Nuestras almas se hallan en pie de guerra, seamos libres en el fragor de la batalla. El tiempo nos amenaza a golpe de segundero, pero no es sino el recurso fácil. No temamos al tiempo, no hagamos que nos tema él, saboreemos cada segundo como el inicio de un porvenir distinto. En mi paladar se mezclan los sabores de lo impredecible, del imprevisto, y los relojes me devuelven horas huérfanas de pena, me devuelven días de lucha.
También podemos buscar la libertad en el dolor de la carne, en el endurecimiento de ésta, y en la sangre que la nutre. Seamos libres en la sangre que alimenta nuestros pulmones, nuestros corazones que gritan a una la necesidad de elegir su propio destino. Vivimos en prisiones con puertas abiertas, y no queremos salir. Atentemos contra la costumbre, contra lo canónico, y hallemos en los latidos a viva voz la canción que nos eleve sobre los sórdidos gemidos de la ciudad.
Yo soy libre en las palabras, en los alaridos de una realidad salvaje que devora con sus fauces la fantasía que agostea, ya que en mi imaginación siempre hay hueco para la primavera. Lloremos, gritemos, apoyemos la lucha que en nuestros adentros se crece, se crece contra los límites autoimpuestos. Tenemos que escuchar, escuchemos nuestra propia voz con los ojos y la boca cerrados, pues ahí encontrarán paz nuestros deseos.
Los designios que buscamos están implícitos en la nobleza de nuestros actos, la divinidad a la que nos encomendamos también reside en el interior y exterior de nuestros cuerpos. En la carne, en la sangre, en el alma misma, que erguida sobre sí y sus derrotas no se rinde. ¿Por qué deberíamos rendirnos nosotros, pues, cuando desde adentro nos impulsan?
Seamos libres en nuestras voces, en nuestras palabras de nuevo... Seamos libres desde nuestra voluntad para serlo. Siendo sinceros, seremos libres; seamos libres siendo sinceros.
También podemos buscar la libertad en el dolor de la carne, en el endurecimiento de ésta, y en la sangre que la nutre. Seamos libres en la sangre que alimenta nuestros pulmones, nuestros corazones que gritan a una la necesidad de elegir su propio destino. Vivimos en prisiones con puertas abiertas, y no queremos salir. Atentemos contra la costumbre, contra lo canónico, y hallemos en los latidos a viva voz la canción que nos eleve sobre los sórdidos gemidos de la ciudad.
Yo soy libre en las palabras, en los alaridos de una realidad salvaje que devora con sus fauces la fantasía que agostea, ya que en mi imaginación siempre hay hueco para la primavera. Lloremos, gritemos, apoyemos la lucha que en nuestros adentros se crece, se crece contra los límites autoimpuestos. Tenemos que escuchar, escuchemos nuestra propia voz con los ojos y la boca cerrados, pues ahí encontrarán paz nuestros deseos.
Los designios que buscamos están implícitos en la nobleza de nuestros actos, la divinidad a la que nos encomendamos también reside en el interior y exterior de nuestros cuerpos. En la carne, en la sangre, en el alma misma, que erguida sobre sí y sus derrotas no se rinde. ¿Por qué deberíamos rendirnos nosotros, pues, cuando desde adentro nos impulsan?
Seamos libres en nuestras voces, en nuestras palabras de nuevo... Seamos libres desde nuestra voluntad para serlo. Siendo sinceros, seremos libres; seamos libres siendo sinceros.
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