5/19/2008

Así que lo tienes decidido. Tú, tú lo tienes claro y estás dispuesto a intentarlo. Incluso a conseguirlo, ¿eh? El mismo chaval que en el sol vespertino de la primavera, ese que contrasta con nubes oscuras y lejanas colocadas frente a él, se siente a salvo, seguro. Ese que incluso piensa que el astro rey le acaricia la cara con más calidez que a otros, y lo piensa así porque siente la naturaleza con toda su fuerza.

Ese eres tú, ¿no? El que se mira los ojos cuando les da la luz, para ver cómo reviven sus iris que él aprecia anaranjados y fijarse en el empequeñecimiento repentino de sus pupilas. El mismo, el mismo que viste y calza. Eres él. Y estás decidido. Pero, ¿totalmente seguro? Seguro. Ya lo veo.

No sé, me la juego a pensar a que te nutres de historias. Lo haces, ¿verdad? Te emocionas y sonríes si ves a un padre besando en la mejilla a su hijo, tú que estás ausente de paladar en ese sabor. Te excitas de sonrisa cuando ves a dos amigos abrazarse, o si tu vista alcanza a cazar, en su acecho involuntario e inevitable de momentos, el roce furtivo de dos personas que se quieren. Porque estoy convencido de que es eso lo que ves, que se quieren.

Que se quieren por encima de todas sus dudas, igual que tú la quieres a ella e igual que quieres conseguir lo que te has propuesto. Tú, pequeño, o pequeñito pues así te canta desde sus labios, grandísimo loco. Y así esperas. Pero esperas haciendo, ¿no? O sea, que tú no estás viéndolas venir, ni pasar, ni nada de eso. Ah, entiendo.

¿Y si tus manos se cansan de acumular historias? ¿Si se astillan los navíos de ilusión que vas lanzando a la mar, soplando desde lo profundo de tu corazón, desde lo que amas con todas tus fuerzas? Sé que sabes que no lo harán, porque estás decidido. Es verdad, no lo harán por eso. Pero no puedes evitar que te duela el mutismo del teléfono, o que cuando se decide a quebrar su huelga de silencio sus gritos no tengan el nombre amado, desconocido, pero enloquecidamente deseado.

Ese eres tú. El mismo que se acaricia la barba mientras la recorta un poquito con las tijeras, que se mira para intentar ver algún defecto más y que cuando lo encuentra se dice que, bueno, que incluso se ve guapo. Gracias por la parte que me toca.

Así que nada más, ni nada menos. Estás loco y convencido. Tanto que seguro que escribirás esto y sonreirás mientras lo hagas, y te acordarás de cómo el sol te besaba las mejillas y la barbilla, y los ojos por dentro se volvían de naranja y de rojo, todo eso porque te alumbraba de lleno. No sé si llegarás a estremecerte de nuevo al sentir el calor que volverá a tu memoria, pero apuesto lo que sea a que suspirarás al ver en la mirada de ese hombre respirar el beso que su hijo le ha devuelto.

Porque eres así, un iluso, que además sabe que lo es pero prefiere que lo llamen soñador. Un niño que quiere ser escritor, y se cuestiona muchas cosas, y descubre siempre las mismas y otras nuevas, cuando se mira cara a cara en el espejo. Sí, en el espejo, igual que ahora.

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