2/17/2008

Es dormir en tu cama, en tus sábanas, las que te dieron un ejemplo de la teoría de soñar. Las mismas que te envuelven en verano y las que te arropan pesadamente en invierno. Es tu cama, tu colchón, y la pared que tocas es tu pared, la que da cobijo a esa ventana.

La ventana grande por la que ves la calle, tu calle, no otra calle sino la tuya, y donde paseas al perro, o quedas con tus amigos. La calle donde vive tu portal, el portal de tu casa, en el que ella espera a que bajes. Que bajes los nueve pisos en el ascensor, mirándote en el espejo. El espejo del ascensor de tu casa. Tu ascensor, y su espejo. Son los tuyos, porque no son otros.

Está el patio, tu patio, el de todos los vecinos pero el tuyo, y el conjunto de buzones, ranuras ansiosas de recibir cartas. Cartas para ti, con un nombre que es el tuyo, que será el tuyo toda la vida, dirigidas hacia una casa que es la tuya. Tu casa, no una casa, tu casa.

La que viste desnuda y vestiste como pudiste, con los brazos jóvenes y el cuerpo pequeño. La misma que vistió tu madre. La casa que contiene la cocina donde comes, donde preparas la cena de tus amigos si los invitas. La casa que contiene el baño en el que te duchas, el mismo que tiene ese gran espejo donde te miras desnudo pensando en la chica que te espera en el portal, o que te ha esperado, o que te esperará en unos minutos después de presionar el botón del portero automático, el botón de tu casa.

Para salir húmedo, ir a tu cuarto, bucear en el armario, que no es otro que el tuyo. Que no es tuyo, pero el que compraron para ti. Con el olor único, tu olor, ese sí que es tuyo y propio y ni se vende ni te lo compraron. Dejar la ropa escogida sobre la cama. Quitarte el albornoz, vestirte y bajar a la calle.

Encontrarte con ella, ir al bar, al bar de siempre, a tu bar y estar en la calle un rato. En tu calle, o en las otras calles del barrio que también son tuyas. Y luego volver, dejando a la chica en su portal, bajo un porche obligado y nada bonito, al lado de su portero automático, hablándoos con los ojos. Porque la boca, tu boca, está ocupada, y cuando no lo está el silencio es mucho más digno.

Y vuelves a tu patio, a tu ascensor, a mirar tu cara en tu espejo por si la chica del portal te ha dejado alguna marca, algún mordisco en tu piel, por puro deleite, y sales, abres con tus llaves la puerta de tu casa, saludas a tu familia, lo dejas todo en tu cuarto, te lavas las manos en tu baño, te preparas la cena en tu cocina, coges una cerveza de la nevera y cenas. Puede que delante de tu ordenador.

Luego miras la cama. Tu cama, con tus sábanas, las que te han seguido en tantos sueños. Las que echas de menos cuando estás lejos. Eso es el hogar, y también nostalgia. Que se aprecian los dos, verdaderamente, desde lejos. Tu hogar, y tu nostalgia.

1 comentario:

Pedro dijo...

Si es que echar de menos tus sábanas, no unas sábanas, si no tus sábanas en las que refugias, en las que descansas, las que son tuyas; eso es sinduda alguna lo peor.


Un saludo,


Pedro.