1/03/2007

Siéntate al borde del barranco, sobre la hierba fría marcada de escarcha. Asómate hacia abajo y observa cómo tus piernas cuelgan contra el vacío, un vacío que quiere atraparte y tira de ti con manos invisibles pero férreas.

Abre tu corazón a esa boca de negrura poblada de estrellas. Arrastra tus manos por la tierra húmeda, mira bien a tu alrededor y levántate. Ahora notas cómo el frío sube por tu espalda. La oscuridad que te rodea no es más que un color más, una tonalidad diferente.

No te muevas del borde. Quiero que observes cómo la luna baña tu piel de plata, quiero que sientas que es cálida su luz, reconfortante su imagen. Ahora cierra los ojos y entrégate de lleno a esas manos férreas invisibles que te reclaman, que te anhelan.

Ve al corazón de la tierra. Vamos, salta al vacío pero, escúchame antes de hacerlo, no cierres los ojos por mucho que el viento arañe tus pupilas y te duelan. Así podrás ver con claridad.

Una última cosa... Intentará engañarte, su verdadero nombre es soledad.

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