1/21/2008

La niebla era de azul metálico y constitución vaporosa, y convertía la autopista y sus alrededores en una situación geográfica fuera de tiempo y lugar. Los faros del autobús se abrían paso, desgarrando su húmeda esencia, penetrando, amarillos, en ese muro denso pero blando.

Nos guiábamos por los ojos eléctricos con pantalla de plástico de la bestia mecánica, y parecía que volásemos por un mundo azulado y borroso. Yo sentía cómo te echaba de menos, cómo añoraba la presencia de tus ojos, pero no me preocupé demasiado porque, desde hace un tiempo, siempre tengo tu nombre escrito en los labios.

De repente mis ojos pidieron algo de tu piel en las retinas; escalando desde tu cuello a tus sonrisas advertí mi deseo, y luego me di cuenta de que algo había cambiado en el paisaje. El resto de los ojos de las criaturas, sedientas de hidrocarburos, no podían dar un brillo semejante a la tierra que nos rodeaba. Ni aunque fueran de xenon.

Presté un poco más de atención y miré sobre mí mismo, encorvándome un poco, y acabé por descubrir una hermosa luna. La niebla se había ido casi por completo, y solo quedaban pequeños retazos que homenajeaban al hermoso satélite con brillos de plata.

Daba igual que antes todo fuera azul, metálico, húmedo y vaporoso. Da igual, en realidad, porque yo cuento con un núcleo anaranjado y tibio más allá de mis costillas, empujando una sangre que se enciende si me tocas.

No hay comentarios: