11/26/2005

Atentamente y con una extraña motivación esperamos encontrar algo que nos sorprenda. Que nos sorprenda una persona desconocida o que nos alegre una conocida. Mirando, por ejemplo, en el buzón. Pensando en tener entre las manos ese sobre ansiado, preguntando, sin querer desvelar aún la respuesta, qué es lo que habrá dentro.

Es gracioso ver cómo, a pesar de todo, pensamos en que nadie habrá enviado nada a ninguno de nuestros buzones pero al mismo tiempo deseamos que sí lo haya. Entonces, sin mayor problema, pero con una nefasta convicción, introducimos un nombre de usuario y una contraeña alargando más y más, de una forma casi ceremoniosa, el momento de pulsar la tecla que nos dará paso.

Del mismo modo, al salir del ascensor, preparamos la llave que ha de revelarnos una verdad que sabemos de antemano pero que, al mismo tiempo nos negamos a asumir, entonces miramos al buzón, de reojo, como si no quisiéramos, intentando pillarnos desprevenidos a propósito o fingiendo una sorpresa a nuestra propia consciencia.

Y cuando ya hemos pulsado la tecla y hemos girado la llave pasan dos cosas, un hipócrita "sabía que no habría nada", una decepción por haber tenido razón, rabia por ser tan pesimistas y mala hostia en el caso, peor, en el cual ya no es que no haya nada sino que solo hay propaganda.

No es nada, era solo lo curioso que me resulto cuando actúo de esta manera. La falsa valentía del humano que desea estar muerto mientras vive y desea vivir cuando se topa de morros con la muerte.

No es nada, solo curiosidad. ¿A quién no le ha pasado nunca algo similar?

No hay comentarios: