11/07/2005

Ohne Dich

Sonaba la melancólica balada en la habitación alumbrada de gris. Apenas se colaba a través del estor la luz anaranjada de otro atardecer otoñal. El invierno se dejaba entrever, sobre todo en las mañanas, en un noviembre recién nacido.

Ohne Dich, repite en un alemán casi susurrante. Piensa, y cree que no podrá hacerlo. Piensa, y cree que no hay otro remedio. Se viste, mientras tanto la canción reverbera en sus oídos y llena su cerebro. Un objeto, otro, otro más, van llenando su recuerdo de memoria. Y su memoria de pasado y el pasado colma al presente de un algo indefinible que lo asume como el peso de la nostalgia.

La canción termina, pero se repite automáticamente. El atardecer apremia y el tiempo corre porque debe vestirse de gala pues se acerca la noche. La muerte, incluso, empieza a pulir, con macabro deleite, el filo de su guadaña decisiva, empieza a pensar en el golpe irreversible que será asestado a través de otros pero que ella deberá asegurar, eso sí, sin interceder.

No sabe muy bien cómo, pero lo hará. La muerte se viste con su traje de noche, su vestido negro de luz para los ciegos que no supieron ver la vida, para aquellos a quienes a pesar de que sus ojos funcionasen, fueron ciegos.

Se acicalan, pues, la noche y el tiempo. A la par que él y, mientras, se prepara la Luna, en su habitación de estrellas. No sabe bien qué traje traer, si vendrá blanca y nacarada con despuntes de diamante a su alrededor, o se mostrará roja, a medias, incompleta y misteriosa. El Sol empieza a irse detrás del horizonte, apenas morirá unos minutos en estas tierras que nacerá de nuevo en las opuestas, llevando esa luz blanca del amanecer hasta allí y dejando como despedida una luz rojiza en estos lares.

Ohne dich, de nuevo en su cabeza. Ahora parece como si el Sol estuviera rajando al cielo con un rayo de luz y fuego afilado hasta un límite insospechado. Ya está vestido, hace frío y coge los guantes. Cuando llegue ya será de noche, y en ese momento se conocerá casi todo. Se sabrá qué traje habrá elegido la Luna; se sabrá, también, hasta qué punto de exagerada autocomplacencia ha pulido la Muerte su guadaña; se sabrá, por fin, si el tiempo se ha arreglado con la ropa de gala y su perfume de inmortalidad dejando tras de sí el juramento de no volver jamás por donde ya pasó.

Ohne dich, suena en su cabeza el eco de la balada que lo acompaña allá a donde vaya. Donde resuene el viento y el frío se cuele desde el ambiente hasta por dentro de los huesos, helando la sangre, la sangre coagulada en las venas que se esfuerzan por mantenerla caliente. Qué bien huele la sangre cuando hace frío, pensó, qué bien gotea tan densa por la humedad y qué bella se la ve cuando chispea de carmesí entre la niebla.

Ya era de noche, se sabía todo lo que se había dicho que sería sabido cuando ésta acaeciera. Sabía, también, que no había remedio. Lo que aún quedaba por definir era si lo haría cortando o clavando, o a la vez las dos, cortando y clavando. Así que cuando lo vio pasar y le miró a los ojos ambos sabían que no habría más que esa noche para uno de ellos.

Ohne dich, pensó de nuevo murmurándolo casi entre dientes. Tiritaba de frío, de nervios y de miedo. Y falló. Pensó en que no sabía cómo lo haría pero no pensó en cómo haría si no sabía qué hacer. Y falló. Y adivinó que se vería preciosa su sangre entre la niebla.

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