1/15/2008

Las estrellas se han descompuesto, difuminándose en el metal gris de todas las mañanas. Las horas de sueño se alteran, y se cambian por hambre, un hambre que no desaparecerá cuando desayune, ni cuando coma o cene. Es un hambre de días, de los que anidan dentro y se retuercen con un el cuerpo al rojo vivo.

Se arrastran por delante de mí los momentos para cada palabra, y a mí ahora solo me interesa un silencio. Lo demás sigue, sin tener que decir nada.

Cuando el oeste se trague al sol, esta tarde, volveré atrás la vista, con la mirada en un instante diferente, y con las estrellas recomponiéndose con calma, en la negrura nocturna, en la premonición del alba. Será entonces cuando hable con las horas, para que no se alteren, para que tengan paciencia.

Por ahora sé que respiro con demasiada facilidad, y por eso la boca me dice que se aburre, y la lengua que no se divierte, porque mi saliva es algo que ya conoce de sobra.

No hay comentarios: