2/08/2008

Estar en el sofá, con la pizza al lado y el portátil enfrente, tecleando historias en un papel que no existe, es extraño. Es extraño porque no estoy en mi silla, una silla que añoro estando a tan solo cinco metros de mí, de donde estoy ahora. La pantalla enorme, la del ordenador de sobremesa, grita mi nombre a la oscuridad de un cuarto en el que la minicadena, también muda, llora mi ausencia. Puede que esté deseando recitar esas canciones que le obligo, desde hace una semana, a reproducir para mí. Su fuerza pesa, y estamos al lado.

El queso mozzarela, por mucho que pique, y aunque debute como ingrediente, no tiene nada que ver, ni el mundo en sí. Es que me he equivocado de sitio. Hoy no estaba aquí, o no era del todo yo... Espera, sí, sí era del todo yo. Y yo me preguntaba por qué y hacia dónde, cómo y hasta cuándo.

Si es que en realidad no hay nada más que lo que se construye, si no hay nada ni en la esperanza de que lo haya. He estado al borde de todo en esta tarde, en un islote que no estaba dejado de la mano de Dios, sino que ni siquiera estaba en su mente. Me he sentado en él, aún sigo sentado pero ahora me he decidido a escribir porque mi portátil ha aparecido ahí para saciar mis ganas de hablar, aun estando callado. Me he sentado en él y he visto todo, que no era nada.

Me he visto solo, sin poder andar, ni querer hacerlo. Sin necesidad de levantar un mundo, porque no hacía falta. Está todo bien aquí, es como la habitación donde te criaste de niño, volviendo a ella muchos años después. Aunque lo haces con las preguntas que has ido acumulando a lo largo del tiempo, mientras experimentabas la evolución propia de tu identidad.

Por fortuna sigue siendo tan sencillo como siempre conciliar el sueño en esa habitación. Es tu territorio, un lugar que jamás te podrán quitar. Y da igual si no sabes hasta cuándo va a durar lo que sea. No importa si ignoras adónde vas. Porque te duermes, y sueñas. Qué más da si luego hay que despertar.

En este lugar se descansa. La soledad da cierto reposo, aunque también inquieta. Es curioso, pero las preguntas que más asolan son las que tratan sobre si se ama una presencia o alguna ausencia que se añora.

Ella, la soledad, es quien mejor habla sobre el amor.

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