6/16/2008

Una cuesta arriba que subir hasta llegar a la cumbre, donde te espera una habitación donde hacer escala. A sus pies una colilla de tabaco negro con marcas de carmín. Unas marcas de carmín que han quedado impresas por unos labios fruncidos, unos labios que alguna vez debieron ser amados.

Un trozo de canción, una hora para sentir miedo, el nombre de una librería y el escaparate de cristal transparente donde me busco todos los días cuando paso por delante. Me busco en el tiempo, y ahora no veo nada. Solo mi rostro, un rostro para estar triste un rato, para sonreír más tarde.

Una acera herida, con los adoquines partidos en el canto, y la carretera a su lado lamiendo la herida seca, porque los ladrillos no sangran. Pero el tiempo los hiere igual. Un tiempo para sentirse feliz, algún instante para padecer las angustias propias y las de otros.

Un camino viejo, con los árboles a los lados, un ruido lejano, una oportunidad para lanzarse a volar. Un hueco para sonreír, una estufa preparada, una ventana abierta al corazón del mundo de par en par. Una locura nueva, una vieja genialidad. ¿Un genio? Un hombre, un hombre que pasa por delante del escaparete de una librería, después de haber visto una colilla de tabaco negro con marcas de carmín, tras haber bajado esa cuesta.

Una cuesta que se ha vuelto hacia abajo. Un niño pequeño, una madre que lo agarra. Un punto para pensar en lo que fui, la ocasión para saber qué quiero ser. Las calles de siempre, las avenidas de nunca es suficiente, de vuelve una vez más, las paredes de ¿me quisiste alguna vez? O la farola de si aquello que me dijiste era de verdad.

Un secreto, aquel de si era cierto si me quieres. ¿Lo es? Una duda razonable, un abismo hacia el vacío, la fórmula para que me rescates tendiéndome tu sonrisa. Una salvación en el último momento, un milagro, las lágrimas de años atrás, los meses turbulentos, la espiral de remordimiento absurdo en el almacén del corazón. Me punzaba el estómago, un castigo autoasumido, al final la única vía para la recuperación fue plantar cara.

Una cuartilla de papel donde nací por segunda vez, un soporte digital donde muero siempre que vuelvo. Un retorno para jugar a lo de siempre, lo de siempre son las palabras. Las palabras de las mismas avenidas de nunca es suficiente, las mismas calles donde encontré un reino para llorar. Las baldosas alternas, cada dos azules no sé cuántas blancas, que me vieron abrazar y no abrazarte.

Un cuarto de vuelta de reloj desde que salgo a buscarte hasta que te encuentro, un cielo eternamente igual para unos ojos únicamente inquietos que siempre lo hallan diferente. Una montaña al final del recorrido más allá de mi ventana, mi frontera entre yo y el mundo.

Una imagen, la de cuando lo vi salir del portal por última vez, un portal que está al lado de esas baldosas alternas de colores, dos azules cada no sé cuántas blancas, que dan a algunos cantos partidos de la acera, donde no hay sangre pero el asfalto lame la herida.

Un tapiz, un inmenso rompecabezas, un sueño, un remiendo en las ropas de mi vida. Una noche sin ti, todas las que pueda contigo, en el colchón de ya no puedo con tanta ansia, y el suelo helado de es la primera vez que os veo tan de cerca, el que dice que nunca tuvo tanto calor.

Una ironía... Un viaje, un éxito, un traspiés, otro fracaso. El espejo de siempre dices que eres igual pero nunca resultas el mismo. Mi cuerpo desnudo, la madrugada adolescente, la ciudad suspendida bajo su propio progreso.

Un suspiro de alivio, un cajón de esperanza. Otra locura, otra más de nunca nos conocerás a todas, y esas todas que están enamoradas de que las piense. Pensar... Pensando en nada.

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