnos a la desconfianza.

La vida, después de todo, es graciosa. Un misterio. Cometes un error y vas al infierno, hay gente que se envía a sí misma al infierno, que no se perdona ni se da otra oportunidad. Pero a su vez, también existe gente que te envía, gente que un día te agradeció perdonarle un error, gente que un día te agradeció el estar ahí.

Sin embargo esto no es un reproche, no es tan pasional ni tan distinguido. No soy tan especial como para tener derecho a eso. Lo curioso es eso. Aún así, cuando alguien comete un error suelo perdonarlo, por qué? Pusilánime, así soy? O quizás bueno... Ven? Todo depende de la perspectiva.

Hay que saber ciertas cosas. Para empezar, y hablando de los errores, es crucial saber que sólo aprendemos de lo que queremos aprender. Sí, eso es, lo que estais pensando es justo lo mismo que iba a decir ahora... Y es que suele pasar que cuando espabilas del error y aprendes porque le has echado huevos resulta que la perfección de la gente te prohibe intentarlo de nuevo y te priva de su confianza para demostrar que aprendiste.

La perfección, o el rencor... La diferencia es nada más que un matiz, sutil como todos ellos, y consiste en que tú no tuviste mala intención, pero ellos (ellas) al negarte la palabra y el saludo lo único que consiguen es llevar a cabo un plan premeditado, que es hacerte sentir culpable... Condenarte sin piedad y, lo que es peor, sin conocimiento de causa.

Pero en fin, qué se puede esperar de un crío que a las 22:47 se pone a escribir sus pensamientos en el papel. Aunque ya puestos, pues seguimos. Os parece? A mí sí, porque es fácil sentirse la víctima además de serlo. Hostias, nos las llevamos todos. Lo que pasa que ahí se nota la diferencia, entre quién sabe y quién no.

Gente se dedica a sacar provecho de ser la víctima, pero no saben que en ese mismo momento dejan de serlo. Toda esa gente que nos culpa, (me culpa), por mi fallo, no son más que pobres que no saben perdonar. No tienen ni idea de que la cama es para mí una tentación casi irresistible para quedarme encerrado en mi cuarto todo el día y no salir nunca más de mí mismo, porque me siento mal al saber que fallé, porque me odio al hacer daño, sin querer, pero hacer daño...

Al final, solo queda la convivencia con el pecado, asumir que fallaste y salir adelante sin entregarte a él. Porque sería mucho más fácil prohibirnos vivir porque hicimos algo mal, pero joder, si la vida es vivir, y vivir es equivocarse, aprender y acertar... ¿Qué coño esperan?

Pero no quiero que nada de aquí se confunda. El perdón es lo que diferencia a las personas... Sí, así como la sinceridad y la intención en sus actos. Pero el perdón... El puro perdón... El perdón es puro cuando lo hacemos para aliviar la carga de culpa de los hombros de quien nos hizo daño, jamás debe ser empleado para limpiar nuestros fallos, jamás para ribetear nuestra personalidad de blanco marfil. Porque entonces el veneno se emponzoña... Ya sé, que suele haber de todo, pero nunca ha de ausentarse la sinceridad.

Porque después de asumir el daño provocado no hay peor que la búsqueda de penitencia, pero tampoco hay nada mejor que obtener el perdón sincero del corazón que perdiste, o del brazo amigo que quebraste por alguna razón. Y entonces, puedes volverte ingrávido y subir adonde sea o quedarte donde estés porque todo parece... Mucho más sencillo.

Si alguno de vosotros ha llegado hasta aquí le ruego que acepte mi más sincera gratitud, y que por favor recuerde que el rencor no ayuda, y que quien te juzga no merece la pena. El peor dolor sólo se comprende cuando lo experimentas y provocas, pero a pesar de todo ¿sabéis qué?, que espero que nadie, ni amigos ni enemigos, que ni siquiera quienes ahora me juzgan, comprendan nunca el sentimiento de saberse culpables y sentirse, de algún u otro modo, asesinos.

Como me dijo un hermano y mil amigos : Es estúpido intentar pasar por la vida sin hacer daño a la gente. Y repito yo : Lo que cuenta es la intención. Muchas gracias a todos...

Me dice "soy virgen, acuérdate". Se entrega a mí. En mi corazón se nubla la pasión en un remolino de ganas y precaución. Como un demonio enseñándole algo a un ángel. "Soy virgen" repite, pero a continuación empieza a desnudarme y me susurra al oído que eso no va a impedir que me clave las uñas en la espalda.

"Para llevarme trocitos de ti" me dice. Me quita la camiseta, la piel roja, la sangre hirviéndome por debajo de los músculos. Las venas hinchadas y ella temblando. Poco a poco, la levanto, la pongo frente a mí y empiezo a desvestirla, poco a poco su aliento se calienta, cada vez más. A pesar de todo ella no quiere volver atrás.

