1/13/2008

Añorar es ver en cada calle las calles de tu ciudad, y en los rostros desconocidos aquellos con los que has compartido tantas experiencias. Añorar es sentir una bestia en el estómago que abre vacíos en el alma, desgarrándola salvajamente, con voracidad de tormenta veraniega.

Añorar es, también, sentir a cada paso a quien anhelas, y que el eco de las zapatillas contra el suelo te recuerde cuán equivocado estás. Es pelear con un titán que se concentra en el puente de la nariz, en el punto intermedio entre el tabique y la frente, donde las emociones empiezan a hacerse físicas y se apoderan de esa tierra de nadie. Añorar es ver desfilar aguaceros en el filo de los ojos.

Sentirse extraño en cada lugar, un excedente, una protuberancia indeseable en un entorno que se antoja hostil. Añorar es estar solo y acompañado al mismo tiempo, y notar punzadas en el pecho que zarandean la consciencia, recordándote tu vulnerabilidad.

Añorarte es desear perderme en tus brazos, desafiando a la distancia, e incluso al tiempo. Es que las nubes de las que hablaba hace un momento derramen su esencia de borrasca, y el granizo de mis adentros hierva en mis mejillas. Añorarte es sufrir en cada inspiración, porque no sabes cuántas inspiraciones han tenido lugar sin que pudiera decir de verdad te quiero. Ni siquiera pensarlo.

Porque es duro tener que esperar al momento exacto y ser sincero, aunque merece la pena. Añorar es, al mismo tiempo, recordar que hay algo por lo que luchar, y que el esfuerzo tiene una recompensa cierta. Añorar es llorar por dentro y por fuera, y saber que la sal suicida de los párpados lleva todas las letras de esa palabra que contiene cinco.

Añorar es desdicha y fortuna, una cama con colchón de plumas y somier de espinas.

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