5/29/2008

La sonrisa estaba a medias. Era en su rostro un trazo aleatorio, azaroso casi, entre la comprensión de lo que ocurre y la sordidez de lo que vemos. Una sonria que no era irónica, pero tenía matices fatales por su sinceridad. Una sinceridad que, por cierto, podría muy bien ser intrepretada como temor o vagancia.

Las ventanas estaban cerradas, y las persianas bajadas. Incluso había pasado las cortinas. Estaba mirando, bajo el umbral de la puerta, hacia el interior. Sabía que era perfectamente capaz de cerrar por fin, de olvidarse de todo. Tenía un poco de miedo porque podía dar la casualidad de que ese cerrojo, silenciado por su mano de una vez por todas, encadenase su existencia. Encadenarla a dudas y preguntas pendientes, la más terrible tortura.

Asió el picaporte con fuerza. Le sudaba la mano derecha y en el bolsillo le temblaban las llaves. ¿Sería capaz? Igual había sido demasiado optimista para con su propio valor. Se decidió y fue a cerrar la puerta. Con algún acecho de culpabilidad, que lo cubría desde su piel hasta los huesos, quiso devorar los rastros oscuros de ese lugar con la mirada. Puede que fuera una disculpa.

Sacó el manojo de llaves del bolsillo y metió la indicada en la cerradura.

- ¿Qué haces? - preguntó una voz a su espalda. No quiso volverse para responder pues la voz le sonaba familiar, ni enfrentarse a quien tenía tras de sí, ni a la verdad que ante él se iba cerrando como un círculo de fuego.

- Me marcho - contestó.

- Eso ya lo veo... - murmuró la voz - ¿Sabes una cosa? Del mismo modo que nadie se acerca a una fuente en la que no halla restos de humedad a su alrededor, nadie se detiene ante algo que está cerrado a cal y canto. Puede ser que, por algún motivo, la fuente que vemos rodeada de charcos no funcione en el momento en el que tenemos sed. Sin embargo, lo que es seguro, es que si vemos que todo está seco en torno a ella no nos detendremos para beber.

- ¿Y qué? - respondió algo dolido. Se estaba acercando demasiado a lo que le pinchaba en el corazón.

- ¿Qué clase de refugio crees que puede ofrecer una casa cerrada? ¿Qué posibilidades una fachada sin ventanas?

- Dime tú, que tanto sabes. ¿Dónde está el sentido en tenerla abierta si nadie llega?

No tuvo que pensarlo mucho. Era la pregunta que llevaba esperando y que, además, seguramente no era necesario responder. Aun así, lo hizo.

- Yo... Verás, no sé tanto. Solo te hablo de dar oportunidades. No de esperarlas furtivo y montaraz mientras das lo mejor de ti para preparar una gran cena. Come solo, bebe solo, reposa solo. No escatimes ni racanees porque... Bueno, en cualquier momento puede cruzar por delante alguien con hambre, o con ganas de hablar compartiendo vino. - Hizo una pausa en la que pareció masticar y saborear la siguiente frase - Por ejemplo yo, y ahora.

- ¡Qué casualidad! ¿Justo cuando cierro? - Ante la risa en la que se convirtió la voz no pudo sino darse cuenta de que nunca se sabía lo que podía pasar. Y que por ello no era sensato darle demasiada importancia a la espera, ni tampoco dejar de preparar lo que él consideraba manjares y que hacía con toda su dedicación.

Cesó la risa. Abrió la puerta, y se dirigió a su cocina. Sacó un vaso de cristal y una botella de vino. Siempre acababa por convencerse a sí mismo de que no cocinaba mal, de que tenía buen gusto, y de que creer lo contrario era una salida ruin, una huida miserable.

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