1/05/2008

- ¿En qué piensas?

En su mente bailaban, sobre una melodía ígnea, casi hiriente, ideas de detener el tiempo, de prorrogar ese instante hasta hacerlo eterno. Ideas de invariabilidad, de no volver a marchar, de quedarse para siempre. En su cabeza resonaban aún los pasos sordos, devueltos en un eco macabro por las paredes de la ciudad, húmedas a causa del frío del enero marchito que se iba convirtiendo en el segundo del año, esta vez el más largo de cada cuatro.

- Ha merecido la pena, ¿verdad? - Preguntó la misma voz, de nuevo. Claro que lo había merecido. El sudor recorriendo la piel hasta hacerla parecer metal bruñido a la luz de las farolas de las calles de Zaragoza. Había merecido la pena sentir la sangre palpitando fuerte contra las sienes, haciendo que la cabeza se bambolease imparable, del mismo modo que el mundo que los rodeaba, siempre que ocurría aquello por lo que detendría el tiempo deseando prorrogarlo hasta lo eterno.

Sentía el calor dentro de sus entrañas, arañando la piel que se convertía en la superficie granulada propia de quien sufre los encantos de la emoción más intensa. ¿De verdad había merecido la pena? El olor de la sangre derramada acudía aún a sus fosas nasales, ese aroma metálico que se arraiga profundo hasta anclarse en la más íntima esencia, en el primer cimiento del ser, en el exacto lugar donde el alma recoge sus impresiones en un valioso catón existencial. Los músculos seguían tensos aún, y vaporeaban la energía que los había movido, que los había insuflado de fuerza y agilidad desde la voluntad para la lucha. Al principio no lo tuvo muy claro, pero llegó a la conclusión de que a todo se aprende practicando. Se aprende aprendiendo, y no hay más vuelta de hoja. Luchar, pelear, no eran excepciones.

El humo que las chimeneas vomitaban hacia un cielo nocturno rosado, de nubes amenazantes de lluvia o nieve, lo transportaron a universos de calma y quietud. La calma y la quietud propia de la satisfacción por el trabajo bien hecho, por el deber cumplido. Eran pocos, y eran perseguidos. Las cosas habían cambiado bastante en muy poco tiempo y solo quedaba darlo todo para conseguir, aunque fuera, tan solo una pequeña parte de lo que fue suyo. Así empezó lo que cada noche acababa, para volver a empezar al alba, cuando el mundo se desperazaba en los sueños que el Este quebraba con una luz dorada. Nadie, absolutamente nadie, podía saber cuánto sufría cada lobo o cada bruja. Lobos y brujas, hijos y hermanos de un lugar que no eligieron, pero que no dudarían en cambiar por aquello que creían justo.

- La noche es preciosa... Pero todas lo son después de esto. - Ella nunca decía qué era “esto”. Nunca lo afrontaba, a pesar de ser de las que más se entregaban. Solo eran brujas aquellas que no sentían miedo a morir por lo que creían, las más valerosas, las más auténticas a la hora de demostrar hasta dónde se quiere llegar. Ella lo era, era una bruja. Sin embargo, después de cada noche, las pupilas se le empequeñecían, sumergidas en un bailoteo líquido y cristalino de sus ojos. Era como un ritual de purificación, una catarsis suplicada a sí misma, donde buscaba el perdón a sus actos, a su naturaleza instintiva y fuerte. Sabía que era necesario, pero no podía evitar sentirse en deuda con el bien, porque herir le gustaba tanto como la turbaba.

Siguió sin contestar mientras lanzaba otra mirada al cielo incendiado, como la música de su mente. Cerró los ojos e inspiró con calma. Se relamió mientras las imágenes de la memoria a corto plazo se sucedían con exquisita dulzura, en una cadencia sutil que lo llevaba de nuevo al fragor de los golpes intercambiados, los gritos desesperados y las órdenes previstas para acabar con éxito el plan. Pueden perseguirnos, se dijo, pero no nos dejaremos coger. Se incorporó, levantándose sobre su metro y ochenta y cuatro centímetros de altura. Pasándose la mano sobre su cabeza rapada al tres y acariciando levemente su barba, que cubría los moratones y heridas del rostro, sonrió con benevolencia y sinceridad. Solo eran lobos los más nobles.

- Merece la pena,- dijo, casi en un susurro,- y seguirá mereciéndola, si puedo compartir contigo y la magia de tus ojos el camino hacia nuestra superviviencia. Vámonos, el resto de lobos y brujas nos esperan.

1 comentario:

saudade dijo...

Tus palabras desprenden una melodía grandilocuente, sublime. Podría dejarme mecer entre ellas toda la noche... El final maravilloso.

Un saludo, buen día :)