3/25/2008

El viento aullaba con fuerza al otro lado de la ventana. Lo hacía con una furia tal que parecía que en cualquier momento derribaría la casa y lo aventaría todo, mandándolo lejos. El frío lo hacía tiritar delante de su mesa, alumbrado por una vela que sudaba la cera sobre un pequeño plato de cerámica.

Se había ido la luz, y las sombras que la llama proyectaba lo atemorizaban. Eran como títeres malditos cuyos hilos se tensaban y relajaban a los antojos de un ser maligno. Cualquier esquina era un afilado colmillo dispuesto a clavarse en su carne, y cualquier puerta entreabierta un hueco para descender hacia los infiernos. O para que las criaturas del mismo subiesen hasta su casa.

La noche cerrada seguía ganándole horas de sueño, y en su vigilia no podía hacer otra cosa sino esperar el alba. De vez en cuando podía dar una cabezada, solo si su mente estaba demasiado cansada por mantenerse alerta, y soñaba con que clareaba ya sobre las montañas del Este. Se sentía renacer de esperanza. Subía alto, tanto que cuando descubría que todo había sido un sueño se hundía de nuevo en los fangos del miedo.

La madera del suelo crujía a su paso, y las puertas se porteaban por el aire. En alguna habitación debía de haber una ventana abierta. Tal vez la misma en la que se oía ese repiquetear constante. El mismo que estaba a punto de llevarlo a la locura.

Todo se había vuelto hostil, y no había nada que lo librase de su miedo. Su entorno en plenitud lo hacía presa del pánico y le recordaba que aquello que más temía podía estar haciéndose real. No podía dejar de temblar...

¿Qué haría si no volvía a blanquear el cielo por Oriente,
si no fuese capaz de volver a alimentar el papel con tinta?

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