3/26/2008

Un día mi madre compró muchos discos. Fue cuando estuvimos en Andorra, con mis tíos, hace bastantes años. Me dijo que porque sí, que porque quería y porque ahí estaban baratos. Un tiempo después entró en mi habitación y me dijo que a mi padre le encantaban los Dire Straits. La miré, sin saber bien qué decirle, o con qué cara hacerlo. Creo recordar que me encogí de hombros y dije "vale", al tiempo que ella, casi ritualmente, depositaba el disco en mi estantería.

Pasó el tiempo, y a los meses, puede que a los años, me dio por rebuscar un disco en esa estantería. Cayó en mis manos uno de portada azul con el cuerpo de una guitarra simulando un reloj. Los tonos rosas de las nubes hacían conjunto con el marco de la fotografía del disco, y también con las letras.

Pasando, sin darme cuenta, los dedos sobre el nombre leí Dire Straits. Lo hice sintiendo que leía más a mi padre que el propio nombre del grupo. Lo devolví a su sitio.

Crecí un poco, pasaron un par de años, y escuchando una canción leí que era una simple copia de Brothers in Arms. Mi primo me había hablado de una serie bélica con ese título, así que investigué. Me sorprendí cuando vi quiénes eran los autores de dicha canción. Descubrí que el título del álbum y ese tema eran homónimos.

Por alguna extraña razón me lancé a la estantería y observé que ese era el disco. Que no era otro que el que acababa de encontrar en internet. El mismo que vivía en mi estantería, haciéndose experto en la colección de ácaros. Lo desempolvé y abrí la caja. Extraje el disco y lo metí, acto seguido, en el lector del ordenador. Del viejo ordenador, porque ya hace dos años que me compré este en el que ahora escribo. Cuento veinte. Cuánto me queda por comprender...

Busqué cuál era la canción que quería. La última. Doble click y el reproductor hizo el resto. Me puse a escuchar. Me encantó. Leí la letra, la traduje, y me enamoré. Pero no fue lo mismo. No, ni siquiera parecido. Y no lo fue por la sencilla razón de que ahora conozco un poco más a mi padre. Tanto más a quien me parió.

El hecho de que ahora esté sintiendo esta canción tan adentro es porque, después de todo, mi hermana y yo fuimos para él lo que al cantante sus brothers in arms. Sé, exactamente, por qué esta voz susurrante la atribuyo a sus ojos cerrados, suspirando en el sofá, seguramente escuchándola en vinilo.

Resulta que cuando descubres ciertas cosas, o te las cuentan, entiendes otras tantas. Las piezas van encajando, poco a poco, y puedes sentir con más profundidad. Al mismo tiempo que con mayor consciencia, también con más pasión.

Para mí esta canción habla de la esperanza, de la vuelta al hogar, de volver a ser totalmente libre, de luchar por algo más. Dice que su hogar siempre serán las llanuras, las tierras bajas, y sabe que volverá; dice que a pesar del dolor, de ver sufrir a sus compañeros, del fuego y la furia de la batalla en un campo de destrucción, todos permanecieron juntos.

Ahora puedo saber por qué estoy dejando que esta letra me entre hasta el tuétano. Tengo muy claro por qué mamá compró este disco, a pesar de que siempre diga que los gustos de mi padre, para la música, eran raros.

Al adquirirlo, mi madre también cantó a la esperanza de que mi padre encontrase su hogar. Al cerrar los ojos por última vez, así lo siento, estoy convencido de que mi padre entonó esta canción. Fue el último regalo que su memoria le hizo, rebelándose contra una enfermedad que deterioró hasta lo indecible su cerebro. Así lo quiero creer.

Aunque es bastante probable que cambiase brothers por sons. My sons in arms... Por muy pequeños que fuésemos, tanto que ni sabíamos adónde iba, que no volvería. My sons in arms... A pesar de que no tuviera ni idea de inglés.

3/25/2008

El viento aullaba con fuerza al otro lado de la ventana. Lo hacía con una furia tal que parecía que en cualquier momento derribaría la casa y lo aventaría todo, mandándolo lejos. El frío lo hacía tiritar delante de su mesa, alumbrado por una vela que sudaba la cera sobre un pequeño plato de cerámica.