Percibo que tiembla, igual que tiembla un hombre cuando sabe que debe tomar una decisión de vida o muerte. Su piel, blanquecina a la luz e imperceptible en la sombra, está tibia. Desde debajo de su ombligo le suben escalofríos de miedo e impaciencia, sobretodo impaciencia.

"Date prisa me dice, que no aguanto más, que quiero llevarme algo de ti conmigo". Algo que huela a ti me dice. Ese es mi próximo objetivo. Sin saber que se va a llevar todo mi ser, todo consigo misma. A pesar de todo, el ángel controla al demonio y me va transformando poco a poco.

Su inmaculada inocencia empieza a ser cuestionable. En sus ojos, se le enturbia la mirada. El deseo de experimentar, la curiosidad de sentirse llena por dentro le hace preguntarse cómo se sentirá su alma en ese momento. Sigo con mi ropa...Ahora le toca a ella...Ya, desnudos. No hay luna, solo noche. No hay luz, todo es oscuro.

Alcanzan nuestros ojos a iluminar nuestros rostros, nada más. Para ver, sobra el tacto. Para guiarnos, el sonido nos vale. Se tumba en la cama. Puedo imaginar que sonríe, porque me obligo a creerlo, porque me daría mucho miedo verla dudar. Completamente tumbada, la decisión, ahora, a medio abrir.

Me llama, pero no le sale la voz. Lo intenta, de nuevo, me vuelve a llamar. Sé que está impaciente, igual que yo, sin embargo temo volver a sentir el pecado entre mi sangre, ennegreciéndola al mezclarse en mis venas el azul oscuro de la sombra. Azul oscuro, a pesar de todo, aún tiene color.

Me junto a ella, sobre ella. Todavía no ocurre nada. Susurra algo casi inaudible a mis oídos. Sumidos en frenesí, en miedo, sudor, calor, nervios, impaciencia...Hago que en su decisión ya no existan dudas, abro su alma al mundo. Un espasmo, acompañado de un escalofrío súbito, como una caída vertical.

La humedad de su deseo y el calor de sus entrañas le devuelve algo de vida a mis manos. Por entre mis dedos empieza a escurrirse la fe que vuelve, de nuevo, a poblar cada uno de los poros de mi piel. El pecado no huye, decide purificarse conmigo. En una catarsis corta, la eternidad de la maldad que puebla mitad de mi espíritu se decide a acompañarme de la mano, sin tratar de zancadillearme.

Ahora sí, la protección y la seguridad son claves. De ahí al infinito no nos separa más que una fina capa de látex. Aún así, me abraza. Por la cintura y la espalda. Sus manos, casi en movimiento espasmódico recorren todos mis músculos desde el cuello hasta el descenso final de la espalda. Cada vez noto más cómo el movimiento de vaivén hace que sus manos resbalen. Sudando, ambos. Los poros de mi piel transpiran la hormona de la felicidad.

Ella, con los ojos cerrados puede ver más allá de donde ha visto cualquier hombre, con los ojos cerrados puede ver tan lejos como cualquier mujer enamorada que sintió ser correspondida. Un estremecimiento de dolor la hace recelar de mi cuidado. "Tranquilo, estoy bien, sigue por favor" me dice entre jadeos provocados por la impresión de sentir que algo se le clava en el alma.

Se acentúa el vaivén. Un poco más fuerte pero sin pasarse. Un poco más rápido pero sin ansia de finalizar. Aguanto hasta el límite. Ya casi no puedo más. Nuestra piel brilla entre sudor. Me encanta el éxtasis del sexo. Adoro su suciedad, su pureza extrema, el instinto, la incivilización de esos sentimientos. La lucha de ambos por dirigir, por dominar el uno al otro.
Me encantas. Un poco más...Y un segundo antes que yo, en un suspiro que de mis sombras hace luz, que de mi luz inocencia, y que de mis pecados hace hombres. El manantial de sus secretos estalla en un torrente de felicidad, en un segundo y medio, puro sentir, los sentimientos anegados en una explosión de confeti blancuzco y de todo su sistema nervioso. Las pupilas, diminutas, un espasmo...Y al abrazarme me dice que quiere clavarme las uñas en la espalda, que quiere llevarse algo más de mí.

Y en ese momento, con sus manos clava un surco en mi espalda, y entre escozor y asombro noto discurrir gotitas escarlata por mi columna vertebral, entre sus dedos mi sangre brilla y acaba por rosar su piel blanquecina. Entre placer y dolor me hallo. El sudor se cuela por los resquicios de los diez surcos de mi espalda. Duele, seguramente del mismo modo que a ella.

Agotada, pierde la mirada. Para mi sorpresa, duerme como una niña,soñando, sin tratar de ser mujer.

9/11/2005

Hace calor. El infierno por el que estoy viajando es cálido. Mucho. El calor sube propulsado por la presión, el azufre le da un aroma penetrante y fuerte. Me mareo del dolor. En un marco incomparable siento como si todo el mundo girase mucho más rápido que yo, pero al mismo tiempo deseo que sólo yo me haya movido, y que todo lo demás siga igual.

