2/06/2008

Asusta, asusta mucho. Las ilusiones es lo que tienen, que caminan por una estrecha cuerda a varios metros de altura con respecto a la consciencia. No en relación a la realidad, porque las ilusiones también son reales. Se mueven a la par que uno mismo, y si uno tiene miedo, ellas se acojonan. Puede que no sea tan complicado después de todo.

¿Qué me queda entonces? No tener miedo, está claro. Seguir esforzándome, darlo todo. Da igual cuánto sea, pero que me quede vacío. Vacío, sin nada dentro, como Jeff Buckley en su aleluya. Me estremece la intensidad con la que, creo, lanza un mensaje desesperado. Ya lo he hecho antes... Creo que lo hago siempre. Quedarme solo con aire en el cuerpo, y algún que otro fluido.

Me deshago por dentro, y cuando acabo ya estoy lleno de nuevo. Siento en la piel una ropa pesada, que se adhiere a las capas más íntimas de mi ser, creo que está asfixiando el alma. Hay tantos que me preocupa el porqué debería creer que estoy entre los mejores. Aunque, pensándolo bien, negar esa idea no me demuestra que esté entre los peores, o los mediocres.

La música tiene razón. Está inundando mi cuarto, y me grita ya desde las rodillas. Una voz en mi cabeza le hace el coro. Y son ecos en mi pecho. Es importante no dejar a nadie indiferente, es importante que puedan decir, al conocerte, que han sentido algo. Conocerte a través de lo que sea, como sea, descubrirte.

Creo que esa es la esencia de las cosas. Como pensar en la madrugada que se va desnudando, tímida ahora y salvaje en dos vueltas de reloj, ante mí. Hoy quiero amarla despierto, que nos arrope el día, mientras un montón de palabras acaban con mi cuerpo exhausto y las entrañas... Las entrañas como el alma, vacías.

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