Se había ido la luz, y las sombras que la llama proyectaba lo atemorizaban. Eran como títeres malditos cuyos hilos se tensaban y relajaban a los antojos de un ser maligno. Cualquier esquina era un afilado colmillo dispuesto a clavarse en su carne, y cualquier puerta entreabierta un hueco para descender hacia los infiernos. O para que las criaturas del mismo subiesen hasta su casa.

La noche cerrada seguía ganándole horas de sueño, y en su vigilia no podía hacer otra cosa sino esperar el alba. De vez en cuando podía dar una cabezada, solo si su mente estaba demasiado cansada por mantenerse alerta, y soñaba con que clareaba ya sobre las montañas del Este. Se sentía renacer de esperanza. Subía alto, tanto que cuando descubría que todo había sido un sueño se hundía de nuevo en los fangos del miedo.

La madera del suelo crujía a su paso, y las puertas se porteaban por el aire. En alguna habitación debía de haber una ventana abierta. Tal vez la misma en la que se oía ese repiquetear constante. El mismo que estaba a punto de llevarlo a la locura.

Todo se había vuelto hostil, y no había nada que lo librase de su miedo. Su entorno en plenitud lo hacía presa del pánico y le recordaba que aquello que más temía podía estar haciéndose real. No podía dejar de temblar...

¿Qué haría si no volvía a blanquear el cielo por Oriente,
si no fuese capaz de volver a alimentar el papel con tinta?

3/23/2008

Un día vi. Entonces dije que había mucho que aprender. Pero no vi nada, solo creí ver. Entonces supe que había mucho por descubrir. No sé si hay alguien al otro lado que escuche. ¿Lo hay? No puedo saberlo. Tampoco sé si quiero. Solo espero poder fundirme con el aire, estar en cualquier lugar, en cualquier momento, bajo cualquier circunstancia.

Ser completamente todo. Pero para eso necesito, primero, no ser nada. Ahuyentar los fantasmas que me muerden la piel y la arrancan, llevándose jirones de mí mismo en sus dientes. Como nubes rasgadas que tapan la luna, que se mueven por el aire nocturno. Porque necesito que no me estorben para convertirme yo mismo en un fantasma.

Tengo que deshacerme del cerebro, de cuanto creo saber, y abrir mi mente a algo que no tenga nada que ver con mi memoria. Es tiempo de absorber, de mimetizarse con todo lo que me rodea. Entrar en comunión con mi entorno, olvidarme de quién soy, olvidarme de qué soy. Olvidarme de si acaso alguna vez fui, o de si seré.

Quiero montarme en una corriente de aire y navegar por el tiempo. Ver mis manos convertirse en ceniza y mi rostro volverse más pellejo que piel. Que se endurezca mi carne hasta convertirse en una fibra rígida, y que bajo los ojos se me dibujen atardeceres morados.

Me apetece verme morir cuando aún no haya nacido, para comprenderme en todo el absurdo posible. Para verme en negativo, en un color monstruoso sobre un paisaje tranquilo. Después marchar hacia el futuro y verme deshacer, convertido en arena, o en agua, o en aire. Viéndome sin verme, conociéndome tras la vida.

También tengo interés en vivir. Desligarme. Sacarme el alma por la boca y hacerla andar. Mirar mi cuerpo desde fuera. Un títere con los hilos rotos. Un mueble. Un ser relleno de tierra. Una tierra dura y seca. Un suspiro gris. Y polvo.

Sobre todo polvo. Uno que lo llenará todo de color. Lo pintaré yo. Y estaré aunque no esté. Aunque no se me vea, aunque no me puedan mirar.

3/22/2008

Estoy seguro de que la vida es un milagro. Un maravilloso milagro que cada cual debe elegir cómo aprovecharlo. Abrázame, y libera todas las tormentas que están fraguándose en tus adentros; da rienda suelta a los terremotos de duda y temor que te sacuden, dejándote sollozando, triste y sola. Pero no creas que así es, porque tienes mi pecho y te ofrezco mis brazos.

Quiero que temas, y que superes tu miedo. Porque la vida es lo que es, y cada cual es lo que hace con ésta. Tienes que luchar, debes estar siempre convencida de que el esfuerzo es la sustancia mágica de la que no podrás prescindir nunca. O mejor dicho de la que no deberás prescindir. No escatimes cuando te entregues al amor, ni te lamentes cuando éste acabe.