Dios mío. Qué me espera ahora. Tras los abismos negros veo el dolor. Lo escucho llamarme. Trato de ignorarlo. Sus comentarios me invaden, me dice que me equivoqué, y como resultado de esto romperé otro corazón. Cómo puedo ser capaz de eso.

En mi sangre late un pulso acelerado, la amargura de saberme estúpido solidifica mis latidos contra mis sienes. El pensamiento presiona mis arterias cerebrales, siento que algo me va a estallar. Estoy a punto de volverme loco. Realmente loco.

La incertidumbre me aprisiona. Clava agujas en mis puntos vítales, me crea un mareo insostenible y siento que voy a vomitar. Vomitaré sobre mí mismo de nuevo. Necesito hallar una penitencia, una respuesta. Necesito saber que no me equivoqué.

Dividido entre dos fuegos. En tierra de nadie.

9/10/2005

(Uno de mis primeros textos...Dulces recuerdos)


Ya hubo pasado el fragor de la batalla. Ya cayeron los enemigos y el heroico guerrero, joven y esbelto de puro corazón alzó su espada en señal para invocar el silencio de sus tropas.

"Esta, ha sido con mucho la mejor victoria de nuestras vidas, ha sido lograda por nosotros, pero para el pueblo. La sangre de amigos, aliados e incluso enemigos no ha sido derramada en vano, sino para el gozo de nuestra gloria, que efímera se nos brinda ahora, en lo incierto de la memoria y tal vez la posibilidad del recuerdo. No solo para eso fieles guerreros que habeis combatido conmigo, sino para la libertad ansiada por todos nosotros, la sangre hoy vertida en esta tarde espero que sirva para forjar en vuestros corazones la palabra libertad en escarlata. Y en esta misma tarde imploro a los dioses para que esta haya sido la última vez en la que sacamos las espadas de sus vainas".

Todos quedaron en silencio. El aire de los pulmones de cuantos estaban escuchando las palabras del más noble de los guerreros quedó retenido en sus pechos, asfixiando su desconcierto. La sangre de cuantos habían combatido se relajó por completo, no entendían nada. Habían vencido, eran fuertes, pensaban, tenían que seguir conquistando.
El guerrero vislumbró sus dudas a través de sus miradas. A sus oídos llegaron comentarios de "se ha vuelto loco", o "su espada le pesa demasiado en su cordura".
Pero a él le daba igual, él solo quería volver a casa, a su casa. La lucha por su pueblo ya se había cobrado muchas vidas, culpables o inocentes era algo que escapaba a su capacidad de juicio. A pesar de todo él mantenía su principio,"lo que se pueda solucionar con el arcaico simbolismo de la palabra no necesita del gélido acero de la espada". Pero a veces se resignaba demasiado pronto al poder que aguardaba en su vaina y se repetía a sí mismo como excusa "ellos no quisieron escuchar, y las palabras no quebrantan el muro de la empeñada ignorancia"
Montó su caballo y agitó las riendas, "!al galope!" dijo, para que el viento acallara las voces de culpabilidad, su discurso fue de autoconvencimiento, pero él solo quería luchar por su pueblo, que lo dejaran tranquilo en su libertad. El viento en sus oídos le susurraba que ya se acercaba a casa, que ya le quedaba poco.
Estaba ansioso por abrir la puerta y abrazar a su mujer. Cuando desmontó el caballo se apresuró a abrir la puerta, pero el más frío de los silencios le golpeó la cara y le desbocó el corazón.
Al final de la instancia había una vela casi consumida, y al lado una nota, estaba firmada por ella. Decía así :
"Las victorias fueron importantes para ti, la guerra fue importante para tus tropas, y tus tropas eran el recuerdo de tu importancia. Hoy has marchado a otra batalla, hoy me he ido porque el silencio de tu mirada ensordeció mis lágrimas. Te quiero, pero no puedo evitar hacerte esta pregunta...¿Qué soy yo para ti?"
El guerrero fue ensartado por la peor de las espadas, la espada del temor contagió su pecho de veneno. A gritos desesperados llamó a su mujer. La casa estaba desierta. No quería asumirlo, pero el peso de la evidencia recayó sobre sus hombros. Salió de la casa con los ojos inundados en lágrimas de rabia e impotencia. Montó su caballo, un caballo blanco como la nieve, blanco puro como el amor que sentía por su mujer, aunque nunca se lo dijo. Puso su caballo al galope agitando las riendas sin descanso, rumbo al monte.
Aún hoy se puede ver la espada del guerrero clavada en el único árbol que queda vivo en el monte, el único árbol regado con las lágrimas del amor más puro sin palabras dignas para expresarse, un amor confinado a lo más preciado del corazón del guerrero. Y justo debajo de la espada, tallado en el torso del árbol, curtido por el tiempo, se alcanza a leer: " Tú eres mis motivos, mi vida y en tu asusencia te convertiste en mi muerte".