5/17/2008

Mientras moldeo tu cuerpo acostado sobre mis rodillas, en la soledad absoluta de la sala, pierdo mi vista en la pantalla estática de sueños, blanca, pura de luz, y la música suena en otro plano. Pienso, pienso mientras creo que duermes, que cuanto necesitamos es un cómplice, un apoyo en el cual delegar los apuros del alma. También darle cansancios al cuerpo, sudores a la piel, enredos a las sábanas.

Me fijo en tu rostro con el cálculo del arquitecto y, con afán de cantero, trazo concienzudamente formas en tu pelo. Estás hermosa, y tus ojos negros. ¿Si solo es esto? Si puede que lo que se requiera y lo que se deduzca de todas las cuestiones no sea más, ni tampoco menos, que el hecho de saber que en otra persona podrás lavar de marcas tu conciencia, y darle resposo al espíritu.

A lo mejor te preguntas por qué no hablaba... Porque habría sido mucho mejor escribirlo, y no podía. Me zambullo, taciturno y serio, en el agua balsámica de tu mirada y, entonces, sonrío. No estaba previsto, ha sido eso. Por ahora te marchas, te veo ir, subiendo las escaleras, y como un centinela me quedo a la espera de que tu cuerpo se oculte tras las paredes, hasta que vuelvas a tu casa.

Que por qué no he dicho nada, me repito. Porque cogía el aire de tu silencio, respiraba ahí, mientras descansabas sobre mi pecho. Sobre mi pecho antes de irte, luna perfecta, y yo ahora pienso que cuanto he dicho es cierto. Que esto está bien. Que en ti me apoyo, en ti delego.

Por eso callaba, porque poner voz no hacía falta.

1 comentario:

Soñadora Empedernida dijo...

Espero no acostumbrarme jamás al ejército rebelde que me recorre el estómago en estos momentos, Escritor.




:)