Siente con toda tu fuerza, con todos tus órganos, y no olvides que igual que hoy lloras, mañana reirás. Porque los valientes están ahí, porque los que no se rinden siempre se levantan, y sus siluetas se recortan siempre contra el cielo de un nuevo atardecer, de un amanecer reluciente y puro. No huyas del dolor, ni lo evites. Afróntalo cara a cara, y míralo con respeto desde tus preciosos ojos. Asómate a él y dile que estás aquí, que te ha encontrado, pero que no te va a ver correr.

No le des la espalda, ni dejes que te engañe. Tienes que saborearlo para comprenderte, para conocerte, para apreciar lo magnífico de la calma, del instante posterior al fragor de la batalla. Es como la situación previa a la tormenta. Ese silencio relajado, que se olvida del tiempo y se alimenta a sí mismo. Todo está sumido en quietud, y después, de súbito, un trueno. Luego lluvia.

Una lluvia que purifica las heridas de la tierra, que sacia la sed de los árboles y refresca las alas de los pájaros. Como la que salta de la línea de tus pestañas y templa tus mejillas, salando tus labios, y enrojeciéndote la nariz. La lluvia, como todo, tiene siempre dos caras. E incluso más.

Pero eso solo lo descubrirás por ti misma si quieres hacerlo, si te decides a plantar cara y a no guardar rencor, a no escudarte en el victimismo. Porque la vida, de nuevo, también es lluvia. También es ese silencio previo a la tormenta, por supuesto que es trueno. Así que, pequeña, no te engañes llamándola cruel e injusta, porque tú aún vives.

Tú tienes la oportunidad de hacer que sea como quieres. De que tu vida sea tu vida, de nadie más, y de amarla con tanta potencia como de la que seas capaz. Porque está en ti, porque ella te tratará como tú la trates.

Abrázame, Laura. Mi pequeña hermana.

3/10/2008

A sus oídos había llegado la información de que en ese lugar ocurrían cosas mágicas. Nadie podía sabía decir qué tipo de cosas, pero lo eran, porque no habían sido capaces de hallar explicación para las mismas. Si, además, tenían suerte de vivirlas solo podían referirse a la inmensa paz que sentían mientras éstas tenían lugar y durante los días posteriores.

Así que los dos chicos no lo pensaron. Cogieron el coche, y el pequeño de los dos se puso a conducir en dirección a ese lugar. Era una pequeña collada, situada cerca del pueblo, y había dos casas. Una era enorme, y vivía un hombre al que no le gustaban las visitas. No era mala persona, solo un poco huraño.

Cuando por fin llegaron al lugar indicado vieron la otra casa, un poco más arriba, ya en el cerro, algo más pequeña también. Entraron andando hacia el terreno de la grande y el hombre les dijo que se fueran, que si querían llegar al cerro deberían hacerlo en coche. Sin dudar ni un momento volvieron al vehículo. Siguió conduciendo el pequeño de los dos.

Al llegar a la rampa del cerro vieron que era bastante empinada, y repararon en que el coche podría tener problemas. El viejo vectra azul, tan robusto, no podía evitar que sus neumáticos, algo gastados, patinasen por culpa de la gravilla suelta.

- Mete primera y ve poco a poco. Que ya casi estamos - dijo el mayor.

- Eso es lo que he hecho. Hay que ir suave, nos va a costar mucho - repuso el más joven- igual es mejor que dejemos el vectra aquí y subamos andando.

Pero antes de que se dieran cuenta estaban ya en la puerta de la pequeña casa. El ascenso había sido, en cierto modo, tortuoso. No obstante habían llegado sanos y salvos. E impacientes, pues querían comprobar si de verdad ocurría en ese lugar lo que otras bocas aseguraban.

La puerta estaba abierta, y una mujer los recibió lanzando una pregunta evidente, énfasis de sorpresa, que no buscaba respuesta, pues estaba claro que los dos chicos habían llegado. La mujer sonreía, aunque no parecía estar muy contenta. Miraba con el rostro de quien está profundamente concentrado en algo y no consigue dar con la idea que solucione el problema, o lo que sea que le ronde por la cabeza.

De la nada, después de un rato de espera, apareció un hombre que daba muestras claras de conocerlos. Se acercó a los dos chicos y empezó a hablarles de sus costumbres del pasado, de lo que solían hacer cuando eran pequeños. Los dos.

Primero enseñó una especie objeto que al mayor de los dos chicos le resultaba muy familiar. Mientras el pequeño miraba al mayor, en su rostro adivinaba la sorpresa y la incredulidad en una misma baza. Su cara era un poema.

