1/17/2006

No hacía frío. Es más, hacía un calor insoportable. Apenas habrían pasado diez minutos desde que me hube duchado cuando de nuevo el sudor chorreaba por mi espalda.

Gota, a gota. A la par que la impaciencia. Teníamos prisa. Debería encontrarme con él por la noche, pero contra el tiempo no se puede hacer nada, así que tomé la decisión más inteligente que pude tomar. Preparé el agua fría y me desnudé.

Mi abdomen se mostraba firme, quizás había ganado algo más de volumen, quizás fuera que estaba hinchado de aire y estrés. A saber, soy un profesional, pero no precisamente de medicina.

Metí los pies en la bañera, el agua estaba jodidamente fría. Se me encogieron los huevos y se apretaron bien contra mi cuerpo para robar, casi de forma parasitaria, el calor de éste. Delicioso escalofrío. Me sumergí por completo, el sudor se diluyó en el agua de la bañera.

En un principio me pareció tentar demasiado a la suerte, pero como no era ni vampiro ni nada de eso raro, acabé cediendo a su voluntad y coloqué una ventana en el baño. Bien grande, casi panorámica. Fue curioso, pusimos la ventana y a los cuatro meses me abandonó... Quizás le deba lo que soy, quizás ahora soy lo que ella temía y por eso se alejó.

El sol anaranjado del prolongado atardecer estival comenzó a arañar el horizonte. Sangraba el cielo, como un oscuro presagio carmesí. Me hizo gracia la ironía.

Comencé a vestirme. Poco a poco, estaba fresca mi piel después del baño. Miré un reloj que encontré por el baño, un reloj que casualmente di por perdido haría no más de una semana. Qué curioso, a veces pienso que todo pasa por algo. Esta vez, concretamente, para darme cuenta de que ahora yo llegaba tarde.

Me vestí rápido, apurando. Deportivas, calcetines deportivos de algodón, pantalones por debajo de las rodillas y por encima de los tobillos, azules, y camiseta blanca, de algodón. Fui a ponerme gafas de sol, pero era de noche y me parecían un detalle tan jodidamente superfluo que las descarté al mismo tiempo que me reprochaba cómo puedo llegar a ser tan estúpido.

Cogí un taxi, un profesional jamás conduce coche, y menos el suyo, cuando tiene una cita. Cuántos listillos han pasado a ser humus por culpa de vanidad y ostentación. En fin, de todo debe haber. Si no hubiera sido por ellos, yo no tendría un ventanal de un metro cuadrado en mi cuarto de baño... Las presas fáciles también dan dinero.

Esta noche, sin embargo, todo era distinto. "A la calle de los sueños rotos"; "como quiera, señor, ¿qué tal le va todo?". Hay que joderse, hasta los taxistas conocían a qué pertenecía... Eso ayudaba a algo, a no preguntarme nada, a no intentar intimar, a que se limitasen a contestar si alguno de nosotros, yo en este caso, preguntaba. La ambición de muchos de estos conductores los llevaba directos a la tumba, con un original epitafio en el que se leía "por la boca muere el pez; no hables si no se te pregunta". ¿Macabro? Órdenes de arriba.

Me dejó donde debía, cuatro calles y media antes del destino oficial. Olía de maravilla, delicioso. Exquisita noche de verano. Se veían acarameladas parejas, veía yo en ellas algo de mí que apenas recuerdo... Cuando ella era mi princesa y yo su fiel vasallo dispuesto a mover cielo y tierra por ella... Dulces amantes que paseaban a la luz de una luna tímida y resentida, deseosa de invierno y protagonismo.

Oí los pasos, llegué antes. Me ponía nervioso eso de llegar antes... Me daba por el culo, primero porque la puntualidad es sagrada, segundo, si alguien ha de ser impuntual prefiero serlo yo.. Así sé que no soy un blanco estático al menos... Manías, supongo.. Instinto, quizás.

Ahí lo vi venir. Tranquilo, orgulloso e ingenuo. Maldito estúpido.. ¿Acaso pensó que me iba a tocar los huevos? Esto era algo personal, no sé si lo sospechó.. Pienso que no, si no... Ahora seguiría con esa sonrisa de chulo que le marcaba la cara.

"Buenas noches, R" me dijo, el cabrón, con un tono de colegueo que, aún hoy, me rechina en los oídos. Será posible, aun en el más antiético y amoral de los trabajos hay gente que se recrea en esto.. Fanáticos absurdos que desde pequeños vieron a los gángsteres del cine y quisieron ser como ellos. Eso los perdía, tener esos ídolos sobados y deformados por un patrón social que tiende hacia la "justicia" legislativa.

"Llevas todo, ¿verdad, R? No nos podemos permitir fallar." "Oye, D, tú nunca me tomarías por tonto, ¿verdad?" Apuntillé sutilmente, dejando entrever mis intenciones, era de esperar que intentara convencerme. "Ehhh, estooo... R, claro que no, tío! A qué viene eso?" Se condenó él mismo. "Vale, eso espero, D, no quisiera equivocarme. Ahora, camina." "Pero..." Intentó enternecerme. Se puso por delante de mí, paso a paso, lentamente. Dudó cuando escuchó que colocaba el silenciador, pero sabía que no había marcha atrás... Era su puta culpa, yo no tenía nada contra él.

Como estaba estipulado, al tercer paso apreté el gatillo. A escasos cinco centímetros de su perfumada cabezota. En su cráneo calvo se oía socarrarse la carne y la piel. Negro y rojo. Cayó, desplomándose por su lado izquierdo. Sus sesos mancharon mis calcetines blancos de algodón, su sangre mi camiseta.

Me agaché y le susurré, a modo de lección magistral mientras separaba el silenciador de mi pistola, "por la boca muere el pez; no hables si no se te pregunta; y ya que estamos... Hazte pasar por tonto si de verdad te crees muy listo."

Estaba pringado de sangre y sesos. No había problema. Ahora los entrenan bien, el taxista me esperaba a la salida de la cuarta calle, en un rincón poblado de sombra. "A dónde, señor". "Quiero darme un baño".

Y me dejó cuatro calles y media antes de la puerta de mi chalet. El servicio era una maravilla. El jefe sabía cómo mover los hilos. Era una persona increíble. Quemé la ropa y, del mismo modo que el recuerdo, el olor se quedó pegado a mí. Daba igual, estaba sudando así que preparé el agua fría.

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