5/28/2008

Vienen y se van, repentinamente, alzándote por un instante sobre un precioso mar de nubes y, a veces, sumiéndote en la tormenta. Su llegada es rápida, un asedio fulgurante en el que apenas puedes darte cuenta de que habías bajado la guardia. Subes entonces, elevándote sobre ti mismo y sobre el tiempo, viviendo de nuevo.

Son segundos, o minutos, protegidos por burbujas de cerveza, en algunas ocasiones, o simplemente caminantes de la sed de alegría o calma. Generalmente traen la declaración de guerra que no podrás eludir por mucho que quieras, es así, llegan, ven y casi siempre vencen.

Puedes imponerte a lo que te obligan, puedes decidir no y decirlo, determinarte a saborear esos instantes, dejarte engañar porque, después de todo, no son tan ofensivos como parecen y, además, la vida sin emoción ni riesgo no vale nada. Vuelves, vuelves a las clases con los nuevos compañeros de ayer que son los viejos amigos de hoy. Reparas, tras comprobar de nuevo en tu carne su voz, en que no han cambiado nada. Y al mismo tiempo que a salvo por esa inalterabilidad, te sientes sacado fuera de ti. Porque sabes, de un modo u otro, que al menos algo sí ha cambiado. El tiempo, dicen, no pasa en balde.

Pero, ¿cada cuánto se pasea por algodón de vapor de agua? Así que no opones resistencia, tan solo un suspiro estoico que, en realidad, dista algo de la resignación. Luchar por la eternidad de lo amable es un gasto. Envejecemos, a pesar de ser aún jóvenes, y lo que nos da miedo es eso, que seremos viejos. Entonces estos momentos, como ahora en el que escribo, serán los nubosos y blancos paseos que, llegado el momento, siempre serán tormenta o regular chubasco.

Nos quedará entonces decir, tal vez para nosotros mismos pues nadie ya nos escuche a esas horas, que estuvimos vivos, que ahora lo estamos. Que hubo días en los que supimos que seríamos capaces de conseguir lo que deseamos de corazón, a pesar de no haber aparente progreso. Nos quedará decir que estuvimos, sin más, y pensaremos en si tal o cual habrá tenido ya hijos, o si fulano o mengano al fin estuvo en paz y obtuvo el crédito que de sí mismo se exigía para él.

Tan solo eso. Ver venir esos momentos igual que los vimos ir. Traídos sobre murmullos de leve frío azul. Llamándolos recuerdos.

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