Animado por la incredulidad, por la necesidad de comprobar que lo que estaba ocurriendo era cierto, el pequeño tocó el rostro del hombre que hablaba como si los conociese. No quería sentirse engañado, y cuando la palma de su mano sintió la rugosidad característica de la barba cana y corta del hombre, todo cobró sentido.

Un sentido indudablemente real, al mismo tiempo que sorprendente y aterrador. Pero no aterrador de miedo, sino de ese que llega cuando no encuentras explicación para lo que está ocurriendo. Magia. Ese ha de ser su nombre. Y esta paz, piensa el pequeño, esta paz es la misma que se veía en ellos cuando hablaban.

Con un nudo enorme en la garganta, que le oprimía hasta las lágrimas, logró murmurar algo mientras sonreía.

- Mira, Andrés, es el abuelo. Y está vivo, está bien.

- Ya lo veo, Rubén... Ya lo veo.

3/09/2008

Volverás antes de que pueda darme cuenta. Volverás con tu color a iluminar mis sonrisas, y de la nada de mis horas muertas construirás imperios de fe revivida. Ahuyentarás el frío azul, traerás resurrección a las líneas crepusculares de mis ojos.

Los olores de los que vendrás preñada alegrarán mi nariz, y al inspirar cerraré las ventanas bajo mis cejas. Dejándome llevar a otro lugar.

Volverás, y vas a hacerlo pronto. Porque apenas queda ya nada, unas cuantas vueltas de reloj, ni siquiera páginas en un calendario. Siempre te pueden las ansias de llegar a mí, te espero con anhelo, te espero enloqueciendo.

Estás volviendo ya, primavera mía. Tú, tú estás volviendo ya. No has llegado aún, pero te siento por dentro y por fuera. Tú, tú estás volviendo ya. Mientras te espero escribiendo, mi cuello se prepara para dejarse morder.

3/07/2008

Caminan de la mano lo que el viento les deja. Porque el cierzo despierta, en marzo, en la previa primavera. Se despereza y limpia de niebla el cielo, sumiendo a la ciudad en un festival de hombros subidos y faldas al vuelo. Por eso, como pueden, avanzan.

Y avanzan hablando, si es que tienen algo que decirse. Algún tema que discutir, alguna idea sobre la que consideren apropiado arrojar algo de luz o dejar nadando en tinieblas. Hablan para compartir, callan para lo mismo. Porque no se guardan nada. Siguiendo de la mano cruzan un paso de cebra, luego otro, y acaban en esa plaza céntrica, el punto de referencia de la capital.

El paseo se extiende ante ellos sugiriéndoles qué hacer con el tiempo que tienen por delante. El acto al que han asistido ha acabado pronto, más de lo que creían, pero con un resultado similar. La palabra mágica es talento. La duda, terrible.

Bajo los porches el cierzo amaina, da tregua, y la luz de una librería los alumbra en sus sonrisas, en los roces furtivos y los mordiscos, emboscadas de los dientes, se llenan de color. Entonces la chica se acerca a buscar ningún libro en particular, al contrario que él, y ella sube a la parte de arriba y él se queda en la de abajo, en la misma sala, mientras la dependienta busca el libro que el chico le pide.

¿Qué hace ahí arriba? Se pregunta. El cartel le da una respuesta y piensa en algo que le extraña mientras ella está frente a esa estantería. La dependienta le da el libro y él sube para compartir su logro. Se asoma desde su hombro derecho, agachándose a su altura, porque ella está sentada en un taburete. Le enseña su pequeño triunfo, y conforme la huele tan de cerca se olvida de la palabra mágica y la terrible duda.

Abramos una página al azar y leamos el poema, le susurra. Trata sobre la música, y se acuerda de ella desnuda dentro de su cama. Bajan, y el chaval se dispone a pagar lo que el libro cuesta. Nueve euros. Justo en ese momento recuerda por qué le ha parecido raro que la chica hubiese ido a esa estantería. Era concentrar. El letrero decía poesía.

El chico, lo sé porque lo veo, está ahora en casa. Delante de su ordenador, escuchando música y acariciando con su lengua los labios que le queman. Escuecen, porque los tiene cortados. Porque el cierzo ha estado insistiendo en quedarse para él lo que la chica le daba al compartir sus bocas.

