11/06/2007

Con la mano temblorosa por la emoción rozó el tacto áspero del traje. Su piel se estremeció más por los recuerdos que despertó al tocarlo que por la pesadez y dureza de la tela. Era una prenda muy pesada, resistente, que dejaba marcas en el cuerpo cuando lo frotaba con un poco fuerza. Las marcas rojizas, ligeramente amoratadas, dejaban constancia en la carne. Sin embargo la marca indeleble se internaba hasta la memoria. Era inevitable sonreír siempre que una de esas señas quedaba tallada en el costado.

Inspiró con fuerza. El olor seguía siendo igual de intenso que antes aunque ahora se hallaba mezclado con un intruso aroma a polvo y abandono. Lo cogió con las dos manos y lo sacudió con fuerza. "Plom", "plom", el sonido de siempre justo antes de preparar la bolsa para el entrenamiento. Pesaba mucho para ser algodón, y mayor era su masa al acabar la lección de Sensei. El sudor había decolorado el negro inicial y genuino de la indumentaria. Ese sudor que tanto añoraba... Tan salado y constante que cuando se introducía en los ojos ya no iba hacia otro lugar. Era como si hubiese aprendido el camino y, a cada entramiento, una vez llegaba a las pupilas ya no podías sacarlo de ahí, como si no hubiera más partes en la anatomía. Tan salado, decía, que hacía hasta llorar. Cuántas veces tuvo que mirar hacia arriba para limpiarse las lágrimas provocadas por el salitre y de paso conseguir que las futuras invasoras se deshiciesen en el pelo.

Echó un nuevo vistazo y se dio cuenta de que necesitaba una chaqueta nueva, no obstante eso no hizo que se perdiera ni un ápice de la magia de ese momento. Pasó los ojos por el pantalón y lo asió con fuerza. Ya estaban muy desgastados, sucios, y además le quedarían mucho más cortos que antes. No le servirían para practicar pero sí para evocar recuerdos de su esencia, de la madurez espiritual que sintió desatarse desde el primer mes de entrenamiento. A su cabeza acudieron las premisas básicas que extrajo por sí mismo: esfuerzo, dedicación, seriedad (sin descuidar el buen humor), calma, tranquilidad, camaradería y lucha. Espiritualidad, sin duda.

Si el pantalón y la chaqueta habían tenido malos negocios con el tiempo y las circunstancias, del cinturón podría haber sido mejor ni hablar. Sonrió plenamente cuando observó la parte del traje que peor parada salía siempre. Ennegrecido por el suelo visitado día sí día también; oscurecido por el sudor de las manos de los compañeros; raído por los bordes y con las marcas de progresión casi sueltas de tanto rodar, saltar, y sobre todo caer y levantarse una vez tras otra.

Añoraba todo aquello como nunca antes pensó que lo haría. Los golpes en las muñecas, los punzantes dolores en las articulaciones castigadas en cada técnica. Las agujetas relampagueantes los días después de entrenar, provocadas por incontables abdominales y flexiones sobre los puños, dedos, y palmas de las manos. Su resistencia mejoró más de lo esperado e incluso, afirman muchos, hasta sus rasgos se endurecieron debido al sufrimiento de la carne... Que se ve recompensado, más adelante y sin demora, por la satisfacción del espíritu.

Necestiaba de nuevo el olor de la goma del tatami porque ninguna era como la de su dojo. Necesitaba de nuevo la madera del boken, porque añoraba el tacto del tsuba, y la tensión de sus antebrazos al empuñarlo. Necesitaba de nuevo el tanbo y el hanbo porque tenía mucho que aprender aún, porque le gustaba lucir para sí mismo, delante del espejo, las marcas que éstos hacían en sus costillas. Necesitaba un kubotan y un tanto. Echaba de menos las inflamaciones de la muñeca, las mismas que le recordaban que esa no era forma de bloquear. Y, cómo no, las voces de los Senpai, e incluso de Sensei algunas veces, diciéndole que eso no era un movimiento de cadera en condiciones y que con esos tai sabaki lo único que iba a ganar era un conjunto de cinco nudillos en la mandíbula. Nunca le especificaron si dentro o fuera... Seguramente en ambos lugares. Le encantaría volver a las bromas y al cachondeo que tenían lugar antes de entrar al tatami pero que, una vez dentro, se disipaban en una atomésfera de bien recibida disciplina.

Sonrió al recordar todo esto. Sonrió de verdad, sinceramente. Los guantes que usaba ahora para entrenar eran los mismos que utilizó en el dojo, y éstos lo mantenían unido al pasado que le enseñó su futuro.

Volvería cuanto antes y adquiriría un nuevo Shinobi Gi, el suyo ya estaba viejo y olía a polvo y abandono, y un nuevo Obi, por supuesto. Tenía mucho que aprender, no se iba a conformar, además, con ser séptimo kyu. Quería llegar a ser un Shinobi no mono.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

:), espero que vuelvas cuanto antes... y ojalá a mi me llegue tan hondo como a ti, y no tenga que dejarlo para darme cuenta de lo mucho que me gusta.

casi se me escapan las lágrimas al leerlo, joder ha sido revivir los entrenamientos o ver el de esta tarde... te odio por describirlo tan bien, aunque seguramente lo sientas mejor :)

XxX

PD--> odio tu blog que no me deja nunca comentar ¬¬

Anónimo dijo...

Publicar algo improvisado tras varias horas de Historia Contemporánea, tarde, y sin revisar el texto, da lugar a ese tipo de fallos garrafales.
Ugh.
Corregido queda. Gracias =)

¿Qué tipo de artes marciales practicas, si es que lo haces? A mí me fascinan. Nunca he estado en ninguna, mi vagueza física me lo impide [y ahora estoy pagando las consecuencias xD], pero es algo que me gustaría hacer algún día.
A veces iba a ver entrenamientos de Ninjutsu en mi antiguo instituto. Eran tremendos. Últimamente he pensado en apuntarme a algo como Aikido o Taekwondo, peeeero... No tengo tiempo. Es algo que lamento.

No invado más.
Un beso para ti. Espero que sigas tan atento, por si me pueden los despistes.

=*

Anónimo dijo...

Tío, me ha helado el corazón este texto...:(

Sé cual es esa sensación, una añoranza que no te deja casi ni respirar.
Tranquilo, dentro de poco volverán esas risas, esos golpes, ese espíritu...

De mientras recodaré, gustosamente, esos momentos contigo hasta que vuelvas al Dojo.

Te espero con impaciencia, mi amigo, mi SEMPAI.

NINPO IKKAN¡¡¡^^