1/31/2008

Es una sensación muy parecida al orgullo, pero no llega a tanto. Es un tipo de satisfacción que te hace saber que has acabado lo que empezaste, que, al margen de todo cuanto pueda ser evaluado, lo importante es que no te rendiste a mitad y dejaste con las ganas de vivir a un montón de ilusiones y existencias. Ilusiones y existencias alojadas en papel.

A través de la ventana, con la cabeza apoyada en la almohada, y boca abajo, pensé en que había hecho algo de nuevo. Y el niño que soy gritaba de alegría al sentir que tendría otra historia más, una historia que tal vez perdure.

Me quedé mirando los árboles deshojados, famélicas criaturas enraizadas en la tierra, recortando sus siluetas macabras contra la noche negra, de carbón brillante en las estrellas. Luego imaginé esos mismos árboles pobladitos de brotes verdes, con color de tierra revivida. Me di cuenta, entonces, de que solo quedaban unos meses, y reparé en que todo sigue su rumbo, el tiempo no se detiene, y las historias, las letras y palabras, van y vienen.

¿Ahora me estará echando de menos? ¿Estará, en este instante, sumergida en las profundidades de mi alma, al tiempo que lee ese montón de páginas? El mundo no se detiene, y le da igual que haya escrito una o dos "novelas", una o doscientas diez entradas en un blog.

Y es verdad, no importa cuánto se haya escrito, sino lo que se sentía al hacerlo. Porque lo que se siente siempre queda, dando lugar a una impronta que nos recuerda qué y quién. Cuando quién es nadie, porque en las letras ya está todo cuanto eres, cuanto fuiste.

Sin embargo, mantienen el secreto de lo que serás.

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