12/12/2005

Juraría que hoy los sueños no se me han escapado por la uretra con la meada de la mañana. No es por ser burdo o soez, simplemente lo juraría. Había algo, quizás fuera fe o tal vez una esperanza desesperada, que me ha convencido para apostar por el optimismo. Igual era que hoy ya tocaba.

Al salir a la calle me he dado de morros contra un muro de frío que más que golpearme me ha empotrado contra el mundo. Lejos quedaban ya las mantas de mi cama. Con los ojos bien abiertos he ido caminando, paso a paso, observando cómo el vaho se elevaba blanco más allá de mi cabeza.

Me he preguntado qué coño estaría haciendo el Sol, llegaba tarde a su jornada laboral o tal vez fuera que aún no había amanecido. Caminaba, pensativo. ¿ Por qué no duele hoy ? Puede que a causa del frío la densidad de mi sangre haya aumentado tanto que al corazón solo le ocupe una única tarea. Bombear. Sentir era algo secundario, al menos esta mañana.

He recordado las palabras de una profesora que, orgullosa y convencida de su testimonio, nos dijo que el único lugar donde no se siente el frío es en los ojos. No es cierto, de hecho creo que se ha llegado a transformar mi tristeza en escarcha.

Pero no dolía, o quizás sí y es la costumbre la que me ha insensibilizado. Porque si escribo para calmar el dolor y usarlo como un motivo hoy no tendría que estar haciendo esto. Se me fatigaba el corazón tan solo de caminar. Igual protestaba por tener que hacerlo un día más.

Sin embargo hoy no estábamos coordinados. Mi cerebro estaba más allá, mi corazón más acá y yo no sé ni dónde estaba. Creo que hasta he llegado a reírme del oscuro patetismo, o resplandeciente fanatismo, con el que afrontan las distintas tribus urbanas la lucha por su territorio.

He reído pues me sentía como un faraón en la Antártida. Al margen de todo, incluso perdido. Olvidado de mí mismo y, seguramente, de la mano de Dios. El sol no era amarillo, ahora por la tarde sí, era de un color blanco. Apenas se distinguía del propio cielo. Parece que el invierno le quite el color a todo, igual que a tu piel bronceada de recuerdos estivales, otorgando una detallada gama de grises.

Por eso los colores lucen más en invierno. Curiosa paradoja. Hoy no ha sido, de momento y esperemos que así siga, un mal día. Tengo, más que de costumbre, un hueco albergando una sorpresa, una sonrisa entre los dientes, un beso guardado en mi saliva porque quizás hoy haya una sorpresa. Porque quizás hoy la sorpresa sea que sonría o que ese beso salga de mi boca.

Esta mañana el frío ha hecho escarcha mi tristeza y la ha dejado acumularse entre mis pestañanas adornándolas de perla, ha densificado mi sangre y ha azulado mi piel. Pero, asimismo, ha mantenido intactas mis ilusiones. Puede que sea verdad que el frío conserve.

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