12/14/2005

Ya marchó la intocable amante de los locos poetas y los bohemios tardíos. También escapó la noche que se extendió rápida y densa como la tinta sobre un folio en blanco, cubriéndolo todo y manchando tanto que no ensució nada.

Ya no queda el roce de tu piel contra la mía pero aún guardo tu olor en mi cuerpo. Se marcharon los sueños ya, pero comenzó a anunciarse el alba para vivirlos, para alternarlos y no acabar dependiendo de éstos. El horizonte empezó a sacar al sol por el Este. Parecía un parto eterno, se podía oír crujir y retorcerse a la escarcha. Hasta la propia Tierra se ha conmovido.

El sol emergió reluciente, rojo. Parecía haber salido de la Fragua de Vulcano. Se fue el silencio, marchó con los secretos de los muertos, y empezó a bombear la ciudad ese torrente tan variado por sus venas y arterias mal asfaltadas.

Los edificios más altos tratan de liberarse arañando el cielo con sus tejados. Mientras, los pájaros observan el mundo, se dejan caer en picado y, de repente como si parasen el tiempo, extienden las alas, remontan el vuelvo y se posan allá donde deseen.

Las nubes aparecen hechas jirones, como un vestido de novia rasgado por el desamor, adornando el cielo azul en esta mañana de invierno. Los árboles desnudos tiritan, pero se mantienen en pie, añorando la primavera y aguantando por ella, recordando sus ramas vestidas de esmeralda y gris. Envidiando al árbol de hoja caduca pero sin pararse a pensar que éste parece inexpresivo por ser inmutable.

Se escucha música, se oye el ruido. El mundo vive a pesar de estar agonizando. La Tierra baila, nos queda la música. El viento corea los cantos de sirena que vienen del lejano mar y los trae deformados en forma de macabro silbido.

Brilla el sol en los edificios y llora la sombra que genera. Se mezclan destellos que se pierden en los reflejos de cada mirada. Hasta de la mirada de esa chica triste prisionera de su ventana, abstraída en no sé qué, ganando metros en mis entrañas.

El cierzo continúa rebelde y sin embargo yo hoy me noto en calma porque a pesar de que se marchan tantas cosas aún nos queda mi cama, donde las volveremos a ver venir de nuevo, donde las volveremos a ver marchar.

Cada movimiento ahí fuera parece el último, hoy es un día precioso. Todo brilla, nada resiste la luz nacarada del sol, parece imitar a la luna. Quizás la eche de menos. Como fuego y agua, como tu ropa y mis ganas de desnudarte.

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