5/20/2008

No hay pasta de dientes en el baño, la cama está sin hacer, con ropa y libros por encima y entre las sábanas, y el escritorio está asediado por objetos de distinta índole y semántica dispar. Desde el ordenador escapan músicas extrañas, tétricas incluso pero realmente melódicas, que le embargan la consciencia y lo van llevando lejos. Se está dejando solo.

Los ojos le pican del humo del incienso, blanco y caprichoso, que ha levantado brumas entre la pantalla del ordenador y él. Las volutas densas, casi sólidas, de geometrías amables al encadilamiento, ha tenido que apartarlas con la mano igual que se aparta lo insistente y molesto. Pero aunque el gesto fuera el mismo la emoción era otra.

Ya no le duele la cabeza por el olor penetrante y dulzón, solo le palpita la sangre, y a lo mejor el alma, en las venas contra los huesos. Mientras, se va volando con la música y se meten sus supiros por entre sus dedos y de las teclas suben a no sé sabe dónde. Sus ojos se desvían hacia la ceniza acumulada de días, la ceniza cilíndrica de las delgadas barritas, amontonada en pequeños canutos. Parece un cementerio gris sobre una canoa de madera roja, que es la tablita donde se sujeta el incienso.

Mañana lo recogerán todo, porque toca limpieza, pero no podrán llevarse lo que se queda. El rastro poderoso y residual de la soledad que lo acompaña, que lo ve salir y lo espera llegar. Porque le ha dicho que aún le queda un poco para comprenderse del todo, para comprenderla a ella también. Le ha prometido, de todas formas, dejarlo en paz cuando lo logre, porque en el momento en el que eso ocurra ya no habrá molestia ni incomodidad posible.

Se van conociendo más, mientras hablan en silencio y él se pregunta cosas. Cosas que luego escribe, que no se han de marchar, y que estarán con él siempre. Está solo y ya no le duele. Prefiriría cierta compañía, pero no se angustia porque haya de esperar hasta tenerla. Se va sintiendo cómodo y tranquilo, porque ha descubierto que vale más comprender que ser comprendido.

La piedra del mechero rasca el aire arrancándole una chispa de pasión. El gas envuelto en calor se aproxima, de nuevo, hacia el extremo alargado y delgado de otra barra de incienso.

1 comentario:

Soñadora Empedernida dijo...

Vale más comprender.
:)



Me ha resultado curioso el texto porque ayer por la tarde, cuando te dije que tenía la cabeza tonta, encendí una barra de incienso en mi mesilla.


Besillos, pequeñitou.