3/05/2008

Sobre un papel blanco y ligeramente rugoso, los colores del ámbar, el diamante, la obsidiana y la blanquísima perla envían señales de esperanza y quietud a mis sentidos. Por un breve lapso de tiempo me siento en calma, relajado, a pesar de que el sueño me devora por dentro, arrojando hacia el exterior los restos. Tengo un aspecto lamentable.

Los miro, los miro en su magnánima jovialidad, respetuosos y sublimes. Y me voy. Subo a mi habitación y me desvisto. Me quedo con el torso desnudo, mirando la nieve caída durante la noche, que ahora se funde en amoroso rito por los rayos del sol. ¿Qué es lo que pasa? ¿Por qué no pienso, quién es quien habla? Es mi vientre, que te pide; mi piel, que te reclama.

La bandeja del desayuno estaba preciosa con el agua, el zumo de naranja, el café solo y la leche.

3/04/2008

¿Cómo es posible agradecer verbalmente que te quieran? ¿Cómo se puede ser tan zafio, tan burdo? Que alguien te quiera es un privilegio de dudoso mérito del que todos, de algún modo u otro, disfrutamos o hemos disfrutado. Un hecho oscuro, porque no se comprende, y totalmente luminoso porque no hace falta comprenderlo, es simplemente así. Y no tiene más.

Porque, ¿cómo vas a retribuir con palabras algo semejante? Es sonoramente imposible. Porque clama al cielo semejante intentona, ese despilfarro de ingenuidad y, en algunos casos, suficiencia. Que te quieran, creo, se agradece queriendo. Devolviendo un esfuerzo igual o superior al que se entregan por ti, tal vez sea ideal la progresión geométrica del querer. Suena perfecto. Siempre igual, o siempre un poco más.

En esta tarde de hoy, de este marzo al que le atribuí la responsabilidad de traerme la primavera, y del cual a ciegas me he enamorado, me ha sido irremediablemente infiel. El invierno cabalga sobre su cuerpo desnudo, dando coletazos níveos, en remolinos blancos de terrible viento glacial, del norte cristalizado.

Por eso me quedo aquí, lamiendo los cristales que se me clavan en la carne, haciéndome preguntas que soy totalmente incapaz de responder, odiándome por estar tratando de sentar cátedra. Porque, después de todo, cada cual agradece como quiere, y en la mayoría de los casos como puede. Y no, no tengo derecho a categorizar, y sin embargo lo he hecho.

Porque me ha dolido marzo en el corazón, pero por mi culpa, ya que él no me prometió nada. Yo lo hice todo, hasta me dejé convencer. Irónicamente me doy cuenta de mi propia suficiencia, de la ingenuidad que derroché, que he ido derrochando. Es mejor que no me torture por ello, ya que creo que nunca voy a agotarla de mí. Ingenuo y perspicaz, a ratos las dos, a impulsos siempre la primera.

A ver cómo le pido disculpas a este mes, y cómo le agradezco que me perdone... Por haberlo querido obligar cuando no tenía por qué hacerlo. Por quererlo, por quererlo sin más.

3/02/2008

Esta noche he soñado con un sauce. Era un árbol precioso, solitario y majestuoso, que se dejaba caer sobre sus ramas, lentamente y sin prisa. La tierra a su alrededor parecía rendirle homenaje, un tributo a su grandeza.

He soñado, también, que eras agua de rocío, de escarcha leve, rosada blanca. Caías por mis dedos, resbalando, colándote por la piel, por donde hubiera grietas y por donde aún estaban pendientes de hacerse. Llenabas todo.

Después escuchaba tu risa, que era el aire que mecía su copa, y sus largas lágrimas de esmeralda, lamiendo al mismo tiempo su tronco, nudoso y cicatrizado por años de sed y navajas de enamorados. Seguías ahí, alimentando sus pies, sus raíces hambrientas.

Justo después he despertado, descubriendo así que yo era ese sauce.

3/01/2008

Mis manos saben que no es aire lo que tocan. Mis labios reconocen el bálsamo que humedece sus palabras. Ya no están cortados. Mi nariz sabe que no es el aroma de la ciudad. Mis pulmones quieren respirar entre su pelo.

Y desnuda, sobre el suelo levemente vestido con una bata con más años que historias, es preciosa, más con la boca entreabierta. Los ojos quieren cazarlo todo. La veo trepar por mis pupilas.

El cuerpo pálido, la timidez marchando. Sé que es esto lo que he estado esperando. Escucharla mover el aire al ritmo del vaivén en el que se columpian los deseos. Con fuego en la carne. No hace frío en el trastero.