2/07/2008

Te cogen con la guardia baja, cuando no puedes hacer otra cosa más que atenderlos. No les gusta que puedas razonar, por eso te enganchan cuando apenas eres tú, sino otro tú, una parte distinta de la habitual. Da lo mismo debido a qué.

Entran en tu casa sin llamar ni siquiera, cruzan el pasillo de la existencia que os separa y acaban, con facilidad, por entrar en tu habitación, desnudándose en el altar propio donde se mantiene lo que crees que eres. Donde se manifiesta, de forma interior y propia, tu identidad. O lo que te parece que es tu identidad. Entran en ti.

Inquietan y profanan mientras se quitan las capas que los ocultan. Se revelan sus formas después, con rostros que nunca podrás olvidar, y con los que has aprendido a no vivir, o con un cuerpo deseado que aún hoy, años después, tus manos se preguntan por qué no pudieron acariciar, buscando debajo de esa minifalda.

La fascinación lanza una ofensiva, y activa un mecanismo de pesadumbre que hará su efecto al despertar. Cuando sea todavía más tarde, cuando sea completamente imposible. Pero te dejas llevar durante el sueño, porque tal vez tenga algo de real.

Al despertarte, el veneno inoculado se rebela. Te quedas con la cara ensombrecida y la certeza de que existen los fantasmas, los cuales no entran de afuera, sino que salen desde dentro.

1 comentario:

Pedro dijo...

Bonito relato-reflexión. Con un toque más serái prosa lírca, con otro pura reflexión. Para cuento le queda, pero tiene posibles. Me quedo con el último parrafo, contundente.


Un saludo,

Pedro.

Pd: Van llegando las visitas ;)