2/26/2006

Es cuando las luces se apagan el momento en el que la inquietud asoma. Es cuando resuenan a lo lejos los ecos de los pasos que se alejan el momento en el que algo recorre tu estómago y lo alicata de nervios, de ansiedad e incluso de ilusión.

Es en ese momento cuando el miedo instintivo te acecha, y consigue apoderarse de ti. Sin embargo no es un miedo malvado, sino un miedo que te posee del mismo modo en el que puede un amante poseer a su media mitad fundiéndose en un solo ser compuesto de dos cuerpos.

El momento en el que la oscuridad es tan densa que solo cabe esperanza para que una luz irrumpa de repente en ella y quiebre, de forma brutal y sin ceremonia, la quietud mortecina que hacía expirar al mismísimo tiempo. Es ahí cuando emerge la duda de si será mejor mantenerse a oscuras porque quizás lo que se revele sea mucho peor.

Me quedo aquí, escribiendo, con ganas de ducharme mientras escucho los pasos que se alejan dejando un eco en mi cerebro que consigue alicatar las paredes de mi estómago con pequeñas baldosas blancas de nervios incoloros, de ansiedad transparente e ilusión invisible.

Me quedo aquí, escribiendo, con una sonrisa absurda, con una melancolía propia en lo ajeno, en el interior de lo externo, asentada en mi propia mente, en mi consciencia y autoestima. Y al acabar, llevo mis manos a mi rostro, simulo el gesto como si me fuera a lavar la cara con agua y me doy cuenta de dos cosas. La primera es que soy un ser de dos cuerpos resultado de una posesión delicada y deliciosa, consumada por el más sigiloso y seductor de los amantes; y la segunda que mis manos huelen a mis genitales.

Tengo miedo, estoy a oscuras y no sé si la luz irrumpirá de una vez y sin ceremonias.

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