4/08/2006

Hoy hay lluvia de estrellas sobre tu pecho. Quiero ahogarte en mis pupilas mientras ordeno mis sueños esperando a que el calor de la noche me asfixie y me deje sonriéndole a la nada. Hoy me quedo en casa, paseando por tu recuerdo, escuchando los ecos que alimentaron tus pasos.

Volvemos a vernos cada noche al despertarnos, un reflejo fugaz, un te echo de menos. Al otro lado del espejo alguien me dice que no soy real, a este lado del espejo algo me dice que nada es real. Los planetas revientan desde sus adentros, las constelaciones impactan contra el infinito mientras en un suspiro se levantan las nubes de mi tormenta.

Está temblando el suelo y apenas me doy cuenta; el cielo se ha quebrado en dos y mi alma rebota por entre mis entrañas gritando desesperada que quiere salir, que quiere volar directa, kamikaze y suicida hacia el vórtice oscuro que la absorbe, igual que se absorbe la muerte en una calada. Con morboso placer, con determinismo autodestructivo.

En divina contradicción fomentamos mi locura y del cóctel de amor y odio emana la tragedia perfecta, el drama privilegiado que nos dará el prestigio necesario para, quizás otra vez, subir de nuevo a otro escenario, en otro lugar paralelo a este mundo, en otro despertar ajeno a mi realidad, a mi ilusión macabra.

Hoy hay lluvia de estrellas sobre tu pecho, y las nebulosas se desparramarán sobre las paredes del mundo como una mancha espesa, como la sangre semicoagulada por la piel temblorosa y resentida. Ya han reventado los primeros, tan solo quedan unos acordes.

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