1/16/2006

Por soñar con lo prohibido he dado con la turbación esta mañana. Con el regusto agridulce en el corazón al palpar en latidos la certeza de lo delicioso del sueño y lo sórdido del despertar. Mis disculpas, mi Señora, por incomodarla. Le he dibujado los ojos, la boca y la nariz. He intentado, y logrado, sin esfuerzo, rellenar sus labios de alegría y de salvaje movimiento su lengua. Su rostro.

Disculpe por inventar lo suave de su piel y la redondez de su pecho; perdone por decorar su habitación, por hacerle pronunciar mi nombre entre jadeos. Le aseguro que aún ahora pago penitencia, la impuesta al despertar hallado en patetismo.Era un sueño, mi Señora, un producto impregnado de mí y salido de mi compañía de viajes particular. A pesar de todo, mis disculpas.

Negarlo sería abogar por la negación de la evidencia; me duele el orgullo por haberme equivocado, por lo que la oí decir y supe que pensaba. Me duele por lo que cree que creí y que sin duda intentaré convencerla de que está, usted mi Señora, equivocada. Ya veo, no le sorprende, ¿verdad?. No hay necesidad de ello.

Me duele, pero me sana el rostro en sonrisa porque no hay mejor revulsivo para el ridículo que reírse de uno mismo. Me quedan una infinidad de kilómetros hasta encontrarme; puede que tan solo a novecientos, mi Señora, se halle el amor de su vida y, quizás, a trescientos un buen amigo. Quizás.

Existe la posibilidad de considerar el detalle de mi vanidad, de odiarme por mi elevado concepto de mí mismo, seguramente. Agazapado entre dos extremos, sin ambición de nada más, se halla el detalle. El mismo, por ejemplo, del que hablaba en la línea anterior; el mismo que limita la locura, o genialidad, con lo mediocre.

Mis disculpas, ahora Caballero, por insinuarle que se acerca usted mucho a lo que yo siempre quise ser. Ya se lo dije, soy la antítesis de mí mismo, por supuesto, totalmente distinto a usted. Si hubiera que matizar, o detallar, diría que usted es ingeniero mientras que yo, ahora mismo, tiro más hacia poeta.

No lo saben, pero mi odio es mi motivación para amar; mi fracaso, el reto para seguir soñando; mis errores son un desafío para intentar hacer las cosas bien; la realidad representa, para mí, la fe en la fantasía.

Discúlpeme, Señor, por pedir disculpas pero me ha podido la emoción, la culpa, como muy bien dice, va íntimamente ligada al ego. Conoce mi opinión, no se basa en la existencia sino en la coexistencia; no se trata de convencer sino de transmitir.

Mis disculpas, mi Señora, Caballero.

Hace frío ahí fuera pero tengo que marchar. Pensaré en la Luna antes de dormir, justo después de leer. ¿Saben una cosa? Ayer dormí con una sonrisa en los labios. Ah, se me olvidaba, Caballero, decirle una última cosa. ¿Me lo presta un momento, mi Señora? Gracias. Verá, Señor mío, el tiempo no cura sino que solo cicatriza.

Y bien es cierto que las cicatrices no duelen donde tiempo ha hubo una herida sino que lo hacen en el pecho y el recuerdo. Pienso que son peores que los principios porque éstas, las cicatrices, no se pueden evitar y, una vez hechas, jamás caducan ni desaparecen. Es mi opinión, una óptica como usted dice, tan cierta como errónea.

Creo que ya lo he dicho todo, de camino a casa recordaré las cosas que he olvidado decir. Bueno, hasta pronto. Mi señora, Caballero...

No hay comentarios: