11/23/2005

Y total que llego aquí, durante una hora libre porque no tenía clase, y me encuentro con que me apetece escribir pero sigo sin encontrar un tema, y por supuesto sin encontrar un por qué. En fin, que se me presenta este pseudofolio delante de los ojos, cara a cara y me reta a algo. No sé, me desafía, compara su impoluta blancura y la iguala a una solemne pureza que asegura decir más que cualquiera de mis palabras.

Puede que no le falte razón pues la palabra es la traición del pensamiento. Aún así empezamos en un pique, mi cerebro, mis manos y el corazón sobre la mesa. Latiendo, bombeando sangre y poniéndolo todo perdido de pecado. Un pecado rojizo, como de óxido, que resbala viscoso por la pared de mi pecho, entre esas tuberías extrañas que me mantienen vivo.

Y tenemos sobre la mesa el corazón, las manos, el cerebro y la incertidumbre. La incertidumbre de saber si el folio me reta o solo quiere motivarme. Así que antes de darle oportunidad para que me lo demuestre tomo la iniciativa y vuelco, en un sin saber, un brebaje extraño de pensamientos, abstracciones, sensaciones y demás componentes que conforman mi alquimia mental.

Continúo barajando palabras, una sintaxis incoherente que me hace reír y me dota de una cierta... Cómo decirlo, me dota de una cierta desidia hacia la propia coherencia; sin sentido escribo palabras, una tras otra pensando en la reacción que esto tendrá sobre algún lector casual que se haya perdido en sí mismo y navegue por la red de redes intentando encontrar en un algo extraño ese algo que ha perdido dentro de sí y que lo está conviertiendo en alguien extraño al alguien que ayer era y que creía conocerse tan bien.

Pero por encima de la decepción de descubrir que no somos como creíamos ser, y en muchos casos como querríamos, está la magia de la propia vida. Qué estúpido, hagamos que esa frase no ha sido dicha porque después de todo la palabra escrita ya es palabra, ya vivió desde mi cerebro hasta mis labios, pasando por mi corazón, y murió en el folio a través de mis manos.

El folio ya no es blanco, ya no dice tanto como quería pues lo he mancillado. Sin embargo supongo que no le importa. El folio es la superficie material del alma, donde el escritor escribe sus miserias, donde escribe sus amores etc. Digamos que el folio es la representación más fidedigna del alma puesto que el escritor, poeta, ensayista o cuentacuentos deja constancia de todo aquello que cree comprender. Y lo deja escrito en tinta, o en código binario o como sea pero lo deja escrito y todo lo que escribe lo lee dos veces pues primero lo piensa y luego lo lee una vez escrito.

Y eso conforma un hechizo imborrable en el alma, del mismo modo que en el folio pues es éste un confidente mudo y las palabras son testigos ciegos que no saben qué hacen pero sí saben que han sido invocadas. Y después de esto el lienzo también es la representación material del alma, y el suelo también. Y como estos una infinidad de ejemplos.

Total que me doy cuenta de que el folio es blanco hasta la eternidad, solo que nosotros lo delimitamos a nuestro antojo, según nos convenga, según nos interese. Y dicho esto me dispongo, tras una leve pausa en la que he saboreado el aire que respiro, a subir el estor de mi cuarto. Y me pilla el sol de imprevisto, in fraganti, acusándome de cobardía.

Me dice que por qué cojones no tengo valor a subir el estor, y ver cómo grita el mundo al otro lado de la ventana, desde que me levanto hasta que la noche duerme a los vivos y despierta a los muertos. Hasta que la noche duerme a los vivos y les da alas a los sueños y transforma los secretos en un material que se vuelve recuerdo cuando el sol despunta.

El frío se palpa desde aquí dentro. La luna se aprecia difuminada contra el cielo azul el cual se eleva sobre una nube grisácea de polución. Y eso se ve desde mi ventana; un tramo de la autopista, algo de vegetación, la urbanización de en frente, pero una inmensa porción de cielo que sin saberlo me incita a volar, a buscar en algún lugar lo que no supe encontrar a mi lado. Del mismo modo que el silencio me incita a hablar y el folio me reta a escribir.

Concluyendo así, de nuevo y para no variar, prefiriendo escribir sin saber muy bien lo que quiero decir antes que callar. Quizás me quede algo que decir, alguna gran frase, alguna metáfora, tal vez una paradoja, pero seguro que me acordaré de ella nada más haya publicado esto o nada más cruce la puerta para irme.

En este sitio somos protagonistas, directores, y actores de nuestra propia obra. Somos nuestro público. También somos nuestro propio crimen, nuestro juez y al mismo tiempo somos la sentencia. Somos el pecado y la penitencia.


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