2/22/2006

Con un leve gesto de la mano quiebro los sedimentos del tiempo apelmazados en el aire enrarecido del aula. El tedio insípido, inoloro también, se ve perturbado por mi movimiento distraído. Se ha desatado una tormenta; he desatado una tormenta.

Eolo sopla con fuerza en mi mente, su viento salvaje alimenta las llamas feroces de mi mansa locura, incentivando así la licantropía oscura de mi corazón y mis alientos. Frívolo, oscuro y transparente, me observo cayendo en la decadencia del mundo ajeno.

Solo soy paja y hierba seca para ese fuego, si yo fuera agua él se haría planta, solo le interesa alimentarse de mí. Si cierro los ojos me promete que veré mejor, me seduce con dulces palabras, me obliga con imperiosos mandatos. Qué voy a hacer si me insinúa que si junto los párpados, cubriendo mis ojos con un fino y liviano velo de carne, podré sentirte más cerca que si te tocase con mi piel.

Es un cáncer, la apatía ególatra, los no muertos arrestados de su cuerpo, jugando a ser vivos, intentando ganar fingiendo vivir, deseando estar secos y enjutos en un traje de carne y piel que se quedó viejo para sus espíritus raídos por paradójico desuso.

Ya despunta el sol, ya amaina la tormenta, las cenizas de mi ser anhelan la lengua ígnea del desequilibrio. Bendita licantropía, tengo hambre, dame de comer.

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