11/10/2005

Estaban solos los dos, él y ella. Cuidando de un pobre viejo cuyo cuerpo ya ni siquiera era capaz de cargar con el peso del alma ni con el de la existencia. Apenas podía hablar, y cuanto decía no eran más que incoherencias.

Era una tarde casi invernal, de esas grises en las que las nubes parecen escayola blanda repleta de grumos. El viento era frío, insistente e intermitente. Las paredes de la casa apenas podían evitar que las tirase el viento.

Parecían tiritar de frío incluso. Las grietas dejaban en evidencia el calor del hogar. Y ahí estaban él y ella, y el viejo. El viejo que los miró de una forma extraña, casi como siempre solo que con algo distinto. Olía mal, llevaba días sin poder bañarse ya que apenas podía valerse por sí mismo.

Así que se miraron el chico y la chica, se comprendieron y procedieron. Desnudaron al viejo. Hacía frío, gimoteó un poco el pobre hombre. Pensaron los dos que si llegara a saber lo que la gente del vecindario pensaba de él el gimotear no sería más que un alarde de valor y fortaleza.

Encendieron el grifo caliente y le echaron una toalla por encima. Mientras él abrazaba al viejo ella llenó tres cuartos de la bañera de agua caliente, y el resto de agua fría. Metieron al viejo, poco a poco. Pareció estar agradecido.

Su olor, a vejez y abandono, empezó a disiparse y se entremezcló en el agua de la bañera. Los miró a los dos, primero a uno y luego a otro. En sus ojos se leía "hijos míos", con un te quiero prohibido por lo que fuera, pero un te quiero dicho.

Y sin oponer resistencia el viejo se soltó de la mano de él, se sumergió poco a poco. Sabía lo que iba a pasar, al igual que él sabía que lo había pedido. Ella le sujetó los pies, él, la cabeza. Empezó a temblar un poco, exigiendo instintivamente el oxígeno imprescindible. Al convulsionar se partió algún hueso, su corrompido cuerpo no aguantaba apenas nada más.

A los cuatro minutos aproximadamente asomó de entre su nariz un hilito rojo, casi cobrizo, de sangre que se diluyó en agua. Por fin, el viejo sonreía agusto sin sentir ningún tipo de impotencia. Los críos lo lavaron, lo frotaron bien y dejaron que oliese de forma agradable.

Lo sacaraon de la bañera, su cuerpo ahora pesaba muchísimo más. Lo secaron, lo vistieron, y acabaron por tumbarlo, vestido con su pijama, sobre las sábanas roídas de su cama. Luego, él y ella se abrazaron, se lamieron las lágrimas mutuamente y descolgaron el auricular del teléfono para contar lo que había sucedido ahí esa tarde gris de invierno en las que las nubes parecen escayola blanda llena de grumos.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Pues el pobre viejo posiblemente no tuviera alma porque de ser así... hubiera pesado 21 gramos menos... ¿Porque no es eso lo que pesa el alma? Bah, da igual.
De todos modos, me gusta lo que has escrito.
¿Para cuando un texto alegre? Deseo leerlo.

Un beso.

Rubbens dijo...

Jajaja, muy bueno, veintiun gramos, se dice así?

Quizás el peso de la vida se manifieste al morir..

Quizás el viejo estaba tan destartalado que absorbió gran parte del agua y por eso aumentó su masa..

Un texto alegre... Para cuando pueda. Créeme, yo deseo poder escribirlo. Me alegro de que te haya gustado.. Asesinato o libertad?

Rubbens dijo...

No sé, que me apetecía cambiar... A que se ve guapa la página?

A mí me gusta.

El texto no lo entiendes?? Reléelo, que es bien fácil :P

Yo quiero abrazarte... Lo de hablar también lo echo de menos.

Anónimo dijo...

Libertad sin duda.

Rubbens dijo...

Sin embargo lo ahogan...

rebeldesincausa dijo...

pero lo ahogan para darle la libertad.

Rubbens dijo...

Claro, pero lo matan.